¿Insuficiente la ética sexual con sus valores y normativas?
Para muchas personas, son suficientes los criterios y normas que propone la ética sexual. Además de evitar la cárcel y el hospital, bastaría con el respeto mutuo, mantener el honor social no escandalizando, tomar medidas responsables en el amor sexual, ser coherentes con los principios personales para no tener “remordimientos”, y, por supuesto, procurar que las relaciones sexuales sean una libre expresión de amor. Y punto. Lo “otro”, los criterios y normas del magisterio católico sobre el sexo y el amor sexual, no sirven ni para los cristianos en el mundo actual. Eso afirman. Ante esta mentalidad generalizada, ahora expondré cuanto fundamenta y aconseja la ética para el amor sexual, no para el placer individual o acompañado. . Y terminaré con unos interrogantes que necesitarán una amplia respuesta en otro artículo. No, la ética sexual con sus valores y normativas no es suficiente para quien admite unos valores y unos compromisos que superan la conducta humana aunque sea coherente, libre y responsable.
El respeto mutuo como fundamento Antes que el amor es más importante guardar los derechos de la libertad, la realización personal, la salud, etc. Está excluida, por lo tanto la cosificación o instrumentalización sexual, el tratar al prójimo como un objeto de placer (físico o afectivo). Por el contrario, es imprescindible buscar el bien de la pareja y atender a sus gustos y preferencias. En sana ética, jamás se permitará que el placer de uno sea motivo de sufrimiento para el otro. Nadie puede ser feliz a costa del dolor ajeno.
Ninguno de los cónyuges debiera tener la impresión de que es utilizado sexualmente, de que solamente sirve para que su pareja satisfaga su necesidad genital o sus deseos matenales. La armonía en los criterios éticos servirá para que las relaciones sexuales no atenten contra las convicciones religiosas; que ningún cónyuge se sienta presionado a obrar contra su conciencia. La petición y la repuesta debieran realizarse en un clima de amor y de mutua libertad. Por encima del “débito conyugal”, está el amor que un cónyuge gozosamente otorga a lo que su pareja pide o necesita. Comprometen el clima de libertad gozosa las peticiones injustificadas bajo el efecto del alcohol, en momentos desaconsejables para la mujer, la excesiva frecuencia, etc. O las injustificadas y repetidas negaciones: que si el dolor de cabeza, que si el cansancio del día, etc.
La dignidad y el honor personal. No escandalizar El criterio que predomina en un porcentaje considerable de personas a la hora de realizar o evitar determinadas relaciones sexuales consiste en guardar su buen nombre, no quedar difamado ante la sociedad, no ser motivo de críticas o de rechazo por cualquier grupo de la comunidad. Su objetivo: que la expresión del amor sexual no sea razón de escándalo social, ni sea causa de vergüenza personal o ajena, como sería el de los hijos si supieran la conducta de sus padres. Existe horror ante la posibilidad de “que otros puedan saber” lo oculto de su vida sexual. Y procuran mantener la doble vida, regirse por el cumplimiento-obediencia a la educación recibida o a los patrones culturales que rigen en su medio ambiente. La motivación para su conducta es también el miedo al deshonor. Es el caso del cónyuge sorprendido con la persona amante. La joven embarazada a la hora de comunicar su estado a sus padres. El político o el clérigo a quien descubrieron la doble vida, la persona cuyo nombre sale en internet como traficante de pornografía infantil, etc.
Muchos aceptan la opinión común: los patrones culturales y las buenas costumbres son suficientes para orientar la respuesta positiva o negativa en la vida sexual. No se debe contrariar la educación recibida (familiar, escolar o ambiental), ni hay que arriesgar el honor personal, la buena fama, pero, por lo demás, no hay que limitar la libertad.
¿Qué decir? Aunque sea la normativa frecuente, es ambigua, incompleta y se presta al subjetivismo.
Responsabilidad ante las consecuencias Aunque no lo digan, para muchos la suprema norma que rigen las relaciones sexuales es la libertad sin freno alguno; quien manda es el instinto o el amor pasional sin atender a los posibles efectos. En esta mentalidad, ni la religión ni cualquier tipo de autoridad deben intervenir en “algo” que pertenece a la vida privada.
