Novela PHD 13º El psiquiatra defiende al teólogo visionario

Cuando no lo deseaba ni mucho menos lo esperaba, Alberto palpó como Jesús y María salían del tríptico de Nazaret y le hablaban dispuestos a contestar los interrogantes que tantas veces formulara como estudiante y profesor. Pero, ahora, el “vidente” continuamente se preguntaba si la visita era una realidad o una alucinación o si comenzaba a perder la razón. Desde entonces Alberto sufrió los conflictos de tantos visionarios incomprendidos. Todos, menos el psiquiatra amigo, rechazaron la objetividad de la visión.

13º
EL PSIQUIATRA DEFIENDEAL TEÓLOGO VISIONARIO
(1981)

Si 1980 fue el año feliz para el cura, pintor y místico Alberto Navarro, 1981 se caracterizó por los altibajos en la vida de nuestro protagonista por el zig zag de los acontecimientos, el vaivén de las emociones, la cadena ondulante de hechos positivos y negativos. ¿Qué sucedió realmente en la vida de Alberto para que pensara que por su obsesión por el diálogo de Jesús y María en Nazaret iba a terminar en un manicomio? Para responder al interrogante clarifiquemos los hechos. Alberto:
-vivió agitado en el mes de enero por la visita a don Felipe, la reunión de curso y la entrevista con Julián;
-tranquilo hasta mayo con unos días de paz durante los ejercicios que dirigió a unas religiosas;
-endiosado por el éxito como pintor y las varias conferencias que impartió,
-turbado por la sorpresa inimaginable que experimentó en el mes de octubre y que dividió su vida en un antes y en un después;
-conflictivo en las semanas siguientes hasta tal punto que se vio obligado a visitar un psiquiatra.
Y con relativa paz, los últimos días del año.

En la cumbre del éxito como pintor
Ciertamente que Alberto estaba llegando a la cima en su vocación secundaria como pintor. Lejos quedaban los tiempos en los que el joven toledano despertaba la admiración de sus paisanos con sus cuadros de paisajes y sobre todo con el célebre de “los ojos abiertos”. Siguieron los triunfos para el estudiante de Bellas Artes que a sus 19 años era calificado como pintor extraordinario.
En la entrada al seminario permaneció su vocación por la pintura, al parecer incompatible con el sacerdocio. Pero no fue así porque el seminarista afirmó:”yo busco a Dios en la belleza para servir a los hermanos”. De hecho su fe religiosa, especialmente en Jesús y María dialogando en Nazaret, sería un tema prioritario en el artista que logró captar el atardecer en Salamanca teniendo como fondo las dos catedrales.
Cierto que las tareas artísticas quedaron perturbadas por la crisis que padeció en Colombia: pintó por necesidad cuadros comerciales de poco valor. Y en Toledo, dibujos rápidos en los ratos libres de su retiro.
Superada la crisis que afectó a su gran vocación, el sacerdocio, surgió nuevamente la secundaria cuando fue nombrado como director del museo diocesano que le permitía dedicar tiempo a la pintura trabajando en una habitación especial que llamó “Taller de Nazaret”. Tenía la ocasión de realizar el sueño de muchos años: plasmar en un cuadro a Jesús y María en oración. Por varias razones se retrasó el proyecto sin dejar de pintar cuadros de menos importancia como el del Hijo pródigo y otras obras menores de temática religiosa.
Por fin en 1980, comienza y termina, después de varios meses, su gran obra: el tríptico grande representando a Jesús y María en tres escenas en la casa de Nazaret. Tal satisfacción le produjo la perfección de la obra cumbre de su vida que en un gesto de artista orgulloso creyó que solamente les faltaba hablar. Y en voz alta exclamó: Jesús, María, ¿por qué no salís del tríptico y dialogamos los tres?
La fuerte corrección de don Felipe rebajaron los humos del artista a la hora de organizar la exposición para explicar su tríptico en mayo de 1981. Por cierto, causó una impresión óptima. La crítica se volcó con toda clase de alabanzas. Y no faltó el exagerado que afirmó: ¡un segundo Greco en Toledo! Y otro crítico, no muy cercano a la Iglesia, reconoció: aunque no sea creyente, esta obra pasará a la historia de la pintura española. La fama de Alberto saltó a los medios de comunicación y a las revistas especializadas. Entrevistas y conferencias se sucedieron durante los meses siguientes. Alberto estaba como en la cumbre de la gloria humana pero ignoraba que le esperaba otro tipo de gloria.

