Novela PHD 21º LA ÚLTIMA Y DEFINITIVA SORPRESA

LA ÚLTIMA Y DEFINITIVA SORPRESA (15 Noviembre de 1989)

¿Qué sucedió con Alberto después de su fallecimiento en el Hospital? Pues que recibió por cuarta vez la visita de Jesús y María con quienes estableció un diálogo sobre su situación “después de muerto”. Ellos le comunicaron que muy pronto sería uno de los bienaventurados; iría al cielo pero no como algunos lo imaginan en la tierra sino que trataría a Dios de tú a tú; conseguiría la felicidad absoluta y tendría otras tareas gratificantes. El diálogo terminó bruscamente para comenzar, después de recitar una poesía, la sorpresa inimaginable, la última del pintor, cura y ahora, definitivamente místico.

Jesús y María reciben a Alberto
Mientras en la tierra, en la parroquia de Nuestra Señora de Nazaret, se realizaban las exequias por el sacerdote diocesano Alberto Navarro, su vida continuaba de manera sorprendente en el más allá de la muerte.

El paciente, a quien le falló el corazón y dejó de existir, inmediatamente escuchó una voz que le dijo:
-Alberto, aquí nos tienes, a la Madre y a mí. Soy tu amigo Jesús. Pero ahora no es una manifestación como la de los cuadros de pintura. Ahora todo es diferente. Quien te habla es Jesús resucitado y glorioso, acompañado de la Madre que te visitan por cuarta vez.
Alberto, asustado, preguntó: -pero ¿qué veo? ¿estoy muerto o vivo, en la tierra o en el cielo?
Jesús lo tranquiliza:
-ya no estás en la tierra ni puedes regresar al mundo, ya no sufres ni tampoco puedes merecer. Tu cuerpo como tal cuerpo, ahora, es un cadáver. En estos momentos le están dando sepultura en la parroquia de Nuestra Señora de Nazaret, al final de la última estación del Viacrucis, en la decimoquinta, la que pintaste como tu “última obra”. Tú, ahora, estás entrando en el cielo.
La confusión y el miedo seguían en la mente de Alberto que se creía víctima de la peor de las pesadillas: -no, no puede ser. O estoy soñando o bajo los efectos de alguna droga alucinógena. Pero si hace un momento padecía fuertes dolores y escuché cómo la enfermera me dijo: “no se preocupe que pronto se pondrá bien”. Y ahora escucho y veo a Jesús y María mucho mejor que cuando los contemplé en el diálogo que mantuve con ellos en mi taller de Nazaret. No, no puede ser: ¿o es que estoy loco?
Una vez más Alberto escucho la voz de Jesús:
-No, Alberto, ni estás loco, ni sueñas, ni te influye droga alguna, ni estás al final de un túnel donde se divisa una luz roja al fondo con mucha paz y con la posibilidad de regresar a la tierra. Tu situación ha cambiado totalmente.
Y María interviene:
-Ahora, Alberto, estás escuchando la voz de tu Madre que desea añadir más detalles sobre tu vida actual. Recuerda lo que tú mismo enseñabas:“quien muere, muere en el cuerpo pero la persona con su alma y facultades sigue viviendo en otra situación, en el más allá de la muerte.