Como norma, este criterio se descalifica por la falta de responsabilidad. En efecto, como el amor sexual puede tener consecuencias en orden a la fecundidad, la pareja tiene que tomar medidas responsables para evitar lo que no desean o no pueden afrontar: una nueva vida. Por lo tanto, la pareja tendrá presente la vinculación del amor sexual con la maternidad; obrará con responsabilidad ante las posibles consecuencias de la procreación para armonizar amor sexual con la regulación de la natalidad.
Conviene tener presente que el sexo es parte del todo de la persona. Por lo tanto, el objetivo del amor sexual es la realización integral de la pareja. Hay que tener presente los valores, situaciones, relaciones y compromisos de los dos. Porque la sexualidad es un eslabón más de la personalidad realizada, integrada por la salud, el respeto, libertad, el dictamen de la conciencia, el estado de soltero, (casado, célibe, virgen), la formación, compromisos religiosos, etc., Todos son factores en los cuales se inserta el amor sexual para conseguir la realización armónica, equilibrada e integral de la persona.
Coherencia con los valores éticos asumidos.
El dictamen sereno y sincero de una conciencia libre y responsable es adoptado por muchos como norma y camino para toda opción, y, como una más, para las relaciones sexuales. Ahora bien, este dictamen maduro tiene en cuenta las exigencias del amor, del respeto, las convicciones religiosas y los compromisos emitidos. Una conciencia así vivida, garantiza los valores humanos y el proceso de personalización. Desde la ética, es la norma más completa y el camino más seguro porque el hombre actúa coherentemente con los valores asumidos. La coherencia sirve para el creyente de cualquier religión que tendrá presente lo que pide su moral; para el cristiano tambié porque procurará vivir la sexualidad con el espíritu de todo el Evangelio. Y para el católico porque integrará como parate de su actuar coherente, la autoridad de Magisterio de la Iglesia cuando concreta los criterios básicos de la conducta sexual.
Urge, por lo tanto, fidelidad a la propia conciencia y que las relaciones sexuales sean fruto de una conciencia adulta, responsable ante los efectos positivos y negativos. Es de lamentar, no solamente la incoherencia sino la visión del sexo como algo malo, prohibido, que despierta miedo y sentimientos de culpa. La guía es el temor traumatizante a la hora de contradecir los valores recibidos o los preceptos religiosos de tipo fundamentalista que generan escrúpulos, obsesiones y desequilibrios. No se trata de un sano temor, factor de la persona normal, sino de la respuesta propia de una personalidad inmadura y mal formada que necesita la presencia de otros criterios que siembren paz y responsabilidad.
Que en el sexo haya amor auténtico
Dar y recibir son dos aspectos esenciales del vivir humano, dos rasgos esenciales del amar y del amor. Dar y recibir son esenciales en el amor sexual auténtico. Como todo amor, en el sexual se da la apertura y sintonía de una persona hacia otra, la entrega desinteresada, aún con sacrificio, para conseguir la felicidad de la persona amada. El don, el dar sin límites, se mide por la capacidad de preocuparse, servir y entregarse a otra persona con fidelidad, en todo momento, en las circunstancias fáciles y en las difíciles.
El amor de la pareja pide que la intimidad sexual sea más una expresión de entrega que una necesidad biológica; que se convierta más en una donación completa personal que no en el egoísmo del placer satisfecho. Tal intimidad sexual es un diálogo amoroso y profundo; diálogo sin palabras pero con profunda comunicación y con la donación mutua. El monólogo sexual agrede al otro cónyuge por el egoísmo que le domina, pero cuando existe apertura y acogida, florece la armonía.
El amor sexual es una expresión más del mutuo amor que los esposos se profesan a lo largo de su vida. No tiene sentido la intimidad sexual sin una previa reconciliación. Es inconcebible (con más propiedad, es una prostitución) que los esposos mantengan una actitud de agresión, antipatía y odio y que luego se busquen sexualmente si haber restablecido el vínculo de amor. Porque en la intimidad sexual, el cuerpo expresa los sentimientos del alma. La intimidad sexual es un eslabón dentro de una cadena de amor y de ternura.
Como criterio normativo, las relaciones sexuales sin amor son degradantes porque .el amor es imprescindible en la relación sexual. Carece de sentido un “sexo”. egoísta, encerrado, sin valor centrífugo y centrípeto, que impide la comunicación del yo al tú y que niega su soblatividad fecunda. Una relación sexual perfecta biológicamente, pero sin amor, es como un cuerpo sin alma, una vivencia inmoral del sexo y la prostitución de dos personas aunque sean marido y mujer.
