Novela PHD 6º De revolucionario a “místico”

Si difícil resulta explicar el salto del Alberto teólogo conservador a cura revolucionario en Bogotá, menos fácil resulta fundamentar el cambio de pecador a “místico” en pocos meses y a su regreso a Toledo. Por lo menos, los curas diocesanos notaron que el humilde, orante y servicial Alberto distaba mucho del orgulloso profesor Navarro. La transformación tan profunda y permanente de vida comenzó con un Retiro espiritual bajo la dirección del exigente don Felipe. El experto director orientó todo el proceso espiritual y tuvo que frenar “los brotes místicos” del neo-converso, entusiasmado con la lectura del hermano Rafael.


DE REVOLUCIONARIO A “MÍSTICO”
1975-1977

Después de unos meses para ultimar asuntos pendientes, Alberto emprendió el viaje de regreso a su diócesis de Castilla. Ni mucho menos era el teólogo conservador de los años sesenta ni tampoco el cura progresista y revolucionario de los primeros años setenta. Alberto se contemplaba, sí, como la persona coherente pero fracasada, el sacerdote idealista pero un quijote utópico que equivocó el camino. Como cristiano se veía, en buena parte, como el hijo pródigo que, pecador y humillado, vuelve a la casa paterna sin saber qué futuro le esperaba.
Pero del futuro inmediato de Alberto se encargó en buena parte el amigo Luis que habló con el obispo de la Diócesis. El recibimiento no pudo ser mejor. Don José María, parecía el padre del hijo pródigo con el abrazo, las palabras de aliento y las facilidades para el tiempo “sabático” que necesitara Alberto. Lo único que le recomendó fue la visita a Don Felipe, el que fuera padre espiritual suyo y de la mayoría de los sacerdotes en el seminario mayor, durante varias décadas. Alberto aceptó con gusto y se puso a la disposición de la Diócesis para “lo que hiciera falta”.
-No te preocupes, le respondió el Obispo. Como me dices que no hay ninguna paternidad por medio ni compromiso conyugal alguno, lo importante ahora es que encuentres la paz y las fuerzas para reemprender tu servicio responsable como siempre lo hiciste.
Salió Alberto de la entrevista más contento que el protagonista menor de la parábola y dispuesto para afrontar la nueva etapa. Lo primero, visitar a Don Felipe a quien conocía desde que tenía veinte años.
Nuevo encuentro con don Felipe
Los años no habían dejado huella en la personalidad de don Felipe. Ahora con más edad aparecía como el sacerdote venerable que siempre inspiraba confianza, respeto y seguridad. Servía para todo en la vida de los sacerdotes: para la confesión, dirección espiritual o ayuda en las crisis como sucedía con Alberto. Sin embargo don Felipe no podía superar dos defectos: su carácter fuerte con alguna que otra salida fuera de tono y el desajuste en su psicología, pues se acercaba a los ochenta años con una mente de cincuenta.
Responsable de la casa de ejercicios, don Felipe conocía a Alberto desde los años de Bachillerato con aquellos ejercicios tan decisivos para su vocación sacerdotal. También en los años de Filosofía tuvo que frenar su fuerte temperamento y orientarlo en las crisis ordinarias de quien duda de si tendrá o no vocación sacerdotal.
Pero en este momento, el sacerdote mayor se encontraba ante el gran teólogo y casi cincuentón Alberto saliendo de una profunda crisis sacerdotal. Don Felipe no pudo reprimir su alegría al abrazar nuevamente del que decían que en Colombia había sido un cura revolucionario. ¡Quien lo diría! ¡Pero si en el Seminario el pintor e inteligente Alberto era considerado por los compañeros como el primero de los tradicionales y ortodoxos! Veremos a ver qué me dice.
Como don Felipe estaba bien informado por Luis, evitó que Alberto contara los detalles desagradables de su permanencia en Colombia. Sin más accedió a la petición de confesarse y pasaron a la capilla donde escuchó “toda su vida y milagros”. Asimismo, el arrepentimiento de errores y pecados con la disposición de comenzar una etapa nueva en su vida.
Ya en el despacho, Don Felipe le presentó un programa para el futuro inmediato. Cuando quisiera podía venir y permanecer en la casa de ejercicios que reunía cuanto él necesitaba, silencio, la capilla con el Santísimo, arbolado para pasear, tiempo para la reflexión y un amigo sacerdote, el mismo don Felipe, con quien dialogar.
