Como el amor de la familia, nada igual
Una madre personifica el amor como fuerza y motivación para luchar. Y en su vida, surge la coherencia a la hora de practicar las exigencias y compromisos del amor auténtico. También la familia representa el amor en su dimensión comunitaria pero como fuerza excepcional, ayuda imprescindible y doble motivación para conseguir el bien de cada miembro y del grupo familiar. Ahora bien, así como el amor materno es auténtico porque manifiesta los compromisos del yo con el tú de los hijos, de la misma manera el amor de la familia gozará de autenticidad si cumple con las exigencias de quienes integran el grupo, como el respeto muto, el servicio desinteresado, el trato afectuoso y agradecido, la confianza dada y merecida, el diálogo con verdad y libertad, la comprensión, la aceptación del otro con sus valores y carencias, el saber alabar sin adular, la corrección sin herir, la humildad a la hora de reconocer errores, la generosidad para perdonar y olvidar, la sensibilidad para ayudar al familiar más necesitado. Y una buena dosis de sacrificio secreto por los demás.
1º El respeto mutuo, expresión de la justicia
Las relaciones interpersonales descansan sobre el respeto a la dignidad y a los derechos del prójimo. Y para que exista respeto se requieren tres condiciones muy elementales: 1ª tomar conciencia de cuáles son los derechos y necesidades del prójimo; 2ª ser conscientes de las responsabilidades o deberes propios; y 3ª actuar con justicia; es decir, dar a cada uno lo que le corresponde con el trato que deseamos para nosotros mismos.
2º El servicio desinteresado, óptimo ejercicio de la libertad
Construye la comunidad quien ofrece sus servicios a quienes lo necesitan teniendo presente sus aspiraciones y necesidades. Y mucho más cuando responde con amabilidad al tener que negar, postergar o condicionar algún favor. Por otra parte, el que se beneficia de un servicio no debe considerar al que presta su ayuda como una “cosa” o instrumento sino como persona con toda su dignidad.
3º Un trato afectuoso y agradecido
En las relaciones interpersonales entra el interés mutuo y el afecto. Cada persona necesita sentirse aceptada, valorada y, por qué no, amada. ¿De qué modo? Con obras y palabras, con sentimientos internos y con frases amables. Pero antes, es necesario reconocer los valores del prójimo, aceptarlo y amarlo como persona. Más aún, habrá que procurar que cada uno se sienta aceptado, valorado y amado por quienes conviven.
La comunicación afectuosa incluye cordialidad, manifestaciones de gratitud, el cuidado en los detalles como felicitaciones, obsequios, etc. No vale descargar la agresividad y sí tratar a todos como deseamos ser tratados.
4º Saber dar y merecer la confianza como amigo fiel
Vive a gusto quien goza de la confianza de su familia o equipo de trabajo. A todos corresponde manifestar la seguridad que tenemos en la responsabilidad ajena. Pero también ayuda mucho para la convivencia el esfuerzo por merecer la confianza y seguridad de quienes nos rodean. No demos motivos de desconfianza con actitudes oscuras, verdades a medias o con mentiras que desprestigian. La confianza no se exige pero se puede ofrecer. Es la actitud que caracteriza a los hijos, a los hermanos y a los padres
5º Búsqueda de la verdad: el “arte” de escuchar y de dialogar
Sin comunicación no existen las relaciones interpersonales. ¿Cuáles son las principales reglas del diálogo-comunicación? Entre las que no pueden faltar: la sinceridad en las palabras, la serenidad en el ánimo, la actitud abierta para aceptar verdades diferentes, el respeto por la libertad ajena, la claridad en las expresiones, el saber escuchar con silencio, y la supresión de prejuicios y paradigmas fijos que imposibilitan el cambio de opinión. Como gran complemento: buscar la unidad en lo fundamental, respetar la libertad en lo dudoso y amar siempre y en todo a todos.
6º La comprensión: laboriosidad al ponerse en los zapatos del otro
Esta actitud y respuesta se dirige a las personas, a la situación de su ánimo y al sentido que quieren dar a sus palabras. En definitiva, se trata de cultivar la empatía o el "ponerse en los zapatos del otro" para intentar valorar y sentir como el interlocutor. Actitud contraria es la de quien se encierra en sí mismo y solamente ve las cosas desde su punto de vista. La comprensión pide también asumir la fragilidad-debilidad del otro y el no querer imponer “mi opinión” en la conducta ajena.
