Novela PHD 12º: Recuperar la fe perdida, difícil tarea
La crisis que Alberto experimentó en América le ayudó para comprender y orientar a un condiscípulo que padecía una profunda crisis de fe. Como el convertido Alberto llevó una vida bastante parecida, comprendió las causas externas y los factores personales que provocaron la crisis de su amigo Julián. Por ello no tuvo reparo en recomendar los mismos medios que él utilizó para reencontrar la fe y la autenticidad sacerdotal. El teólogo Alberto perdió y recuperó la fe. Deseaba la fase final para su amigo Julián.
12
RECUPERAR LA FE PERDIDA, DIFÍCIL TAREA
(Enero de 1981)
Al regresar de la reunión con los condiscípulos, Alberto encontró en el correo una carta de Julián, compañero del curso. Le comunicaba:
-estimado Alberto te escribo con urgencia para justificar mi ausencia en la reunión del curso. Una “providencial” gripe ha sido la causa externa, pues el médico me prescribió tres días en cama sin salir de casa. Pero, confidencialmente y con toda sinceridad, tengo que manifestarte que existen otras dos razones por las que de todas maneras no hubiera asistido. La primera, es la enemistad que mantengo con dos de los condiscípulos. Mi carácter violento y polémico hubieran estropeado la reunión. La segunda, la más fuerte y decisiva, es la situación de profunda crisis de fe por la que atravieso y que se agrava por semanas. Necesito con urgencia hablar contigo. No me encuentro con fuerzas suficientes para visitar a don Felipe, y, por otra parte, dada tu experiencia americana, tú puedes comprender mejor mi situación. Espero tu respuesta. Cordialmente Julián.
Nada más leer la carta, Alberto llamó por teléfono a Julián y lacónicamente le dijo: he leído tu carta. A tu disposición. Ven cuando puedas. Las mañanas me tienes en el museo diocesano y por las tardes en la parroquia.
Después de colgar el teléfono, Alberto pensó para sí: ¡vaya por Dios! El dirigido, ahora director. A mí que siempre me gustó organizar, hablar y mandar, ahora tendré que escuchar y dar consejos. ¡Para dar consejos estoy yo! Pero se trata de un hermano sacerdote que pide ayuda y no puedo negarme.
A la semana siguiente, a finales de enero, Julián se presentó muy temprano en el museo diocesano. Un abrazo después de muchos años sin verse, las preguntas de rigor sobre la salud y comenzó el diálogo en el despacho.
-Deseo exponerte mi situación con todo detalle para que me orientes en lo que puedas. No te habla el polémico Julián sino el amigo que desea dialogar con el condiscípulo que también tuvo su crisis y que ahora la tiene superada.
-Efectivamente, si de crisis se trata, lamentablemente tengo mi experiencia negativa que por ahora, gracias a Dios y a otras ayudas, voy superando en una etapa de paz y de renovación sacerdotal.
-Necesito hablar y hablar. Pero te ruego que me interrumpas cuando lo veas conveniente.
-De acuerdo, comienza.
El seminarista Julián con dudas de fe
Julián, nervioso y con ganas de ser escuchado comenzó a desahogarse.
-Tú, Alberto, conoces mi carácter violento y la mentalidad polémica que me caracteriza. Pero quizás ignores lo que internamente me sucedió en el Seminario, en el tercer año con la Historia de la filosofía. La estudié con pasión para ver dónde estaba la verdad-verdad. Y empezó la confusión ideológica con el análisis de las diversas teorías de los filósofos. Y lo peor fueron las dudas de fe que me asaltaron. Don Felipe me animaba diciendo que era una fase normal, que intensificara la oración y que no me preocupara, que actuara con la teoría del “como si ” tuviera fe. Comprobaría cómo el estudio de la teología me calmaría.
Interrumpió Alberto
-como recordarás en teología no coincidimos pues marché a Salamanca. Pero tengo muy presente algunas de tus reacciones violentas y el afán polémico en los diálogos. Como si fuera ahora mismo, tengo presente cómo nos enfrentamos tú y yo en uno de los ejercicios dialécticos de Historia de la filosofía. Ahora bien, de tus dudas internas, claro está, nada sabía. ¿Se calmaron en teología como te anunciaba don Felipe?
El espíritu critico de Julián
-No. La profecía no se cumplió, pues me entró un espíritu crítico contra los misterios de la fe. Me parecía que “los adversarios” de las tesis teológicas tenían razón y que el magisterio se pasaba. Cultivaba dudas serias contra la fe: cuestionaba la providencia de Dios ante el dolor de los inocentes, los muchos milagros de Jesús rompiendo las leyes físicas, la naturaleza de la Iglesia como la única verdadera para salvarse, la indisolubilidad sin excepción del sacramento del matrimonio complicando más la vida del cónyuge inocente, la permanencia en el purgatorio dependiendo del comercio de las indulgencias, etc. etc. Entonces comenzaron las dudas pero lo malo es que pasaron los años y ahora siguen juntamente con otras relacionadas con las clases que imparto de Filosofía. Imagino: dudas en materia de fe no habrán faltado en el “teólogo Alberto”. ¿Verdad?
