Novela PHD 5º De conservador a revolucionario
Difícil explicar el cambio de Alberto, persona radicalizada en lo antiguo y teólogo conservador, en cura revolucionario, comprometido en la liberación de los oprimidos. En América, y concretamente en un barrio de Bogotá, la injusticia social traumatizó al cura Alberto y con tal intensidad que decidió participar en el compromiso liberador dentro de una comunidad de base. Surgió el “quijote” pero en otra dirección: ahora exaltado y crítico contra toda autoridad y estructura, política o eclesial. Por un tiempo abandonó el ministerio porque se sentía más revolucionario que sacerdote y por su relación con Juanita Valera. Pero la comunidad entró en crisis y Alberto se encontró solo y hundido. En esta dramática situación, el diálogo y la amistad restablecida con Luis fueron decisivos para reflexionar sobre las causas de su crisis y para reencontrar el camino perdido.
5
DE CONSERVADOR A REVOLUCIONARIO
(1969-1974)
Fue providencial que la Conferencia episcopal española pidiera al obispo Don José María un experto en temas conciliares para impartir cursos en varios centros teológicos de Latinoamérica y también para colaborar en las tareas del CELAM en Medellín que se celebraría en 1968. El prudente obispo dudó entre enviar a Luis o Alberto. Pero se decidió por el de mayor prestigio intelectual. En buena hora para Alberto que por un tiempo dejaba el ambiente hostil de la Universidad. A Luis le vendría bien la dirección del equipo de la diócesis castellana que trabajaba en Bogotá.
Alberto no sospechaba la de sorpresas que le esperaban. Parecía que la etapa sería breve y triunfante: el profesor de la Pontificia de Salamanca regresaría a sus clases universitarias con alabanzas y nuevos compromisos académicos. No fue así. Los primeros meses, ciertamente, transcurrieron tal y como esperaba el conferenciante español. Recorrió varios países con muchos aplausos por sus intervenciones. Las charlas y meditaciones a sacerdotes, seminaristas, religiosas y algún que otro obispo fueron todo un éxito. Sin embargo la conferencia a los miembros del CELAM en Medellín solamente fue aceptada por una minoría, pues la mayoría esperaba una presentación “diferente”, más liberadora, más a tono con la situación latinoamericana. Se notaba que era un teólogo europeo de laboratorio.
Suple a Luis en la parroquia (1969)
No obstante Alberto quedó satisfecho de los primeros meses de su estancia en América Latina. Pero cuando estaba a punto de regresar, un sacerdote de su diócesis, precisamente su amigo Luis, enfermó con síntomas alarmantes. No le sentó bien el clima y una fiebre rara no le dejaba ni de noche ni de día. Y era el responsable que atendía a uno de los barrios más pobres de Bogotá. Ante esta emergencia, el obispo don José María rogó a Alberto que atendiera por un tiempo la parroquia de indígenas y que asistiera lo mejor posible al sacerdote enfermo de la Diócesis, gran apóstol pero ahora imposibilitado. Alberto accedió con gusto, especialmente porque se trataba de su amigo Luis y, además, porque sinceramente no le apetecía regresar a las clases de la Pontificia de Salamanca.
La injusticia social traumatizó al cura Alberto
Comenzó su tarea como “párroco-novicio” pues nunca antes había tenido una responsabilidad pastoral. Para su tarea, mucho le ayudaron las orientaciones de Luis, enfermo pero un experto en las tareas parroquiales.
Tres meses fueron suficientes para que Alberto valorara la cruda realidad de su parroquia, tan similar a otras tantas en América Latina.
-Ya te lo decía yo, Alberto, le amonestaba Luis desde la cama. Nuestra visión en España sobre América es muy idílica pero la vida del mundo indígena es tal cual estás descubriendo.
Pero Alberto no quedaba conforme. Cada día le impresionaba más la miseria de las viviendas, alimentación, transporte, trabajo y nulas posibilidades para los estudios. La vida de sus feligreses le causaba admiración por su testimonio cristiano pero experimentaba una profunda tristeza y una irresistible indignación por las condiciones de vida. Qué contraste entre la cruda realidad que ahora palpaba y la existencia en España un tanto burguesa de Alberto como pintor, seminarista, profesor universitario y capellán de religiosas, viviendo en una burbuja teológica, alejado del mundo de la pobreza.
Nunca, nunca imaginó que pudieran darse condiciones de vida tan infrahumanas y que fueran apoyadas por estructuras socio-culturales del todo injustas. En las visitas al hospital, Alberto se desahogaba con Luis:
-esta situación de injusticia exigen reformas profundas para dignificar a los indígenas en general y a la mujer en particular. Se imponen medidas prácticas y sobran las promesas de los políticos. Son patentes las causas de esta situación humana tan repugnante. Tú, mejor que yo, sabes que lo que palpamos es fruto de instituciones contrarias a la justicia social tanto nacional como internacional, además de la falta de la formación profesional y de tradiciones que no dejan ver lo injusto de su situación.
Compromiso liberador de una comunidad de base
Como la enfermedad de Luis se prolongaba, Alberto amplió las tareas en la parroquia y las relaciones con otros sacerdotes y laicos comprometidos en la liberación de los oprimidos, los sin voz. Aunque su estancia era ocasional, se inquietaba pensando lo que él podía y debía hacer. Así que no pudo rechazar la invitación a pertenecer en una comunidad de base. Entre sus miembros destacaba un sacerdote colombiano que participó activamente en la Asamblea del CELAM en Medellín como asesor y como uno de los redactores del Documento final. Participaban también dos sacerdotes más, una religiosa, varios jóvenes comprometidos en la liberación de los oprimidos y Juanita Valera, hija de un matrimonio rico, que se había escapado de casa.
Desconcertado. Comienza el descenso
Alberto observó desde el principio que en las reuniones se emitían opiniones y celebraciones de la Palabra contrarias al Magisterio. Como en su protesta quedó solo, y era el único español de la comunidad optó por callar. Y después, en sucesivas reuniones, incoherentemente, participó también en Eucaristías poco ortodoxas pues no estaban en comunión con la Iglesia. Años después, en España, al leer los documentos del magisterio sobre la liberación, en concreto los de 1984 y 1986, Alberto cayó en la cuenta que la Iglesia rechazaba muchos criterios y muchas respuestas de los miembros de su comunidad de base.