La sorpresa inimaginable para un teólogo (7 octubre 1981)
Y así pasaron los meses de triunfo y éxtasis pero también de humildad y gratitud hasta la gran sorpresa en octubre, en la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Antes de comenzar sus tareas, Alberto comenzó a rezar los misterios gozosos. Terminado el quinto misterio, la pérdida y hallazgo de Jesús, el devoto un tanto obsesionado, añadía un rato de oración sobre el posible diálogo entre el Jesús adulto con su Madre.

Fue entonces cuando escuchó la voz de Jesús que le dijo:
-“Aquí estamos, Alberto, mi madre y yo. Ahora que has dominado tu orgullo y la obsesión por saber qué hacíamos en Nazaret, venimos a visitarte, a dialogar contigo. Nos tienes dispuestos para contestar a tus preguntas”.

Alberto creyó que había sido una imaginación suya convertida en sonido que resonaba en su interior como si fueran palabras. Miró al cuadro y casi espantado exclamó en alta voz:
-¡Pero si es la voz de Jesús, fuera del cuadro, que me está hablando! No. No puede ser. Es un sueño o una alucinación. Seguiré retocando la boca.
Inmediatamente escuchó otra voz. Le hablaba la Virgen María que también había salido del tríptico, de la parte derecha que representa a Jesús y María después de la oración dialogando durante la cena.

María confirma y tranquiliza:
-“sí, Alberto, sí hijo, sí. Somos nosotros que hemos accedido a tu petición. Contémplanos en esta primera manifestación, que no es ni visión ni revelación. Es el primer encuentro, el primer saludo”.

Alberto tuvo que frotarse los ojos y tocar el cuadro para ver si allí estaban Jesús y María. No salía de su asombro. Estaba desconcertado. Efectivamente, tenía delante de sí, salidos del cuadro, a quienes hacía pocos días había terminado de retocar algunos detalles.
Nuestro pintor no lo podía dudar: estaba presente el mismo Jesús de unos 30 años y su mismísima Madre que le hablaban rompiendo las categorías de espacio y tiempo. Era Jesús con toda su personalidad propia de un israelita maduro. Y era María, la viuda del carpintero que se manifestaba con gran bondad y con la misma belleza que Alberto había imaginado y plasmado en su tríptico. Eran los dos, glorificados en el cielo, pero por pocos segundos presentes en su taller y hablando como habitantes de la tierra.

Alucinación o realidad
El teólogo desconcertado pensó:
-Alberto, Alberto, estás alucinado, esto es una visión, reflejo de tus deseos del pasado. Ahora nada es real, nada es objetivo. Todo está en tu mente. Cuidado, que estás a la puerta de la locura.
Pero nuevamente, la voz maternal, la de la Virgen María, adivinando sus pensamientos, le dijo:
-“No Alberto, no. Ni es una alucinación ni una visión subjetiva. Es algo real. Tienes presente, glorificados, a los protagonistas de tus pinturas. Este es Jesús, el hijo de Dios y yo soy su Madre, tu madre, Alberto. No lo dudes”.

Jesús explica la visita:
-“Mira, Alberto, Dios nos envía para responder a tus preguntas. Por ello, con frecuencia, este cuadro se convertirá en vida. En este salón donde están tus pinturas vamos a dialogar los tres con toda confianza. Pero ya lo sabes, si alguien entrara, solamente encontrará al sacerdote afanado por retocar “su último cuadro” o comenzando otra obra”.

Y María completó las palabras de Jesús:
-“Ahora, Alberto, tranquilízate y continúa con tu vida de oración, servicio a los pobres y trabajos humildes en la parroquia. Que tu vida siga normal. Ven a tu trabajo sin nerviosismo, regresa con toda tranquilidad a este “salón de las manifestaciones”. No tardaremos mucho tiempo en regresar. Ánimo, Alberto. Prepara bien las preguntas. Hasta pronto. ¡Ah! Y no estaría mal que proporcionaras unas sillas para dialogar porque cansa estar de pie todo el tiempo”.

Alberto no pudo observar más detalles porque la manifestación no llegó a dos minutos. Desaparecieron Jesús y María y la pintura quedó intacta, como antes. En esta primera manifestación no existió diálogo ni peticiones. Solamente hablaron ellos.