7º El gran sacrificio: aceptarse y aceptar al otro
¿A quién y cómo? La gran virtud de la aceptación comienza por uno mismo, pero debe prolongarse en el otro y terminar en los contratiempos de las relaciones familiares o de la profesión. Esta aceptación queda potenciada con la solidaridad oportuna en las alegrías y en las tristezas del prójimo. Se requiere apertura y saber conectar con sus aspiraciones y necesidades. Una buena máxima: asumir con paciencia los defectos en vez de criticarlos sin fundamento.
8º Equilibrio a la hora de alabar sin adular
Se trata de reconocer internamente y con palabras los valores y méritos ajenos. Y de saber estimular a los semejantes con la sincera alabanza. Es importante rechazar la adulación y expresar la admiración por cuanto de positivo observamos. El elogio efusivo -siempre sincero- estimula mucho a quienes dependen, por alguna razón, de nosotros. Esta relación pide el equilibrio del amigo prudente. Ellos pueden quejarse con razón de que no reconocemos sus valores y méritos.
9º Para la paz, valor y discernimiento en la corrección sin herir.
En ocasiones, las relaciones familiares se rompen por los efectos de una corrección irónica y excesiva, de fiscal acusador, reiterada o con expresiones coléricas. ¿Cómo debería ser la corrección? Constructiva, oportuna, pocas veces, y con suavidad en la crítica. Así se evita que explote el orgullo del criticado y que desaparezca la convivencia pacífica. Tengamos presente que las críticas injustas suscitan la agresividad, el desánimo y el deseo de venganza con otras críticas. Será mejor ofrecer consejos cuando lo pidan pero no intentar cambiar al prójimo "a nuestra imagen y semejanza". Y el gran complemento de la corrección: recibir con humildad la verdad amarga que contienen las correcciones de los demás. La paz tiene un precio muy duro.
10º Humildad para reconocer los errores propios
Gran remedio para restablecer las relaciones cortadas por los fallos personales es la humildad cuando reconocemos nuestras faltas y errores. ¿Cómo será la reacción? Con prontitud en disculparse y en pedir disculpas al notar que el prójimo se sintió ofendido. Y no insistir en justificarse como si el otro fuera "el malo" y yo "el bueno" de la película. Para el futuro, bueno será adoptar los recursos convenientes para no repetir actos y actitudes que ofenden al prójimo. Difícil pero necesario será procurar con diligencia un cambio de conducta.
11º Bondad y generosidad para perdonar y olvidar
Dos palabras necesarias en nuestro vocabulario: perdón y olvido. Gran tarea para el hombre bondadoso. Si alguien te ofendió y se excusa, sea generosa la respuesta al manifestar el perdón. Ante el recuerdo de ofensas e ingratitudes, urge el esfuerzo para borrar de la mente los recuerdos negativos. ¿Cuál es el cáncer de la convivencia pacífica? El orgullo que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe. Quien reza el Padre-Nuestro, posee una motivación más fuerte: pide perdón a Dios de sus ofensas porque antes ya perdonó a quien le ofendiera.
12º Sensibles y solidarios ante el necesitado
La solidaridad como fruto de la sensibilidad marca las relaciones familiares de toda familia. ¿Y de qué manera ayudar al prójimo? Mediante el servicio desinteresado que hoy se entiende mejor como promoción y liberación para que el necesitado remedie sus necesidades con ayuda ajena, pero sin paternalismos y no dar "por caridad lo que se le debe por justicia", sin hipotecas para su libertad y sin empañar su dignidad (cf. AA 8). En cuanto a la ayuda material o limosna, hoy necesita enfoques más conformes con le mentalidad y sensibilidad del hombre moderno. Pero rigen las clásicas obras de misericordia, tanto las de orden espiritual (enseñar al que no sabe, consolar al triste...) como las de tipo corporal (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento...).