En una de las reuniones, Alberto escuchó el testimonio sobre la vida del sacerdote Camilo Torres. El teólogo español, que desconocía la historia del colombiano, se interesó por conocer los detalles del cura guerrillero. Admiración, dudas y rechazo por un testimonio que no cuadraba con su personalidad pero le dejó huella. No olvidó tan fácilmente la coherencia de quien lo tenía todo y todo lo abandonó creyendo que su presencia era necesaria entre los guerrilleros. El intelectual Alberto estaba desconcertado ante las dos realidades: la situación tan infrahumana de su feligresía y las respuestas “revolucionarias” de quienes se sacrificaban por ayudar a los necesitados pero rompían en muchos aspectos con la comunión eclesial.
Exaltado y crítico contra la Iglesia
Alberto, como buen pastor se entregó a sus feligreses. Pero como primario y apasionado, en el punto álgido de su exaltación pastoral y teológica, en plan de intimidad, se desahogaba con Luis:
-quien palpe esta realidad no puede reaccionar de otra manera diferente a la que hizo Camilo Torres o los de mi comunidad. Tú ya sabes lo que ha sido mi postura ante la Iglesia y la sana doctrina. Pero ante una situación tan dramática, me brotan críticas contra todos, incluida la Iglesia institucional. Denuncio a quienes se cruzan de brazos y se limitan a dar “consejitos” de resignación y paciencia para llevar la cruz de la pobreza.
-No te pases, Alberto, no te pases, le respondió su amigo Luis. Domina un poco al quijote que llevas dentro. Nosotros, ni conservadores ni revolucionarios. Busca el punto medio.
Alberto oía pero no escuchaba. Su psicología había entrado en una órbita acelerada de indignación y odio contra las posturas falsas y las respuestas injustas. Y en su comunidad y en la parroquia comenzó a cambiar. Era la psicología del Alberto conservador radicalizado pero ahora adquiría reacciones propias de un radicalizado pero a la izquierda, de un revolucionario dispuesto a todo, hasta la violencia.
El párroco enfermo, el veterano de la HOAC, Luis, escuchó asustado en una de las visitas, las palabras en tono agresivo de Alberto:
-¿que hace la Iglesia para luchar contra la desigualdad? ¿No es cierto que se encuentra con los que tienen el poder y la riqueza? ¿Estamos abandonando a los pobres que son la mayoría? Nosotros no podemos apoyar a esta “iglesia” que permanece pasiva y con métodos tradicionales. Bien sabes, Luis, cómo muchos clérigos se aprovechan y hasta se enriquecen de la religiosidad de un pueblo ignorante, con poca cultura. Un pueblo profundamente religioso y con unos valores humanos y cristianos que ya los quisiéramos tener en España. Ahora comprendo mejor los aspectos positivos de la religiosidad popular que antes no valoraba por mis prejuicios intelectuales. Luis, nos encontramos ante personas humilladas y condenadas a una existencia sin futuro. ¡Necesitan de nuestra ayuda! ¡No podemos quedar pasivos!
Luis, impresionado y hasta con un poco de miedo, trató de calmar al amigo pero dada su enfermedad, se cansaba mucho al hablar y no encontraba la frase adecuada para responder al dialéctico profesor. Callaba y rezaba porque no sabía en qué iba a parar aquella situación que adquiría acentos dramáticos.
Revolucionario más que sacerdote. ¿Juanita Valera o María Luisa?
. El impetuoso párroco, que ya no era un novicio sino el líder de la comunidad de base y, por supuesto de su parroquia, continuó con una actividad febril: agitador de masas, el primero en las manifestaciones, detenido y en la cárcel más de una vez, no escuchó al Vicario de la diócesis que le llamó la atención y hasta le amenazó con enviarle a España.
Sí, Alberto era el primero en el compromiso liberador pero descuidaba la oración y los compromisos litúrgicos como sacerdote. La misma eucaristía era ocasional y los ritos no se ajustaban a la Liturgia católica, ni mucho menos. Algo insólito en quien siempre defendió la ortodoxia y la fidelidad total a la Iglesia y a los compromisos sacerdotales.
Por si faltaba algo, sucedió que dentro de la comunidad, Juanita Valera, la hija del “papa” rico” destacaba por su entusiasmo y entrega en favor de los pobres. En su entusiasmo juvenil, ella quería reparar los pecados de los ricos y de los poderosos. Por eso se escapó de casa y se integró en la comunidad donde estaba Alberto. Y comenzó entre los dos, primero una colaboración y una amistad, pero con el trato más prolongado y más íntimo terminó en un noviazgo. Renació en Alberto el amor por su primera novia, María Luisa, con la que rompió antes de entrar al seminario y a la que contemplaba en la joven colombiana. Es difícil explicar cómo el impecable profesor que desde su entrada en el Seminario guardó distancias con la mujer y se mantuvo fiel al celibato, ante la nueva situación, perdió progresivamente muchos de sus grandes valores religiosos y morales. Alberto, ahora con nula vida de piedad, escasa fe y desvinculado de la Iglesia. Alberto, el hombre que necesitaba el amor de una mujer. Pero en el fondo a quien quería era a la primera novia y no a Juanita a la que utilizaba solamente en plan pasional. No podía olvidar a la joven piadosa, un tanto tímida y caritativa, intachable en la moral sexual. Muy diferente de la compañera, de Juanita, la joven con mucha personalidad, entregada a los pobres pero un tanto liberal en las respuesta sobre el sexo y la espiritualidad cristiana.
Por un tiempo abandona el ministerio
Una vez recuperado, Luis asumió toda la responsabilidad de la parroquia y agradeció a Alberto cuanto hizo durante su enfermedad. Ignorando lo que sucedió a su amigo en los últimos meses, le preguntó qué planes tenía, si deseaba marchar a Salamanca o continuar en Bogotá.