Alberto y sus tres etapas
-¡Hombre, Julián! Te diré que en mi vida tuve tres periodos: uno largo de “superseguridad” en la fe, el breve, el de la crisis de todo y también de fe, con miles de dudas. Y desde hace unos años, el Señor me está concediendo una fe acompañada de seguridad y con paz pero fundamentada. Ahora comprendo cómo existen problemas y misterios eternos de difícil solución. Es el problema eterno de la existencia del mal, el sufrimiento de los inocentes, la providencia de Dios en las desgracias. O también que una existencia histórica, la de Jesús, sea la encarnación del Dios vivo. Ahora bien, porque sean misterios no por ello los vamos a negar. Aprovecho la ocasión para recordarte que todos tenemos puntos débiles y que en el momento de la crisis surgen con más fuerza. Por ejemplo, el que duda y cuestiona muchos misterios, llegado el momento de la prueba, con más fuerza cuestiona los interrogantes, bien de valores o de la situación personal. Tú, en concreto conviene que estés en alerta y no conviertas los interrogantes en afirmaciones. Ya sabes, en tiempo de turbación no hacer mutación. A mí me ayudó para superar las dudas el actualizar los datos bíblicos y el enfocar los misterios a la luz de la cultura. Nosotros, siempre, siempre, ante la duda, quedémonos con lo que ha dado sentido a nuestra vida de adultos, a la fidelidad a las raíces cuando sus ramas sean zarandeadas por el viento cultural. Durante la tormenta, actuar el “como sí”. No seamos veletas. En plan de resumen tengo muy claros estos dos criterios: 1º las dudas de fe o contra la fe, las normales, aumentan cuando aceptamos o cuando “coqueteamos” con valores contrarios en nombre del relativismo o del pluralismo teológico. 2º La certeza, la seguridad aumenta cuando aceptamos la fe por encima de cualquiera otro valor. La fe es intocable aunque vengan las crisis.
La crisis de los 35 en Julián
-Esas reflexiones que me haces ya las escuché de don Felipe. En el seminario, la crisis de fe quedó apagada con la fuerte espiritualidad que llevaba y por el ambiente del seminario que me protegía. Entonces, las dudas no fueron problema para ordenarme. Ni problema en los primeros años del ministerio sacerdotal. Con generosidad me lancé a toda clase de apostolados y traté con muchas personas. Era aceptado y querido de mayores y de jóvenes como el cura joven y moderno. No tenía mucho tiempo para leer a mis pensadores preferidos. Yo me sentía gratificado.
Alberto confirma:
-Sí recuerdo, cuando yo estaba de profesor en el seminario, tu célebre retiro que entusiasmó a los seminaristas para que trabajaran en su santificación y en el apostolado juvenil y vocacional.
Julián padece la crisis:
-Sí, aquello eran los tiempos felices del joven sacerdote. Pero vino la crisis, ésa que dicen de los 35, que me pegó muy fuerte. Bajó el ardor apostólico, tenía más tentaciones contra el celibato y no sentía la necesidad de la oración. Volvieron las dudas contra la fe y surgieron los conflictos.
Alberto, con ánimo de dar paz, volvió a interrumpir.
-Ya sabes, Julián que todos pasamos por esa primera crisis, que si es pasajera es la menos importante. Tras el ardor o subida del celo apostólico, viene la bajada. La ilusión sacerdotal como el amor entre los esposos tiene sus fases. Es comprensible que decaiga el aspecto sensible-afectivo de los primeros años. Todo se gasta. Ahora bien, el amor como la ilusión tiene una segunda etapa de menos sensibilidad pero de mayor unión. Algo parecido sucede en el ministerio sacerdotal. Con qué ilusión-entusiasmo trabajamos los primeros años de sacerdotes. Ahora, con menos fuerzas, pero con mayor intensidad. Lo malo es cuando se presenta algún conflicto grave que perturba toda nuestra personalidad.
Julián humillado:
-Ahí, ahí está el problema. Porque me surgió un conflicto a modo de tormenta que agravó la crisis de los 35 y las dudas de fe desde el seminario. Tú estabas en América cuando me propusieron para una parroquia muy importante pero por los informes falsos y por envidia, no me la concedieron. Fui destinado a una parroquia que nosotros calificamos de última categoría, aunque más cercana a Madrid. Me sentí humillado ante los superiores y traicionado precisamente por unos que parecían ser amigos míos. Reaccioné con violencia para defender mi honor. Lamentablemente el rencor se apoderó de mi corazón: no perdonaba la mala jugada que me hicieron precisamente dos de nuestros condiscípulos, el embustero y el “que apoya”, como se dice. Los nombres, mejor que los ignores, pero sí que comprendas mi situación.