Un plan muy personal para los ejercicios espirituales
A la semana siguiente de la primera entrevista, Alberto se presentó con el equipaje para los días de ejercicios. Y con la alegría del alumno que espera dar una sorpresa agradable al profesor, le mostró un cuaderno de apuntes:
-mire, mire: son los apuntes que tomé en los Ejercicios de 1948, hace ya 27 años. Los guardé como oro en paño. No puede imaginarse el bien que me hicieron los temas centrales: Cristo como líder, el Reino como ideal que entusiasma y el seguimiento como la prueba de fuerza para el discípulo.
-Me alegra mucho, respondió don Felipe con algo de vanidad al comprobar que la semilla había dado frutos. Por supuesto que esos temas te ayudarán pero para este Retiro te reservo un plan muy personalizado. Cada día tendremos dos encuentros: el primero por la mañana para presentarte las reflexiones del día. Y el segundo al atardecer para dialogar cómo te ha ido en las meditaciones y en el ánimo personal. Totalmente libre durante el día. Si te parece bien puedes volver a leer los documentos del Vaticano II sobre el sacerdocio y algún que otro libro sobre espiritualidad sacerdotal que encontrarás en tu habitación. Por supuesto, en algún que otro rato libre puedes por lo menos dibujar. Te servirá de relajación.
Primera fase: la experiencia del amor misericordioso de Dios.
Plan de don Felipe. Para comenzar el Retiro te recomiendo que olvides tu historia, especialmente la que te produzca malestar, remordimiento. El primer día que sea de paz y de serenidad para escuchar al Dios enamorado del hombre tal como aparece en pasajes del Antiguo Testamento, especialmente en algunos salmos. Con esta introducción medita sobre el amor misericordioso del Padre según refleja la vida de Jesús, sus parábolas y sus relaciones con los pecadores. Interioriza a ese Dios hecho Jesús que te eligió sacerdote y que te ofrece una vez más su amistad. A la luz del amor de Dios abre con humildad el libro de tu vida, revisa cómo ha sido el paso de Dios en ella y cuál fue tu respuesta. Como el balance será negativo, procura reavivar la humildad y la confianza para que el arrepentimiento sea por amor y no por orgullo.
Al terminar el día, Alberto comunica sus impresiones:
-Don Felipe, aproveché bien esta primera fase, tal y como me lo indicó. La verdad es que me ha faltado tiempo. Ciertamente que me he sentido con más paz y con una gratitud inmensa. Pero al terminar la última reflexión me dije: bien, el pasado está “liquidado” gracias a la misericordia de Dios, pero cuál será mi futuro.
Segunda fase: qué desea Dios de mí, qué pretendo en mi vida
Don Felipe:
-veo que te adelantas. Mira, esta segunda fase puedes centrarla en la relación de amistad con Dios. Él te ama. Ahora reflexiona cómo tú, unido a Cristo sacerdote, amarás a Dios el Señor con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Teniendo presente la doctrina y testimonio del Maestro, mira la manera de colocar a Dios afectiva y efectivamente en el centro de tus tareas sacerdotales que seguirán siendo las mismas. Podrías meditar sobre san Juan 15 y 17. Mucho te ayudará el testimonio de Pablo en alguna de las cartas que tú prefieras. Y como miembro de la Iglesia, no olvides la corresponsabilidad, lo que la Iglesia pide a los sacerdotes. Para sentirte corresponsable, lee párrafos de la Lumen Gentium y de la Presbyterorum Ordinis. Bueno, te ofrezco amplio material, tú elige lo que más necesites.
Al final del segundo día, Alberto comunicó a don Felipe:
-el día, una delicia, se pasó volando. Tiempo hacía que no estaba tantas horas de rodillas ante el Sagrario. Y como usted conoce mi conducta radical, no se extrañará que necesite repasar las exigencias vividas con radicalidad en el sacerdocio.