Grande fue la sorpresa del ingenuo Luis al escuchar los detalles de la vida de Alberto. Nunca olvidó sus palabras:
-Ya sabes, Luis, cómo he ido evolucionado hacia una vida de total compromiso con los pobres compartiendo con ellos mi vida. Pero lo lamentable es que me aparté tanto de la vida espiritual propia del sacerdote que ahora no me encuentro en disposición de seguir en el ministerio. He decidido tomarme un tiempo de reflexión viviendo independientemente fuera de la parroquia y con el dinero que obtenga como pintor. También mi comunidad me ayudará.
Inútiles fueron los ruegos de Luis para que permaneciera en la parroquia. Más que nunca necesitaba su compañía. Pero Alberto mantuvo firme su decisión. Le agradeció con toda el alma cuanto había hecho por él y se despidió sin decirle que en adelante viviría con Juanita y con otros miembros de la comunidad.
¿Cómo se explica el cambio de teólogo conservador a cura revolucionario?
A primera vista, parece inexplicable tal cambio pero analizando acontecimientos y respuestas de Alberto en los primeros meses de su estancia en Bogotá, aparecen razones que justifican, en buena parte, el cambio tan radical de conducta en la misma persona, antes sacerdote conservador y ahora con respuestas de cura revolucionario.
Desde luego que el cambio no fue de personalidad. En América continuó el mismo Alberto, quijote idealista, radical, generoso, sincero, amante siempre de la justicia y de la verdad donde estuviera, rebelde ante la falsedad y la injusticia. Hombre muy sensible al dolor ajeno pero orgulloso y terco en lo que creía ser la aplicación del Evangelio. Durante mucho tiempo permaneció fiel a sus compromisos como sacerdote, siempre responsable y coherente como cuando dejó a su novia para entrar en el seminario, se acomodó a la vida de formación para ser un “santo sacerdote”, explicó la sana doctrina como profesor, se mostró ejemplar como capellán de religiosas y aceptó con gusto servir en la parroquia del enfermo Luis.
Entonces, ¿qué sucedió para terminar en la crisis tan profunda con posibilidad de abandonar definitivamente el sacerdocio?
Para responder al interrogante conviene analizar el interior del teólogo conservador. Venía dolido de España, herido en su orgullo. Alberto, inteligente como el primero, se dio cuenta que prácticamente había fracasado como profesor en Salamanca. Los alumnos lo rechazaron y los profesores compañeros no lo respaldaron. Sí que apoyaron el tiempo sabático justificado con los cursos y conferencias que podía dar en América. Pero el nuevo y joven profesor estorbaba. En buena hora que marchaba de Salamanca.
Reflexionando sobre las causas de su fracaso, Alberto comprobó que en el fondo estaba su mentalidad y sus métodos muy tradicionales. A regañadientes fue aceptando que la verdad no está siempre en lo antiguo por lo antiguo sino también en otros criterios y métodos diferentes. Buena prueba encontró en los documentos de Medellín. Descubrió que en su vida de profesor había olvidado la historia y que su discurso era exclusivamente deductivo. Gráficamente: hasta ahora su mentalidad se asemejaba a una flecha que arrancaba de los principios tradicionales y se clavaba en las situaciones. Alberto se había olvidado de la vertical que surge de la vida, de la praxis, e interpela al mensaje cristiano. Ahora “descubría” la historia como fuente del saber teológico. Alberto comenzó a dudar y a perder seguridad intelectual.
Al orgullo herido de Alberto y a las dudas del teólogo, se unió el impacto tan fuerte que provocó en su sensibilidad humana y sacerdotal la pobreza y la situación de miseria sin futuro en la cual estaban sumergidos millones de personas. El teólogo de la burbuja escolástica pisó tierra y reaccionó con indignación. La persona sincera y coherente no se conformaba con buenas palabras. El sacerdote “quijote” que antes luchaba contra los molinos del error, ahora se dirigía furioso contra los molinos de la injusticia. Pero no cambió el caballero andante montado en el mismo Rocinante de su personalidad pero con dirección contraria y contra nuevos enemigos. Si antes le parecía que su misión era conservar la verdad y los métodos de siempre, ahora se imponía defender la justicia y a las víctimas de la injusticia. Si en el ayer su postura social era más bien burguesa, conservadora, ahora su mismo idealismo, coherencia y radicalidad, le impulsaban a criterios y respuestas radicales aunque fueran revolucionarias. El problema no era si las ideas teológicas eran antiguas o nuevas, sino el de las personas que sufren por la injusticia y el de otras que se aprovechan y oprimen. Su pregunta: ¿cómo ayudará la reflexión teológica al pobre oprimido?
El cartucho de pólvora ya estaba preparado. Solamente faltaba la doble mecha. Por una parte la vida parroquial y la comunicación con otras personas radicalizadas en lo social, por el compromiso liberador, pero alejadas de la mínima comunión eclesial. Y por otra, el detonante, la debilidad del sacerdote que abandona la oración y cree que él solo puede superar las tentaciones ideológicas y las afectivas como era su amistad con Juanita. Y no fue así. Como sucedió a muchos sacerdotes que dejaron el ministerio sacerdotal, la razón más poderosa no estaba en los otros (llámese Iglesia, políticos, fe mal formulada, estructuras desfasadas....) sino dentro de quienes, orgullosos y dogmáticos, sucumbieron a las debilidades que nunca reconocieron. Y en la soledad, como todo corazón humano, anhelaban amar y ser amado por una mujer.
Comienza a superar la crisis sacerdotal (1973-1974)
Conviene repetirlo: Alberto siempre fue amante de la verdad y sincero en sus expresiones. En la nueva vida que comenzó con Juanita Valera y con los de su comunidad, junto a las tareas pictóricas (tenía que ganarse la vida) y las de evangelización, Alberto encontró tiempo para seguir reflexionando y escuchando (por la lectura, claro está) la otra parte de la verdad que había minimizado o despreciado. Releyó la doctrina social de la Iglesia, el mensaje sociopolítico del Vaticano II en la Gaudium et spes (¡cómo le impresionó el n. 69!) y los valientes pronunciamientos de los obispos americanos en Medellín. Leyéndolos, sentía hasta vergüenza al recordar que vino a las “américas” con la pretensión de enseñar cuando lo que él necesitaba era aprender, el ser evangelizado.
