Ante el amanecer: con esperanza o sin esperanza
Expuesto el fundamento de la esperanza cristiana, sorprende cómo muchos cristianos niegan o dudan o quedan indiferentes ante el mensaje de la esta virtud teologal, condición indispensable en el anochecer para el amanecer de la vida eterna. ¿Qué razones aducen para rechazar la vida eterna? ¿En que se fundamenta la esperanza?
¿Por qué muchos rechazan la vida eterna?
Para el cristiano coherente, el cielo integra el sentido de su vida. Más aún, la esperanza es la gran motivación para afrontar la cruz por la posibilidad de encontrarse con Cristo resucitado. Sin embargo fuera de la fe cristiana y dentro de la misma Iglesia católica, son muchos los que rechazan la vida eterna o no les preocupa
Rechazo en los que no tienen fe. Si rechazan la existencia de Dios, si se confiesan agnósticos o si solamente admiten lo que puede demostrarse por la razón, es lógico que rechacen todo cuanto se refiera a los misterios de la otra vida. Como sucedió con los atenienses ante el anuncio de Pablo sobre la resurrección: “se echaron a reír” (Hch 17,32). Para quien no tiene fe, hablar de una relación con Dios después de la muerte es la ingenua proyección de unos anhelos que conviene desmitificar, bien desde la psicología (Freud), desde la perspectiva socio-económica (Marx) o desde la perspectiva antropológica (Feuerbach). Para justificar su actitud, los que rechazan el cielo, afirman que se trata de un tema que nada tiene que ver con esta tierra y con las esperanzas humanas. Más aún, el cielo es en una “gozosa” fuga del más acá.
Rechazo o indiferencia en muchos creyente. En una encuesta: la creencia en Dios, un 69%; en la vida después de la muerte, un 48%; en el cielo, un 40%; en el infierno, un 25%. Y siempre quedará la incógnita sobre lo que imaginan los encuestados acerca de la vida en el cielo.
Por su actitud de indiferencia. Son cristianos sin esperanza aunque se aprovechen de la oración de petición y de algunos elementos de un cristianismo mutilado.
Porque viven apegados a los bienes de la tierra. Y responden: “como en la casa de uno en ninguna parte”; “que Dios no tenga prisa en llamarme para ir al cielo”.
Padecen los efectos de la crisis actual ante cualquier esperanza. Se trata del escepticismo posmoderno ante la esperanza humana que repercute en las verdades escatológicas.
Unen el cielo a la muerte y exclaman ¡nadie regresó! El cielo está detrás de la muerte corporal, dolorosa, acompañada del silencio, de la desaparición de la persona y reducida al recuerdo en algunos seres queridos.
Viven apegados a esta vida. Son cristianos que rezan por sus difuntos y que están interesados por la fe y la caridad. Pero de la esperanza, lo único que les interesa es la ayuda de Dios para esta vida. Tienen confianza pero no esperanza.
Rechazan la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble. La literatura espiritual, y algunos predicadores, fieles a la sensibilidad de siglos pasados, han presentado la “corte” celestial con ángeles cantores, niños alados, arpas, aureolas de santos en continua alabanza.
Vinculan “la otra vida” con el infierno, la injusticia y el dolor. Se habló tanto del castigo del infierno que muchos no guardan un recuerdo agradable sobre el cielo.
Critican el contexto de una mentalidad que les irrita. ¿Por qué, dicen, se habló tanto del infierno, del purgatorio y de las indulgencias y tan poco del cielo fruto del amor y de la justicia? Estos críticos claman contra la espiritualidad del miedo, contra el concepto de la salvación como parte de una mentalidad negativa respecto del mundo, del placer y de la felicidad
Justifican su escepticismo por los disparates históricos. La antipatía hacia el cielo se agrava al valorar con mentalidad actual los errores históricos para salvar el alma y para que otros crean y se salven gracias a la cruz y la espada.
Son contrarios a la interpretación individualista de la salvación. En la era de la liberación y de la globalización extraña mucho el lema “salva tu alma” que motivara a tantas generaciones.
Han tenido una deficiente formación. Es lo que sucede en muchos practicantes de la piedad popular o de la religiosidad popular. Ellos fueron educados en el temor a Dios que socorre y castiga.
Minusvaloran el cielo por su conducta y presunción. Tergiversan la auténtica esperanza. Ellos creen haber merecido la gracia de la perseverancia o que pueden merecerla como exigencia de un contrato con Dios («yo me porto bien y Dios me tiene que dar la buena muerte»).
