Novela PHD 19º Un médico agnóstico y un enfermo con esperanza
El equipo médico diagnosticó al enfermo pocos meses de vida y Alberto comenzó a preparar su muerte y el encuentro definitivo con Dios. En su conversación con Luis manifestó que no tenía miedo al infierno pero sí al juicio y al purgatorio tal como él los interpretaba, como un proceso de purificación en el amor. Con el doctor Jorge Álvarez, católico de misa dominical pero que rechazaba toda existencia después de la muerte, comenzó un trato confiado que culminó en una amistosa polémica sobre el más allá de la muerte. Jorge expuso su posición agnóstica desde la razón y la historia. Como intelectual opinaba que el cielo quedaba reducido a una simple utopía. Por su parte, el teólogo Alberto prefirió comunicar sus experiencias y las razones que fundamentan el cielo y la esperanza cristiana. Por la debilidad del enfermo, el diálogo quedó cortado, se agudizaba la crisis. Pero en el médico agnóstico surgió la inquietud sobre la auténtica esperanza. Le impresionaron dos frases: el cristianismo es incomprensible sin la resurrección. Y, la fe sin esperanza es una fe mutilada.
19
UN MÉDICO AGNÓSTICO Y UN ENFERMO CON ESPERANZA
(1989)
¿Mejoró Alberto con la presentación de su Viacrucis y a pesar del desmayo por el esfuerzo y la emoción? ¿Retrocedió o se estancó en su enfermedad? El paciente bien sabía que se trataba de una mejoría pasajera, quizás aparente aunque le permitiera visitar más a los enfermos para darles ánimos y esperanza. Pero el severo tratamiento seguía igual aunque se encontrara un poco más lúcido de mente y pudiera dar pequeños paseos en el hospital.
A finales de Abril de 1989, Alberto se atrevió a preguntar al doctor Jorge Álvarez para que le dijera toda la verdad de su situación. Con crudeza le comunicó en nombre del equipo médico:
-desde nuestra perspectiva, a usted le quedan solamente unos pocos meses de vida. Pero mucho depende de la fuerza de su corazón, y, claro está, de los designios extraordinarios de Dios.
Ilusión e interrogantes ante la muerte, el tercer nacimiento
Ante el diagnóstico “de muerte a corto plazo”, el pintor Navarro como creyente y buen sacerdote, no lo dudó más. Había llegado la hora de prepararse para una buena muerte. Y así, en la capilla, con paz, fue meditando lo que tantas veces predicara a los feligreses sobre la alegría de la esperanza, la muerte como tercer nacimiento y sobre la doble fase de la vida cristiana, la temporal y la que sigue en el más allá de la muerte, la etapa escatológica.
Reflexionaba Alberto: la existencia humana es como un libro que se abrirá con la muerte. El cristiano como “otro Cristo” por la gracia bautismal, el que siguió al Maestro en su vida y ha muerto al pecado, resucitará con Cristo a la vida eterna. ¡Esta es la esperanza que me ilusiona! Si he estado unido a Cristo en mi vida sacerdotal y más ahora en la cruz, la victoria sobre la muerte será el primer rasgo como cristiano. ¿Mi esperanza? La fe me lo dice claramente: la muerte, simplemente, descorre el velo y hace posible el encuentro definitivo con el autor de la Vida. El cristiano tiene respuesta clara a la pregunta sobre la muerte ¿y después qué?
Pero la psicología del hombre, la de Alberto Navarro, se resistía a pronunciar las palabras muerte e inmortalidad sin que le produjeran un poco de escalofrío y de rechazo. ¿Morir? ¿Se acabará la posibilidad de seguir en esta vida? ¿Terminarán mis dolores con la posibilidad de otra posible vida feliz y eterna? Sus dudas pronto terminaron. Reaccionó el creyente fervoroso, también teólogo, que comenzó a recordar parte de la fe había sustentado su vida.
-Acepto la esperanza teologal que siempre me impulsó hacia Dios y que me asegura que lo esencial de la vida eterna consiste en el trato amistoso, inmediato, cara a cara, sin fe, con Dios. Y por lo tanto, que gozaré de la felicidad completa. Porque si no resucitara con Cristo, si no pudiera amar y ser amado por Dios en el cielo, sería como escribió San Pablo, un desgraciado.
Miedo al juicio, examen sobre el amor, no al infierno
Meditaba Alberto en la capilla sobre su inmediato futuro cuando, de improviso, entró Luís. Alberto comunicó al amigo el diagnóstico médico y sus interrogantes ante la muerte inminente. No le inquietaba el infierno por la misericordia infinita de Dios que quiere que todos se salven. Lo que si le ponía nervioso era el juicio ante Jesucristo juez y el purgatorio que le esperaba.
-Acógete, le animaba Luis, a la misericordia del Juez a quien tú tantas veces has pintado y dialogado. Cierto que nuestra fe nos habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida. También es segura la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. Tú, Alberto, como yo, como toda persona, según escribió tu amigo Juan de la Cruz “a la tarde te examinarán del amor”.
