Perfil del católico auténtico

A la vista de los artículos precedentes, un tanto negativos, surge la pregunta: entonces, ¿existen católicos auténticos? .Porque por una parte, una mayoría de los bautizados se alejan de la Iglesia, y por otra parte son pocos los católicos coherentes. Ante esta situación un tanto negativa cabe preguntarse: ¿es que no existen católicos auténticos que sean practicantes y coherentes? Desde mi experiencia pastoral respondo afirmativamente. He tenido oportunidad de tratar con personas a las que califico de católicos convencidos y que convencen. En unas personas, destacaban sus valores y virtudes humanas; en otras predominaba la fe de la religiosidad popular. Cristo y la radicalidad del Evangelio constituían los rasgos predominantes del tercer grupo. Y por último, traté a muchos católicos comprometidos en el apostolado. En todos ellos , de una manera o de otra, la comunión coherente y la práctica religiosa. Me permito ahora trazar los rasgos y respuestas que integran el perfil del católico “ideal”, el más auténtico.
Manifestaciones
El perfil del católico ideal, el coherente, el auténtico, integra estos rasgos fundamentales.
1º Admira y acepta con ilusión a Cristo y su mensaje.
Es consciente de su dignidad de hombre nuevo como bautizado y cristiano. Acepta ilusionado la figura y doctrina de Cristo, los valores, misterios y exigencias del Reino de Dios para regir su vida personal, las relaciones con Dios y con el prójimo. Como seguidor fiel, piensa, siente y procura vivir “como otro Cristo”. No se limita a ser un católico “por tradición”. Al contrario, manifiesta con valor su condición de cristiano en la Iglesia católica. La fe con ilusión se convierte en fuerza que impulsa hacia la meta y en una luz que ilumina sus tareas y relaciones.
2º Respeta, ama y busca la amistad con Dios.
Dios no es un algo más en su vida sino alguien, el Tú absoluto, la persona más valorada por su dignidad, respetada por sus derechos y amada “con todo el corazón” por su dignidad y por su providencia misericordiosa. Su religiosidad se traduce en adorar, alabar, glorificar y obedecer a Dios. Más aún, por la gracia, el cristiano es llamado a una alianza con su Señor, a una experiencia especial de amistad e intimidad que consiste en sentirse amado y en amar a Dios Padre, en permanecer en comunión con El siendo fiel a su voluntad.
3º Orienta su vida según el Evangelio con la esperanza de ver a Dios.
Su mentalidad no es como la de un pagano que rinde culto a los ídolos del egoísmo personal, del dinero, el libertinaje, la comodidad, el sexo o el consumismo. Por el contrario, valora las cosas según Cristo, se siente peregrino en esta vida, y espera la realización de las Bienaventuranzas en la tierra y con plenitud en la vida eterna. El cristiano, fortalecido por la esperanza de Cristo resucitado, confía en Dios y contempla la muerte como un puente que conduce a la vida eterna. También siente gran alegría al recordar que como bienaventurado, en el cielo, “verá” a Dios y gozará de una relación viva y personal con la Santísima Trinidad.
4º Vive con radicalidad la vocación humana y cristiana.
Ama intensamente y procura responder con totalidad, es decir con radicalidad, al cien por cien de sus posibilidades “la mística de su vida” traducida en la realización personal, el amor fraterno, el seguimiento de Cristo y la amistad con Dios. En la vida comunitaria, el cristiano coherente testimonia las exigencias del Reino de verdad, justicia, libertad, vida, paz y amor. Es coherente ante sus compromisos familiares y sociales; se distingue por ayudar con generosidad a los más pobres y necesitados. De este modo, colabora en las estructuras de un mundo mejor y más humano para todos.
5º Testimonia las virtudes humanas bajo el impulso del amor cristiano.