Y surgieron los conflictos
El sacerdote profesor de teología por muchos años, el pintor Alberto, absorto ante el cuadro, repetía mecánicamente:
-Alberto, Alberto, estás alucinado, esto es una visión, reflejo de tus deseos del pasado. Ahora nada es real, nada objetivo. Todo está en tu mente. Cuidado, que estás a la puerta de la locura. Y para conseguir seguridad propuso: tengo que consultar con don Felipe. Y ahora tomaré una tila.

La carcajada de don Felipe.
¿Qué te pasa, Alberto? Te noto muy nervioso. Le preguntó don Felipe al verle entrar. ¿Ha sucedido algo especial?
-No se le puede ni imaginar. ¿Recuerda usted que hace tiempo en una ocasión le comuniqué mi petición dirigida a Jesús y María para que contestaran a mis preguntas? Más aún, que caí en la tentación de invitarles a dialogar sobre las dudas que tenía?
-Sí, sí, lo recuerdo. Menuda penitencia que te puse por tu soberbia. Pero, bueno, ¿y qué? Preguntó el experto director sin sospechar lo más mínimo la respuesta.
-¡Pues que Jesús y María salieron del cuadro donde estaba y me hablaron dispuestos a dar respuestas a mis peticiones!
Don Felipe no pudo reprimir la carcajada.
-Perdona mi reacción. Pero no me gastes bromas, que tú eres una persona seria. ¿Qué es lo que me estás diciendo?
-Sí, lo que le digo don Felipe. Es cierto: Jesús y María se han manifestado tal y como los pinté, pero en ese momento, salidos del tríptico, hablando y gesticulando. Al principio creí que era una alucinación pero he reflexionado y estoy plenamente seguro, realmente los dos me han hablado y han prometido regresar para dar respuesta a mis interrogantes.
Nueva carcajada de quien siempre dudó de las visiones de sus seminaristas “místicos”.
-Mira, Alberto, hablemos con seriedad y en paz. Es posible que el viaje a Tierra Santa, tus meditaciones posteriores y el gozo ante los rostros de Jesús y María te hayan provocado una situación psicológica que para mí no es normal. Estos meses has vivido una situación espiritual extraordinaria, “casi mística”. Ahora no juzgo si ha sido una alucinación o si comienzas a tener alguna debilidad psicológica que merezca el tratamiento de un especialista (no habló de un siquiatra, pero así lo entendió Alberto).
-Disculpe, don Felipe, pero le podía jurar que escuché las voces de Jesús y María y que los contemplé con movimientos ordinarios y los dos con una bondad y una sonrisa indescriptibles. Ha sido la emoción más profunda de toda mi vida.
-Bueno, bueno, déjame terminar. Lo que me dices contrasta con toda tu vida espiritual muy normal, sin exaltaciones. Jamás tuviste algo parecido. Solamente la tentación, que fue algo pasajero, de pedir respuesta a tus preguntas. Algo que ya pasó. Mira, sabes que te estimo como persona y que te respeto como profesor de teología. De todas maneras, lo que me has contado no lo acepto. Espero que haya sido algo ocasional y que no se repita. Aunque en las clases de Espiritualidad os lo expliqué, permíteme que ahora te resuma los criterios sobre las visiones y apariciones.
Con la humildad del alumno y la paciencia del convertido, Alberto escuchó a quien veneraba por su santidad, ciencia, equilibrio y experiencia. La verdad es que no le dijo nada nuevo. Su buena memoria tenía muy presente las clases que en los años de seminario aceptaba los criterios sobre visiones que enseñaba la Iglesia. Recordaba sí, las advertencias severas del mismo san Juan de la Cruz y la doctrina de los clásicos como Tanquerey y Garrigou Lagrange.