-¡Éso, éso, exclamó Alberto. He ahí lo que me preocupa, el examen sobre el amor! Mira, Luis, yo imagino el juicio como una confrontación entre el amor de Dios tan generoso conmigo y la respuesta tan raquítica que le he dado; entre la llamada de Cristo al sacerdocio y mi vida tantas veces dominada por el egoísmo y el orgullo; entre los dones del Espíritu Santo y los muchos pecados de infidelidad; entre las esperanzas que el prójimo depósito en mí y la insensibilidad que manifesté como la del rico epulón. Sí, Luis, para mí, el juicio será el momento de la suma vergüenza. Más que las llamas del purgatorio, en las que nunca he creído, lo que sentiré será un dolor grande ante tanto amor de Dios y tanta miseria mía. ¡Cómo deseo presentarme purificado de mi egoísmo y de tantos pecados cometidos! Y no por el deseo del premio sino para que el Padre, justo Juez, se sienta a gusto al comprobar que si mucho pequé, mucho le amé.
El purgatorio como purificación
-¡Exacto Alberto!, le interrumpió Luis. Estás describiendo el purgatorio tal y como bien sabes que lo presenta la escatología. El purgatorio no es un lugar, sino un estado de purificación, una nueva condición de vida. Dios, alfarero del hombre, con amor paterno reconstruirá las partes rotas de la obra que salió completa de sus manos.
-También me gusta imaginar el purgatorio, comentó Alberto, como un proceso de auto-purificación, como la expresión de la persona responsable que desea reparar sus faltas y no como la sentencia de una condena a cumplir. Quien es consciente de la deuda ante Dios y ante el prójimo, él mismo solicita una purificación que le restituya la dignidad manchada. Imagino que el purgatorio viene a ser como el taller para reparar la vida, la ocasión para recuperar el amor perdido o para reparar el amor deteriorado.
Luis animó a su amigo y le hizo ver cómo el dictamen médico falla muchas veces. Y que no se puede descartar el milagro. Son muchas las personas que rezan por la curación de Alberto.
-Gracias, Luis por tu visita “tan escatológica”. Ahora, para terminar y antes de la visita del doctor, léeme, por favor, alguna de las poesías de Santa Teresa sobre el deseo de ver a Dios. Y como tú bien sabes mi devoción por el pensamiento de San Juan de la Cruz, termina con la lectura, una vez más, de la LLama de amor viva.
Un médico creyente pero sin esperanza
Comenzaba Luis a leer la última estrofa de la LLama de amor viva cuando entró el doctor Jorge Álvarez. Impresionado por la poesía, rogó que repitiera la lectura porque admiraba la expresión lírica aunque no comprendía su contenido. Alberto se la explicó brevemente.
Después del examen rutinario del paciente, se entabló una conversación amistosa entre el médico y el sacerdote. Es de advertir que durante muchos meses, las visitas fueron muy de protocolo y de usted, entre el paciente Alberto y el doctor Jorge Álvarez, un apasionado de la pintura y que poseía en su casa una colección de cuadros muy valiosa. El médico coleccionista fue uno de los visitantes impresionados por el Viacrucis famoso pintado por el cura Navarro. Al contemplar las pinturas exclamó:
-¡Anda! Pues si el artista es uno de mis pacientes!
Desde entonces las visitas tenían dos momentos: el examen del paciente y el diálogo amistoso con el pintor. Con el sacerdote, vendría después, a su tiempo.
Cuando ya existía confianza entre ellos, Alberto le habló con entusiasmo de su último cuadro que estaba pintando, Jesús resucitado apareciéndose a la Virgen María. El pintor, ingenuamente, creía que se encontraba con un cristiano convencido. Pero Jorge, en tono confidencial, le dijo,
-sí, soy creyente. Como médico respeto mucho la fe y la confianza de los pacientes en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Por supuesto que admiro mucho a Jesús como uno de las personas revolucionarias más dignas de crédito que han existido en la historia. Pero murió Jesús y punto final. No acepto al Cristo resucitado con sus apariciones. Lamentablemente, no tengo respuesta al interrogante ¿después de la muerte, qué hay? Porque con la muerte todo se acaba.
-Bueno, Jorge, le contestó Alberto un tanto contrariado pero con el mismo tono de confianza. Por lo que me dices, tienes fe y expresiones de piedad. He comprobado tu responsabilidad y el amor a los enfermos. Lo que sí te falta es la esperanza, una de las tres virtudes fundamentales del cristiano. Eres un buen creyente pero con una fe un tanto recortada o mutilada. Te pareces a tantos creyentes del Antiguo Testamento, fieles a Dios y con mucha confianza pero solamente para los problemas de esta vida.
-Así es, Alberto, hace mucho tiempo que perdí la fe en la otra vida que en mí no influye para nada: ni temor ni gozo, ni esperanza. Ante este misterio, soy un agnóstico.
Entusiasmo de Alberto por su último cuadro
Respetuoso con la mentalidad del doctor Álvarez, el sacerdote guardó silencio y cambió de conversación. Sin embargo, la ausencia de esperanza cristiana en la vida del amigo Jorge ocupó un lugar preferente en su oración.
Por ahora, Alberto tenía que darse prisa y terminar su “último cuadro” que vendría a ser la decimoquinta estación del Viacrucis. Así llamaba a la resurrección de Cristo apareciéndose a la Virgen. Mientras retrataba el rostro del Cristo victorioso como vencedor de la muerte y del odio, pensaba e interiorizaba su fe en el gran misterio cristiano.
