Valores y carencias del hombre de hoy
Me resulta muy difícil juzgar al hombre de nuestros días con sus valores y carencias. Palpo el peligro de parcialidad, de juicios genéricos y de graves omisiones. De todas maneras, me atrevo a proponer unos rasgos que en parte son positivos, valores, y en parte negativos, carencias. Y todo en tres niveles. El presente artículo se limita al nivel personal que contempla al protagonista del siglo XXI como un adulto controvertido, inmerso en tensiones y peligros, libre, muy crítico pero escéptico. Y que está tentado por dos opciones extremas.
NIVEL PERSONAL
Destaco como rasgos más significativos que nuestro protagonista vive como un adulto, controvertido, en tensiones y peligros.
En el fondo, es un ser humano controvertido.
Porque unos exaltan al hombre como al único «dios» mientras que otros lo desprecian como pasión inútil, un ser sin sentido o una “cosa perdida” en la colectividad.
Pero es una persona con la convicción de ser un adulto.
Muchos defienden al hombre actual como adulto. Es el criterio del secularismo, de la ética de situación y de la misma posmodernidad. De ahí el subjetivismo ético y el endiosamiento religioso.
Que exige ser tratado sin manipulaciones.
Es frecuente su protesta cuando se siente manipulado como un niño que debe obedecer sin más, o como un simple robot llamado a cumplir preceptos. Pero el hecho es que vive como un prisionero de las estructuras socio-políticas.
Aunque vive la presión de las tensiones.
El hombre de la ciudad posmoderna es práctico, pragmático y angustiado por las tensiones que sufre. Con más poder que antes pero más inseguro; es más dueño de la naturaleza pero palpa con horror los destrozos que sufre. No es feliz.
Y experimenta gran temor ante los peligros ecológicos.
Por una parte existe un mayor dominio del hombre sobre la naturaleza con el peligro de la destrucción, de atentar contra el equilibrio cósmico. Y por otra, una veintena de científicos aseguran que el hombre puede llevar a la Tierra en el 2025 a una situación irreversible: un colapso inminente. Urge frenar el consumo y el crecimiento. Pero nadie da el primer paso.
Libre, muy crítico pero escéptico
Amante de su libertad y de su realización personal, con gran juicio crítico, pero un tanto escéptico y con dudas ante los grandes interrogantes.
Amante de su libertad y de su realización personal.
Y por lo tanto, exige libertad para amar según su responsabilidad y posibilidades, y para actualizar su creatividad. Claro que en muchas cosas “el ser humano” cae en el libertinaje.
Con gran juicio crítico.
Nuestro protagonista es consciente de gozar de un mayor juicio crítico, de menos capacidad de asombro y de receptividad. Menos sensible al argumento de autoridad y más exigente en lo concerniente a la aceptación de las creencias religiosas y de las normas morales. He ahí uno de los factores de la indiferencia religiosa.
Pero un tanto escéptico.
Está impregnado de la «genética cultural» moderna y postmoderna que le llevan a la angustia y al escepticismo. Fruto de esas raíces dañadas han sido el agnosticismo y el relativismo que conducen al escepticismo ante la verdad y a la indiferencia ética como manifestación del nihilismo (FeR 5; 81). Predomina la persuasión de que no hay verdades absolutas y de que toda verdad es contingente y revisable. Más aún, se llega a la convicción de que toda certeza es síntoma de inmadurez y de dogmatismo. Y de aquí a la confusión no hay más que un paso.
Y con dudas ante los grandes interrogantes.
Manifiesta su escepticismo ante los grandes valores. Para muchos, la situación actual les lleva a preguntarse: ¿vale la pena vivir y trabajar y amar al otro y luchar por la libertad, la justicia y la paz? La droga y el consumismo retrasan la respuesta, pero no solucionan el problema. Ahí está el aspecto negativo cuando hablamos de crisis de valores: el cambio produce en muchas personas una grave desorientación ética, un descontrol serio en la conducta, una visión desvanecida de la existencia humana y una gran inseguridad a la hora de vivir la fe cristiana.
Cada vez más tentado por dos opciones extremas
Simplificando: se puede afirmar que unos exaltan lo antiguo, los conservadores, y otros defienden lo nuevo, los progresistas. Tanto unos como otros, exaltados, terminan en el fanatismo o fundamentalismo de tipo religioso o político. Y la división aumenta entre personas, grupos y nacionalidades. Es la división causada por lo nuevo o por lo antiguo.
El conservador, radicalizado por lo antiguo.
Nos enfrentamos a las personas deslumbradas y obsesionadas por el ayer que a toda costa quieren imponerlo al mundo de hoy como praxis religiosa o política. De los rasgos anteriores, fácilmente se desprende la índole fundamentalista del conservador exaltado. Es un integrista que busca una identidad religiosa «pura», sin componendas ni sincretismos. No da oportunidad a la historia de nuestros días en nombre de su fidelidad al pasado.
El progresista, radicalizado por lo nuevo.
Opuesto al conservador, en el otro extremo del péndulo, se sitúa el progresista, radicalizado con las iniciativas modernas, nuevas o progresistas. Su actitud religiosa está bajo el sello del extremismo que llega al fanatismo motivado por el progreso. El rasgo propio es la exaltación de las nuevas mediaciones religiosas y el rechazo de las antiguas o tradicionales. Lo que más anima al cristiano progresista es el deseo, a veces es una auténtica obsesión, de responder a las exigencias actuales. Este deseo se convierte en la norma decisiva para pensar y estructurar «la nueva religión».