En concreto, los documentos de Medellín le esclarecieron muchas ideas. Igualmente, los escritos de teólogos americanos comprometidos con la liberación. Leyó y releyó la Teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez con el cual hasta pudo mantener una larga conversación. Admiró la postura cristiana y la dialéctica teológica del sacerdote peruano, tan diferente de algunos de sus imitadores, “liberadores exaltados”. En el teólogo de la liberación, Alberto comenzó a encontrar el punto medio del que le habló Luis. Ahora ya admitía que podía estar con los pobres pero fiel a los compromisos sacerdotales y en comunión con la Iglesia. La cabeza frenaba pero la psicología seguía empujando y los compromisos afectivos no se podían quitar en tan poco tiempo. Y lamentablemente llegó un momento en el que Alberto no ejercía para nada como sacerdote, vivía con Juanita Valera y evitaba cuanto podía las invitaciones de Luis. Quería, él solo, seguir en su tiempo de reflexión junto a su comunidad de base.
Crisis en la comunidad de base. Soledad y hundimiento de Alberto
Nombrado Alberto responsable de la comunidad quiso imponer sus criterios con su fuerte temperamento. Surgieron las tensiones, enfrentamientos por las exigencias tan duras de vida que imponía el “cura español”, sobre todo en el tema de la pobreza y en las acciones que rayaban en la violencia. Y comenzaron las retiradas con diversas excusas: por el autoritarismo del responsable, por la ineficacia del plan trazado, la salud, los peligros económicos para el futuro, etc.
Total, que Alberto quedó solo con Juanita que por razones familiares también abandonó la comunidad. En efecto sus padres, íntegros católicos colombianos, terratenientes a 500 kilómetros de Bogotá, no soportaban la huída de la hija y que conviviera con un cura en un ambiente de miseria. Para rescatarla idearon un engaño. Enviaron a cuatro personas conocidas que le comunicaron: tu madre está a punto de morir y llama insistentemente a su hija. Juanita cayó en la trampa. Muy nerviosa se despidió de Alberto creyendo que pronto regresaría. Los dos se quitaron un peso: ella porque se libraba del machista español. Y Alberto porque no estaba enamorado y Juanita era un estorbo para su futuro.
Luis, el amigo fiel
La comunidad desapareció y Alberto sintió la soledad del extranjero que palpa inútiles sus esfuerzos por ayudar a los más necesitados. Por otra parte, sus pinturas ya no se vendían como antes. Empezó a pasar necesidad. En aquellos días tristes mucho le consoló su permanente devoción a la Virgen María. Cuántas veces acudió al santuario donde se conserva la patrona de Colombia, virgen de Chiquinquirá. La Madre parecía decirle: “Alberto vuelve al primer camino”. Pero Alberto no tenía fuerzas para dar marcha atrás a su vida. Su orgullo apagaba los débiles deseos de regresar a la parroquia de los españoles.
Enterado Luis de la situación de su amigo, lo buscó por todos los barrios de Bogotá hasta encontrarle vendiendo sus cuadros en la puerta de un mercado popular. El primer diálogo fue tenso y dramático. Luis, con suavidad para no humillarle, le hizo ver lo positivo de su experiencia. Alberto, sin levantar la cabeza le escuchó en silencio por la amistad que le unía, accedió a regresar y abandonar la casita donde vivía.
Instalado en la parroquia de Luis, Alberto habló y habló cuanto quiso. Fueron días muy duros para los dos. Compartían la oración pero no la concelebración eucarística. Un tanto deprimido, Alberto repetía una y otra vez: ¿cómo es posible que haya llegado a esta situación? Tanto esfuerzo ¿para qué ha servido? Y ahora ¿qué? ¿Y mi futuro?
El sincero amigo Luis respetaba a Alberto por la superioridad intelectual. Pero por la amistad que les unía y por la situación tan lamentable en que se encontraba se armó de valor para hablarle con el corazón en la mano y con toda crudeza:
-mira, Alberto, como sabes nuestra amistad arranca desde antes de ingresar al Seminario. Yo te conozco y tú me conoces. No nos podemos engañar. Ahora me toca hablarte con sinceridad como me gustaría que tú me hablaras a mí si estuviera en tu situación. A tu pregunta sobre el camino a seguir en el futuro, te respondo con toda honestidad, yo creo que ante todo conviene que tomes conciencia de la trayectoria que has seguido: de una posición conservadora de muchos años pasaste en pocos meses al otro extremo, al progresismo revolucionario. Ahora bien, tanto en una postura como en la otra, obraste con sinceridad y coherentemente a impulsos de tus convicciones. Todos cometemos errores y tú también los has cometido. Además, bien sabes lo que te ha sucedido con tu amistad femenina. Me dices que no hay ninguna paternidad por medio. ¡Bendito sea Dios! Pero un primer paso imprescindible consiste en un análisis de tu conducta seguida ante ti mismo y ante Dios. Y en reconocer con humildad los errores y ofensas cometidas.
En otra conversación posterior, Luis volvió a la carga:
-como tú bien sabes, Alberto, en la vida hay que elegir entre el camino que no debemos seguir y el que puede ayudarnos a superar nuestra crisis. Por supuesto que debes alejar la tentación de abandonar el sacerdocio y la Iglesia. Siempre te has sentido sacerdote y ahora no hay razón para abandonar lo que dio sentido a tu vida. ¿Qué hacer? Sinceramente: marcha a España, habla con nuestro Obispo que siempre te manifestó aprecio, y solicita un tiempo para rezar y reflexionar sin cargo parroquial. También te sugiero que hables con don Felipe, el director espiritual que tanto nos ayudó en los momentos de nuestras crisis vocacionales. Una buena dirección en un clima sereno te ayudará a reencontrarte. Imagino que tendrás oportunidad para retomar tu afición por la pintura y por tus inquietudes sobre la vida de Jesús y María. Recuerda la “lata” que me dabas con tus preguntas sobre qué hacían y de qué hablaban.