Alberto como sacerdote tenía la satisfacción de quienes, agradecidos, encuentran respuestas a sus preguntas con la Resurrección. Vivía con ilusión la espera definitiva del cristiano. Y como sacerdote pastor comprobaba que los enfermos, creyentes y con esperanza, pedían al Señor la gracia de seguir por el camino de la cruz, impulsados por el amor de Dios, atraídos por la alegría de resucitar algún día, y así poder ver a Dios cara a cara y poder compartir con Cristo la gloria del Padre. Alberto estaba convencido: la resurrección de Cristo ilumina el dolor y la muerte y da respuesta al por qué vivir, por qué sufrir y qué sentido tiene esta vida
La resurrección como “ciencia ficción”
Por el mes de junio de 1989, terminada la visita médica, Alberto invitó al doctor Álvarez a que escuchara el proyecto para su última obra:
La escena de la izquierda representará a un hombre de hoy (¡el rostro sería el mismo de Jorge!) que, desorientado, pregunta ¿qué será de mi vida después de la muerte? ¿y después, qué? La parte derecha representará a Cristo resucitado apareciéndose a su Madre, la Virgen María. Abajo, la oración expresa “Jesús, dame la alegría de resucitar un día y poder compartir contigo la gloria del Padre”.
-¿Qué te parece el proyecto de mi cuadro? Preguntó el pintor entusiasmado a su amigo Jorge. El doctor le respondió con toda sinceridad:
-un acierto en las dos pinturas que tú proyectas y con la pregunta que tantas personas nos hacemos. Pero la oración, perdona que te lo diga, me parece “un poco de ciencia ficción”. Como te dije, yo no creo en el más allá de la salvación, en el cielo, ni por supuesto, en el encuentro de Cristo resucitado con su madre.
El creyente sacerdote, Alberto, quedó satisfecho por la alabanza pero un poco contrariado por lo de “ciencia ficción” y por el rechazo de su amigo a toda esperanza cristiana. Con la confianza que les unía, le pidió que le explicara su postura. Y no con ánimo de polémica, sino con el deseo de conocer las razones de quien consideraba una persona sensata, éticamente impecable y como médico, persona familiarizada con la muerte.
El médico: el cielo desde la razón y desde la historia
Bueno, Alberto, te contestaré de amigo a amigo pero no al sacerdote teólogo. Te ruego que no te molestes. En definitiva, lo que tú deseas es mi opinión sincera. Mira, no se trata de una razón sino de varias, que, desde los años de la Universidad, se han ido acumulando hasta llegar a lo que llamo tranquilidad ante la inevitable muerte, ante el punto final de la vida humana.
El cielo en el pasado y en el presente
-En cuanto al más allá, es un denominador común en muchas culturas una existencia para después de la muerte llena de paz y felicidad para los buenos y de eternos sufrimientos para los malos. Como ves, un fenómeno cultural sin nada de especial en la religión cristiana.
-Si dejamos el pasado, especialmente desde el siglo XIX, se ha impuesto la doctrina, que tu conoces y rechazas, y que yo conozco y acepto como valor fundamental en la vida: lo único que existe es lo que se puede experimentar, todo aquello que está bajo las leyes de la naturaleza y las categorías de materia, tiempo y espacio.
Una fuga gozosa. ¡Nadie regresó del cielo!
-Y te diré algo más. El cielo para los creyentes resulta ser una “gozosa” fuga del más acá, una ingenua proyección de los anhelos que conviene desmitificar. No pasa de ser el cielo un deseo que para muchos se convierte en un conjunto de personajes irreales fruto de su necesidad y de su imaginación.
-A estas razones de más peso, se añaden otras como la más popular ante la ausencia de los seres queridos, pues no falta quien afirme que nadie ha regresado del otro mundo, del cielo.
Influye poco, pues exige renunciar a la felicidad
-Personalmente, siempre protesté contra la espiritualidad del miedo, contra el concepto de la salvación como parte de una mentalidad negativa respecto del mundo, del placer y de la felicidad. Nos decían: “quien quiera salvarse tiene que renunciar a ser feliz en esta vida, a gozar de lo que Dios creó”. Un disparate.
-Como médico, observé que en personas de cultura, lo referente al cielo poco influye en sus vidas. Sí he observado el fuerte impacto del cielo en personas de poca cultura y algún que otro intelectual. También en los que fueron educados en un temor al Dios Juez pronto a castigar al infierno. Parece que los sacerdotes y catequistas olvidaron lo más importante: el amor de Dios dispuesto a premiar a sus hijos con la bienaventuranza eterna.
Basta con la fe. La esperanza fomenta un comercio egoísta
-A mí me parece evidente que desde la mentalidad actual, el secularismo, la Iglesia debiera replantear la presentación de estos misterios del más allá. En el fondo, el cielo aparece como la salvación del individuo, carente de toda dimensión social. Viene a ser un fácil comercio de quien se porta bien y obtiene un premio. Relato infantil
-Y lo que yo pienso, Alberto, es la mentalidad de muchos, aun de creyentes y que van a Misa. Quizás pertenezcamos al grupo a los que se pueda denominar los de fe mutilada, los de fe sin esperanza
-Ese es mi pensamiento y mi actitud ante el cielo. Discúlpame, Alberto, si herí tu sensibilidad de creyente fervoroso.
El sacerdote: la vida eterna desde la experiencia y el sentimiento
Con humildad recibió Alberto el chaparrón de críticas que le dijo su amigo, creyente pero agnóstico sobre el más allá cristiano. El teólogo sufrió internamente y en varias ocasiones estuvo tentado de replicarle para completar la verdad. Pero guardó silencio y dulcificó su respuesta.