Alberto con una situación parecida
-Cierto, los nombres, mejor olvidarlos. En cuanto a comprender tu situación te respondo con sinceridad que tu reacción ha sido bastante parecida a la que mantuve durante años y de la que estoy plenamente arrepentido. Padecí los efectos del orgullo de la persona rechazada por unos y olvidada por otros. Lamentablemente experimenté el vivir bajo el resentimiento y el no querer perdonar. No supe reconocer con humildad los brotes de soberbia que desencadenaron las otras reacciones. Lógicamente, la fe y la espiritualidad se debilitaron ante el volcán de odio que puso en movimiento todo un proceso negativo, destructivo, de huída, con falsas compensaciones. Permíteme que te recuerde la relación íntima existente entre la fe y el seguimiento de Cristo, especialmente en el amor, en la humildad y en la paz interior. También te recuerdo cómo la fe como el amor son incompatibles con actitudes mantenidas de orgullo, de soberbia, como es la de no perdonar, la de alimentar el resentimiento. Sinceramente, creo que el punto más negro de tu crisis radica en la actitud que mantienes, la que te ha impedido asistir a la reunión y poder reconciliarte con ”los enemigos”. Además de la crisis de orgullo se siguen otras consecuencias negativas como ocurrió con mis experiencias “revolucionarias”
Julián con tristeza:
-casi, casi lo mismo me sucedió a mí en los meses siguientes. Para tranquilizarme, me surgió el deseo de estudiar filosofía. Conseguí el permiso y durante tres años alternaba las clases en Madrid con los fines de semana en una parroquia tranquila de la diócesis. Terminé los estudios y me dije: ¿por qué no presentarme a la cátedra de filosofía en un instituto? Al año siguiente me dieron la plaza de profesor en el pueblo en una buena parroquia donde ahora vivo con mi madre a punto de cumplir los 80 pero con una cabeza muy lúcida. Nos atiende mi hermana soltera.
Alberto: la bajada al pozo.
-Sí, Julián, tú te fuiste a Madrid a estudiar y yo a un barrio de Bogota a trabajar por y con los pobres. Pero los dos, tú y yo, huyendo de nosotros mismos, de nuestra identidad sacerdotal, saliéndonos de la fidelidad al Evangelio y de la comunión con la Iglesia. Después, en mi caso, comenzó una escalera descendente, la bajada a un pozo sin fondo.
Julián profesor de filosofía y sacerdote progresista
-Sí, la escalera descendente, la bajada al pozo. Así podría resumir mi vida en la parroquia que me gustaba, con las tareas de profesor de filosofía y de los cursos superiores de religión. Y bien considerado ante el nuevo vicario episcopal. Externamente cumplía con responsabilidad, tanto en la parroquia como en el Instituto. Siempre enseñaba conforme a la doctrina católica. Pero internamente crecían las dudas intelectuales, los fallos en la espiritualidad y la inmoralidad de mi conducta. La predicación, con el paso del tiempo me angustiaba al tener que predicar misterios que ponía en duda y respuestas que yo no cumplía. A veces me parecía escuchar a Jesús que me decía a mí lo del capítulo 23 de san Mateo: “hipócrita, sepulcro blanqueado”.
-Por esta época, ante los fieles procuraba cumplir bien con el papel de buen párroco. Te digo papel pero habría que decir que como buen funcionario porque ejecutaba rutinariamente lo que internamente no sentía.
Lector “de frontera”
-Y como disponía de tiempo libre y para la preparación de las clases, comencé a leer libros no solamente de filósofos, sino de escritores católicos demasiado progresistas a la hora de criticar agriamente los defectos de la iglesia, de exigir la libertad de los católicos, de reclamar la necesidad de otra moral más de acuerdo con nuestro tiempo, etc. Quien visite mi biblioteca comprobará que sobran los libros de “frontera” y faltan los ortodoxos y los de espiritualidad. Pasaba las horas muertas con mis lecturas favoritas y lentamente bajaba mi celo sacerdotal y la fidelidad a la oración, tanto la litúrgica como la personal. Paso a paso me alejaba del Dios que me entusiasmó en los primeros años de sacerdote. La oración, que hacía en raras ocasiones para preparar la homilía, más que comunicación interpersonal se reducía a formular por qué esto y por qué no lo otro. El amor que antes profesaba a Jesucristo, por días desaparecía aunque sí mantenía la admiración por Jesús como líder, el hombre valiente y sincero. En las teorías filosóficas, estaba más a favor de los que cuestionaban la fe. Ahora bien, para no escandalizar me reprimía para no desorientar a los jóvenes. Crecía en mí la tensión de quien cree en unas ideas pero habla de las contrarias. Toda una esquizofrenia intelectual. Y lo mismo me sucedía en las reuniones en Madrid con un grupo de compañeros “intelectuales”. Ellos exponían abiertamente sus criterios contrarios a la fe cristiana y yo me callaba o me adhería a lo que en años anteriores rechazaba. Reinaba en mí una gran tensión interna y externa. ¿Te pasó algo parecido a ti, Alberto?
Alberto asintió con tristeza.
-Pues sí. Mientras hablabas tenía presente mi estancia en Bogotá con las amistades, las lecturas poco ortodoxas y las conversaciones con cristianos muy alejados de la comunión eclesial además de acciones “revolucionarias” que antes y ahora condeno. Sí, la fe, la fe teologal en Jesucristo disminuía pero subía la admiración por el Jesús liberador. No escapé a la ley psicológica sobre la fe: su la alimentación. Cuando falta la oración, se debilita la vida espiritual, la unión con Dios y el celo apostólico en el ministerio. Cuando esto ocurre, la misma fe, desnutrida, termina por desaparecer o influir escasamente. Quizás permanezca la persona con algunos valores éticos pero desaparece el sacerdote como el hombre de fe, el transmisor del mensaje de Jesucristo. Y digo algunos valores éticos, porque la conciencia recta se convierte en permisiva y hasta laxa. Y llegamos a justificar lo que en épocas anteriores rechazábamos como inmoral, contrario a los mandamientos. Te digo lo que me sucedió en una etapa un tanto alocada de mi vida, parecida a la bajada a un pozo sin fondo.
