Vida eterna para S. Montiel y M. Thatcher
Recuerdo con desagrado los velatorios donde se habla de todo y se olvida de rezar por el difunto-a. Y me duele la actitud de personas creyentes y practicantes pero que no creen en el cielo, en la vida eterna. Más aún, la niegan como si no tuvieran esperanza, una de las virtudes teologales. Ahora planteo la actitud ante la muerte, ante la vida eterna que deseo para Sara Montiel y Margarita Thatcher.
Rechazo del más allá de la muerte
Por lógica, el rechazo se explica en los que carecen de la fe cristiana como sucedió a San Pablo con los atenienses (Hch 17,32). Pero lo desconcertante es que muchas personas piadosas y practicantes, se conforman con la práctica de la caridad, la piedad y el trato con Dios pero solamente para esta vida.
Los que no tienen fe. Quien rechaza la existencia de Dios o se confiesa agnóstico o si solamente admite lo que puede demostrarse por la razón, es lógico que rechace todo cuanto se refiera a los misterios de la otra vida. Para quien no tiene fe, hablar de una relación con Dios después de la muerte es la ingenua proyección de unos anhelos que conviene desmitificar, bien desde la psicología (Freud), desde la perspectiva socio-económica (Marx) o desde la perspectiva antropológica (Feuerbach). No pasa de ser el cielo un deseo que para muchos se convierte en un conjunto de personajes irreales fruto de su imaginación.
La mentalidad materialista niega todo lo relacionado con el cielo porque carece de un fundamento racional; lo único que existe es lo experimentable, todo aquello que está bajo las categorías de materia, tiempo y espacio. Para justificar su actitud, los que rechazan el cielo, afirman que se trata de un tema que nada tiene que ver con esta tierra y con las esperanzas humanas. Más aún, el cielo es en una “gozosa” fuga del más acá.
En los creyentes sin esperanza. No solamente los no creyentes rechazan el cielo. También algunos cristianos, aun practicantes, rechazan el cielo o queda indiferentes ante su mensaje. Ellos tienen fe pero les falla la esperanza. Son cristianos sin esperanza aunque se aprovechen de la oración de petición y de algunos elementos de un cristianismo mutilado. En tales cristianos, no existe un deseo verdadero de las promesas de Dios; ellos prefieren los bienes materiales y los beneficios que puedan recibir de Dios. Pero rechazan o viven indiferentes ante la vida después de la muerte.
Muchos, ante la pregunta de si creen en el cielo, responden “¡nadie regresó!” “como en la casa de uno en ninguna parte”. Si se les habla de lo bien que se estará en el cielo contestan con sorna “que Dios no tenga prisa en llamarme para ir al cielo”.
¿Por qué esta indiferencia y hasta rechazo del cielo? Algunas causas: el secularismo, la crisis actual ante cualquier esperanza; la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble; la vinculación de “la otra vida” a la muerte, al infierno; la injusticia y el dolor; la interpretación individualista de la salvación; la deficiente formación, el desánimo ante las dificultades. ¿Por qué, critican, se habló tanto del infierno, del purgatorio y de las indulgencias y tan poco del cielo fruto del amor y de la justicia? A la interpretación individualista de la salvación, en la era de la liberación y de la globalización, extraña mucho el lema “salva tu alma” que motivara a tantas generaciones. En el fondo, presenta el cielo como la salvación del individuo en un problema personal carente de toda dimensión social, una aspecto extraño a la predicación de Jesús y a la escatología del Reino de Dios proclamada en el prefacio de Cristo Rey. Para ellos, el cielo es un simple consuelo alienante ante un más allá mejor, que este “valle de lágrimas”. También influye el desánimo por las dificultades para la esperanza coherente; la presentación de un cielo poco atractivo, la enseñanza sobre el castigo del infierno…y su apego a los bienes de la tierra.