-Te agradezco tu sinceridad aunque me duele como creyente. Ahora no quiero entrar en polémica. Ni mucho menos intento convencerte o convertirte a la esperanza cristiana. Permíteme que te comunique, de amigo a amigo, olvidando que soy cura y teólogo, mis experiencias sobre el cielo o vida eterna y sobre la esperanza.
-Prescindo de la formación recibida y de lo que he predicado acerca de los Novísimos en años anteriores con sus más y sus menos. Me centro en las experiencias que motivaron mi esperanza cristiana, la que imprimió ilusión a mi vida entera.
Injusticia en la tierra, justicia en el cielo
-Lo que más me impresionó fue el descubrimiento de la pobreza y la injusticia institucional en el tercer mundo en quienes solamente les quedaba su esperanza en el “Diosito”. Y me preguntaba: ¿es que Dios pone en los corazones una aspiración que no se cumple en la tierra ni tampoco después de la muerte? ¿No existirá justicia más allá de esta vida ante las injusticias humanas?
¿Merece la pena vivir sin esperanza?
-En plan espiritual mucho me ayudó la doctrina de san Juan de la Cruz y las poesías de Santa Teresa de Jesús que reflejan la espiritualidad de millones de cristianos. Siempre me surgió el interrogante: ¿puede ser falso el mensaje de Cristo que alimentó durante siglos la vida de mártires, santos y cristianos de toda condición? Cuántas personas me han dicho: no merece la pena vivir sin esperanza en la otra vida.
-Últimamente, ha sido mi enfermedad y el trato con los enfermos que me ayudaron a interiorizar la cruz de Cristo que tiene sentido con la resurrección. Aunque sea sacerdote y teólogo, déjame que exprese mi convicción: ¿tiene explicación que yo, como tantos creyentes, agradezca a Dios mi enfermedad que me purifica y que espere encontrarme con él, si después de la muerte no hay nada?
Por la autoridad de Cristo creemos en el cielo
-Pero más que los acontecimientos, influyeron las experiencias que me condujeron a una esperanza coherente. La primera y la más importante ha sido mi amistad con Cristo, la persona más creíble como tú bien sabes, y la de mayor autoridad e influjo en mi vida. Sin esta relación tan íntima, se derrumba el edificio de mi esperanza. Profundicé en la vida de Jesucristo y comprobé que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo.
-Es lo que comprobé cuando Jesús predicaba la Buena nueva, curaba a los enfermos, compartía la alegría de la mesa familiar o de una boda. O cuando daba de comer a los hambrientos, pacificaba a los atribulados o instituía el sacramento de la eucaristía. Constaté en la vida de Jesús su deseo de procurar la felicidad en el mundo y de anticipar en la tierra lo que será la bienaventuranza eterna: una situación sin dolor, una vivencia plena de paz y amor gozando de la presencia de Dios.
Cristo no miente. Él promete la felicidad para el más allá.
-Y a la amistad con Cristo, se une mi ciega confianza en su promesa de una vida eterna con la felicidad total. Repetidas veces, el Maestro aseguró a sus seguidores una existencia feliz después de la muerte, llámese paraíso o reino de los cielos o felicidad eterna o visión de Dios.
-De su doctrina, la de Jesús, la que más me impresiona son las Bienaventuranzas. En ellas, Cristo habló del cielo como parte fundamental del Reino de Dios; reveló el estadio temporal y escatológico de la existencia humana; animó con la esperanza a los pobres, enfermos, humillados, perseguidos… etc. Para Jesús, las actitudes de pobreza, paciencia, sed de justicia, misericordia y limpieza de corazón, así como las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida en la felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión ultraterrena. Allí el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Ciertamente, Jesús revolucionó los valores del hombre porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo como es el dolor, la pobreza, la humillación, etc. Él ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
Sin la resurrección somos unos desgraciados
-Todavía puedo añadirte una tercera experiencia. Se trata de la admiración que profeso a los primeros cristianos que, como san Pablo, se fiaron de Cristo, colaboraron con él en la edificación del reino de Dios y no tuvieron miedo a la muerte porque esperaban el reencuentro glorioso con Dios Padre y con Cristo Salvador. Ellos lo tenían claro: la resurrección de Cristo cabeza fundamenta la de los cristianos. Y sin esta resurrección, parte esencial de la vida eterna, el cristiano es un infeliz, un desgraciado.
-Te resumo, Jorge: la fe coherente es incomprensible sin la esperanza en la resurrección, una esperanza que ha dado ilusión a toda mi vida.
Acabó la polémica.
El Doctor Jorge Álvarez notaba cómo el enfermo según hablaba se emocionaba más y crecía más la fatiga. Creyó oportuno aconsejarle que terminara.
-Alberto, no te canses más. Y añadió en plan medio en broma, medio irónico: casi, casi me convences con tus experiencias y tu camino hacia el cielo. Y ahora, en serio. Según te escuchaba me daba cuenta que el problema del más allá es problema de fe. Reconozco que mis convicciones religiosas están incompletas. Reconozco que el mensaje del cielo tal y como tu lo expones es bien diferente al que yo escuché. Tendré que repensar mis criterios. Reza para que a mi vida cristiana se una la esperanza gozosa en el cielo que tú vives con tanto entusiasmo.