-Gracias, Luis, las conversaciones de estos días me han hecho recapacitar. Todavía necesito un tiempo para serenarme. Gracias también porque tu absolución sacramental me ha infundido mucha paz. Escribiré al obispo don José María y empezaré a preparar el viaje de regreso.
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DE CONSERVADOR A REVOLUCIONARIO
(1969-1974)
Fue providencial que la Conferencia episcopal española pidiera al obispo Don José María un experto en temas conciliares para impartir cursos en varios centros teológicos de Latinoamérica y también para colaborar en las tareas del CELAM en Medellín que se celebraría en 1968. El prudente obispo dudó entre enviar a Luis o Alberto. Pero se decidió por el de mayor prestigio intelectual. En buena hora para Alberto que por un tiempo dejaba el ambiente hostil de la Universidad. A Luis le vendría bien la dirección del equipo de la diócesis castellana que trabajaba en Bogotá.
Alberto no sospechaba la de sorpresas que le esperaban. Parecía que la etapa sería breve y triunfante: el profesor de la Pontificia de Salamanca regresaría a sus clases universitarias con alabanzas y nuevos compromisos académicos. No fue así. Los primeros meses, ciertamente, transcurrieron tal y como esperaba el conferenciante español. Recorrió varios países con muchos aplausos por sus intervenciones. Las charlas y meditaciones a sacerdotes, seminaristas, religiosas y algún que otro obispo fueron todo un éxito. Sin embargo la conferencia a los miembros del CELAM en Medellín solamente fue aceptada por una minoría, pues la mayoría esperaba una presentación “diferente”, más liberadora, más a tono con la situación latinoamericana. Se notaba que era un teólogo europeo de laboratorio.
Suple a Luis en la parroquia (1969)
No obstante Alberto quedó satisfecho de los primeros meses de su estancia en América Latina. Pero cuando estaba a punto de regresar, un sacerdote de su diócesis, precisamente su amigo Luis, enfermó con síntomas alarmantes. No le sentó bien el clima y una fiebre rara no le dejaba ni de noche ni de día. Y era el responsable que atendía a uno de los barrios más pobres de Bogotá. Ante esta emergencia, el obispo don José María rogó a Alberto que atendiera por un tiempo la parroquia de indígenas y que asistiera lo mejor posible al sacerdote enfermo de la Diócesis, gran apóstol pero ahora imposibilitado. Alberto accedió con gusto, especialmente porque se trataba de su amigo Luis y, además, porque sinceramente no le apetecía regresar a las clases de la Pontificia de Salamanca.
La injusticia social traumatizó al cura Alberto
Comenzó su tarea como “párroco-novicio” pues nunca antes había tenido una responsabilidad pastoral. Para su tarea, mucho le ayudaron las orientaciones de Luis, enfermo pero un experto en las tareas parroquiales.
Tres meses fueron suficientes para que Alberto valorara la cruda realidad de su parroquia, tan similar a otras tantas en América Latina.
-Ya te lo decía yo, Alberto, le amonestaba Luis desde la cama. Nuestra visión en España sobre América es muy idílica pero la vida del mundo indígena es tal cual estás descubriendo.
Pero Alberto no quedaba conforme. Cada día le impresionaba más la miseria de las viviendas, alimentación, transporte, trabajo y nulas posibilidades para los estudios. La vida de sus feligreses le causaba admiración por su testimonio cristiano pero experimentaba una profunda tristeza y una irresistible indignación por las condiciones de vida. Qué contraste entre la cruda realidad que ahora palpaba y la existencia en España un tanto burguesa de Alberto como pintor, seminarista, profesor universitario y capellán de religiosas, viviendo en una burbuja teológica, alejado del mundo de la pobreza.
Nunca, nunca imaginó que pudieran darse condiciones de vida tan infrahumanas y que fueran apoyadas por estructuras socio-culturales del todo injustas. En las visitas al hospital, Alberto se desahogaba con Luis:
-esta situación de injusticia exigen reformas profundas para dignificar a los indígenas en general y a la mujer en particular. Se imponen medidas prácticas y sobran las promesas de los políticos. Son patentes las causas de esta situación humana tan repugnante. Tú, mejor que yo, sabes que lo que palpamos es fruto de instituciones contrarias a la justicia social tanto nacional como internacional, además de la falta de la formación profesional y de tradiciones que no dejan ver lo injusto de su situación.
Compromiso liberador de una comunidad de base
Como la enfermedad de Luis se prolongaba, Alberto amplió las tareas en la parroquia y las relaciones con otros sacerdotes y laicos comprometidos en la liberación de los oprimidos, los sin voz. Aunque su estancia era ocasional, se inquietaba pensando lo que él podía y debía hacer. Así que no pudo rechazar la invitación a pertenecer en una comunidad de base. Entre sus miembros destacaba un sacerdote colombiano que participó activamente en la Asamblea del CELAM en Medellín como asesor y como uno de los redactores del Documento final. Participaban también dos sacerdotes más, una religiosa, varios jóvenes comprometidos en la liberación de los oprimidos y Juanita Valera, hija de un matrimonio rico, que se había escapado de casa.
Desconcertado. Comienza el descenso
Alberto observó desde el principio que en las reuniones se emitían opiniones y celebraciones de la Palabra contrarias al Magisterio. Como en su protesta quedó solo, y era el único español de la comunidad optó por callar. Y después, en sucesivas reuniones, incoherentemente, participó también en Eucaristías poco ortodoxas pues no estaban en comunión con la Iglesia. Años después, en España, al leer los documentos del magisterio sobre la liberación, en concreto los de 1984 y 1986, Alberto cayó en la cuenta que la Iglesia rechazaba muchos criterios y muchas respuestas de los miembros de su comunidad de base.
