¿Sirve hoy el camino místico de san Juan y santa Teresa?

Sí, y mucho. Pero actualizado. El camino místico, fundamentalmente, enseña a vivir la unión, permanente y profunda, con Dios el Absoluto. Vivencia máxima en Cristo y meta-aspiración de todo cristiano. De hecho, es un tema imprescindible en la espiritualidad aunque haya sido interpretado de diversas maneras. Ahora bien, el camino místico necesita actualizarse, acomodarse según a la psicología del hombre actual, a la cultura e historia de nuestro mundo. De todos modos, son muy expertos los dos guías de la última expedición que pretende escalar el Everest en el pico llamado ”Dios, el Absoluto”.
Porque méritos más que sobrados presentan san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús por su doctrina y testimonio. Ambos son carmelitas, santos y doctores de la Iglesia con la repercusión mundial de sus escritos. Y cada uno con su peculiaridad, masculina o femenina. Él, teólogo, poeta y místico. Ella, doctora que enseña lo que vive. Los dos pueden ofrecer a los integrantes de su grupo el camino, (Vida de santa Teresa), los fundamentos y las motivaciones (Llama de amor viva), las duras exigencias (Noche oscura) y el proceso amoroso de la subida hasta llegar a la cima-meta, hacia

Quién camina: el Yo humano
La visión que los místicos tienen del yo humano es en parte positiva y enparte negativa: “como gusano” de mal olor pero con la dignidad de hijo de Dios.
Según Juan:
“sufre el alma verse todavía en el mundo con miserias, como en tierra de enemigos, tiranizada entre extraños, muerta entre los muertos” (C.18).
Y según Teresa, cada persona:
“fuiste por amor criada / hermosa, bella, y así / en mis entrañas pintada,/ si te perdieres, mi amada,/ Alma, buscarte has en Mí (Alma, buscarte has en Mí).

Hacia Quién. El Absoluto es Dios, el amado.
Dios es presentado de modo teológico y familiar en san Juan mientras que en santa Teresa es bello y misericordioso.
Para el doctor:
“las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, son las que realizan en el alma la divina obra de unión. El cauterio es el Espíritu Santo, la mano es el Padre, el toque el Hijo (Ll-2ª-1).
Y para la doctora:
¡Oh hermosura que excedéis/ a todas las hermosuras!/ Sin herir dolor hacéis, /y sin dolor deshacéis, /el amor de las criaturas” (¡Oh hermosura que excedéis!).

Qué motiva al caminante: el amor y la esperanza.
En san Juan, el yo humano anhela encontrarse con el Amado:
“allí amaremos a Dios como El se ama y ama. En la gloria entonces le amará también como es amada de Dios transformándola en su amor...” (C.38ª).
Y en su anhelo exclama: “rompe la tela de esta vida… (Ll-1ª 36).
Santa Teresa acude a la experiencia personal: en su vida manifestó ansias de ver a Dios y deseos de morir:
“Veíame morir con deseo de ver a Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida, si no era con la muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor…, yo no sabía qué me hacer; porque nada me satisfacía, ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma” (V 29,8).


Por qué caminar: los fundamentos.
Porque Dios, Tú divino, se acerca de varios modos al hombre que, impulsado por la esperanza corre ansioso al encuentro. San Juan y santa Teresa describen cada uno con su estilo la unión de los dos enamorados.
El teólogo describe las diferentes presencias de Dios en el alma a la que llaga, diviniza y la convierte en esposa con previa purificación:
“es la presencia de inhabitación que conviene a saber, que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en él…; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abisal de su dulzura” (Ll 1ª-15).
La doctora carmelita acude una vez más a su experiencia: ella siente a Dios en lo más íntimo de su alma, como prisionero en el centro de su ser. Y todo gracias a Jesucristo, camino y puente que la hiere:
“veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas” (V 29,13).