El futuro del enfermo
Bueno, Alberto, y ahora a lo nuestro. Sigue el diagnóstico sobre tu enfermedad. Mira, has experimentado una ligera mejoría pero persiste la gravedad. Lamento decirte que te esperan unos meses difíciles. Dios quiera que tu corazón pueda superar la crisis. Sigue fielmente con el tratamiento. Estamos a finales de junio. Yo tomaré las vacaciones en julio. En agosto tengo que asistir a un curso sobre tu enfermedad. Me despido hasta septiembre. El doctor que me sustituye seguirá fielmente el tratamiento. Reza por tu amigo, “incrédulo sobre la esperanza cristiana”, pero que quisiera tener la fe que tú tienes en el cielo y en la resurrección.
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UN MÉDICO AGNÓSTICO Y UN ENFERMO CON ESPERANZA
(1989)
¿Mejoró Alberto con la presentación de su Viacrucis y a pesar del desmayo por el esfuerzo y la emoción? ¿Retrocedió o se estancó en su enfermedad? El paciente bien sabía que se trataba de una mejoría pasajera, quizás aparente aunque le permitiera visitar más a los enfermos para darles ánimos y esperanza. Pero el severo tratamiento seguía igual aunque se encontrara un poco más lúcido de mente y pudiera dar pequeños paseos en el hospital.
A finales de Abril de 1989, Alberto se atrevió a preguntar al doctor Jorge Álvarez para que le dijera toda la verdad de su situación. Con crudeza le comunicó en nombre del equipo médico:
-desde nuestra perspectiva, a usted le quedan solamente unos pocos meses de vida. Pero mucho depende de la fuerza de su corazón, y, claro está, de los designios extraordinarios de Dios.
Ilusión e interrogantes ante la muerte, el tercer nacimiento
Ante el diagnóstico “de muerte a corto plazo”, el pintor Navarro como creyente y buen sacerdote, no lo dudó más. Había llegado la hora de prepararse para una buena muerte. Y así, en la capilla, con paz, fue meditando lo que tantas veces predicara a los feligreses sobre la alegría de la esperanza, la muerte como tercer nacimiento y sobre la doble fase de la vida cristiana, la temporal y la que sigue en el más allá de la muerte, la etapa escatológica.
Reflexionaba Alberto: la existencia humana es como un libro que se abrirá con la muerte. El cristiano como “otro Cristo” por la gracia bautismal, el que siguió al Maestro en su vida y ha muerto al pecado, resucitará con Cristo a la vida eterna. ¡Esta es la esperanza que me ilusiona! Si he estado unido a Cristo en mi vida sacerdotal y más ahora en la cruz, la victoria sobre la muerte será el primer rasgo como cristiano. ¿Mi esperanza? La fe me lo dice claramente: la muerte, simplemente, descorre el velo y hace posible el encuentro definitivo con el autor de la Vida. El cristiano tiene respuesta clara a la pregunta sobre la muerte ¿y después qué?
Pero la psicología del hombre, la de Alberto Navarro, se resistía a pronunciar las palabras muerte e inmortalidad sin que le produjeran un poco de escalofrío y de rechazo. ¿Morir? ¿Se acabará la posibilidad de seguir en esta vida? ¿Terminarán mis dolores con la posibilidad de otra posible vida feliz y eterna? Sus dudas pronto terminaron. Reaccionó el creyente fervoroso, también teólogo, que comenzó a recordar parte de la fe había sustentado su vida.
-Acepto la esperanza teologal que siempre me impulsó hacia Dios y que me asegura que lo esencial de la vida eterna consiste en el trato amistoso, inmediato, cara a cara, sin fe, con Dios. Y por lo tanto, que gozaré de la felicidad completa. Porque si no resucitara con Cristo, si no pudiera amar y ser amado por Dios en el cielo, sería como escribió San Pablo, un desgraciado.
Miedo al juicio, examen sobre el amor, no al infierno
Meditaba Alberto en la capilla sobre su inmediato futuro cuando, de improviso, entró Luís. Alberto comunicó al amigo el diagnóstico médico y sus interrogantes ante la muerte inminente. No le inquietaba el infierno por la misericordia infinita de Dios que quiere que todos se salven. Lo que si le ponía nervioso era el juicio ante Jesucristo juez y el purgatorio que le esperaba.
-Acógete, le animaba Luis, a la misericordia del Juez a quien tú tantas veces has pintado y dialogado. Cierto que nuestra fe nos habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida. También es segura la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. Tú, Alberto, como yo, como toda persona, según escribió tu amigo Juan de la Cruz “a la tarde te examinarán del amor”.
-¡Éso, éso, exclamó Alberto. He ahí lo que me preocupa, el examen sobre el amor! Mira, Luis, yo imagino el juicio como una confrontación entre el amor de Dios tan generoso conmigo y la respuesta tan raquítica que le he dado; entre la llamada de Cristo al sacerdocio y mi vida tantas veces dominada por el egoísmo y el orgullo; entre los dones del Espíritu Santo y los muchos pecados de infidelidad; entre las esperanzas que el prójimo depósito en mí y la insensibilidad que manifesté como la del rico epulón. Sí, Luis, para mí, el juicio será el momento de la suma vergüenza. Más que las llamas del purgatorio, en las que nunca he creído, lo que sentiré será un dolor grande ante tanto amor de Dios y tanta miseria mía. ¡Cómo deseo presentarme purificado de mi egoísmo y de tantos pecados cometidos! Y no por el deseo del premio sino para que el Padre, justo Juez, se sienta a gusto al comprobar que si mucho pequé, mucho le amé.