Jesús narra lo ocurrido
-Mira, Alberto, deseo explicarte, todo lo sucedido para que te tranquilices. La enfermera, con su buena voluntad, te puso más morfina de la que tu corazón podía resistir. Actuó así para mitigar el dolor que, ciertamente, era insoportable. Y se pasó en la dosis. Te quedaste como dormido y cuando reaccionaste, creías que se había terminado el efecto de la morfina y que volvías a la vida temporal como en otras ocasiones y con los mismos sufrimientos. Pero no fue así porque tu corazón no resistió y a las pocas horas falleciste.
Ante las palabras de Jesús, surgió la perplejidad de Alberto: -si he muerto, si ya no estoy en la tierra, imagino que será el momento del examen sobre el amor o juicio particular o comienzo del purgatorio. Yo no me aclaro, Señor. Dímelo tú.
-Tranquilo, Alberto. Cierto que dejaste la tierra y te pusiste en camino hacia el encuentro con Dios. No lo dudes: has pasado de la tierra al cielo. Y como ya en la tierra purificaste tus pecados con la aceptación de tantos dolores, y por el bien que hiciste en el Hospital y en tu vida pasada, estás con nosotros para preparar tu encuentro total y definitivo con Dios.
María confirma y anima:
-No sueñas, hijo. Lo que ves y oyes es real. Ahora mismo te encuentras en la entrada al cielo donde Jesús y yo recibimos a los que “muy pronto” pertenecerán al número de bienaventurados que contemplan a Dios cara a cara. Es conveniente una preparación inmediata. Tú serás uno más de los que gozarán para siempre en el cielo-cielo, pero no como lo imaginan algunos en la tierra.

El pastor enumera opiniones sobre el “más allá”
Para que Alberto tomara conciencia de su situación presente y la futura como bienaventurado en el cielo, el Amigo y Maestro Jesús pregunta al pastor:
-¿Te acuerdas de cómo imaginan el cielo los que están en la tierra? ¿Qué opinan las personas con las que tú trataste sobre el más allá de la muerte. Es decir, sobre la vida eterna que pronto estrenarás?
Alberto ya relajado y con más confianza, comenzó a responder con mucha soltura, como si estuviera charlando con su amigo Luis: -sí, como sabes, Señor, son muy variadas las opiniones. Siempre tendré presente la respuesta de tus discípulos coherentes. Ellos creen en tu persona, acomodan su vida a tu mensaje y esperan resucitar y gozar para siempre con Dios en tu compañía. Tal y como enseñó san Pablo.
Jesús aunque satisfecho por la primera respuesta, continuó preguntando:
-Alberto, háblame de tus experiencias pastorales. Dime, ¿qué opiniones escuchaste, tanto de los que no tienen fe como de otras personas creyentes o no, con mucha fantasía, de los pragmáticos y hasta de los mismos cristianos deformados?
Creció el ambiente de confianza de Alberto con Jesús y María. Con espontaneidad y con cierta ingenuidad, les comunicó sus experiencias. Y comenzó a enumerar a tantos y tantos bautizados a los que podía calificar como:
-personas sin fe y a los que trató. Yo comprendía, aunque no aceptaba, que si rechazaban a Dios o no te aceptaban a ti, lógicamente negarían la realidad de la vida eterna o cielo. Lamenté la actitud de algunos amigos como la de Jorge Álvarez que se confesaba agnóstico porque solamente admitía lo que puede demostrarse por la razón; él sí, creía en ti pero no esperaba estar contigo después de la muerte;
-los humoristas pero no creyentes. Son los que de hecho rechazan el cielo pero, en plan de humor imaginan que “la otra vida” podría ser algo palpable y sin pobreza, con sabiduría progresiva pero sin partidos de fútbol. En ese cielo se puede vivir con una conciencia integrada escuchando a Mozart o dialogando con Platón, con una buena vida, con la compañía de amigos y con nubes para fumadores…;
-los fantasiosos. Como aquél que me dijo: “yo concibo el cielo como una continuación y una realización de mi existencia humana. El deleite de los sentidos tiene que ser uno de los aspectos fundamentales de la vida eterna como lugar de descanso, donde los “santos” son cada vez más activos, experimentan progreso espiritual y desempeñan sus ocupaciones con alegría en un entorno dinámico y lleno de movimiento;
-los pragmáticos. Me resultó difícil convencer de su error a una persona muy activa que no imaginaba un cielo con los brazos alzados en continua oración, sino como un lugar, un espacio real y físico donde se desarrolla la vida gloriosa como una ciudad en intensa actividad; un país maravilloso gozando hasta de animales de compañía. El cielo del bienaventurado debe ofrece muchas actividades, fascinantes posibilidades de ver cosas nuevas, oír sonidos nuevos y experimentar nuevas sensaciones;
-y los espirituales pero muy “especiales”. Me refiero a los que opinan al margen de la fe cristiana contemplando el “más allá” como un encuentro amistoso, sentados en la mesa habiendo encontrado al Amor y a la Vida. Y de esta manera, dicen, que viene bien repetir las frases de San Juan de la Cruz: “quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y deje, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.