Tercera fase: la radicalidad, fruto del amor
Don Felipe, con ironía:
-buen alumno tengo que va delante del profesor. Llevas razón, Alberto, en este Retiro no puede faltar el tema de la radicalidad y de la coherencia, pero, y en este aspecto debes insistir, que todo sea como fruto del amor, de la amistad con Jesús que va delante de ti y que ahora te aprieta las tuercas. Creo que no hay que insistirte en las manifestaciones de la radicalidad, el entusiasmo y la ilusión. En cuanto a la coherencia, dada tu historia, sí que debes meditar. También en las manifestaciones más profundas del amor en su dimensión psicológica y ética. Pero el centro del día que sea, por una parte la radicalidad de Jesús, y por otra, su precepto del amor. Revisa y actualiza algunos de los textos sobre la caridad sin olvidar la dimensión pastoral. Materia no te faltará para el día.
En la entrevista de la noche, Alberto manifestó a don Felipe:
-efectivamente, me faltó tiempo para quedar satisfecho con mi reflexión. Hubiera querido profundizar más sobre la coherencia.
Cuarta fase: las razones de la incoherencia. El día más duro
Don Felipe:
-¿has dicho coherencia? Prepárate, Alberto, para el día de hoy. Que es el de los valientes. Las reflexiones están dirigidas para explicar en buena parte nuestras incoherencias a los valores y exigencias aceptados. Ahora sí que puedes analizar los aspectos negativos de tu vida, los pecados, para hablar claramente. Y con serenidad y confianza preguntarte ¿por qué he ofendido a Dios y al prójimo? ¿Qué es lo que más me duele de mis incoherencias? ¿Cuál es la razón de una vida sacerdotal tibia, mediocre, chapucera? ¿A qué es debido que mi comunicación con Dios haya sido o sea, escasa, distraída, rutinaria, fría, al mínimo? ¿Es Dios o mi ego exaltado quien de hecho ocupa el centro de mi vida y el motor de mis trabajos y relaciones? ¿Acepto sin más mi sacerdocio como un funcionario (el ser gran pintor, un gran teólogo o el liberador de los oprimidos), de manera que mi presencia en la Liturgia y en la Pastoral transcurra sin ilusión, por costumbre o simple obligación? ¿Justifico o lucho contra mis explosiones de ira, de soberbia, de placer afectivo o sexual? ¿Confío en Dios o mantengo una mentalidad pelagiana que inconscientemente espera el buen resultado de su esfuerzo personal?
Y etcétera, continuó don Felipe. Tú puedes añadir preguntas al tema del egoísmo, la comodidad, imprudencia al exponerte en las tentaciones. Y lo importante de todo será que interiorices junto a las causas-factores, la presencia-ausencia de Dios, la caída lenta, lo que en definitiva ha motivado tus trabajos.
Al terminar la jornada exclamó Alberto:
-¡vaya día que he pasado, don Felipe! He sudado tinta china. Si esta reflexión hubiera sido en el primer día, no hubiera resistido. Mucho trabajé y recé. Además por mi cuenta amplié con otros interrogantes relacionados con mi vida íntima. Y terminé meditando la Pasión del Señor: estaba reflejado en cada protagonista.
Quinta fase: motivaciones para la ilusión sacerdotal
Al día siguiente habló así el Don Felipe “suave”:
-después del mal trago de ayer es conveniente que en esta fase reflexiones sobre las motivaciones que a lo largo de tu vida te ilusionaron. Las humanas, como la pintura, el estudio de la teología, las motivaciones interpersonales pero más todavía las que dan sentido a tu sacerdocio. Imagínate que vas contando a Jesús todo cuanto llenó tu corazón. Recuerda cómo en tantas ocasiones has experimentado la atracción por el amor a Dios, profundo, íntimo, confiado y en unión permanente. También puedes repasar el proceso de tu vocación. Analiza el pro y el contra de tu afán como profesor, párroco en Colombia, etc. Y mira al futuro, date cuenta, sí, que Jesús vuelve a llamarte para que colabores en el Reino-reinado de Dios, que la Iglesia necesita sacerdotes con ilusión y coherencia. Puedes elegir temas de la Resurrección y de las apariciones de Jesús a sus discípulos.
Habló Alberto ahora descansado:
-hoy bajó la tensión de ayer. Ha sido un día suave, de aceite. Reencontré al Alberto ilusionado por las tareas sacerdotales primeras. No así con las últimas. Ahora, voy alimentando la ilusión del futuro, como si estrenara mi sacerdocio.