El purgatorio como purificación
-¡Exacto Alberto!, le interrumpió Luis. Estás describiendo el purgatorio tal y como bien sabes que lo presenta la escatología. El purgatorio no es un lugar, sino un estado de purificación, una nueva condición de vida. Dios, alfarero del hombre, con amor paterno reconstruirá las partes rotas de la obra que salió completa de sus manos.
-También me gusta imaginar el purgatorio, comentó Alberto, como un proceso de auto-purificación, como la expresión de la persona responsable que desea reparar sus faltas y no como la sentencia de una condena a cumplir. Quien es consciente de la deuda ante Dios y ante el prójimo, él mismo solicita una purificación que le restituya la dignidad manchada. Imagino que el purgatorio viene a ser como el taller para reparar la vida, la ocasión para recuperar el amor perdido o para reparar el amor deteriorado.
Luis animó a su amigo y le hizo ver cómo el dictamen médico falla muchas veces. Y que no se puede descartar el milagro. Son muchas las personas que rezan por la curación de Alberto.
-Gracias, Luis por tu visita “tan escatológica”. Ahora, para terminar y antes de la visita del doctor, léeme, por favor, alguna de las poesías de Santa Teresa sobre el deseo de ver a Dios. Y como tú bien sabes mi devoción por el pensamiento de San Juan de la Cruz, termina con la lectura, una vez más, de la LLama de amor viva.
Un médico creyente pero sin esperanza
Comenzaba Luis a leer la última estrofa de la LLama de amor viva cuando entró el doctor Jorge Álvarez. Impresionado por la poesía, rogó que repitiera la lectura porque admiraba la expresión lírica aunque no comprendía su contenido. Alberto se la explicó brevemente.
Después del examen rutinario del paciente, se entabló una conversación amistosa entre el médico y el sacerdote. Es de advertir que durante muchos meses, las visitas fueron muy de protocolo y de usted, entre el paciente Alberto y el doctor Jorge Álvarez, un apasionado de la pintura y que poseía en su casa una colección de cuadros muy valiosa. El médico coleccionista fue uno de los visitantes impresionados por el Viacrucis famoso pintado por el cura Navarro. Al contemplar las pinturas exclamó:
-¡Anda! Pues si el artista es uno de mis pacientes!
Desde entonces las visitas tenían dos momentos: el examen del paciente y el diálogo amistoso con el pintor. Con el sacerdote, vendría después, a su tiempo.
Cuando ya existía confianza entre ellos, Alberto le habló con entusiasmo de su último cuadro que estaba pintando, Jesús resucitado apareciéndose a la Virgen María. El pintor, ingenuamente, creía que se encontraba con un cristiano convencido. Pero Jorge, en tono confidencial, le dijo,
-sí, soy creyente. Como médico respeto mucho la fe y la confianza de los pacientes en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Por supuesto que admiro mucho a Jesús como uno de las personas revolucionarias más dignas de crédito que han existido en la historia. Pero murió Jesús y punto final. No acepto al Cristo resucitado con sus apariciones. Lamentablemente, no tengo respuesta al interrogante ¿después de la muerte, qué hay? Porque con la muerte todo se acaba.
-Bueno, Jorge, le contestó Alberto un tanto contrariado pero con el mismo tono de confianza. Por lo que me dices, tienes fe y expresiones de piedad. He comprobado tu responsabilidad y el amor a los enfermos. Lo que sí te falta es la esperanza, una de las tres virtudes fundamentales del cristiano. Eres un buen creyente pero con una fe un tanto recortada o mutilada. Te pareces a tantos creyentes del Antiguo Testamento, fieles a Dios y con mucha confianza pero solamente para los problemas de esta vida.
-Así es, Alberto, hace mucho tiempo que perdí la fe en la otra vida que en mí no influye para nada: ni temor ni gozo, ni esperanza. Ante este misterio, soy un agnóstico.
Entusiasmo de Alberto por su último cuadro
Respetuoso con la mentalidad del doctor Álvarez, el sacerdote guardó silencio y cambió de conversación. Sin embargo, la ausencia de esperanza cristiana en la vida del amigo Jorge ocupó un lugar preferente en su oración.
Por ahora, Alberto tenía que darse prisa y terminar su “último cuadro” que vendría a ser la decimoquinta estación del Viacrucis. Así llamaba a la resurrección de Cristo apareciéndose a la Virgen. Mientras retrataba el rostro del Cristo victorioso como vencedor de la muerte y del odio, pensaba e interiorizaba su fe en el gran misterio cristiano.
Alberto como sacerdote tenía la satisfacción de quienes, agradecidos, encuentran respuestas a sus preguntas con la Resurrección. Vivía con ilusión la espera definitiva del cristiano. Y como sacerdote pastor comprobaba que los enfermos, creyentes y con esperanza, pedían al Señor la gracia de seguir por el camino de la cruz, impulsados por el amor de Dios, atraídos por la alegría de resucitar algún día, y así poder ver a Dios cara a cara y poder compartir con Cristo la gloria del Padre. Alberto estaba convencido: la resurrección de Cristo ilumina el dolor y la muerte y da respuesta al por qué vivir, por qué sufrir y qué sentido tiene esta vida
La resurrección como “ciencia ficción”
Por el mes de junio de 1989, terminada la visita médica, Alberto invitó al doctor Álvarez a que escuchara el proyecto para su última obra:
La escena de la izquierda representará a un hombre de hoy (¡el rostro sería el mismo de Jorge!) que, desorientado, pregunta ¿qué será de mi vida después de la muerte? ¿y después, qué? La parte derecha representará a Cristo resucitado apareciéndose a su Madre, la Virgen María. Abajo, la oración expresa “Jesús, dame la alegría de resucitar un día y poder compartir contigo la gloria del Padre”.