¿Y qué haré en el cielo?
Jesús interrumpe
Gracias, Alberto, veo que la memoria no te falla. Como recuerdas, en los textos del Nuevo Testamento están los criterios fundamentales sobre el cielo o vida eterna. Te repito que este encuentro-diálogo tiene una doble finalidad, responder a tus preguntas y preparar tu inmediata condición de bienaventurado, todo lo que será de tu persona en el cielo y lo que tú podrás hacer durante la vida eterna.
-¡Gracias, Jesús, exclamó Alberto cada vez más preocupado por su vida celeste. Te diré que como teólogo expliqué las respuestas que resume san Agustín: “allí, en el cielo, descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos...” Pero siempre me quedó la duda sobre otras posibles tareas. Y de todas ellas, cuál será la más importante. Perdona al preguntón: “en qué ocuparé “mi tiempo” como bienaventurado?
El complaciente Jesús no eludió la respuesta:
-Son muchas las tareas que te esperan, pero la principal y más gozosa será mantener un trato íntimo con Dios. Tendrás con Él una convivencia amistosa, familiar y de comunión existencial. Tu sueño, el sueño de los místicos, pronto será una realidad para ti. Gozarás, te repito, de un trato afectuoso, cara a cara, con Dios, la unión profunda y permanente con el Amado. Te repito, vas a disfrutar de la intimidad con Dios y para siempre. Prepárate para una vida perfecta, una comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad.

¿Y alguna actividad más?
El sacerdote Alberto como capellán en el Hospital manifestó sus cualidades de pastor, persona muy sociable. En la nueva vida, y por un momento, olvidó su condición de teólogo. Sin pensarlo interrogó a Jesús sobre si él mantendría relaciones sociales con los demás bienaventurados.

Con delicadeza la Madre refrescó la memoria del olvidadizo teólogo:
Permíteme, Alberto, que te recuerde lo que tú enseñaste en una de tus homilías a los enfermos en el Hospital sobre el cielo. Con todo entusiasmo decías:“estaremos con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados, pues todos forman la Iglesia del cielo. El cielo es comunidad y los bienaventurados se comunican entre sí. Como la persona es sociable por naturaleza y como de ordinario vivió en la tierra en una comunidad, si disfrutó de un trato intenso con innumerables comunicaciones, mantendrá esta condición social en el cielo. En el Nuevo testamento, son frecuentes las imágenes de la vida eterna como una comunidad que vive la alegría de la fiesta, un banquete de bodas, gozando con el vino del reino, disfrutando en la casa del Padre…” ¿Te acuerdas, Alberto de lo que enseñabas? Pues eso mismo muy pronto lo experimentarás.



Y Jesús completa las tareas
Además de lo que la Madre te ha recordado, Alberto, ten presente que la esencia de la vida cristiana es el amor. Por lo tanto en los bienaventurados se darán las manifestaciones de gratitud, alabanza, adoración, reparación, súplica e intercesión. Sí, una última tarea de los bienaventurados consiste en el ejercicio de la intercesión, porque los que están en el cielo viven en comunión de amor con la Santísima Trinidad e interceden por los que están en la tierra. Tú, Alberto, también enseñaste que los miembros de la iglesia militante, purgante y triunfante realizan el dinamismo de los vasos comunicantes: todos unidos por el amor mutuo y por la misma alabanza. Y tú, Alberto, recibiste muchas gracias de los que están en el cielo. Tarea tuya será preocuparte de las necesidades y peticiones de los que están en la tierra.

Alberto plantea el tema de la felicidad
Asombrado por cuanto estaba escuchando el que fuera Pastor y capellán, se acordó de un interrogantes que tantos enfermos le formularon: “pero ¿seremos totalmente felices en el cielo? ¿Quedarán satisfechas todas nuestras aspiraciones?” Yo confieso que en más de una ocasión me asaltó el mismo interrogante que ahora os planteo.