Las visitas a Madrid. Julián con rostro adolorido.
-Alberto, me parece que hemos recorrido una etapa muy parecida. Me refiero a lo de justificar como aceptable lo que en otros tiempos veíamos claramente que era inmoral. Te contaré que a la rectitud de los primeros años siguió una mentalidad un tanto laxa de lo que era pecado, de no dar importancia en materia de sexo y de relaciones con mujeres. Con la excusa de la actualización en filosofía, de algún cursillo cultural, etc. comenzaron las visitas a Madrid. Lo que realmente buscaba era la compañía de una profesora, más o menos de mi edad, a la que conocí en la Universidad. Ya te puedes imaginar lo que sucedía de los viernes por la tarde al sábado por la noche. Ella una mujer liberada y sin compromiso. Yo, como un filósofo sin escrúpulos. Hasta caía en la justificación del que afirma “no hacemos mal a nadie”, “todos necesitamos el desahogo afectivo sexual”; “ella procura todos los cuidados para evitar maternidad”.
-Pero algo notaba mi madre cuando me decía con su intuición maternal: Julián, no me gustan nada esas visitas a Madrid. Mamá, le contestaba, son viajes justificados y tú sabes que soy responsable en mis tareas parroquiales. No pasa nada, no pasa nada.
Alberto analiza otros factores de la crisis.
-¡Qué sabiduría encierra la intuición de una madre! Yo no tenía ese freno y esa motivación en mi bajada moral. Posteriormente he reflexionado: en las crisis sacerdotales suele existir el lado oculto de la permisividad moral fruto de la tergiversación de valores. Como muy “intelectuales” y gracias a nuestro orgullo, fundamentamos bien nuestra conducta. Y por falta de humildad no medimos el peligro y nuestras fuerzas creyendo que superamos la tentación.
-Es mi triste experiencia. Paso a paso fui faltando a mis compromisos sacerdotales y a los mismos mandamientos. Cuando justificaba tales pecados, justificaba la inmoralidad. Entonces la fe se desvanecía como por encanto. Y la fe comenzó a brillar más en mí con la vuelta a la casa del Padre. Entonces salí del pozo.
Las preguntas decisivas. Julián tenía que marchar.
-Alberto, llega la hora de aterrizar. Deseo comunicarte, -por ahora no es confesión-, mi situación que resumo con estas frases: vida alejada de Dios, la fe quizás ausente o bajo mínimos, confusión de ideas, ministerio sacerdotal realizado como un funcionario más, falta de comunión con la Iglesia y tensión psicológica cada día más insoportable. También es verdad que no tengo vocación de casado pues lo de Madrid es algo ocasional y sin ningún compromiso. También es verdad que me gustaría volver a los años normales de ilusión y coherencia. Lo que sí me retiene para no secularizarme es el disgusto que daría a mi madre y el posible escándalo para tantos feligreses que tienen confianza en su cura bueno “y listo”.
Julián sacó un bloc de notas para leer con más seguridad:
-En esta situación me surgen unas preguntas decisivas para las que te pido tu respuesta lo más breve posible. Tomo nota de lo que me digas para la próxima reunión. Julián comenzó a leer los interrogantes decisivos para su vida. A cada uno y sin mediar diálogo, Alberto contestó brevemente y con mucha sinceridad.
-¿Tengo vocación o la perdí juntamente con la fe y la vida inmoral?
-Sinceramente creo que tienes vocación pero como la de un edificio golpeado por un terremoto y que necesita una reparación a fondo
-¿Puedo vivir sin fe, de modo hipócrita y con la doble vida?
-Sin fe no se puede ni se debe vivir en el sacerdocio. Pero en atención a tus muchos años de fe coherente, mi opinión es que padeces una grave enfermedad que tiene cura, no es de muerte.
-¿Merece la pena seguir viviendo de modo hipócrita y con doble vida?
-Rotundamente no. Ni un segundo más. Por dignidad personal y por la misma coherencia ante el Evangelio. Necesitas con urgencia comenzar a reparar el edificio de la fe ante que se derrumbe tu persona.
-¿Continúo como sacerdote por no disgustar a mi madre y porque tengo asegurado el futuro económico como profesor?
-La razón de tu madre debes convertirla en motivación para tu recuperación sacerdotal. La razón económica pide que actúes una respuesta coherente: solicitar la secularización y vivir con dignidad como seglar.
-¿Me falta valor para comunicar al obispo mi situación y solicitar la secularización?
-Sí, te falta valentía y humildad para hablar con el obispo y estar dispuesto a lo que te proponga. Si hay dos caminos ¿por qué no ver todas las posibilidades?
-Y la última pregunta: tú Alberto, ¿qué harías en mi situación
-Lo que hice en Bogota. Seguir los consejos de un amigo, los de Luis, realizar una buena confesión, hablar con el obispo y practicar unos días de reflexión bajo la dirección de don Felipe.
La despedida
Julián más tranquilo, después del segundo café y de fumar cinco cigarros, agradece a Alberto las dos horas de diálogo. Y, medio en broma, medio en serio, al despedirse le pregunta:
-¿y no podías ser tú el que me dirigieras esos días de retiro que me aconsejas?