Como persona, y más como cristiano, sabe dialogar, aceptar otras opiniones, comprender a las personas difíciles y perdonar a quien le ofendió. Para dar felicidad a los que le rodean, lucha contra los defectos de su carácter, a veces agresivo, intolerante y un tanto orgulloso que no reconoce sus errores ni pide perdón por sus faltas. Además cultiva la amabilidad, la tolerancia y las buenas maneras del amigo. Y todo bajo el impulso del amor cristiano que es desinteresado y se extiende a toda persona, amigo o enemigo. No sigue la ley del talión, del ojo por ojo; sino que ama con la radicalidad de Cristo imitando el amor de Dios Padre.
6º Es practicante, participa en la Misa y vive en comunión con la Iglesia.
Como buen creyente santifica las fiestas y como católico participa con gozo en la Eucaristía dominical. La asistencia a la Misa no se reduce a un “cumplo y miento” social, antes bien es la ocasión para que el cristiano santifique el nombre de Dios en el “día del Señor”, celebre el Misterio pascual, viva la corresponsabilidad eclesial orando por toda la Iglesia; acreciente su amistad con Cristo al recibirle en la comunión y fundamente su esperanza en el banquete eucarístico, prenda de la gloria futura, prometida por el Señor resucitado.
7º Progresa en la conversión: evita y repara las ofensas
La conversión exige luchar contra el pecado como falta contra el amor verdadero para con Dios y para con el prójimo Siempre es una ofensa que afecta a la vida de gracia. Ahora bien, por la virtud de la penitencia y/o por el sacramento de la confesión, el cristiano se reconcilia con Dios y con los hermanos; siente dolor por los pecados con el propósito de cambiar con medios eficaces, experimenta la misericordia de Dios y recibe fuerzas para testimoniar las exigencias propias del cristiano. Ante la conciencia de pecado grave acude al sacramento de la Penitencia por el que recuperará la gracia perdida, se reconciliará con la Iglesia y recibirá fuerzas para seguir en el proceso de conversión.
8º Encuentra en la oración la fuente para su entusiasmo de creyente.
De la oración, diálogo y comunicación con Dios; de ese trato amistoso con “quien sabemos que nos ama”, surge el entusiasmo como amor que empuja al cristiano para que sea fiel a su vocación. La gran fuente para el “endiosamiento” es, precisamente, la oración donde el creyente trata amistosamente con Dios Amor. Entre los aspectos de la oración destacamos el privilegio de hablar con Dios, la posibilidad de escucharle en el corazón, la ocasión para comunicar al Señor nuestra adoración, alabanza, gratitud, reparación y peticiones de lo que necesitamos. En la oración, el creyente se llena de Dios y toma fuerzas para vivir y morir según su voluntad. Ahora bien, la comunicación con Dios posee unas normas y una disciplina que requieren, entre otras condiciones, el interés por vivir en amistad con Dios.
9º Comunica su fe y colabora en la Evangelización.
Todo cristiano coherente da testimonio de su fe con el ejemplo, la oración y la palabra. Más aún y según posibilidades, colabora en las tareas de Evangelización como adulto en la fe. Le motiva el Vaticano II que afirma: “quien no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo, debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo" (AA 2; cf. Ef 4,16). Se impone, pues, vivir el sentido comunitario de una fe que estará presente en la Iglesia y en las instituciones sociales.
10º Cultiva su formación para ser un adulto en la fe
El católico practicante no se conforma con la formación de niño. Antes bien, sabe dar razón de sus convicciones religiosas. Con una fe fundamentada encuentra el sentido de la vida, del dolor, la muerte, de la felicidad para esta vida y el camino para llegar al encuentro definitivo con Dios en el cielo. Si quiere evangelizar es preciso cultivar la propia formación, ser un adulto en la fe. Por lo tanto no hay que conformarse con la formación de niño. Antes bien, urge testimoniar las convicciones religiosas. . La Biblia, los documentos del Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia católica, son libros imprescindibles para la formación del Cristiano coherente, adulto en la fe.
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