¿Cómo afrontar la muerte, etapa final de la vida?

La muerte, como punto de llegada y acontecimiento futuro más o menos lejano, está presente en la vida de toda persona antes de los setenta años: en el fallecimiento de un familiar, al dar el pésame a un amigo, cuando leemos o escuchamos muertes dramáticas, o en alguna enfermedad grave personal. Pero a partir de la tercera edad, y mucho más en la cuarta, la persona anciana contempla la muerte como una meta cercana y definitiva. Y tanto la persona joven, como la que tiene 70 como la que cumplió los 80, alimentan criterios y respuestas muy diferentes sobre la etapa final de su vida. He seleccionado diez respuestas que clasifico en normales, de rechazo, o de fe coherente.


Como normales
Ocasionalmente, o como actitud bien definida, muchas personas afirman sobre la muerte su indiferencia, su temor por las consecuencias o por las dudas que le asaltan:

-ante le muerte, estoy indiferente. Me da igual, ya vendrá.
Quien está abrumado por miles problemas de todo tipo, no cumplió los 60 y goza de buena salud, es comprensible que la muerte esté fuera del círculo de sus preocupaciones. Ni la rechaza, ni le interesa. Pasa de ella.
-me angustia morir porque pienso qué será de mi familia sin mi persona.
Es la respuesta coherente de quien ama y se siente amado, de quien tiene muchas tareas por realizar y muchas responsabilidades. Sabe que su existencia es necesaria para su familia, amigos o la misma sociedad. Ante la muerte, automáticamente, piensa en la familia y en el trabajo. Y desecha rápidamente cualquier pensamiento que le angustie, no en sí mismo y para su persona, sino por las consecuencias.
-espero con temor, más que por la muerte, por la enfermedad final, por las ofensas cometidas y el juicio que me espera.
Así puede opinar la persona atormentada por los sufrimientos de familiares antes de morir, por su conducta inmoral e injusta y por lo que le dice su fe respecto al juicio que sufrirá en la “otra vida”.
-tengo muchas dudas sobre el más allá de la muerte. Me pregunto:“y después, ¿qué?”
Situación del enfermo que vivió entre el agnosticismo y la esperanza cristiana. No puede evitar las dudas durante una enfermedad grave. Ahora, más que nunca, experimenta la tensión entre su esperanza de creyente y su mentalidad agnóstica. Desea, pero no puede reafirmar el final del Credo que tantas veces pronunció: “creo en la vida eterna”.

De rechazo
Abiertamente se oponen a la muerte con sus consecuencias, quienes no tienen fe y sí la obsesión por el dolor que les espera. Hasta piensan en el suicidio.

-todo se acaba con la muerte. Por ello rechazo el más allá de una vida eterna.
Es respuesta lógica de quien defiende el ateísmo o el secularísmo. Sin fe en Dios y en el mensaje cristiano, la persona negará cualquier realidad fuera de la materia, el tiempo y el espacio.

-por mi grave enfermedad, me obsesiona el vivir con tanto sufrimiento y me planteo el suicidio.
Por su situación un tanto desesperada, el enfermo rechaza a la muerte que viene, para dar paso en su mente a la decisión personal de acabar con la vida, que ya no tiene sentido alguno.
-me horroriza pensar en el dolor, para mí y para mis familiares, que experimentaré en los últimos días de mi vida.
Esta persona no piensa en el suicidio, pero sí en el “via-crucis” que le espera. Y comienza a sufrir antes de tiempo y a transmitir su desesperación a quienes lo cuidan.
-de la muerte: no quiero ni pensar, ni oír, ni hablar. Para mí es un tema tabú.
Quizás sea una persona sana, quizás sea creyente y no ateo, quizás goce de buena salud, pero está dominado por una mentalidad pragmática que considera la muerte como un tema tabú a ocultar a los niños y del que se debe hablar con metáforas que no hieran la sensibilidad. Un tema tabú como el sexo.

Y de fe coherente
Aunque el porcentaje sea menor, quien profesó una fe coherente, puede opinar de esta manera:

-siempre creí en Dios, y ahora dejo en sus manos el final de mi vida.
El “buen cristiano-a”, con devoción a la Virgen y que procuró vivir según el Padre nuestro, tiene clara la respuesta: “hágase tu voluntad”….”ruega en la hora de mi muerte”. Vive tranquilo con la confianza en Dios y con la protección de la Virgen María en “la hora” de su adiós a la vida.
-agradezco a Jesucristo la esperanza de la vida eterna en la que estaré después de la muerte.
Más que fijarse en la muerte, el cristiano, impulsado por la esperanza, centra su atención en el “más allá” que tiene un destino concreto, la vida eterna. Y todo, vinculado al misterio de Cristo que murió por todos nosotros.
-contemplo la muerte como el final y el comienzo de un vivir con Cristo.
Con seguridad, quien interiorizó las palabras de san Pablo, afirma que el seguidor de Cristo en la tierra, reinará con Él en el cielo. La muerte, en definitiva, es un paso seguro con un destino cierto y una buena compañía.
-por la esperanza, me alegra pensar que tras la muerte seré feliz y reencontraré a quienes amé en este mundo.
El creyente, de esperanza profunda, contempla con alegría la muerte, como el puente firme para encontrar su felicidad personal y la nueva convivencia con familiares y amigos.
-amo a Dios con todo mi corazón y deseo ardientemente amarle “cara a cara”
El convencido por el “muero porque no muero”, el cristiano enamorado de Dios en la tierra, está seguro que cuando se rompa la “tela” de la muerte mantendrá un trato afectuoso y directo con Dios, su Amado.
Pero todos, en sus 80 cumplidos admiten y practican unos objetivos que dan sentido a su vida. No renuncian a su realización personal, todavía tienen muchas tareas familiares y su experiencia puede ayudar a "muchos".
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