Y QUEDA POR ANALIZAR la dimensión, sociopolítica, ética y trascendente-religiosa.
NIVEL PERSONAL
Destaco como rasgos más significativos que nuestro protagonista vive como un adulto, controvertido, en tensiones y peligros.
En el fondo, es un ser humano controvertido.
Porque unos exaltan al hombre como al único «dios» mientras que otros lo desprecian como pasión inútil, un ser sin sentido o una “cosa perdida” en la colectividad.
Pero es una persona con la convicción de ser un adulto.
Muchos defienden al hombre actual como adulto. Es el criterio del secularismo, de la ética de situación y de la misma posmodernidad. De ahí el subjetivismo ético y el endiosamiento religioso.
Que exige ser tratado sin manipulaciones.
Es frecuente su protesta cuando se siente manipulado como un niño que debe obedecer sin más, o como un simple robot llamado a cumplir preceptos. Pero el hecho es que vive como un prisionero de las estructuras socio-políticas.
Aunque vive la presión de las tensiones.
El hombre de la ciudad posmoderna es práctico, pragmático y angustiado por las tensiones que sufre. Con más poder que antes pero más inseguro; es más dueño de la naturaleza pero palpa con horror los destrozos que sufre. No es feliz.
Y experimenta gran temor ante los peligros ecológicos.
Por una parte existe un mayor dominio del hombre sobre la naturaleza con el peligro de la destrucción, de atentar contra el equilibrio cósmico. Y por otra, una veintena de científicos aseguran que el hombre puede llevar a la Tierra en el 2025 a una situación irreversible: un colapso inminente. Urge frenar el consumo y el crecimiento. Pero nadie da el primer paso.
Libre, muy crítico pero escéptico
Amante de su libertad y de su realización personal, con gran juicio crítico, pero un tanto escéptico y con dudas ante los grandes interrogantes.
Amante de su libertad y de su realización personal.
Y por lo tanto, exige libertad para amar según su responsabilidad y posibilidades, y para actualizar su creatividad. Claro que en muchas cosas “el ser humano” cae en el libertinaje.
Con gran juicio crítico.
Nuestro protagonista es consciente de gozar de un mayor juicio crítico, de menos capacidad de asombro y de receptividad. Menos sensible al argumento de autoridad y más exigente en lo concerniente a la aceptación de las creencias religiosas y de las normas morales. He ahí uno de los factores de la indiferencia religiosa.
Pero un tanto escéptico.
Está impregnado de la «genética cultural» moderna y postmoderna que le llevan a la angustia y al escepticismo. Fruto de esas raíces dañadas han sido el agnosticismo y el relativismo que conducen al escepticismo ante la verdad y a la indiferencia ética como manifestación del nihilismo (FeR 5; 81). Predomina la persuasión de que no hay verdades absolutas y de que toda verdad es contingente y revisable. Más aún, se llega a la convicción de que toda certeza es síntoma de inmadurez y de dogmatismo. Y de aquí a la confusión no hay más que un paso.
Y con dudas ante los grandes interrogantes.
Manifiesta su escepticismo ante los grandes valores. Para muchos, la situación actual les lleva a preguntarse: ¿vale la pena vivir y trabajar y amar al otro y luchar por la libertad, la justicia y la paz? La droga y el consumismo retrasan la respuesta, pero no solucionan el problema. Ahí está el aspecto negativo cuando hablamos de crisis de valores: el cambio produce en muchas personas una grave desorientación ética, un descontrol serio en la conducta, una visión desvanecida de la existencia humana y una gran inseguridad a la hora de vivir la fe cristiana.
Cada vez más tentado por dos opciones extremas
Simplificando: se puede afirmar que unos exaltan lo antiguo, los conservadores, y otros defienden lo nuevo, los progresistas. Tanto unos como otros, exaltados, terminan en el fanatismo o fundamentalismo de tipo religioso o político. Y la división aumenta entre personas, grupos y nacionalidades. Es la división causada por lo nuevo o por lo antiguo.
El conservador, radicalizado por lo antiguo.
Nos enfrentamos a las personas deslumbradas y obsesionadas por el ayer que a toda costa quieren imponerlo al mundo de hoy como praxis religiosa o política. De los rasgos anteriores, fácilmente se desprende la índole fundamentalista del conservador exaltado. Es un integrista que busca una identidad religiosa «pura», sin componendas ni sincretismos. No da oportunidad a la historia de nuestros días en nombre de su fidelidad al pasado.
El progresista, radicalizado por lo nuevo.
Opuesto al conservador, en el otro extremo del péndulo, se sitúa el progresista, radicalizado con las iniciativas modernas, nuevas o progresistas. Su actitud religiosa está bajo el sello del extremismo que llega al fanatismo motivado por el progreso. El rasgo propio es la exaltación de las nuevas mediaciones religiosas y el rechazo de las antiguas o tradicionales. Lo que más anima al cristiano progresista es el deseo, a veces es una auténtica obsesión, de responder a las exigencias actuales. Este deseo se convierte en la norma decisiva para pensar y estructurar «la nueva religión».
Y QUEDA POR ANALIZAR la dimensión, sociopolítica, ética y trascendente-religiosa.