Y última fase: con Cristo amar a Dios Padre y servir a los hermanos
Don Felipe:
-estamos llegando al final del Retiro pero al comienzo de la nueva etapa de tu vida sacerdotal. Es oportuno que hoy dirijas la mirada a tu futuro inmediato enfocado como la unión con Cristo para amar a Dios Padre y para servir a los hermanos. El secreto radicará en la progresiva cristificación de tu vida: con Jesús, como Jesús y por Jesus teniendo a Dios en el centro y dando al prójimo el servicio más eficaz. Como Jesús, orar, por Jesús amar al prójimo aplicando Mt 5,35-48. A imitación del Hijo, obedecer a tus superiores. Al estilo de Jesús, mantener el valor, la serenidad y la paz ante las dificultades. Que la Eucaristía diaria recoja las principales actitudes y respuestas de escucha, ofrecimiento, entrega, corresponsabilidad y esperanza. Además de los compromisos sacerdotales, no olvides los clásicos recursos de la vida espiritual como la oración diaria, el examen, la dirección espiritual, el ejercicio de la presencia de Dios, etc. Imagínate que acompañas a los apóstoles y que también recibes al Espíritu Santo con su ilusión y entusiasmo. Espero que no te hayas olvidado de la Virgen, madre especial de los sacerdotes. Ella te animó en Bogota y seguirá siendo tu intercesora. Sigue, sigue con la ilusión de retratarla en Nazaret en diálogo con su Hijo.
Alberto:
-gracias don Felipe porque estos días han sido los mejores de mi vida. Dios quiera que hayan marcado un antes y un después en la vida del Alberto renovado. Me encuentro en paz y con plena disponibilidad como la de Foucauld. Ahora sí que puedo rezar: “Padre me pongo en tus manos....” En los ratos libres me relajé un poco y pinté estos dibujos que le obsequio.
-Don Felipe: gracias. Y demos gracias a Dios.
Nuevas tareas en la Diócesis y un nuevo Alberto (1975)
Con sencillez y confianza, Alberto contó a don José María cómo le había ido en los ejercicios y su disponibilidad para lo que dispusiera aunque no se encontraba con muchos ánimos para las clases de teología. Necesitaba una vida más tranquila, oculta y sencilla. El obispo le propuso la dirección artística de la diócesis, en especial del museo, cargo que le permitía dedicar tiempo a la pintura. Y en cuanto a la pastoral, Alberto eligió colaborar en una de las parroquias de la periferia de la ciudad. Y así fue.
Pronto corrió la noticia: ¡había regresado Alberto, el profesor universitario en Salamanca y el cura revolucionario en Colombia! Muy positiva la primera impresión que ofrecía. Los curas comentaban que no parecía el mismo Alberto. Que había desaparecido la imagen del doctor Navarro, profesor “sabelotodo”, distante, frío y un tanto soberbio. Ahora Alberto despertaba la admiración por su trato sencillo, cercano, cordial, humilde, más alegre que antes y, sobre todo, muy servicial.
Según pasaban los meses, con frecuencia, los adoradores encontraban rezando en la capilla de la catedral al pintor, teólogo y misionero. Pero había algo que llamaba más la atención en la conducta de Alberto: su disponibilidad para cualquier servicio que le pidieran. Siempre estaba dispuesto a servir en cualquier tarea que le solicitaran. Se había convertido en la rueda de repuesto, pues respondía con el “sí, como tú quieras” el que antes siempre “estaba ocupado con clases y conferencias”. O simplemente que tenía que preparar las clases. De hecho, nadie se atrevía a molestarlo.
Es comprensible que ante el nuevo Alberto surgiera una respuesta indulgente sobre su “dudosa” vida por tierras americanas. Según lo prometido por el Obispo, Alberto tenía a su disposición un taller de pintura, junto al museo diocesano. Todos recordaban los premios y la fama de la que gozaba antes de marchar a Colombia. Podía ser una gloria para toda la diócesis. Por su parte, el nuevo director amplió el museo con nuevas pinturas.
El sacerdote-pintor, Alberto, se reservó una habitación para su trabajo y la llamó “Taller de Nazaret”. Quería realizar el sueño de muchos años: plasmar en un cuadro el interrogante que le obsesionó como alumno y como profesor: ¿de qué hablaron Jesús y María en los últimos años en que permaneció trabajando como carpintero en el taller de José? ¿Cómo captar los diversos momentos diarios de sus vidas? Ahora se encontraba con un tiempo tranquilo, no solamente para estudiar nuevamente el tema sino para llevar a la pintura los posibles diálogos entre el hijo y la madre. Le subyugaba como artista la tarea de reflejar a Jesús y María, sonrientes y dialogando en el taller que antes fuera de José. Comenzó su tarea aprovechando todos los ratos libres y hasta que no estuviera terminada su “gran obra” procuró “cerrar” bien la puerta.
