Novela PHD 20º. Un agnóstico emocionado ante el mensaje de la Resurrección

Se agravó de tal manera la enfermedad de Alberto que recibió la Unción de los enfermos y se despidió de los amigos. Todo con gran devoción y dolor de los presentes. Para calmar el intenso sufrimiento del enfermo se impuso la sedación hasta que de modo inesperado falleció. En el entierro participó la mayoría de los sacerdotes diocesanos que escucharon la emocionada semblanza de Luis sobre la personalidad de Alberto, un buscador incansable de Dios a quien encontró en la cruz de su enfermedad. Finalmente y muy conmovido, el agnóstico doctor Álvarez leyó el mensaje de Alberto sobre la Resurrección.



20º
EL MENSAJE DE LA RESURRECCIÓN
(Noviembre de 1989)


Bien sabía el doctor Álvarez lo que le esperaba al paciente Alberto Navarro. Por elemental prudencia, no le detalló el curso de la enfermedad en su recta final. Efectivamente, desde julio, la situación se presentó cada vez más dramática. En los meses anteriores, Alberto pudo llevar una vida “casi normal” pues dedicaba tiempo a la pintura, tenía apetito, podía dialogar con los otros enfermos, caminar un poco por el jardín y gozar celebrando la eucaristía él solo o concelebrando con Luis. Por supuesto, que se valía por si mismo para el aseo personal y para vestirse. No le costaba trabajo seguir una conversación aunque al rato se fatigara un poco. Por un tiempo hasta encontraba facilidad para rezar la Liturgia de la Horas y leer algún que otro libro de espiritualidad. Las molestias, muchas y continuas, las toleraba y le resultaba fácil controlarse para no mostrar el malestar interno.

La salud se agrava por días
Pero poco a poco, en los meses de julio y siguientes de 1989, fue perdiendo facultades y necesitando más de la ayuda ajena. Una etapa nueva en la cruz de su enfermedad que asumía con alguna que otra dificultad. Luis era testigo de cómo bajaba rápidamente la pendiente de la salud a la enfermedad extrema el antes “fuerte y todopoderoso” profesor Navarro.

A su regreso, el doctor Álvarez quedó muy impresionado al comprobar la situación del enfermo. El preveía el descenso pero no esperaba que fuera tan rápido ni tan profundo. ¡Qué diferencia entre el enfermo de junio y el que encontró en el mes de septiembre!

Entristecía contemplar al robusto Alberto esperar que viniera la enfermera para levantarle de la cama, (al poco tiempo, ni eso), para ir al aseo y poder vestirse. La hora de comer, cada vez le resultaba un tormento por la desgana que sufría. Nada le apetecía. Y llegó a tal su debilidad que necesitó alimentarse por suero.

Intentaba rezar el Breviario pero imposible la concentración y el fijar la vista. El cansancio le dominaba ante cualquier esfuerzo físico por muy elemental que fuera. Agradecía mucho más con el gesto que con la palabra el que rezaran el Padrenuestro, el Avemaría y alguna que otra jaculatoria. También sonreía agradecido cuando escuchaba trozos de los místicos como san Juan o santa Teresa.

Ni que decir tiene que los otros enfermos, los que podían, le visitaban y le animaban. Pero no por mucho tiempo. Sin querer, cerraba los ojos y entraba en un estado de sopor o sueño. Su cuerpo se debilitaba por la fiebre intermitente que no podían controlar. Los gestos de dolor, en ocasiones, eran muy manifiestos a pesar del esfuerzo que hacía por mostrar paz. La sonrisa se convertía en una mueca.

Jorge y Luis, que no dejaban de visitarlo cada día, le animaron con palabras y promesas, que ellos no creían, para que levantara los ánimos. Alberto mostraba gratitud a la buena intención con una leve y esforzada sonrisa. Fuera de la habitación, los dos amigos no podían contener su tristeza y pesimismo. Alberto se agotaba por días.