Con qué medios ascender: la presencia de Dios
Según la santa de Ávila, Dios fortalece y dispone al alma que agradece y se apoya en la presencia del divino prisionero:
“tenga ánimo de juntarse con tan gran Señor y tomarle por Esposo”(6M 4,1); “algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El” (V 10).
Para San Juan, el alma enamorada corre al encuentro del Dios enamorado:
“pide al Amado quiera ya poner término a sus ansias (fatigas) y penas con su presencia. Nada le satisface sin la presencia profunda del Amado, sin verle cara a cara” (C.10ª).
Busca progresivamente la unión con su Amado,
el amor es atrevido como el de “la “leona buscando sus crías” (N.II. 13º).
Y es tan intensa la fuerza para ir a juntarse con Dios que “apetece y codicia a Dios impacientemente y siempre piensa que halla al Amado” (N.II. 19º y .20º).

Qué exige llegar a la meta: la purificación y el don total
San Juan concreta:
“esta llama embiste al alma purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa” (Ll 1ª-19 y cf. N.II. 11º).
Y no solamente la purificación sino también el alma renuncia de modo coherente a lo que no sea Dios, respuesta propia del que ama totalmente.
En este encuentro el alma confiesa que
“ya no guardo ganado: ya no me ando tras mis gustos y apetitos, porque, habiéndolos puesto en Dios y dado a él, ya no los apacienta ni guarda para sí el alma. Ni ya tengo otro oficio que la donación y entrega de sí y de su caudal al Amado que ya sólo en amar es mi ejercicio (C.28).
¿Cuál es el motor indispensable para la ascensión? El mismo Doctor y místico y responde:
“ahora todo se mueve por amor y en el amor, haciendo todo lo que hago con amor y padeciendo todo lo que padezco con sabor de amor” (C. 28ª).
No es menor la radicalidad de santa Teresa de Jesús en las exigencias. Ella mantiene la radicalidad con entrega total:
“si quiere llevarla al cielo, vaya; si al infierno, no tiene pena, como vaya con su Bien; si acabar del todo la vida, eso quiere; si que viva mil años, también. Haga Su Majestad como de cosa propia; ya no es suya el alma de sí misma...” (V 17).
Y la mujer fuerte de Ávila mantiene su radicalidad con entrega total, pues sabe
“perderse a sí mismo” como esclava del Señor y con el amor permanente” (Mi amado para mí. Y Vivo sin vivir en mí).
Y muchas veces repetirá su total entrega:
“querría mil vidas para emplearlas todas en Dios y que todas cuantas cosas hay en la tierra fuesen lenguas para alabarle por ella...” (6M4,15).

La cima: la unión esponsal
¿Cómo describen la unión con Dios los dos místicos, Juan y Teresa?
La santa y mística fue introducida en la morada divina, envuelta en un fuego espiritual, unida a Dios como dos velas y viviendo el matrimonio espiritual:
“digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en estremo, que toda la luz fuese una” (o como) “agua de lluvia en un río adonde queda hecho todo agua....” (7M 2,6).
Pero siempre la iniciativa la lleva Dios que une consigo al alma invadida por un deleite inefable:
“...porque el gran deleite que entonces siente en el alma es de verse cerca de Dios...” (7M 1,6). Es la unión de dos esposos con amor limpio: “pues cuando Su Majestad es servido de hacerle la merced dicha de este divino matrimonio, primero la mete en su morada” (7M 1,3).
El poeta de Fontiveros insiste en la unión, total y verdadera del alma en Dios:
“una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida” (C.22ª).
Y surgen las expresiones de ternura:
“entrégase toda a sí misma a él, y dale también sus pechos de su voluntad y amor: Yo para mi Amado, y la conversión de él para mí. Ven, Amado mío; salgámonos al campo, moremos juntos en las granjas” (C.27ª).
Para quien alcanzó la cima, encuentra una bella descripción en el final de la Noche oscura:
”quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”
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