¿Es suficiente la Ética con los valores, criterios y normativas que ofrece? No niego que para muchos baste, pero el amor sexual como tal y su realización en las relaciones sexuales afectan a la persona que tiene fe, acepta los mandamientos de la Ley de Dios y desea vivir en comunión dentro de la Iglesia católica. Tema para el próximo artículo.
El respeto mutuo como fundamento Antes que el amor es más importante guardar los derechos de la libertad, la realización personal, la salud, etc. Está excluida, por lo tanto la cosificación o instrumentalización sexual, el tratar al prójimo como un objeto de placer (físico o afectivo). Por el contrario, es imprescindible buscar el bien de la pareja y atender a sus gustos y preferencias. En sana ética, jamás se permitará que el placer de uno sea motivo de sufrimiento para el otro. Nadie puede ser feliz a costa del dolor ajeno.
Ninguno de los cónyuges debiera tener la impresión de que es utilizado sexualmente, de que solamente sirve para que su pareja satisfaga su necesidad genital o sus deseos matenales. La armonía en los criterios éticos servirá para que las relaciones sexuales no atenten contra las convicciones religiosas; que ningún cónyuge se sienta presionado a obrar contra su conciencia. La petición y la repuesta debieran realizarse en un clima de amor y de mutua libertad. Por encima del “débito conyugal”, está el amor que un cónyuge gozosamente otorga a lo que su pareja pide o necesita. Comprometen el clima de libertad gozosa las peticiones injustificadas bajo el efecto del alcohol, en momentos desaconsejables para la mujer, la excesiva frecuencia, etc. O las injustificadas y repetidas negaciones: que si el dolor de cabeza, que si el cansancio del día, etc.
La dignidad y el honor personal. No escandalizar El criterio que predomina en un porcentaje considerable de personas a la hora de realizar o evitar determinadas relaciones sexuales consiste en guardar su buen nombre, no quedar difamado ante la sociedad, no ser motivo de críticas o de rechazo por cualquier grupo de la comunidad. Su objetivo: que la expresión del amor sexual no sea razón de escándalo social, ni sea causa de vergüenza personal o ajena, como sería el de los hijos si supieran la conducta de sus padres. Existe horror ante la posibilidad de “que otros puedan saber” lo oculto de su vida sexual. Y procuran mantener la doble vida, regirse por el cumplimiento-obediencia a la educación recibida o a los patrones culturales que rigen en su medio ambiente. La motivación para su conducta es también el miedo al deshonor. Es el caso del cónyuge sorprendido con la persona amante. La joven embarazada a la hora de comunicar su estado a sus padres. El político o el clérigo a quien descubrieron la doble vida, la persona cuyo nombre sale en internet como traficante de pornografía infantil, etc.
Muchos aceptan la opinión común: los patrones culturales y las buenas costumbres son suficientes para orientar la respuesta positiva o negativa en la vida sexual. No se debe contrariar la educación recibida (familiar, escolar o ambiental), ni hay que arriesgar el honor personal, la buena fama, pero, por lo demás, no hay que limitar la libertad.
¿Qué decir? Aunque sea la normativa frecuente, es ambigua, incompleta y se presta al subjetivismo.
Responsabilidad ante las consecuencias Aunque no lo digan, para muchos la suprema norma que rigen las relaciones sexuales es la libertad sin freno alguno; quien manda es el instinto o el amor pasional sin atender a los posibles efectos. En esta mentalidad, ni la religión ni cualquier tipo de autoridad deben intervenir en “algo” que pertenece a la vida privada.
Como norma, este criterio se descalifica por la falta de responsabilidad. En efecto, como el amor sexual puede tener consecuencias en orden a la fecundidad, la pareja tiene que tomar medidas responsables para evitar lo que no desean o no pueden afrontar: una nueva vida. Por lo tanto, la pareja tendrá presente la vinculación del amor sexual con la maternidad; obrará con responsabilidad ante las posibles consecuencias de la procreación para armonizar amor sexual con la regulación de la natalidad.