Alberto sorprendido y con humor:
-lo que me faltaba, lo que me faltaba, el dirigido convertido en director espiritual. Anda, vete y habla con don Felipe, que te conoce mejor que yo. Mi tarea ya terminó. Solamente me queda pedir a Dios por tu pronta conversión, que puedas recuperar la fe perdida.
Julián: -nuevamente gracias, Alberto, pronto recibirás mi segunda visita.
12
RECUPERAR LA FE PERDIDA, DIFÍCIL TAREA
(Enero de 1981)
Al regresar de la reunión con los condiscípulos, Alberto encontró en el correo una carta de Julián, compañero del curso. Le comunicaba:
-estimado Alberto te escribo con urgencia para justificar mi ausencia en la reunión del curso. Una “providencial” gripe ha sido la causa externa, pues el médico me prescribió tres días en cama sin salir de casa. Pero, confidencialmente y con toda sinceridad, tengo que manifestarte que existen otras dos razones por las que de todas maneras no hubiera asistido. La primera, es la enemistad que mantengo con dos de los condiscípulos. Mi carácter violento y polémico hubieran estropeado la reunión. La segunda, la más fuerte y decisiva, es la situación de profunda crisis de fe por la que atravieso y que se agrava por semanas. Necesito con urgencia hablar contigo. No me encuentro con fuerzas suficientes para visitar a don Felipe, y, por otra parte, dada tu experiencia americana, tú puedes comprender mejor mi situación. Espero tu respuesta. Cordialmente Julián.
Nada más leer la carta, Alberto llamó por teléfono a Julián y lacónicamente le dijo: he leído tu carta. A tu disposición. Ven cuando puedas. Las mañanas me tienes en el museo diocesano y por las tardes en la parroquia.
Después de colgar el teléfono, Alberto pensó para sí: ¡vaya por Dios! El dirigido, ahora director. A mí que siempre me gustó organizar, hablar y mandar, ahora tendré que escuchar y dar consejos. ¡Para dar consejos estoy yo! Pero se trata de un hermano sacerdote que pide ayuda y no puedo negarme.
A la semana siguiente, a finales de enero, Julián se presentó muy temprano en el museo diocesano. Un abrazo después de muchos años sin verse, las preguntas de rigor sobre la salud y comenzó el diálogo en el despacho.
-Deseo exponerte mi situación con todo detalle para que me orientes en lo que puedas. No te habla el polémico Julián sino el amigo que desea dialogar con el condiscípulo que también tuvo su crisis y que ahora la tiene superada.
-Efectivamente, si de crisis se trata, lamentablemente tengo mi experiencia negativa que por ahora, gracias a Dios y a otras ayudas, voy superando en una etapa de paz y de renovación sacerdotal.
-Necesito hablar y hablar. Pero te ruego que me interrumpas cuando lo veas conveniente.
-De acuerdo, comienza.
El seminarista Julián con dudas de fe
Julián, nervioso y con ganas de ser escuchado comenzó a desahogarse.
-Tú, Alberto, conoces mi carácter violento y la mentalidad polémica que me caracteriza. Pero quizás ignores lo que internamente me sucedió en el Seminario, en el tercer año con la Historia de la filosofía. La estudié con pasión para ver dónde estaba la verdad-verdad. Y empezó la confusión ideológica con el análisis de las diversas teorías de los filósofos. Y lo peor fueron las dudas de fe que me asaltaron. Don Felipe me animaba diciendo que era una fase normal, que intensificara la oración y que no me preocupara, que actuara con la teoría del “como si ” tuviera fe. Comprobaría cómo el estudio de la teología me calmaría.
Interrumpió Alberto
-como recordarás en teología no coincidimos pues marché a Salamanca. Pero tengo muy presente algunas de tus reacciones violentas y el afán polémico en los diálogos. Como si fuera ahora mismo, tengo presente cómo nos enfrentamos tú y yo en uno de los ejercicios dialécticos de Historia de la filosofía. Ahora bien, de tus dudas internas, claro está, nada sabía. ¿Se calmaron en teología como te anunciaba don Felipe?
El espíritu critico de Julián
-No. La profecía no se cumplió, pues me entró un espíritu crítico contra los misterios de la fe. Me parecía que “los adversarios” de las tesis teológicas tenían razón y que el magisterio se pasaba. Cultivaba dudas serias contra la fe: cuestionaba la providencia de Dios ante el dolor de los inocentes, los muchos milagros de Jesús rompiendo las leyes físicas, la naturaleza de la Iglesia como la única verdadera para salvarse, la indisolubilidad sin excepción del sacramento del matrimonio complicando más la vida del cónyuge inocente, la permanencia en el purgatorio dependiendo del comercio de las indulgencias, etc. etc. Entonces comenzaron las dudas pero lo malo es que pasaron los años y ahora siguen juntamente con otras relacionadas con las clases que imparto de Filosofía. Imagino: dudas en materia de fe no habrán faltado en el “teólogo Alberto”. ¿Verdad?