He ahí el secreto del renovado y tranquilo Alberto que no descuidaba, ni mucho menos, su ministerio apostólico en la parroquia asignada y su intensa vida de oración. De todo daba cuenta al exigente director don Felipe.
El hermano Rafael impacta y don Felipe frena
Pasaron los meses y Alberto visitaba con frecuencia a Don Felipe que se mostraba satisfecho de la coherencia permanente del “convertido”. Seguía con fidelidad el plan de vida trazado. Todo perfecto. Todo perfecto a juicio del director menos la insistencia de Alberto en las últimas semanas de querer llevar una vida contemplativa hasta las últimas consecuencias. Más aún, el pintor-teólogo se preguntaba si no tendría vocación de monje trapense. Para confirmar sus deseos “místicos” leyó al sorprendido Director unas frases del hermano Rafael que le habían motivado para una vida contemplativa, consagrada, total y exclusiva al Señor:
-“¡Dios! He aquí el motivo de vivir, la razón de existir. Dios debe reinar hasta en el aire que respiramos, en la luz que nos ilumina.
-Dios a mí me quiere tan entrañablemente, que si el mundo entero lo comprendiera, se volverían locas todas las criaturas y rugirían de estupor.
-Dios vive en el corazón del hombre cuando este corazón vive desprendido de todo lo que no es Él.
-Dios que es el principio, el medio y el fin de todas las cosas, con cuánta mayor razón lo será para el monje trapense que vive sólo para alabarle, y día y noche permanece en su presencia.
-Mi alma se extasía al ver que sólo Dios puede llenar mi vida. ¡Sí! ¿Por qué callarlo? ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no gritar al mundo entero y publicar a los cuatro vientos las maravillas de Dios?
-¿Qué hacéis en la Trapa? Pues una cosa sencilla: amar a Dios, y dejarse amar por Él, nada más que eso.
-Si de veras amásemos a Dios, ¡cuán diferentes seríamos, con cuánta generosidad aprenderíamos a renunciar, con cuánta paz viviríamos nuestra vida en el mundo! ¡Qué poco nos importaría ni sufrir ni penar, ni las lágrimas nos amargarían!
-¡Qué bien sale todo, cuando todo se hace por amor a Dios. Una paz inmensa llena el corazón del que sólo es para Dios. Y paz sólo la posee el que sólo a Dios desea. -Lo que más me duele y lo que más me hace sufrir es ver el olvido en que Dios está, es el ver a la criatura afanada en la vanidad, teniendo tan cerca la Suma verdad, la paz del alma, la única felicidad.
-Dios, para mí lo es todo; en todo está y en todo lo veo. ¿Qué me interesa la criatura, y yo mismo?”
Reacción brusca de don Felipe
Don Felipe escuchó complaciente las frases que tantas veces él había expuesto en pláticas a los seminaristas y el mismo Alberto habría escuchado. Pero como tenía en cuenta la psicología de convertido de Alberto, le pareció que se avecinaba una “crisis mística”. ¡Lo que faltaba: de teólogo conservador a cura revolucionario y de cura revolucionario a místico, a monje cisterciense!
Ante el peligro de una exaltación “mística”, el impetuoso Director reaccionó bruscamente:
-Alberto, no te pases. No hay que dar bandazos. Estas aspiraciones a una vida contemplativa, ¿no serán una aventura más del quijote místico? Date cuenta que tu temperamento emotivo y primario ha quedado impactado por el hermano Rafael que, por otra parte, merece ser reconocido como santo por la Iglesia. Pero tu vocación de sacerdote diocesano es la vocación que no puede cambiar de la noche a la mañana. Bien está que profundices en la unión con Dios pero en tu vocación sacerdotal y en las tareas que tienes encomendadas. Deja, deja esas inspiraciones que no son del Señor.