Conviene tener presente que el sexo es parte del todo de la persona. Por lo tanto, el objetivo del amor sexual es la realización integral de la pareja. Hay que tener presente los valores, situaciones, relaciones y compromisos de los dos. Porque la sexualidad es un eslabón más de la personalidad realizada, integrada por la salud, el respeto, libertad, el dictamen de la conciencia, el estado de soltero, (casado, célibe, virgen), la formación, compromisos religiosos, etc., Todos son factores en los cuales se inserta el amor sexual para conseguir la realización armónica, equilibrada e integral de la persona.
Coherencia con los valores éticos asumidos.
El dictamen sereno y sincero de una conciencia libre y responsable es adoptado por muchos como norma y camino para toda opción, y, como una más, para las relaciones sexuales. Ahora bien, este dictamen maduro tiene en cuenta las exigencias del amor, del respeto, las convicciones religiosas y los compromisos emitidos. Una conciencia así vivida, garantiza los valores humanos y el proceso de personalización. Desde la ética, es la norma más completa y el camino más seguro porque el hombre actúa coherentemente con los valores asumidos. La coherencia sirve para el creyente de cualquier religión que tendrá presente lo que pide su moral; para el cristiano tambié porque procurará vivir la sexualidad con el espíritu de todo el Evangelio. Y para el católico porque integrará como parate de su actuar coherente, la autoridad de Magisterio de la Iglesia cuando concreta los criterios básicos de la conducta sexual.
Urge, por lo tanto, fidelidad a la propia conciencia y que las relaciones sexuales sean fruto de una conciencia adulta, responsable ante los efectos positivos y negativos. Es de lamentar, no solamente la incoherencia sino la visión del sexo como algo malo, prohibido, que despierta miedo y sentimientos de culpa. La guía es el temor traumatizante a la hora de contradecir los valores recibidos o los preceptos religiosos de tipo fundamentalista que generan escrúpulos, obsesiones y desequilibrios. No se trata de un sano temor, factor de la persona normal, sino de la respuesta propia de una personalidad inmadura y mal formada que necesita la presencia de otros criterios que siembren paz y responsabilidad.
Que en el sexo haya amor auténtico
Dar y recibir son dos aspectos esenciales del vivir humano, dos rasgos esenciales del amar y del amor. Dar y recibir son esenciales en el amor sexual auténtico. Como todo amor, en el sexual se da la apertura y sintonía de una persona hacia otra, la entrega desinteresada, aún con sacrificio, para conseguir la felicidad de la persona amada. El don, el dar sin límites, se mide por la capacidad de preocuparse, servir y entregarse a otra persona con fidelidad, en todo momento, en las circunstancias fáciles y en las difíciles.
El amor de la pareja pide que la intimidad sexual sea más una expresión de entrega que una necesidad biológica; que se convierta más en una donación completa personal que no en el egoísmo del placer satisfecho. Tal intimidad sexual es un diálogo amoroso y profundo; diálogo sin palabras pero con profunda comunicación y con la donación mutua. El monólogo sexual agrede al otro cónyuge por el egoísmo que le domina, pero cuando existe apertura y acogida, florece la armonía.
El amor sexual es una expresión más del mutuo amor que los esposos se profesan a lo largo de su vida. No tiene sentido la intimidad sexual sin una previa reconciliación. Es inconcebible (con más propiedad, es una prostitución) que los esposos mantengan una actitud de agresión, antipatía y odio y que luego se busquen sexualmente si haber restablecido el vínculo de amor. Porque en la intimidad sexual, el cuerpo expresa los sentimientos del alma. La intimidad sexual es un eslabón dentro de una cadena de amor y de ternura.
Como criterio normativo, las relaciones sexuales sin amor son degradantes porque .el amor es imprescindible en la relación sexual. Carece de sentido un “sexo”. egoísta, encerrado, sin valor centrífugo y centrípeto, que impide la comunicación del yo al tú y que niega su soblatividad fecunda. Una relación sexual perfecta biológicamente, pero sin amor, es como un cuerpo sin alma, una vivencia inmoral del sexo y la prostitución de dos personas aunque sean marido y mujer.
¿Es suficiente la Ética con los valores, criterios y normativas que ofrece? No niego que para muchos baste, pero el amor sexual como tal y su realización en las relaciones sexuales afectan a la persona que tiene fe, acepta los mandamientos de la Ley de Dios y desea vivir en comunión dentro de la Iglesia católica. Tema para el próximo artículo.