-Alberto se nos va. Lástima, decía el doctor Álvarez, que ahora no pueda motivarme como lo hizo en el mes de abril y junio sobre la esperanza y la resurrección. Sí, parece como una vela que se va apagando poco a poco.

Unción de los enfermos. La despedida
A comienzos de Noviembre de 1989, Luis creyó que se imponía administrarle la Unción de los enfermos. Se lo planteó al enfermo como mucha suavidad “para no asustarle”. Alberto respondió de modo contundente y hasta con enfado. Difícil saber de dónde sacó fuerza para emitir frases entrecortadas: “¿cómo no? ¿cómo no”? “Lo deseo, lo deseo”. ”Pronto, pronto”. “Quiero la comunión, comunión”. “Ven Jesús, ven”.

La emoción empujó a Jorge, tan acostumbrado a estas escenas, a salir de la habitación. Pasaron a saludarle los enfermos. Algunos de ellos permanecieron en la habitación pero la mayoría en el pasillo. Solamente Alberto sabía quién era el protagonista en alguna de las estaciones del Viacrucis. Los enfermos solamente sabían que uno a uno habían mantenido diálogo con el sacerdote amigo, pero no sospechaban que los otros también hubieran tenido la misma experiencia. Por última vez, las nuevas amistades visitaban al sacerdote que con toda devoción recibió la Unción de los enfermos.

Gran consuelo y emoción para Alberto poder saludar a cada uno con un pequeño apretón en la mano. La última sonrisa que Luis percibió de Alberto fue en el momento de entrar con el Santísimo. Le oyó decir con voz cada vez más debilitada: “mi amigo, mi amigo Jesús”,”mi Dios, mi todo”; “sólo Dios, siempre Dios, en todo Dios”. La acción de gracias duró mucho tiempo.

La sedación. Fallece el 15 de noviembre
Mientras tanto, Jorge como doctor responsable se planteó la necesidad de la sedación, de darle alguna que otra dosis de morfina. Pero cometió la imprudencia de no consultar su decisión con Alberto y con Luis pues esperaba una respuesta negativa. El fuerte Alberto diría que él deseaba estar consciente como Jesús en la cruz rechazando la esponja de vinagre. El cariño traicionó a Jorge que no comprendía la razón de sufrir tanto para luego morir y punto final. Y bajo su responsabilidad recetó una dosis mínima de morfina, sobre todo cuando en su ausencia, la enfermera comprendiera que lo necesitaba.
Así durante una semana. Pero a los diez días de comenzar con la dosis mínima de morfina, una noche, para evitar los agudos dolores, la enfermera de turno duplicó la dosis para que así pudiera descansar mejor.

Y descansó, sí, pero tanto, que al enfermo le sobrevino un paro cardíaco y sin especiales muestras de dolor, Alberto dejó de existir. Falleció la madrugada del 15 de noviembre de 1989, precisamente el día de San Alberto.

A las nueve de la mañana, al entrar juntos Luis y Jorge, pronto vieron que aquel rostro sereno no era de vida sino de muerte. Jorge le tomó el pulso y por todos los síntomas que constató, declaró a Luis:
-hace dos horas que nuestro amigo Alberto ha fallecido.

Oraciones ante Alberto difunto, abrazos de los amigos, certificado médico del fallecimiento con sus causas, avisos al obispado y todas las gestiones ante la funeraria para trasladar cuanto antes fuera posible el cadáver al tanatorio correspondiente. Posteriormente, el funeral en la Parroquia de Nuestra Señora de Nazaret.

El entierro. La sepultura
¿Y dónde enterrarlo? Un mes antes, al comprobar Luis la cercana muerte, consiguió del recién nombrado Obispo el permiso correspondiente para que Alberto recibiera sepulcro en su parroquia. Así la Diócesis rendía un homenaje al pintor que tanta fama proporcionó con su célebre Viacrucis.