Iluminar para creer en la vida eterna
Quien reflexione sobre el mensaje cristiano, aceptará las razones para creer en el cielo o vida eterna-
1ª Es uno de los misterios del Credo. La vida eterna o cielo es una de las verdades fundamentales de la Buena Nueva de Jesús con la que finaliza la profesión de fe: creo en la vida eterna. O bien, espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Creemos en el cielo por Jesús. y porque es parte del mensaje fundamental que él confirmó con su Resurrección. Sin Jesús no es posible ni la fe en el cielo ni la confianza en llegar a la meta final. Este dogma integró la doctrina que difundieron los Apóstoles, los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia.
2ª La fe y la esperanza en la persona de Cristo Salvador. Ampliamos la primera razón con la aceptación de la historia y misterios de Jesucristo, el Verbo encarnado, hombre y Dios, que vivió en la tierra, reveló la verdad del cielo, prometió el paraíso, murió, resucitó, se apareció a los apóstoles y subió a los cielos. Cristo es el Salvador y, en definitiva, es la salvación para los que aceptan y siguen su doctrina.
Así mismo el bautizado pone su esperanza en Cristo Redentor que consiguió para nosotros la vida divina (la gracia) y abrió la puerta para la vida eterna. La gracia como vida divina es una participación del mismo ser de Dios.
3ª La vida de Cristo es un anticipo de lo que será el cielo. El creyente que profundiza en la vida de Cristo comprueba que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo. Cuando Jesús predica la Buena nueva, cura a los enfermos, comparte la alegría de la mesa o de una boda, da de comer a los hambrientos, pacifica a los atribulados e instituye el alimento eucarístico, Jesús anticipa lo que será la vida eterna: existencia sin dolor, vivencia plena de paz y amor.
La vida de Jesucristo está orientada al mayor bien para el hombre y a la mayor gloria para Dios. En la Eucaristía como banquete podemos contemplar la alegría de los que se reunirán con Cristo en la vida eterna. La actitud personal del buen Pastor es de acogida a quienes están agobiados por cualquier clase de mal físico o espiritual; el saludo de paz que Jesús daba y deseaba a todos, resume el deseo de todo bien y la exclusión del mal. Más aún, las críticas y condenas que el Maestro profirió están dirigidas contra los que cometen injusticias, mentiras y toda clase de males que obstaculizan la felicidad del prójimo.
4ª La Redención de Cristo abrió las puertas del cielo. Toda la vida de Cristo converge en el centro redentor. La pasión, muerte y resurrección del Salvador tienen como objetivos redimir a la humanidad del mal moral, el pecado; de animar al hombre ante el dolor y la muerte con la esperanza del más allá de la vida humana y compartir el sufrimiento humano dándole un valor para después de la muerte. .
La resurrección, las apariciones y la ascensión a los cielos del Salvador fundamentaron la esperanza de quienes fueron fieles en el dolor, combatieron el mal y esperaron encontrarse con Cristo en la vida eterna. De manera extraordinaria, el Cristo Redentor abrió las puertas para que entrara el buen ladrón: “acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le responde: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso»(Lc 23, 42. 43). Negar o cuestionar el cielo es mutilar gravemente el mensaje y obra de Cristo.
5ª El cielo es una clave imprescindible en las Bienaventuranzas. Cristo habló sobre el cielo como presente en el Reino de Dios y proclamó las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana y que motivan la esperanza que animó la vida de tantos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc.
Para Jesús, las actitudes de pobreza, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, paz, y las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida de felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión escatológica. Allí el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Es Jesús quien revoluciona los valores porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo (dolor, pobreza, humillación...), ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
6ª El cristiano es como “otro Cristo” que se compromete a seguir al Maestro en la santidad de vida y en la propagación de la fe. Quien ha muerto con el Redentor al pecado, con Él resucitará a la vida eterna prometida. Y más que “premio a la buena conducta”, el cielo es la plenitud del ser y del vivir en Cristo después de la muerte. La esperanza cristiana motiva fuertemente porque quien ha vivido en Cristo en la tierra, resucitado, seguirá vivendo en y con su Salvador en el cielo; quien ha compartido aquí la suerte del Hijo de Dios, en la bienaventuranza le acompañará ante el Padre.