Jesús: Dios nos quiere felices
Ya sé, Alberto, que tú no dudas y que con toda claridad lo dijiste a tu amigo, el agnóstico Jorge. Ciertamente que el cielo será tu nueva morada cuya bienaventuranza saciará y rebasará toda tus ansias de felicidad. Tú bien sabes que la vida eterna que vas a comenzar satisface las aspiraciones más profundas del hombre porque es el estado supremo y definitivo de dicha que Dios ha preparado para los que le aman.

María: dar felicidad, fue gran objetivo de mi Hijo
Es suficiente, Alberto, con meditar en el mensaje de Jesús, especialmente en las Bienaventuranzas. Las actitudes de pobreza, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón y paz, así como las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen su contrapartida de felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Ante todo por la existencia del Reino de los cielos. Aquí el bienaventurado consigue el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios.Y la posesión del cielo como tierra prometida. Aquí, Alberto, tú conseguirás la plena felicidad.

¿Y en que consistirá la felicidad del bienaventurado?
Queriendo justificarse por preguntar lo que debía saber, y como última duda, Alberto ratificó que él esperaba la plena felicidad, pero ¿en qué consistirá la felicidad del bienaventurado?
Jesús recurre a la teología
Hablo al teólogo, a ti Alberto, a quien recuerdo que en el lenguaje bíblico ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que pueda imaginar. La felicidad consistirá en la posesión de Dios. Donde está Dios, está la felicidad simbolizada en al banquete celestial. Ya lo dije a mis discípulos: llegarán a la alegría plena (Jn 15,11). Ciertamente que el ver a Dios supera toda felicidad. Pronto comprobarás, Alberto, cómo con “la visión beatífica”, (pues también de esta manera llamáis al cielo en la tierra), quedarán saciados todos tus deseos de felicidad, todas las ansias de saber. En adelante, ni vas a tener ganar de pintar. Y lo más importante: en el cielo, gozarás de una vida perfecta con la Santísima Trinidad, me tendrás a mí a la derecha del Padre, con la Virgen María, los ángeles y con todos los bienaventurados”.

María da el toque de alegría y de paz
Piensa, Alberto en el gozo del trato afectuoso con Dios, en el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios; en el poder disfrutar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios. ¡Qué bien escribió mi hijo Agustín de Hipona: en el cielo reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. Se cumplirán tus deseos, contemplarás sin fin, amarás sin saciedad, alabarás sin cansancio!

El ángel avisa y Alberto recita una poesía.
Sin dejar opción a más preguntas, Jesús intervino:
-Alberto, tu ángel de la guarda avisa que ha llegado el momento de presentarte a Dios. Nosotros estaremos junto al Padre para recibir a los que vienen a esta hora. Uno de ellos eres tú. No te hablaremos. Cuando pases ante el Altísimo, solamente te haremos un gesto amistoso y te sonreiremos. Ya sabes, mucha confianza en ese diálogo de amor con el Amor que no tendrá fin. Y ahora prepárate con tu plegaria favorita
Alberto sin dudar comenzó a recitar a modo de oración la poesía de San Juan de la Cruz:
¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

Comienza el “Gloria” de Beethoven.
Alberto no pudo terminar su plegaria porque en el mismo momento de pronunciar el “rompe la tela”, sonó una música fuerte y se abrió un gran telón que descubría la realidad del cielo. Alberto quedó deslumbrado ante el rostro de Dios a quien por fin veía cara a cara. Mientras tanto comenzaron a cantar con entusiasmo todas las voces de la corte celestial el Gloria de la Misa solemnis de Beethoven. De esta manera se inició la última y definitiva sorpresa para Alberto. Acabó el caminar y llegó al último peldaño. Ahora, el cura y pintor sería un místico para siempre porque gozaría de un trato afectuoso con Dios, profundo y permanente

Y AQUÍ TERMINA LA NOVELA pero queda por exponer los criterios-clave que animaron cada capítulo
Volver arriba