Allí estaba preparado el sitio adecuado, debajo de la última estación.
Allí se podía colocar el letrero con el titulo de la 15ª estación: Jesús resucitado se aparece a su madre, la Virgen María. El cuadro, que Luis tomó de la habitación de Alberto días antes de su fallecimiento, presentaba como en las estaciones anteriores una persona que interroga y la oración: “Jesús, dame la alegría de resucitar un día y poder compartir contigo la gloria del Padre”.

Al día siguiente, la celebración de la misa “de corpore insepulto”, de cuerpo presente. Prácticamente concelebraron todos los sacerdotes de la Diócesis con la asistencia de la mayoría de los fieles de la parroquia. Presidió el Señor Obispo con una homilía que emocionó a todos los presentes.

Terminada la Misa, el féretro se trasladó desde el altar hasta el lugar de su sepultura a hombros de varios sacerdotes, Luis con otros condiscípulos; y dos seglares, Félix el psiquiatra y Jorge el oncólogo que tenía una razón muy especial pues la figura pintada con el interrogante, era él mismo, el doctor Jorge Álvarez.

Luis describe la personalidad de Alberto
Como era costumbre, al final de la ceremonia se leía una breve reseña del sacerdote difunto. Luis recibió el encargo que cumplió con agrado. Sus palabras:
-por el trato que nos unió desde los años como seminaristas, puedo afirmar que el sacerdote Alberto Navarro:
-buscó la belleza y la encontró en la pintura;
-buscó el sentido de la vida y lo encontró en Cristo con el reino de Dios;
-buscó la felicidad para los hombres y la encontró entre los pobres y enfermos;
-buscó su misión en la Iglesia y la encontró en el servicio a su diócesis de Toledo;
-buscó como místico ardiente a Dios y lo encontró plenamente en los últimos años de su vida en la cruz de su enfermedad.

También deseo manifestar de Alberto, por la amistad que nos unió por más de 40 años, que ascendió en la última etapa de su vida, peldaño tras peldaño, hasta la santidad sacerdotal puesto que él:
-superó la mentalidad radicalizada con el equilibrio de la caridad pastoral;
-venció el egoísmo con su entrega desinteresada a los pobres y enfermos;
-luchó incansablemente contra el orgullo de persona superdotada y aceptó como enfermo y con humildad la ayuda de otros en sus muchas limitaciones;
-progresó en la espiritualidad cristiana hasta alcanzar gracias a la enfermedad, los cumbres de la unión con Dios.

Y ahora puedo revelar un secreto: Alberto vivió durante años, desde la curiosidad por saber los misterios de la vida oculta en Nazaret y consiguió la gracia especial de escuchar y dialogar en tres ocasiones con Jesús y María, los protagonistas de sus cuadros favoritos.
Yo espero y deseo que este sacerdote toledano, ahora sí haya podido dialogar en el cielo con sus grandes amigos Jesús y María.

El doctor Álvarez emocionado ante el mensaje de la Resurrección
Terminadas las palabras de Luis, depositaron el féretro en su sepultura mientras sonó un aplauso sincero por parte de todos, especialmente de los enfermos del hospital, los que pudieron estar presentes en la misa.
El doctor Jorge Álvarez fue quien colocó en el sitio vacío el cuadro que representaba la decimoquinta estación del Viacrucis. En el momento de colocarlo se dio cuenta que era él la figura pintada a la izquierda, la que preguntaba “¿y después de esta vida, qué”? A la derecha tenía la respuesta: Jesucristo resucitado apareciéndose a la Virgen María. La oración final se veía con claridad: “Jesús, dame la alegría de resucitar un día y poder compartir contigo la gloria del Padre”. Emocionado, y repetidas veces, Jorge Álvarez rezaba: “Señor, creo pero aumenta mi fe en la vida eterna”.
Y mientras enterraban el cadáver, ¿qué sucedía a la persona de Alberto, el pintor, buen sacerdote y místico?
Volver arriba