El desánimo ante las dificultades. Es la reacción del cristiano incoherente, insensible a su corresponsabilidad comunitaria y eclesial. En definitiva, es el siervo perezoso que enterró los talentos recibidos (Mt 25, 14-30).
¿En que se fundamenta la esperanza?
La salvación o vida eterna que esperamos es uno de los misterios del Credo que, en definitiva, resume la vida de Cristo, anticipo de lo que será el cielo.
En la persona y en la obra de Cristo.
Sin el contexto salvífico, el cielo como parte aislada resulta, aun desde la fe, un tanto incomprensible. Cristo en primer lugar como Verbo encarnado, hombre y Dios, que vivió en la tierra, reveló la verdad del cielo, prometió el paraíso, murió, resucitó, se apareció a los apóstoles y subió a los cielos. Cristo es el Salvador, y la vida eterna, en definitiva, es la salvación para los que aceptan y siguen a Jesús. Él es nuestro Redentor que consiguió para nosotros la vida divina (la gracia) y abrió la puerta para la vida eterna..
En la vida del Salvador.
Él, con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó “algo” de lo que será el cielo. Cuando Jesús predica la Buena nueva, cura a los enfermos, comparte la alegría de la mesa o de una boda, da de comer a los hambrientos, pacifica a los atribulados e instituye el alimento eucarístico, Jesús anticipa lo que será la vida eterna: una situación sin dolor, vivencia plena de paz y amor.
En la doctrina del Evangelio.
Especialmente las bienaventuranzas presentan una fase temporal de aquí en la tierra, y otra escatológica, posterior a la muerte. Quien no entienda el Reino de Dios y el mensaje esperanzador de las Bienaventuranzas, difícilmente entenderá y aceptará el cielo o vida eterna.
En el testimonio de muchos cristianos.
La esperanza cristiana motiva fuertemente porque, quien ha vivido en Cristo en la tierra, resucitado, seguirá viviendo en y con su Salvador en el cielo; quien ha compartido aquí la suerte del Hijo de Dios, en la vida eterna le acompañará ante el Padre. Muchos cristianos, empezando por San Pablo, encontraron en la esperanza cristiana la decisiva motivación a la hora de valorar y afrontar la cruz de su vida; otros, en su piedad popular sencilla pero profunda. sostienen que “si no fuera por la otra vida con Dios, ésta no merece la pena”
Conclusión de esta sección del blog: Los cristianos esperamos que tras el anochecer, la muerte de cada uno, vendrá, gracias a la esperanza, la vida nueva
prometida por Cristo, el amanecer.
¿Por qué muchos rechazan la vida eterna?
Para el cristiano coherente, el cielo integra el sentido de su vida. Más aún, la esperanza es la gran motivación para afrontar la cruz por la posibilidad de encontrarse con Cristo resucitado. Sin embargo fuera de la fe cristiana y dentro de la misma Iglesia católica, son muchos los que rechazan la vida eterna o no les preocupa
Rechazo en los que no tienen fe. Si rechazan la existencia de Dios, si se confiesan agnósticos o si solamente admiten lo que puede demostrarse por la razón, es lógico que rechacen todo cuanto se refiera a los misterios de la otra vida. Como sucedió con los atenienses ante el anuncio de Pablo sobre la resurrección: “se echaron a reír” (Hch 17,32). Para quien no tiene fe, hablar de una relación con Dios después de la muerte es la ingenua proyección de unos anhelos que conviene desmitificar, bien desde la psicología (Freud), desde la perspectiva socio-económica (Marx) o desde la perspectiva antropológica (Feuerbach). Para justificar su actitud, los que rechazan el cielo, afirman que se trata de un tema que nada tiene que ver con esta tierra y con las esperanzas humanas. Más aún, el cielo es en una “gozosa” fuga del más acá.
Rechazo o indiferencia en muchos creyente. En una encuesta: la creencia en Dios, un 69%; en la vida después de la muerte, un 48%; en el cielo, un 40%; en el infierno, un 25%. Y siempre quedará la incógnita sobre lo que imaginan los encuestados acerca de la vida en el cielo.
Por su actitud de indiferencia. Son cristianos sin esperanza aunque se aprovechen de la oración de petición y de algunos elementos de un cristianismo mutilado.
Porque viven apegados a los bienes de la tierra. Y responden: “como en la casa de uno en ninguna parte”; “que Dios no tenga prisa en llamarme para ir al cielo”.
Padecen los efectos de la crisis actual ante cualquier esperanza. Se trata del escepticismo posmoderno ante la esperanza humana que repercute en las verdades escatológicas.