¿Y qué hacer en adelante?
Alberto, desconcertado y con un poco de temor ante el enérgico maestro espiritual, preguntó: bueno, ¿y qué es lo que yo tengo que hacer en adelante?
-Ante todo, le respondió don Felipe con un tono suave y comprensivo, que conserves la paz y sigas tu vida como si nada hubiera ocurrido. Acude al taller de pintura sin deseos ni temores. Tranquilo, que no ocurrirá nada. El tiempo irá curando este “suceso” espiritual. Y si esta manifestación te hace bien, bendito sea Dios. Dale las gracias y que todo te motive para seguir tu plan de profunda espiritualidad. Por otra parte, añadió con cierta ironía, si ocurriera otra manifestación como tú dices, prepara las preguntas aunque ya te las sabes de memoria. Y por favor, no digas nada de este acontecimiento ni a tu amigo íntimo Luis. Tienes confianza en mí. Y todo queda como secreto de confesión. ¿Algo más?
-Pues sí, aprovecharé la ocasión para confesarme, que ya pasa el mes. Me confesaré de esto por si fuera un pecado y de otras faltas.
-Lo que dices “de esto”, nada hay que perdonar. De lo “otro” que me has dicho, sí, recibirás la absolución. Y disculpa mi sugerencia. No te vendría mal que visitaras al psiquiatra Félix Gutiérrez, compañero tuyo en filosofía. A su tiempo le aconsejé que no era su vocación el sacerdocio. Como sabes dejó el seminario y ahora es un prestigioso psiquiatra aquí en Toledo. Visítalo en plan de amigo. Cuéntale lo sucedido. Te ayudará. Su opinión te servirá.