-¿Qué te parece el proyecto de mi cuadro? Preguntó el pintor entusiasmado a su amigo Jorge. El doctor le respondió con toda sinceridad:
-un acierto en las dos pinturas que tú proyectas y con la pregunta que tantas personas nos hacemos. Pero la oración, perdona que te lo diga, me parece “un poco de ciencia ficción”. Como te dije, yo no creo en el más allá de la salvación, en el cielo, ni por supuesto, en el encuentro de Cristo resucitado con su madre.
El creyente sacerdote, Alberto, quedó satisfecho por la alabanza pero un poco contrariado por lo de “ciencia ficción” y por el rechazo de su amigo a toda esperanza cristiana. Con la confianza que les unía, le pidió que le explicara su postura. Y no con ánimo de polémica, sino con el deseo de conocer las razones de quien consideraba una persona sensata, éticamente impecable y como médico, persona familiarizada con la muerte.
El médico: el cielo desde la razón y desde la historia
Bueno, Alberto, te contestaré de amigo a amigo pero no al sacerdote teólogo. Te ruego que no te molestes. En definitiva, lo que tú deseas es mi opinión sincera. Mira, no se trata de una razón sino de varias, que, desde los años de la Universidad, se han ido acumulando hasta llegar a lo que llamo tranquilidad ante la inevitable muerte, ante el punto final de la vida humana.
El cielo en el pasado y en el presente
-En cuanto al más allá, es un denominador común en muchas culturas una existencia para después de la muerte llena de paz y felicidad para los buenos y de eternos sufrimientos para los malos. Como ves, un fenómeno cultural sin nada de especial en la religión cristiana.
-Si dejamos el pasado, especialmente desde el siglo XIX, se ha impuesto la doctrina, que tu conoces y rechazas, y que yo conozco y acepto como valor fundamental en la vida: lo único que existe es lo que se puede experimentar, todo aquello que está bajo las leyes de la naturaleza y las categorías de materia, tiempo y espacio.
Una fuga gozosa. ¡Nadie regresó del cielo!
-Y te diré algo más. El cielo para los creyentes resulta ser una “gozosa” fuga del más acá, una ingenua proyección de los anhelos que conviene desmitificar. No pasa de ser el cielo un deseo que para muchos se convierte en un conjunto de personajes irreales fruto de su necesidad y de su imaginación.
-A estas razones de más peso, se añaden otras como la más popular ante la ausencia de los seres queridos, pues no falta quien afirme que nadie ha regresado del otro mundo, del cielo.
Influye poco, pues exige renunciar a la felicidad
-Personalmente, siempre protesté contra la espiritualidad del miedo, contra el concepto de la salvación como parte de una mentalidad negativa respecto del mundo, del placer y de la felicidad. Nos decían: “quien quiera salvarse tiene que renunciar a ser feliz en esta vida, a gozar de lo que Dios creó”. Un disparate.
-Como médico, observé que en personas de cultura, lo referente al cielo poco influye en sus vidas. Sí he observado el fuerte impacto del cielo en personas de poca cultura y algún que otro intelectual. También en los que fueron educados en un temor al Dios Juez pronto a castigar al infierno. Parece que los sacerdotes y catequistas olvidaron lo más importante: el amor de Dios dispuesto a premiar a sus hijos con la bienaventuranza eterna.
Basta con la fe. La esperanza fomenta un comercio egoísta
-A mí me parece evidente que desde la mentalidad actual, el secularismo, la Iglesia debiera replantear la presentación de estos misterios del más allá. En el fondo, el cielo aparece como la salvación del individuo, carente de toda dimensión social. Viene a ser un fácil comercio de quien se porta bien y obtiene un premio. Relato infantil
-Y lo que yo pienso, Alberto, es la mentalidad de muchos, aun de creyentes y que van a Misa. Quizás pertenezcamos al grupo a los que se pueda denominar los de fe mutilada, los de fe sin esperanza
-Ese es mi pensamiento y mi actitud ante el cielo. Discúlpame, Alberto, si herí tu sensibilidad de creyente fervoroso.
El sacerdote: la vida eterna desde la experiencia y el sentimiento
Con humildad recibió Alberto el chaparrón de críticas que le dijo su amigo, creyente pero agnóstico sobre el más allá cristiano. El teólogo sufrió internamente y en varias ocasiones estuvo tentado de replicarle para completar la verdad. Pero guardó silencio y dulcificó su respuesta.
-Te agradezco tu sinceridad aunque me duele como creyente. Ahora no quiero entrar en polémica. Ni mucho menos intento convencerte o convertirte a la esperanza cristiana. Permíteme que te comunique, de amigo a amigo, olvidando que soy cura y teólogo, mis experiencias sobre el cielo o vida eterna y sobre la esperanza.
-Prescindo de la formación recibida y de lo que he predicado acerca de los Novísimos en años anteriores con sus más y sus menos. Me centro en las experiencias que motivaron mi esperanza cristiana, la que imprimió ilusión a mi vida entera.