En una de las reuniones, Alberto escuchó el testimonio sobre la vida del sacerdote Camilo Torres. El teólogo español, que desconocía la historia del colombiano, se interesó por conocer los detalles del cura guerrillero. Admiración, dudas y rechazo por un testimonio que no cuadraba con su personalidad pero le dejó huella. No olvidó tan fácilmente la coherencia de quien lo tenía todo y todo lo abandonó creyendo que su presencia era necesaria entre los guerrilleros. El intelectual Alberto estaba desconcertado ante las dos realidades: la situación tan infrahumana de su feligresía y las respuestas “revolucionarias” de quienes se sacrificaban por ayudar a los necesitados pero rompían en muchos aspectos con la comunión eclesial.
Exaltado y crítico contra la Iglesia
Alberto, como buen pastor se entregó a sus feligreses. Pero como primario y apasionado, en el punto álgido de su exaltación pastoral y teológica, en plan de intimidad, se desahogaba con Luis:
-quien palpe esta realidad no puede reaccionar de otra manera diferente a la que hizo Camilo Torres o los de mi comunidad. Tú ya sabes lo que ha sido mi postura ante la Iglesia y la sana doctrina. Pero ante una situación tan dramática, me brotan críticas contra todos, incluida la Iglesia institucional. Denuncio a quienes se cruzan de brazos y se limitan a dar “consejitos” de resignación y paciencia para llevar la cruz de la pobreza.
-No te pases, Alberto, no te pases, le respondió su amigo Luis. Domina un poco al quijote que llevas dentro. Nosotros, ni conservadores ni revolucionarios. Busca el punto medio.
Alberto oía pero no escuchaba. Su psicología había entrado en una órbita acelerada de indignación y odio contra las posturas falsas y las respuestas injustas. Y en su comunidad y en la parroquia comenzó a cambiar. Era la psicología del Alberto conservador radicalizado pero ahora adquiría reacciones propias de un radicalizado pero a la izquierda, de un revolucionario dispuesto a todo, hasta la violencia.
El párroco enfermo, el veterano de la HOAC, Luis, escuchó asustado en una de las visitas, las palabras en tono agresivo de Alberto:
-¿que hace la Iglesia para luchar contra la desigualdad? ¿No es cierto que se encuentra con los que tienen el poder y la riqueza? ¿Estamos abandonando a los pobres que son la mayoría? Nosotros no podemos apoyar a esta “iglesia” que permanece pasiva y con métodos tradicionales. Bien sabes, Luis, cómo muchos clérigos se aprovechan y hasta se enriquecen de la religiosidad de un pueblo ignorante, con poca cultura. Un pueblo profundamente religioso y con unos valores humanos y cristianos que ya los quisiéramos tener en España. Ahora comprendo mejor los aspectos positivos de la religiosidad popular que antes no valoraba por mis prejuicios intelectuales. Luis, nos encontramos ante personas humilladas y condenadas a una existencia sin futuro. ¡Necesitan de nuestra ayuda! ¡No podemos quedar pasivos!
Luis, impresionado y hasta con un poco de miedo, trató de calmar al amigo pero dada su enfermedad, se cansaba mucho al hablar y no encontraba la frase adecuada para responder al dialéctico profesor. Callaba y rezaba porque no sabía en qué iba a parar aquella situación que adquiría acentos dramáticos.
Revolucionario más que sacerdote. ¿Juanita Valera o María Luisa?
. El impetuoso párroco, que ya no era un novicio sino el líder de la comunidad de base y, por supuesto de su parroquia, continuó con una actividad febril: agitador de masas, el primero en las manifestaciones, detenido y en la cárcel más de una vez, no escuchó al Vicario de la diócesis que le llamó la atención y hasta le amenazó con enviarle a España.
Sí, Alberto era el primero en el compromiso liberador pero descuidaba la oración y los compromisos litúrgicos como sacerdote. La misma eucaristía era ocasional y los ritos no se ajustaban a la Liturgia católica, ni mucho menos. Algo insólito en quien siempre defendió la ortodoxia y la fidelidad total a la Iglesia y a los compromisos sacerdotales.
Por si faltaba algo, sucedió que dentro de la comunidad, Juanita Valera, la hija del “papa” rico” destacaba por su entusiasmo y entrega en favor de los pobres. En su entusiasmo juvenil, ella quería reparar los pecados de los ricos y de los poderosos. Por eso se escapó de casa y se integró en la comunidad donde estaba Alberto. Y comenzó entre los dos, primero una colaboración y una amistad, pero con el trato más prolongado y más íntimo terminó en un noviazgo. Renació en Alberto el amor por su primera novia, María Luisa, con la que rompió antes de entrar al seminario y a la que contemplaba en la joven colombiana. Es difícil explicar cómo el impecable profesor que desde su entrada en el Seminario guardó distancias con la mujer y se mantuvo fiel al celibato, ante la nueva situación, perdió progresivamente muchos de sus grandes valores religiosos y morales. Alberto, ahora con nula vida de piedad, escasa fe y desvinculado de la Iglesia. Alberto, el hombre que necesitaba el amor de una mujer. Pero en el fondo a quien quería era a la primera novia y no a Juanita a la que utilizaba solamente en plan pasional. No podía olvidar a la joven piadosa, un tanto tímida y caritativa, intachable en la moral sexual. Muy diferente de la compañera, de Juanita, la joven con mucha personalidad, entregada a los pobres pero un tanto liberal en las respuesta sobre el sexo y la espiritualidad cristiana.
Por un tiempo abandona el ministerio
Una vez recuperado, Luis asumió toda la responsabilidad de la parroquia y agradeció a Alberto cuanto hizo durante su enfermedad. Ignorando lo que sucedió a su amigo en los últimos meses, le preguntó qué planes tenía, si deseaba marchar a Salamanca o continuar en Bogotá.
Grande fue la sorpresa del ingenuo Luis al escuchar los detalles de la vida de Alberto. Nunca olvidó sus palabras:
-Ya sabes, Luis, cómo he ido evolucionado hacia una vida de total compromiso con los pobres compartiendo con ellos mi vida. Pero lo lamentable es que me aparté tanto de la vida espiritual propia del sacerdote que ahora no me encuentro en disposición de seguir en el ministerio. He decidido tomarme un tiempo de reflexión viviendo independientemente fuera de la parroquia y con el dinero que obtenga como pintor. También mi comunidad me ayudará.