Rechazo del más allá de la muerte
Por lógica, el rechazo se explica en los que carecen de la fe cristiana como sucedió a San Pablo con los atenienses (Hch 17,32). Pero lo desconcertante es que muchas personas piadosas y practicantes, se conforman con la práctica de la caridad, la piedad y el trato con Dios pero solamente para esta vida.
Los que no tienen fe. Quien rechaza la existencia de Dios o se confiesa agnóstico o si solamente admite lo que puede demostrarse por la razón, es lógico que rechace todo cuanto se refiera a los misterios de la otra vida. Para quien no tiene fe, hablar de una relación con Dios después de la muerte es la ingenua proyección de unos anhelos que conviene desmitificar, bien desde la psicología (Freud), desde la perspectiva socio-económica (Marx) o desde la perspectiva antropológica (Feuerbach). No pasa de ser el cielo un deseo que para muchos se convierte en un conjunto de personajes irreales fruto de su imaginación.
La mentalidad materialista niega todo lo relacionado con el cielo porque carece de un fundamento racional; lo único que existe es lo experimentable, todo aquello que está bajo las categorías de materia, tiempo y espacio. Para justificar su actitud, los que rechazan el cielo, afirman que se trata de un tema que nada tiene que ver con esta tierra y con las esperanzas humanas. Más aún, el cielo es en una “gozosa” fuga del más acá.
En los creyentes sin esperanza. No solamente los no creyentes rechazan el cielo. También algunos cristianos, aun practicantes, rechazan el cielo o queda indiferentes ante su mensaje. Ellos tienen fe pero les falla la esperanza. Son cristianos sin esperanza aunque se aprovechen de la oración de petición y de algunos elementos de un cristianismo mutilado. En tales cristianos, no existe un deseo verdadero de las promesas de Dios; ellos prefieren los bienes materiales y los beneficios que puedan recibir de Dios. Pero rechazan o viven indiferentes ante la vida después de la muerte.
Muchos, ante la pregunta de si creen en el cielo, responden “¡nadie regresó!” “como en la casa de uno en ninguna parte”. Si se les habla de lo bien que se estará en el cielo contestan con sorna “que Dios no tenga prisa en llamarme para ir al cielo”.
¿Por qué esta indiferencia y hasta rechazo del cielo? Algunas causas: el secularismo, la crisis actual ante cualquier esperanza; la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble; la vinculación de “la otra vida” a la muerte, al infierno; la injusticia y el dolor; la interpretación individualista de la salvación; la deficiente formación, el desánimo ante las dificultades. ¿Por qué, critican, se habló tanto del infierno, del purgatorio y de las indulgencias y tan poco del cielo fruto del amor y de la justicia? A la interpretación individualista de la salvación, en la era de la liberación y de la globalización, extraña mucho el lema “salva tu alma” que motivara a tantas generaciones. En el fondo, presenta el cielo como la salvación del individuo en un problema personal carente de toda dimensión social, una aspecto extraño a la predicación de Jesús y a la escatología del Reino de Dios proclamada en el prefacio de Cristo Rey. Para ellos, el cielo es un simple consuelo alienante ante un más allá mejor, que este “valle de lágrimas”. También influye el desánimo por las dificultades para la esperanza coherente; la presentación de un cielo poco atractivo, la enseñanza sobre el castigo del infierno…y su apego a los bienes de la tierra.
Iluminar para creer en la vida eterna
Quien reflexione sobre el mensaje cristiano, aceptará las razones para creer en el cielo o vida eterna-
1ª Es uno de los misterios del Credo. La vida eterna o cielo es una de las verdades fundamentales de la Buena Nueva de Jesús con la que finaliza la profesión de fe: creo en la vida eterna. O bien, espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Creemos en el cielo por Jesús. y porque es parte del mensaje fundamental que él confirmó con su Resurrección. Sin Jesús no es posible ni la fe en el cielo ni la confianza en llegar a la meta final. Este dogma integró la doctrina que difundieron los Apóstoles, los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia.