Alberto quedó desconcertado ante la salida tan fuerte de don Felipe. Intentó suavizar su propuesta tan entusiasmada. Le repitió que en el fondo lo que deseaba era reencontrarse con Dios. Cuando en el Retiro meditó sobre la contemplación para alcanzar amor y cuando leía al Hermano Rafael, fue entonces cuando surgió en su interior el deseo de una unión profunda y permanente con Dios en una vida contemplativa, por ejemplo, la de cirterciense.
Pasión por el Dios ausente y presente
Don Felipe, en un tono más suave y comprensivo le respondió:
-si deseas el reencuentro con Dios en una vida contemplativa, muy bien, pero permíteme algunas observaciones y sugerencias sobre lo que entiendo por la pasión por Dios tan ausente en el mundo occidental, tan presente en Jesús y María y tan estructurada en los místicos, principalmente en san Juan de la cruz y en santa Teresa de Jesús. Me explicaré.
-Nosotros como sacerdotes que vivimos en contacto con el pueblo fiel, somos conscientes de la progresiva ausencia de Dios. No podemos quedar indiferentes. Como tantos creyentes, debemos exclamar que “el Amor no es amado”. Y tú, Alberto, antes de tomar la decisión por una vida contemplativa podrías reflexionar sobre el rechazo de Dios, la indiferencia religiosa y cómo es manipulado el nombre de Dios. De este modo, sacarías más fuerzas para vivir la contemplación reparadora en la orden religiosa que elijas.
Los primeros testigos de la presencia de Dios
-Ahora bien, intervino Alberto cada vez más tranquilo, con este punto de partida sobre la ausencia de Dios, ¿dónde apoyarme, además del Hermano Rafael, para alimentar mi inquietud por una vida contemplativa?
Respuesta de Don Felipe:
-tú mismo lo sabes. Frente a la ausencia, nosotros sacerdotes interiorizamos la presencia de Dios escuchando y viendo a tantos creyentes de ayer y de hoy, santos y creyentes con vida ordinaria. Su testimonio siempre anima. Y claro está, quien más nos debe motivar son los primeros y más grandes místicos de la historia cristiana. Me refiero sin duda alguna a Jesús y a la Virgen María. ¿Habrá habido alguien que haya tenido una relación más íntima y coherente con Dios?
-Indudablemente que no, respondió Alberto. Y un servidor como teólogo especializado en cristología y dada mi nueva situación, puedo volver a estudiar los pasajes bíblicos donde aparezcan las relaciones de Jesús y María con su Padre Dios.
-Me das envidia, Alberto si puedes emplear tiempo en esa deliciosa tarea. Ya me gustaría a mí en el ocaso de mi vida, volver a empaparme con las palabras y testimonio de los dos. Si tú puedes, adelante. Ahí encontrarás muchas luces para dar el paso hacia la vida contemplativa o, mejor, para profundizar en tu espiritualidad sacerdotal.
¿Un tercer apoyo?
Ante la observación de Don Felipe, preguntó Alberto:
-¿algo más para preparar mi posible vida contemplativa? ¿Será suficiente la lectura y contraste de la ausencia de Dios en el mundo occidental con la máxima presencia en Jesús y María?
Replicó Don Felipe:
-de por sí es más que suficiente. Pero no vendría mal que te motivaras con la vida y doctrina de los que fueron coherentes con el amor apasionado por Dios. Como sabes yo tengo razones especiales para aconsejarte un tercer apoyo.
-Ya sé, le interrumpió Alberto, se refiere a dos santos de los cuales usted es un gran especialista, a san Juan de la Cruz y a santa Teresa de Jesús.
Y respondió el socarrón de don Felipe:
-gracias por el calificativo de “gran especialista”. No tanto, no tanto. Únicamente que siempre me entusiasmó la doctrina de san Juan y el testimonio de santa Teresa para relacionarse con Dios. Claro está, que mi caridad pastoral siempre estuvo regida por la doctrina y testimonio del beato, hasta ahora, Juan de Ávila.
Pero Alberto remachó:
Sí, el año pasado su cursillo se centró en el Beato pero este año versará en la Semana de teología sobre los dos carmelitas. Como tengo tiempo libre, este año me apuntaré
Don Felipe con un poco de guasa:
-me dará mucho gusto y mucho te ayudará.
Alberto.
-Así lo espero. Y después de la Semana iniciaré la experiencia contemplativa en el monasterio de San Isidro de Dueñas.
Don Felipe:
-Bien, pero con billete de vuelta para reemprender tus labores como sacerdote diocesano.
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