Inútiles fueron los ruegos de Luis para que permaneciera en la parroquia. Más que nunca necesitaba su compañía. Pero Alberto mantuvo firme su decisión. Le agradeció con toda el alma cuanto había hecho por él y se despidió sin decirle que en adelante viviría con Juanita y con otros miembros de la comunidad.
¿Cómo se explica el cambio de teólogo conservador a cura revolucionario?
A primera vista, parece inexplicable tal cambio pero analizando acontecimientos y respuestas de Alberto en los primeros meses de su estancia en Bogotá, aparecen razones que justifican, en buena parte, el cambio tan radical de conducta en la misma persona, antes sacerdote conservador y ahora con respuestas de cura revolucionario.
Desde luego que el cambio no fue de personalidad. En América continuó el mismo Alberto, quijote idealista, radical, generoso, sincero, amante siempre de la justicia y de la verdad donde estuviera, rebelde ante la falsedad y la injusticia. Hombre muy sensible al dolor ajeno pero orgulloso y terco en lo que creía ser la aplicación del Evangelio. Durante mucho tiempo permaneció fiel a sus compromisos como sacerdote, siempre responsable y coherente como cuando dejó a su novia para entrar en el seminario, se acomodó a la vida de formación para ser un “santo sacerdote”, explicó la sana doctrina como profesor, se mostró ejemplar como capellán de religiosas y aceptó con gusto servir en la parroquia del enfermo Luis.
Entonces, ¿qué sucedió para terminar en la crisis tan profunda con posibilidad de abandonar definitivamente el sacerdocio?
Para responder al interrogante conviene analizar el interior del teólogo conservador. Venía dolido de España, herido en su orgullo. Alberto, inteligente como el primero, se dio cuenta que prácticamente había fracasado como profesor en Salamanca. Los alumnos lo rechazaron y los profesores compañeros no lo respaldaron. Sí que apoyaron el tiempo sabático justificado con los cursos y conferencias que podía dar en América. Pero el nuevo y joven profesor estorbaba. En buena hora que marchaba de Salamanca.
Reflexionando sobre las causas de su fracaso, Alberto comprobó que en el fondo estaba su mentalidad y sus métodos muy tradicionales. A regañadientes fue aceptando que la verdad no está siempre en lo antiguo por lo antiguo sino también en otros criterios y métodos diferentes. Buena prueba encontró en los documentos de Medellín. Descubrió que en su vida de profesor había olvidado la historia y que su discurso era exclusivamente deductivo. Gráficamente: hasta ahora su mentalidad se asemejaba a una flecha que arrancaba de los principios tradicionales y se clavaba en las situaciones. Alberto se había olvidado de la vertical que surge de la vida, de la praxis, e interpela al mensaje cristiano. Ahora “descubría” la historia como fuente del saber teológico. Alberto comenzó a dudar y a perder seguridad intelectual.
Al orgullo herido de Alberto y a las dudas del teólogo, se unió el impacto tan fuerte que provocó en su sensibilidad humana y sacerdotal la pobreza y la situación de miseria sin futuro en la cual estaban sumergidos millones de personas. El teólogo de la burbuja escolástica pisó tierra y reaccionó con indignación. La persona sincera y coherente no se conformaba con buenas palabras. El sacerdote “quijote” que antes luchaba contra los molinos del error, ahora se dirigía furioso contra los molinos de la injusticia. Pero no cambió el caballero andante montado en el mismo Rocinante de su personalidad pero con dirección contraria y contra nuevos enemigos. Si antes le parecía que su misión era conservar la verdad y los métodos de siempre, ahora se imponía defender la justicia y a las víctimas de la injusticia. Si en el ayer su postura social era más bien burguesa, conservadora, ahora su mismo idealismo, coherencia y radicalidad, le impulsaban a criterios y respuestas radicales aunque fueran revolucionarias. El problema no era si las ideas teológicas eran antiguas o nuevas, sino el de las personas que sufren por la injusticia y el de otras que se aprovechan y oprimen. Su pregunta: ¿cómo ayudará la reflexión teológica al pobre oprimido?
El cartucho de pólvora ya estaba preparado. Solamente faltaba la doble mecha. Por una parte la vida parroquial y la comunicación con otras personas radicalizadas en lo social, por el compromiso liberador, pero alejadas de la mínima comunión eclesial. Y por otra, el detonante, la debilidad del sacerdote que abandona la oración y cree que él solo puede superar las tentaciones ideológicas y las afectivas como era su amistad con Juanita. Y no fue así. Como sucedió a muchos sacerdotes que dejaron el ministerio sacerdotal, la razón más poderosa no estaba en los otros (llámese Iglesia, políticos, fe mal formulada, estructuras desfasadas....) sino dentro de quienes, orgullosos y dogmáticos, sucumbieron a las debilidades que nunca reconocieron. Y en la soledad, como todo corazón humano, anhelaban amar y ser amado por una mujer.
Comienza a superar la crisis sacerdotal (1973-1974)
Conviene repetirlo: Alberto siempre fue amante de la verdad y sincero en sus expresiones. En la nueva vida que comenzó con Juanita Valera y con los de su comunidad, junto a las tareas pictóricas (tenía que ganarse la vida) y las de evangelización, Alberto encontró tiempo para seguir reflexionando y escuchando (por la lectura, claro está) la otra parte de la verdad que había minimizado o despreciado. Releyó la doctrina social de la Iglesia, el mensaje sociopolítico del Vaticano II en la Gaudium et spes (¡cómo le impresionó el n. 69!) y los valientes pronunciamientos de los obispos americanos en Medellín. Leyéndolos, sentía hasta vergüenza al recordar que vino a las “américas” con la pretensión de enseñar cuando lo que él necesitaba era aprender, el ser evangelizado.