13º Amor en el sacrificio oculto
El amor profundo, el más auténtico, es la respuesta de quien se sacrifica ocultamente para hacer felices a los demás, ama a las personas desagradecidas, trata amablemente a los antipáticos, tiene paciencia con los intransigentes, realiza el servicio que corresponde a otro, cede en las conversaciones por el bien de la paz, oculta sus problemas para no afligir al prójimo, sonríe cuando internamente está enojado, responde a la ofensa con un trato generoso. Y como cristiano, pone en práctica otras exigencias de la caridad según pide la Palabra de Dios (Mt 5,35-48; 1Cor 13, 1-10).
1º El respeto mutuo, expresión de la justicia
Las relaciones interpersonales descansan sobre el respeto a la dignidad y a los derechos del prójimo. Y para que exista respeto se requieren tres condiciones muy elementales: 1ª tomar conciencia de cuáles son los derechos y necesidades del prójimo; 2ª ser conscientes de las responsabilidades o deberes propios; y 3ª actuar con justicia; es decir, dar a cada uno lo que le corresponde con el trato que deseamos para nosotros mismos.
2º El servicio desinteresado, óptimo ejercicio de la libertad
Construye la comunidad quien ofrece sus servicios a quienes lo necesitan teniendo presente sus aspiraciones y necesidades. Y mucho más cuando responde con amabilidad al tener que negar, postergar o condicionar algún favor. Por otra parte, el que se beneficia de un servicio no debe considerar al que presta su ayuda como una “cosa” o instrumento sino como persona con toda su dignidad.
3º Un trato afectuoso y agradecido
En las relaciones interpersonales entra el interés mutuo y el afecto. Cada persona necesita sentirse aceptada, valorada y, por qué no, amada. ¿De qué modo? Con obras y palabras, con sentimientos internos y con frases amables. Pero antes, es necesario reconocer los valores del prójimo, aceptarlo y amarlo como persona. Más aún, habrá que procurar que cada uno se sienta aceptado, valorado y amado por quienes conviven.
La comunicación afectuosa incluye cordialidad, manifestaciones de gratitud, el cuidado en los detalles como felicitaciones, obsequios, etc. No vale descargar la agresividad y sí tratar a todos como deseamos ser tratados.
4º Saber dar y merecer la confianza como amigo fiel
Vive a gusto quien goza de la confianza de su familia o equipo de trabajo. A todos corresponde manifestar la seguridad que tenemos en la responsabilidad ajena. Pero también ayuda mucho para la convivencia el esfuerzo por merecer la confianza y seguridad de quienes nos rodean. No demos motivos de desconfianza con actitudes oscuras, verdades a medias o con mentiras que desprestigian. La confianza no se exige pero se puede ofrecer. Es la actitud que caracteriza a los hijos, a los hermanos y a los padres
5º Búsqueda de la verdad: el “arte” de escuchar y de dialogar
Sin comunicación no existen las relaciones interpersonales. ¿Cuáles son las principales reglas del diálogo-comunicación? Entre las que no pueden faltar: la sinceridad en las palabras, la serenidad en el ánimo, la actitud abierta para aceptar verdades diferentes, el respeto por la libertad ajena, la claridad en las expresiones, el saber escuchar con silencio, y la supresión de prejuicios y paradigmas fijos que imposibilitan el cambio de opinión. Como gran complemento: buscar la unidad en lo fundamental, respetar la libertad en lo dudoso y amar siempre y en todo a todos.
6º La comprensión: laboriosidad al ponerse en los zapatos del otro
Esta actitud y respuesta se dirige a las personas, a la situación de su ánimo y al sentido que quieren dar a sus palabras. En definitiva, se trata de cultivar la empatía o el "ponerse en los zapatos del otro" para intentar valorar y sentir como el interlocutor. Actitud contraria es la de quien se encierra en sí mismo y solamente ve las cosas desde su punto de vista. La comprensión pide también asumir la fragilidad-debilidad del otro y el no querer imponer “mi opinión” en la conducta ajena.
7º El gran sacrificio: aceptarse y aceptar al otro
¿A quién y cómo? La gran virtud de la aceptación comienza por uno mismo, pero debe prolongarse en el otro y terminar en los contratiempos de las relaciones familiares o de la profesión. Esta aceptación queda potenciada con la solidaridad oportuna en las alegrías y en las tristezas del prójimo. Se requiere apertura y saber conectar con sus aspiraciones y necesidades. Una buena máxima: asumir con paciencia los defectos en vez de criticarlos sin fundamento.