Alberto y sus tres etapas
-¡Hombre, Julián! Te diré que en mi vida tuve tres periodos: uno largo de “superseguridad” en la fe, el breve, el de la crisis de todo y también de fe, con miles de dudas. Y desde hace unos años, el Señor me está concediendo una fe acompañada de seguridad y con paz pero fundamentada. Ahora comprendo cómo existen problemas y misterios eternos de difícil solución. Es el problema eterno de la existencia del mal, el sufrimiento de los inocentes, la providencia de Dios en las desgracias. O también que una existencia histórica, la de Jesús, sea la encarnación del Dios vivo. Ahora bien, porque sean misterios no por ello los vamos a negar. Aprovecho la ocasión para recordarte que todos tenemos puntos débiles y que en el momento de la crisis surgen con más fuerza. Por ejemplo, el que duda y cuestiona muchos misterios, llegado el momento de la prueba, con más fuerza cuestiona los interrogantes, bien de valores o de la situación personal. Tú, en concreto conviene que estés en alerta y no conviertas los interrogantes en afirmaciones. Ya sabes, en tiempo de turbación no hacer mutación. A mí me ayudó para superar las dudas el actualizar los datos bíblicos y el enfocar los misterios a la luz de la cultura. Nosotros, siempre, siempre, ante la duda, quedémonos con lo que ha dado sentido a nuestra vida de adultos, a la fidelidad a las raíces cuando sus ramas sean zarandeadas por el viento cultural. Durante la tormenta, actuar el “como sí”. No seamos veletas. En plan de resumen tengo muy claros estos dos criterios: 1º las dudas de fe o contra la fe, las normales, aumentan cuando aceptamos o cuando “coqueteamos” con valores contrarios en nombre del relativismo o del pluralismo teológico. 2º La certeza, la seguridad aumenta cuando aceptamos la fe por encima de cualquiera otro valor. La fe es intocable aunque vengan las crisis.
La crisis de los 35 en Julián
-Esas reflexiones que me haces ya las escuché de don Felipe. En el seminario, la crisis de fe quedó apagada con la fuerte espiritualidad que llevaba y por el ambiente del seminario que me protegía. Entonces, las dudas no fueron problema para ordenarme. Ni problema en los primeros años del ministerio sacerdotal. Con generosidad me lancé a toda clase de apostolados y traté con muchas personas. Era aceptado y querido de mayores y de jóvenes como el cura joven y moderno. No tenía mucho tiempo para leer a mis pensadores preferidos. Yo me sentía gratificado.
Alberto confirma:
-Sí recuerdo, cuando yo estaba de profesor en el seminario, tu célebre retiro que entusiasmó a los seminaristas para que trabajaran en su santificación y en el apostolado juvenil y vocacional.
Julián padece la crisis:
-Sí, aquello eran los tiempos felices del joven sacerdote. Pero vino la crisis, ésa que dicen de los 35, que me pegó muy fuerte. Bajó el ardor apostólico, tenía más tentaciones contra el celibato y no sentía la necesidad de la oración. Volvieron las dudas contra la fe y surgieron los conflictos.
Alberto, con ánimo de dar paz, volvió a interrumpir.
-Ya sabes, Julián que todos pasamos por esa primera crisis, que si es pasajera es la menos importante. Tras el ardor o subida del celo apostólico, viene la bajada. La ilusión sacerdotal como el amor entre los esposos tiene sus fases. Es comprensible que decaiga el aspecto sensible-afectivo de los primeros años. Todo se gasta. Ahora bien, el amor como la ilusión tiene una segunda etapa de menos sensibilidad pero de mayor unión. Algo parecido sucede en el ministerio sacerdotal. Con qué ilusión-entusiasmo trabajamos los primeros años de sacerdotes. Ahora, con menos fuerzas, pero con mayor intensidad. Lo malo es cuando se presenta algún conflicto grave que perturba toda nuestra personalidad.
Julián humillado:
-Ahí, ahí está el problema. Porque me surgió un conflicto a modo de tormenta que agravó la crisis de los 35 y las dudas de fe desde el seminario. Tú estabas en América cuando me propusieron para una parroquia muy importante pero por los informes falsos y por envidia, no me la concedieron. Fui destinado a una parroquia que nosotros calificamos de última categoría, aunque más cercana a Madrid. Me sentí humillado ante los superiores y traicionado precisamente por unos que parecían ser amigos míos. Reaccioné con violencia para defender mi honor. Lamentablemente el rencor se apoderó de mi corazón: no perdonaba la mala jugada que me hicieron precisamente dos de nuestros condiscípulos, el embustero y el “que apoya”, como se dice. Los nombres, mejor que los ignores, pero sí que comprendas mi situación.
Alberto con una situación parecida
-Cierto, los nombres, mejor olvidarlos. En cuanto a comprender tu situación te respondo con sinceridad que tu reacción ha sido bastante parecida a la que mantuve durante años y de la que estoy plenamente arrepentido. Padecí los efectos del orgullo de la persona rechazada por unos y olvidada por otros. Lamentablemente experimenté el vivir bajo el resentimiento y el no querer perdonar. No supe reconocer con humildad los brotes de soberbia que desencadenaron las otras reacciones. Lógicamente, la fe y la espiritualidad se debilitaron ante el volcán de odio que puso en movimiento todo un proceso negativo, destructivo, de huída, con falsas compensaciones. Permíteme que te recuerde la relación íntima existente entre la fe y el seguimiento de Cristo, especialmente en el amor, en la humildad y en la paz interior. También te recuerdo cómo la fe como el amor son incompatibles con actitudes mantenidas de orgullo, de soberbia, como es la de no perdonar, la de alimentar el resentimiento. Sinceramente, creo que el punto más negro de tu crisis radica en la actitud que mantienes, la que te ha impedido asistir a la reunión y poder reconciliarte con ”los enemigos”. Además de la crisis de orgullo se siguen otras consecuencias negativas como ocurrió con mis experiencias “revolucionarias”
Julián con tristeza:
-casi, casi lo mismo me sucedió a mí en los meses siguientes. Para tranquilizarme, me surgió el deseo de estudiar filosofía. Conseguí el permiso y durante tres años alternaba las clases en Madrid con los fines de semana en una parroquia tranquila de la diócesis. Terminé los estudios y me dije: ¿por qué no presentarme a la cátedra de filosofía en un instituto? Al año siguiente me dieron la plaza de profesor en el pueblo en una buena parroquia donde ahora vivo con mi madre a punto de cumplir los 80 pero con una cabeza muy lúcida. Nos atiende mi hermana soltera.