Unen el cielo a la muerte y exclaman ¡nadie regresó! El cielo está detrás de la muerte corporal, dolorosa, acompañada del silencio, de la desaparición de la persona y reducida al recuerdo en algunos seres queridos.
Viven apegados a esta vida. Son cristianos que rezan por sus difuntos y que están interesados por la fe y la caridad. Pero de la esperanza, lo único que les interesa es la ayuda de Dios para esta vida. Tienen confianza pero no esperanza.
Rechazan la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble. La literatura espiritual, y algunos predicadores, fieles a la sensibilidad de siglos pasados, han presentado la “corte” celestial con ángeles cantores, niños alados, arpas, aureolas de santos en continua alabanza.
Vinculan “la otra vida” con el infierno, la injusticia y el dolor. Se habló tanto del castigo del infierno que muchos no guardan un recuerdo agradable sobre el cielo.
Critican el contexto de una mentalidad que les irrita. ¿Por qué, dicen, se habló tanto del infierno, del purgatorio y de las indulgencias y tan poco del cielo fruto del amor y de la justicia? Estos críticos claman contra la espiritualidad del miedo, contra el concepto de la salvación como parte de una mentalidad negativa respecto del mundo, del placer y de la felicidad
Justifican su escepticismo por los disparates históricos. La antipatía hacia el cielo se agrava al valorar con mentalidad actual los errores históricos para salvar el alma y para que otros crean y se salven gracias a la cruz y la espada.
Son contrarios a la interpretación individualista de la salvación. En la era de la liberación y de la globalización extraña mucho el lema “salva tu alma” que motivara a tantas generaciones.
Han tenido una deficiente formación. Es lo que sucede en muchos practicantes de la piedad popular o de la religiosidad popular. Ellos fueron educados en el temor a Dios que socorre y castiga.
Minusvaloran el cielo por su conducta y presunción. Tergiversan la auténtica esperanza. Ellos creen haber merecido la gracia de la perseverancia o que pueden merecerla como exigencia de un contrato con Dios («yo me porto bien y Dios me tiene que dar la buena muerte»).
El desánimo ante las dificultades. Es la reacción del cristiano incoherente, insensible a su corresponsabilidad comunitaria y eclesial. En definitiva, es el siervo perezoso que enterró los talentos recibidos (Mt 25, 14-30).
¿En que se fundamenta la esperanza?
La salvación o vida eterna que esperamos es uno de los misterios del Credo que, en definitiva, resume la vida de Cristo, anticipo de lo que será el cielo.
En la persona y en la obra de Cristo.
Sin el contexto salvífico, el cielo como parte aislada resulta, aun desde la fe, un tanto incomprensible. Cristo en primer lugar como Verbo encarnado, hombre y Dios, que vivió en la tierra, reveló la verdad del cielo, prometió el paraíso, murió, resucitó, se apareció a los apóstoles y subió a los cielos. Cristo es el Salvador, y la vida eterna, en definitiva, es la salvación para los que aceptan y siguen a Jesús. Él es nuestro Redentor que consiguió para nosotros la vida divina (la gracia) y abrió la puerta para la vida eterna..
En la vida del Salvador.
Él, con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó “algo” de lo que será el cielo. Cuando Jesús predica la Buena nueva, cura a los enfermos, comparte la alegría de la mesa o de una boda, da de comer a los hambrientos, pacifica a los atribulados e instituye el alimento eucarístico, Jesús anticipa lo que será la vida eterna: una situación sin dolor, vivencia plena de paz y amor.
En la doctrina del Evangelio.
Especialmente las bienaventuranzas presentan una fase temporal de aquí en la tierra, y otra escatológica, posterior a la muerte. Quien no entienda el Reino de Dios y el mensaje esperanzador de las Bienaventuranzas, difícilmente entenderá y aceptará el cielo o vida eterna.
En el testimonio de muchos cristianos.
La esperanza cristiana motiva fuertemente porque, quien ha vivido en Cristo en la tierra, resucitado, seguirá viviendo en y con su Salvador en el cielo; quien ha compartido aquí la suerte del Hijo de Dios, en la vida eterna le acompañará ante el Padre. Muchos cristianos, empezando por San Pablo, encontraron en la esperanza cristiana la decisiva motivación a la hora de valorar y afrontar la cruz de su vida; otros, en su piedad popular sencilla pero profunda. sostienen que “si no fuera por la otra vida con Dios, ésta no merece la pena”
Conclusión de esta sección del blog: Los cristianos esperamos que tras el anochecer, la muerte de cada uno, vendrá, gracias a la esperanza, la vida nueva
prometida por Cristo, el amanecer.