Injusticia en la tierra, justicia en el cielo
-Lo que más me impresionó fue el descubrimiento de la pobreza y la injusticia institucional en el tercer mundo en quienes solamente les quedaba su esperanza en el “Diosito”. Y me preguntaba: ¿es que Dios pone en los corazones una aspiración que no se cumple en la tierra ni tampoco después de la muerte? ¿No existirá justicia más allá de esta vida ante las injusticias humanas?
¿Merece la pena vivir sin esperanza?
-En plan espiritual mucho me ayudó la doctrina de san Juan de la Cruz y las poesías de Santa Teresa de Jesús que reflejan la espiritualidad de millones de cristianos. Siempre me surgió el interrogante: ¿puede ser falso el mensaje de Cristo que alimentó durante siglos la vida de mártires, santos y cristianos de toda condición? Cuántas personas me han dicho: no merece la pena vivir sin esperanza en la otra vida.
-Últimamente, ha sido mi enfermedad y el trato con los enfermos que me ayudaron a interiorizar la cruz de Cristo que tiene sentido con la resurrección. Aunque sea sacerdote y teólogo, déjame que exprese mi convicción: ¿tiene explicación que yo, como tantos creyentes, agradezca a Dios mi enfermedad que me purifica y que espere encontrarme con él, si después de la muerte no hay nada?
Por la autoridad de Cristo creemos en el cielo
-Pero más que los acontecimientos, influyeron las experiencias que me condujeron a una esperanza coherente. La primera y la más importante ha sido mi amistad con Cristo, la persona más creíble como tú bien sabes, y la de mayor autoridad e influjo en mi vida. Sin esta relación tan íntima, se derrumba el edificio de mi esperanza. Profundicé en la vida de Jesucristo y comprobé que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo.
-Es lo que comprobé cuando Jesús predicaba la Buena nueva, curaba a los enfermos, compartía la alegría de la mesa familiar o de una boda. O cuando daba de comer a los hambrientos, pacificaba a los atribulados o instituía el sacramento de la eucaristía. Constaté en la vida de Jesús su deseo de procurar la felicidad en el mundo y de anticipar en la tierra lo que será la bienaventuranza eterna: una situación sin dolor, una vivencia plena de paz y amor gozando de la presencia de Dios.
Cristo no miente. Él promete la felicidad para el más allá.
-Y a la amistad con Cristo, se une mi ciega confianza en su promesa de una vida eterna con la felicidad total. Repetidas veces, el Maestro aseguró a sus seguidores una existencia feliz después de la muerte, llámese paraíso o reino de los cielos o felicidad eterna o visión de Dios.
-De su doctrina, la de Jesús, la que más me impresiona son las Bienaventuranzas. En ellas, Cristo habló del cielo como parte fundamental del Reino de Dios; reveló el estadio temporal y escatológico de la existencia humana; animó con la esperanza a los pobres, enfermos, humillados, perseguidos… etc. Para Jesús, las actitudes de pobreza, paciencia, sed de justicia, misericordia y limpieza de corazón, así como las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida en la felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión ultraterrena. Allí el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Ciertamente, Jesús revolucionó los valores del hombre porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo como es el dolor, la pobreza, la humillación, etc. Él ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
Sin la resurrección somos unos desgraciados
-Todavía puedo añadirte una tercera experiencia. Se trata de la admiración que profeso a los primeros cristianos que, como san Pablo, se fiaron de Cristo, colaboraron con él en la edificación del reino de Dios y no tuvieron miedo a la muerte porque esperaban el reencuentro glorioso con Dios Padre y con Cristo Salvador. Ellos lo tenían claro: la resurrección de Cristo cabeza fundamenta la de los cristianos. Y sin esta resurrección, parte esencial de la vida eterna, el cristiano es un infeliz, un desgraciado.
-Te resumo, Jorge: la fe coherente es incomprensible sin la esperanza en la resurrección, una esperanza que ha dado ilusión a toda mi vida.
Acabó la polémica.
El Doctor Jorge Álvarez notaba cómo el enfermo según hablaba se emocionaba más y crecía más la fatiga. Creyó oportuno aconsejarle que terminara.
-Alberto, no te canses más. Y añadió en plan medio en broma, medio irónico: casi, casi me convences con tus experiencias y tu camino hacia el cielo. Y ahora, en serio. Según te escuchaba me daba cuenta que el problema del más allá es problema de fe. Reconozco que mis convicciones religiosas están incompletas. Reconozco que el mensaje del cielo tal y como tu lo expones es bien diferente al que yo escuché. Tendré que repensar mis criterios. Reza para que a mi vida cristiana se una la esperanza gozosa en el cielo que tú vives con tanto entusiasmo.
El futuro del enfermo
Bueno, Alberto, y ahora a lo nuestro. Sigue el diagnóstico sobre tu enfermedad. Mira, has experimentado una ligera mejoría pero persiste la gravedad. Lamento decirte que te esperan unos meses difíciles. Dios quiera que tu corazón pueda superar la crisis. Sigue fielmente con el tratamiento. Estamos a finales de junio. Yo tomaré las vacaciones en julio. En agosto tengo que asistir a un curso sobre tu enfermedad. Me despido hasta septiembre. El doctor que me sustituye seguirá fielmente el tratamiento. Reza por tu amigo, “incrédulo sobre la esperanza cristiana”, pero que quisiera tener la fe que tú tienes en el cielo y en la resurrección.