En concreto, los documentos de Medellín le esclarecieron muchas ideas. Igualmente, los escritos de teólogos americanos comprometidos con la liberación. Leyó y releyó la Teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez con el cual hasta pudo mantener una larga conversación. Admiró la postura cristiana y la dialéctica teológica del sacerdote peruano, tan diferente de algunos de sus imitadores, “liberadores exaltados”. En el teólogo de la liberación, Alberto comenzó a encontrar el punto medio del que le habló Luis. Ahora ya admitía que podía estar con los pobres pero fiel a los compromisos sacerdotales y en comunión con la Iglesia. La cabeza frenaba pero la psicología seguía empujando y los compromisos afectivos no se podían quitar en tan poco tiempo. Y lamentablemente llegó un momento en el que Alberto no ejercía para nada como sacerdote, vivía con Juanita Valera y evitaba cuanto podía las invitaciones de Luis. Quería, él solo, seguir en su tiempo de reflexión junto a su comunidad de base.
Crisis en la comunidad de base. Soledad y hundimiento de Alberto
Nombrado Alberto responsable de la comunidad quiso imponer sus criterios con su fuerte temperamento. Surgieron las tensiones, enfrentamientos por las exigencias tan duras de vida que imponía el “cura español”, sobre todo en el tema de la pobreza y en las acciones que rayaban en la violencia. Y comenzaron las retiradas con diversas excusas: por el autoritarismo del responsable, por la ineficacia del plan trazado, la salud, los peligros económicos para el futuro, etc.
Total, que Alberto quedó solo con Juanita que por razones familiares también abandonó la comunidad. En efecto sus padres, íntegros católicos colombianos, terratenientes a 500 kilómetros de Bogotá, no soportaban la huída de la hija y que conviviera con un cura en un ambiente de miseria. Para rescatarla idearon un engaño. Enviaron a cuatro personas conocidas que le comunicaron: tu madre está a punto de morir y llama insistentemente a su hija. Juanita cayó en la trampa. Muy nerviosa se despidió de Alberto creyendo que pronto regresaría. Los dos se quitaron un peso: ella porque se libraba del machista español. Y Alberto porque no estaba enamorado y Juanita era un estorbo para su futuro.
Luis, el amigo fiel
La comunidad desapareció y Alberto sintió la soledad del extranjero que palpa inútiles sus esfuerzos por ayudar a los más necesitados. Por otra parte, sus pinturas ya no se vendían como antes. Empezó a pasar necesidad. En aquellos días tristes mucho le consoló su permanente devoción a la Virgen María. Cuántas veces acudió al santuario donde se conserva la patrona de Colombia, virgen de Chiquinquirá. La Madre parecía decirle: “Alberto vuelve al primer camino”. Pero Alberto no tenía fuerzas para dar marcha atrás a su vida. Su orgullo apagaba los débiles deseos de regresar a la parroquia de los españoles.
Enterado Luis de la situación de su amigo, lo buscó por todos los barrios de Bogotá hasta encontrarle vendiendo sus cuadros en la puerta de un mercado popular. El primer diálogo fue tenso y dramático. Luis, con suavidad para no humillarle, le hizo ver lo positivo de su experiencia. Alberto, sin levantar la cabeza le escuchó en silencio por la amistad que le unía, accedió a regresar y abandonar la casita donde vivía.
Instalado en la parroquia de Luis, Alberto habló y habló cuanto quiso. Fueron días muy duros para los dos. Compartían la oración pero no la concelebración eucarística. Un tanto deprimido, Alberto repetía una y otra vez: ¿cómo es posible que haya llegado a esta situación? Tanto esfuerzo ¿para qué ha servido? Y ahora ¿qué? ¿Y mi futuro?
El sincero amigo Luis respetaba a Alberto por la superioridad intelectual. Pero por la amistad que les unía y por la situación tan lamentable en que se encontraba se armó de valor para hablarle con el corazón en la mano y con toda crudeza:
-mira, Alberto, como sabes nuestra amistad arranca desde antes de ingresar al Seminario. Yo te conozco y tú me conoces. No nos podemos engañar. Ahora me toca hablarte con sinceridad como me gustaría que tú me hablaras a mí si estuviera en tu situación. A tu pregunta sobre el camino a seguir en el futuro, te respondo con toda honestidad, yo creo que ante todo conviene que tomes conciencia de la trayectoria que has seguido: de una posición conservadora de muchos años pasaste en pocos meses al otro extremo, al progresismo revolucionario. Ahora bien, tanto en una postura como en la otra, obraste con sinceridad y coherentemente a impulsos de tus convicciones. Todos cometemos errores y tú también los has cometido. Además, bien sabes lo que te ha sucedido con tu amistad femenina. Me dices que no hay ninguna paternidad por medio. ¡Bendito sea Dios! Pero un primer paso imprescindible consiste en un análisis de tu conducta seguida ante ti mismo y ante Dios. Y en reconocer con humildad los errores y ofensas cometidas.
En otra conversación posterior, Luis volvió a la carga:
-como tú bien sabes, Alberto, en la vida hay que elegir entre el camino que no debemos seguir y el que puede ayudarnos a superar nuestra crisis. Por supuesto que debes alejar la tentación de abandonar el sacerdocio y la Iglesia. Siempre te has sentido sacerdote y ahora no hay razón para abandonar lo que dio sentido a tu vida. ¿Qué hacer? Sinceramente: marcha a España, habla con nuestro Obispo que siempre te manifestó aprecio, y solicita un tiempo para rezar y reflexionar sin cargo parroquial. También te sugiero que hables con don Felipe, el director espiritual que tanto nos ayudó en los momentos de nuestras crisis vocacionales. Una buena dirección en un clima sereno te ayudará a reencontrarte. Imagino que tendrás oportunidad para retomar tu afición por la pintura y por tus inquietudes sobre la vida de Jesús y María. Recuerda la “lata” que me dabas con tus preguntas sobre qué hacían y de qué hablaban.
-Gracias, Luis, las conversaciones de estos días me han hecho recapacitar. Todavía necesito un tiempo para serenarme. Gracias también porque tu absolución sacramental me ha infundido mucha paz. Escribiré al obispo don José María y empezaré a preparar el viaje de regreso.