Alberto: la bajada al pozo.
-Sí, Julián, tú te fuiste a Madrid a estudiar y yo a un barrio de Bogota a trabajar por y con los pobres. Pero los dos, tú y yo, huyendo de nosotros mismos, de nuestra identidad sacerdotal, saliéndonos de la fidelidad al Evangelio y de la comunión con la Iglesia. Después, en mi caso, comenzó una escalera descendente, la bajada a un pozo sin fondo.
Julián profesor de filosofía y sacerdote progresista
-Sí, la escalera descendente, la bajada al pozo. Así podría resumir mi vida en la parroquia que me gustaba, con las tareas de profesor de filosofía y de los cursos superiores de religión. Y bien considerado ante el nuevo vicario episcopal. Externamente cumplía con responsabilidad, tanto en la parroquia como en el Instituto. Siempre enseñaba conforme a la doctrina católica. Pero internamente crecían las dudas intelectuales, los fallos en la espiritualidad y la inmoralidad de mi conducta. La predicación, con el paso del tiempo me angustiaba al tener que predicar misterios que ponía en duda y respuestas que yo no cumplía. A veces me parecía escuchar a Jesús que me decía a mí lo del capítulo 23 de san Mateo: “hipócrita, sepulcro blanqueado”.
-Por esta época, ante los fieles procuraba cumplir bien con el papel de buen párroco. Te digo papel pero habría que decir que como buen funcionario porque ejecutaba rutinariamente lo que internamente no sentía.
Lector “de frontera”
-Y como disponía de tiempo libre y para la preparación de las clases, comencé a leer libros no solamente de filósofos, sino de escritores católicos demasiado progresistas a la hora de criticar agriamente los defectos de la iglesia, de exigir la libertad de los católicos, de reclamar la necesidad de otra moral más de acuerdo con nuestro tiempo, etc. Quien visite mi biblioteca comprobará que sobran los libros de “frontera” y faltan los ortodoxos y los de espiritualidad. Pasaba las horas muertas con mis lecturas favoritas y lentamente bajaba mi celo sacerdotal y la fidelidad a la oración, tanto la litúrgica como la personal. Paso a paso me alejaba del Dios que me entusiasmó en los primeros años de sacerdote. La oración, que hacía en raras ocasiones para preparar la homilía, más que comunicación interpersonal se reducía a formular por qué esto y por qué no lo otro. El amor que antes profesaba a Jesucristo, por días desaparecía aunque sí mantenía la admiración por Jesús como líder, el hombre valiente y sincero. En las teorías filosóficas, estaba más a favor de los que cuestionaban la fe. Ahora bien, para no escandalizar me reprimía para no desorientar a los jóvenes. Crecía en mí la tensión de quien cree en unas ideas pero habla de las contrarias. Toda una esquizofrenia intelectual. Y lo mismo me sucedía en las reuniones en Madrid con un grupo de compañeros “intelectuales”. Ellos exponían abiertamente sus criterios contrarios a la fe cristiana y yo me callaba o me adhería a lo que en años anteriores rechazaba. Reinaba en mí una gran tensión interna y externa. ¿Te pasó algo parecido a ti, Alberto?
Alberto asintió con tristeza.
-Pues sí. Mientras hablabas tenía presente mi estancia en Bogotá con las amistades, las lecturas poco ortodoxas y las conversaciones con cristianos muy alejados de la comunión eclesial además de acciones “revolucionarias” que antes y ahora condeno. Sí, la fe, la fe teologal en Jesucristo disminuía pero subía la admiración por el Jesús liberador. No escapé a la ley psicológica sobre la fe: su la alimentación. Cuando falta la oración, se debilita la vida espiritual, la unión con Dios y el celo apostólico en el ministerio. Cuando esto ocurre, la misma fe, desnutrida, termina por desaparecer o influir escasamente. Quizás permanezca la persona con algunos valores éticos pero desaparece el sacerdote como el hombre de fe, el transmisor del mensaje de Jesucristo. Y digo algunos valores éticos, porque la conciencia recta se convierte en permisiva y hasta laxa. Y llegamos a justificar lo que en épocas anteriores rechazábamos como inmoral, contrario a los mandamientos. Te digo lo que me sucedió en una etapa un tanto alocada de mi vida, parecida a la bajada a un pozo sin fondo.
Las visitas a Madrid. Julián con rostro adolorido.