El consejo de Luis y de los condiscípulos
¿Cómo reaccionó Alberto en los días posteriores a la primera aparición de Jesús y María? Procuró tranquilizarse, como si nada especial hubiera ocurrido. Pero no podía evitar un algo diferente en su rostro, en su conducta y en sus conversaciones. Le inquietaba la sugerencia de visitar al psiquiatra amigo, Félix Gutiérrez. Aunque se esforzaba, Alberto, no era el mismo. Parecía como de otro mundo, transformado y con la duda persistente:
-¿habrá sido todo una alucinación? ¿No será que mis deseos se han convertido en una impresión que afectó a mis sentidos? ¿O acaso todo se ha reducido a un sueño? No, no puede ser, se decía a sí mismo. No es tiempo de apariciones y menos para mí.. Las visiones son para algún que otro santo. ¿Quién soy yo para que, nada menos, se aparezcan Jesús y María. No. No puede ser. Y además me sugieren que visite a un psiquiatra. ¿Pensará don Felipe que estoy loco o medio loco?
Alberto guardó silencio por un tiempo pero la tensión interna crecía. Tenía que comunicar a Luis y a los sacerdotes compañeros de curso, lo sucedido. Y así lo hizo. Ellos, muy comprensivos prometieron absoluto silencio y confirmaron los consejos de don Felipe: paz y normalidad. Pero también le aconsejaron que visitara a Félix, “el psicólogo”, pues así le conocían los compañeros desde los años de filosofía. Claro, le decía sus amigos, que tú no estás loco ni visitas al psiquiatra como tal, tú visitas al condiscípulo para que te dé su parecer sobre lo que te ha sucedido.
-Ya. Veo por donde van don Felipe y mis amigos. Son delicados en la expresión pero creen que existe algo anormal en mi conducta exaltada con la manifestación de Jesús y María. Bueno, pues visitaré al psiquiatra.
El cura, doctor Alberto Navarro, tiene que visitar a un psiquiatra
Con un abrazo y rostro alegre recibió Félix al amigo y condiscípulo Alberto. Creía que se trataba de una visita de cortesía pues siempre consideró que su rival en las discusiones filosóficas era muy equilibrado aunque lo calificara de un tanto “quijote”.
Como no se habían visto desde finales de los cuarenta, hablaron de los años como seminaristas en Toledo. Félix le contó su vida, las razones para dejar el seminario, el por qué de elegir psiquiatría y cómo le iba en el matrimonio. Por su parte, Alberto en la primera parte de la visita le narró solamente “algo” de su vida pasada pues la presente, como sacerdote y pintor, Félix bien la conocía. En Toledo, todo el mundo se conoce.
-Y bien, cuál es el motivo especial de tu visita? ¿Vienes a recomendarme alguno de tus feligreses para que lo atienda bien?
-No, no, le dijo Alberto. Soy yo el que desea consultarte un acontecimiento reciente en plan muy personal.
-Pero, ¡hombre! si tú no necesitas a los de mi especialidad. Siempre te consideré una persona equilibrada, sensata, aunque te llamáramos “Alberto, el quijote”.
-Bueno, la verdad es que don Felipe, ¿te acuerdas de él? y los compañeros de curso me han recomendado que te visite. Y aquí me tienes.
-No me pongas nervioso, Alberto. Dime lo que deseas comunicarme. Y no te preocupes porque si vosotros tenéis el secreto de la confesión, nosotros, el profesional. Además está el secreto de amigos, por lo menos lo fuimos hace muchos años.
-Se trata de lo siguiente. Te hablaré con toda sinceridad, como si fueras mi confesor.
Félix sonrió.
La confesión de Alberto
Y Alberto le contó toda su vida en lo referente a su “conversión”, su vida de profunda espiritualidad, las preguntas obsesivas, la tentación y el cómo de la manifestación. No quiso nombrar la palabra visión ni revelación.
-Félix, internamente sorprendido al escuchar lo que no imaginaba, le interrogó sobre unas cuantas constantes psicológicas y sobre el origen de las preguntas y la “obsesión” como pintor. Por supuesto que tomó con mucho interés el problema de Alberto. Y al final comunicó su dictamen como profesional.
-Mira Alberto, te diré que son varios los sacerdotes, religiosos y religiosas que me consultan sobre problemas relacionados con la anormalidad psicológica. Los atiendo con cariño y como gratitud a la Iglesia por lo que recibí en el seminario. Pero lo tuyo es diferente.
-Alberto, inquieto, preguntó: ¿en qué sentido diferente? ¿Más grave o menos grave?
-Menos grave. Y no te preocupes. En tu caso veo como dos aspectos, el psicológico, como ha sido tu obsesión por preguntar y por pintar determinadas escenas con la tentación a lo de Miguel Ángel. Pero existe otro aspecto espiritual, de posible revelación o manifestación real, auténtica, que me resulta un tanto misteriosa.
-¿En qué sentido?
-Alberto, te confieso que, lamentablemente, desde la Universidad entré en una fase de indiferencia religiosa. Afirmo como tantos bautizados que soy cristiano creyente pero no católico practicante. Es decir, que no soy precisamente un católico de comunión diaria que fácilmente ve milagros en la vida. No. Me sitúo e el plano de la ciencia, en este caso de la psicología y tengo que clarificarte un aspecto un tanto sorpresivo.
-¿Cuál?
El diagnóstico del psiquiatra
-Pues que no estoy de acuerdo ni con el rechazo directo de don Felipe ni con el conformismo fraternal de los compañeros.
-Gracias. Me tranquilizas pero concreta y dame alguna razón. Recuerda que me llamabas el filósofo y como tal necesito unas sólidas razones.
-Disculpa que exponga datos que tú sabes mejor que yo. Sinceramente creo que en el acontecimiento que me has narrado existe algo que escapa a los límites de la ciencia y de la razón que se mueve bajo los límites de espacio, tiempo y materia. Todavía recuerdo cómo los apóstoles sostuvieron como real la manifestación de Cristo resucitado y glorioso. Tengo presente que la Iglesia ha reconocido apariciones de la Virgen y revelaciones especiales en la vida de algún que otro cristiano. También que la Iglesia a la hora de canonizar a un santo es muy exigente con los milagros que escapan al desarrollo normal de las leyes de la naturaleza. Cuando la ciencia sostiene que tal curación no tiene explicación médica, la Iglesia, en ocasiones, no reconoce que exista tal milagro.
-Todo lo que me dices está muy bien, pero ¿qué aplicación tiene el hecho, objetivo para mí, para la manifestación de Jesús y María?
-Pues que ha sido un acontecimiento real, objetivo, y no un producto de tu imaginación. Que has recibido un don del cielo que, si se difunde te acarreará muchos problemas, especialmente dentro de la Iglesia. Alberto, desde tu fe, da gracias a Dios por esa manifestación que te hará mucho bien. Yo te recomiendo silencio y que sigas con normalidad tu vida. Y si en el futuro ocurriera un acontecimiento parecido, me lo dices. Pero, por favor, de mi opinión no digas nada. También es secreto de amistad.

Alberto recupera la paz
-Por supuesto, y nuevamente gracias, Félix. No sabes el peso que me quitas y la paz que me está inundando.
-Una última cosa tengo que añadirte para tu consuelo, Alberto. Que tu visita ha despertado en mí el deseo de visitarte en tu parroquia pero como penitente que busca la salud del alma.
-Me dará mucho gusto.
Y con un abrazo muy amistoso se despidieron.
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