2ª La fe y la esperanza en la persona de Cristo Salvador. Ampliamos la primera razón con la aceptación de la historia y misterios de Jesucristo, el Verbo encarnado, hombre y Dios, que vivió en la tierra, reveló la verdad del cielo, prometió el paraíso, murió, resucitó, se apareció a los apóstoles y subió a los cielos. Cristo es el Salvador y, en definitiva, es la salvación para los que aceptan y siguen su doctrina.
Así mismo el bautizado pone su esperanza en Cristo Redentor que consiguió para nosotros la vida divina (la gracia) y abrió la puerta para la vida eterna. La gracia como vida divina es una participación del mismo ser de Dios.
3ª La vida de Cristo es un anticipo de lo que será el cielo. El creyente que profundiza en la vida de Cristo comprueba que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo. Cuando Jesús predica la Buena nueva, cura a los enfermos, comparte la alegría de la mesa o de una boda, da de comer a los hambrientos, pacifica a los atribulados e instituye el alimento eucarístico, Jesús anticipa lo que será la vida eterna: existencia sin dolor, vivencia plena de paz y amor.
La vida de Jesucristo está orientada al mayor bien para el hombre y a la mayor gloria para Dios. En la Eucaristía como banquete podemos contemplar la alegría de los que se reunirán con Cristo en la vida eterna. La actitud personal del buen Pastor es de acogida a quienes están agobiados por cualquier clase de mal físico o espiritual; el saludo de paz que Jesús daba y deseaba a todos, resume el deseo de todo bien y la exclusión del mal. Más aún, las críticas y condenas que el Maestro profirió están dirigidas contra los que cometen injusticias, mentiras y toda clase de males que obstaculizan la felicidad del prójimo.
4ª La Redención de Cristo abrió las puertas del cielo. Toda la vida de Cristo converge en el centro redentor. La pasión, muerte y resurrección del Salvador tienen como objetivos redimir a la humanidad del mal moral, el pecado; de animar al hombre ante el dolor y la muerte con la esperanza del más allá de la vida humana y compartir el sufrimiento humano dándole un valor para después de la muerte. .
La resurrección, las apariciones y la ascensión a los cielos del Salvador fundamentaron la esperanza de quienes fueron fieles en el dolor, combatieron el mal y esperaron encontrarse con Cristo en la vida eterna. De manera extraordinaria, el Cristo Redentor abrió las puertas para que entrara el buen ladrón: “acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le responde: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso»(Lc 23, 42. 43). Negar o cuestionar el cielo es mutilar gravemente el mensaje y obra de Cristo.
5ª El cielo es una clave imprescindible en las Bienaventuranzas. Cristo habló sobre el cielo como presente en el Reino de Dios y proclamó las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana y que motivan la esperanza que animó la vida de tantos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc.
Para Jesús, las actitudes de pobreza, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, paz, y las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida de felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión escatológica. Allí el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Es Jesús quien revoluciona los valores porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo (dolor, pobreza, humillación...), ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
6ª El cristiano es como “otro Cristo” que se compromete a seguir al Maestro en la santidad de vida y en la propagación de la fe. Quien ha muerto con el Redentor al pecado, con Él resucitará a la vida eterna prometida. Y más que “premio a la buena conducta”, el cielo es la plenitud del ser y del vivir en Cristo después de la muerte. La esperanza cristiana motiva fuertemente porque quien ha vivido en Cristo en la tierra, resucitado, seguirá vivendo en y con su Salvador en el cielo; quien ha compartido aquí la suerte del Hijo de Dios, en la bienaventuranza le acompañará ante el Padre.