-Alberto, me parece que hemos recorrido una etapa muy parecida. Me refiero a lo de justificar como aceptable lo que en otros tiempos veíamos claramente que era inmoral. Te contaré que a la rectitud de los primeros años siguió una mentalidad un tanto laxa de lo que era pecado, de no dar importancia en materia de sexo y de relaciones con mujeres. Con la excusa de la actualización en filosofía, de algún cursillo cultural, etc. comenzaron las visitas a Madrid. Lo que realmente buscaba era la compañía de una profesora, más o menos de mi edad, a la que conocí en la Universidad. Ya te puedes imaginar lo que sucedía de los viernes por la tarde al sábado por la noche. Ella una mujer liberada y sin compromiso. Yo, como un filósofo sin escrúpulos. Hasta caía en la justificación del que afirma “no hacemos mal a nadie”, “todos necesitamos el desahogo afectivo sexual”; “ella procura todos los cuidados para evitar maternidad”.
-Pero algo notaba mi madre cuando me decía con su intuición maternal: Julián, no me gustan nada esas visitas a Madrid. Mamá, le contestaba, son viajes justificados y tú sabes que soy responsable en mis tareas parroquiales. No pasa nada, no pasa nada.
Alberto analiza otros factores de la crisis.
-¡Qué sabiduría encierra la intuición de una madre! Yo no tenía ese freno y esa motivación en mi bajada moral. Posteriormente he reflexionado: en las crisis sacerdotales suele existir el lado oculto de la permisividad moral fruto de la tergiversación de valores. Como muy “intelectuales” y gracias a nuestro orgullo, fundamentamos bien nuestra conducta. Y por falta de humildad no medimos el peligro y nuestras fuerzas creyendo que superamos la tentación.
-Es mi triste experiencia. Paso a paso fui faltando a mis compromisos sacerdotales y a los mismos mandamientos. Cuando justificaba tales pecados, justificaba la inmoralidad. Entonces la fe se desvanecía como por encanto. Y la fe comenzó a brillar más en mí con la vuelta a la casa del Padre. Entonces salí del pozo.
Las preguntas decisivas. Julián tenía que marchar.
-Alberto, llega la hora de aterrizar. Deseo comunicarte, -por ahora no es confesión-, mi situación que resumo con estas frases: vida alejada de Dios, la fe quizás ausente o bajo mínimos, confusión de ideas, ministerio sacerdotal realizado como un funcionario más, falta de comunión con la Iglesia y tensión psicológica cada día más insoportable. También es verdad que no tengo vocación de casado pues lo de Madrid es algo ocasional y sin ningún compromiso. También es verdad que me gustaría volver a los años normales de ilusión y coherencia. Lo que sí me retiene para no secularizarme es el disgusto que daría a mi madre y el posible escándalo para tantos feligreses que tienen confianza en su cura bueno “y listo”.
Julián sacó un bloc de notas para leer con más seguridad:
-En esta situación me surgen unas preguntas decisivas para las que te pido tu respuesta lo más breve posible. Tomo nota de lo que me digas para la próxima reunión. Julián comenzó a leer los interrogantes decisivos para su vida. A cada uno y sin mediar diálogo, Alberto contestó brevemente y con mucha sinceridad.
-¿Tengo vocación o la perdí juntamente con la fe y la vida inmoral?
-Sinceramente creo que tienes vocación pero como la de un edificio golpeado por un terremoto y que necesita una reparación a fondo
-¿Puedo vivir sin fe, de modo hipócrita y con la doble vida?
-Sin fe no se puede ni se debe vivir en el sacerdocio. Pero en atención a tus muchos años de fe coherente, mi opinión es que padeces una grave enfermedad que tiene cura, no es de muerte.
-¿Merece la pena seguir viviendo de modo hipócrita y con doble vida?
-Rotundamente no. Ni un segundo más. Por dignidad personal y por la misma coherencia ante el Evangelio. Necesitas con urgencia comenzar a reparar el edificio de la fe ante que se derrumbe tu persona.
-¿Continúo como sacerdote por no disgustar a mi madre y porque tengo asegurado el futuro económico como profesor?
-La razón de tu madre debes convertirla en motivación para tu recuperación sacerdotal. La razón económica pide que actúes una respuesta coherente: solicitar la secularización y vivir con dignidad como seglar.
-¿Me falta valor para comunicar al obispo mi situación y solicitar la secularización?
-Sí, te falta valentía y humildad para hablar con el obispo y estar dispuesto a lo que te proponga. Si hay dos caminos ¿por qué no ver todas las posibilidades?
-Y la última pregunta: tú Alberto, ¿qué harías en mi situación
-Lo que hice en Bogota. Seguir los consejos de un amigo, los de Luis, realizar una buena confesión, hablar con el obispo y practicar unos días de reflexión bajo la dirección de don Felipe.
La despedida
Julián más tranquilo, después del segundo café y de fumar cinco cigarros, agradece a Alberto las dos horas de diálogo. Y, medio en broma, medio en serio, al despedirse le pregunta:
-¿y no podías ser tú el que me dirigieras esos días de retiro que me aconsejas?
Alberto sorprendido y con humor:
-lo que me faltaba, lo que me faltaba, el dirigido convertido en director espiritual. Anda, vete y habla con don Felipe, que te conoce mejor que yo. Mi tarea ya terminó. Solamente me queda pedir a Dios por tu pronta conversión, que puedas recuperar la fe perdida.
Julián: -nuevamente gracias, Alberto, pronto recibirás mi segunda visita.