8º Equilibrio a la hora de alabar sin adular
Se trata de reconocer internamente y con palabras los valores y méritos ajenos. Y de saber estimular a los semejantes con la sincera alabanza. Es importante rechazar la adulación y expresar la admiración por cuanto de positivo observamos. El elogio efusivo -siempre sincero- estimula mucho a quienes dependen, por alguna razón, de nosotros. Esta relación pide el equilibrio del amigo prudente. Ellos pueden quejarse con razón de que no reconocemos sus valores y méritos.
9º Para la paz, valor y discernimiento en la corrección sin herir.
En ocasiones, las relaciones familiares se rompen por los efectos de una corrección irónica y excesiva, de fiscal acusador, reiterada o con expresiones coléricas. ¿Cómo debería ser la corrección? Constructiva, oportuna, pocas veces, y con suavidad en la crítica. Así se evita que explote el orgullo del criticado y que desaparezca la convivencia pacífica. Tengamos presente que las críticas injustas suscitan la agresividad, el desánimo y el deseo de venganza con otras críticas. Será mejor ofrecer consejos cuando lo pidan pero no intentar cambiar al prójimo "a nuestra imagen y semejanza". Y el gran complemento de la corrección: recibir con humildad la verdad amarga que contienen las correcciones de los demás. La paz tiene un precio muy duro.
10º Humildad para reconocer los errores propios
Gran remedio para restablecer las relaciones cortadas por los fallos personales es la humildad cuando reconocemos nuestras faltas y errores. ¿Cómo será la reacción? Con prontitud en disculparse y en pedir disculpas al notar que el prójimo se sintió ofendido. Y no insistir en justificarse como si el otro fuera "el malo" y yo "el bueno" de la película. Para el futuro, bueno será adoptar los recursos convenientes para no repetir actos y actitudes que ofenden al prójimo. Difícil pero necesario será procurar con diligencia un cambio de conducta.
11º Bondad y generosidad para perdonar y olvidar
Dos palabras necesarias en nuestro vocabulario: perdón y olvido. Gran tarea para el hombre bondadoso. Si alguien te ofendió y se excusa, sea generosa la respuesta al manifestar el perdón. Ante el recuerdo de ofensas e ingratitudes, urge el esfuerzo para borrar de la mente los recuerdos negativos. ¿Cuál es el cáncer de la convivencia pacífica? El orgullo que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe. Quien reza el Padre-Nuestro, posee una motivación más fuerte: pide perdón a Dios de sus ofensas porque antes ya perdonó a quien le ofendiera.
12º Sensibles y solidarios ante el necesitado
La solidaridad como fruto de la sensibilidad marca las relaciones familiares de toda familia. ¿Y de qué manera ayudar al prójimo? Mediante el servicio desinteresado que hoy se entiende mejor como promoción y liberación para que el necesitado remedie sus necesidades con ayuda ajena, pero sin paternalismos y no dar "por caridad lo que se le debe por justicia", sin hipotecas para su libertad y sin empañar su dignidad (cf. AA 8). En cuanto a la ayuda material o limosna, hoy necesita enfoques más conformes con le mentalidad y sensibilidad del hombre moderno. Pero rigen las clásicas obras de misericordia, tanto las de orden espiritual (enseñar al que no sabe, consolar al triste...) como las de tipo corporal (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento...).
13º Amor en el sacrificio oculto
El amor profundo, el más auténtico, es la respuesta de quien se sacrifica ocultamente para hacer felices a los demás, ama a las personas desagradecidas, trata amablemente a los antipáticos, tiene paciencia con los intransigentes, realiza el servicio que corresponde a otro, cede en las conversaciones por el bien de la paz, oculta sus problemas para no afligir al prójimo, sonríe cuando internamente está enojado, responde a la ofensa con un trato generoso. Y como cristiano, pone en práctica otras exigencias de la caridad según pide la Palabra de Dios (Mt 5,35-48; 1Cor 13, 1-10).