Los católicos en la cuarta planta, anterior “al ático universal”

Enla pirámide imaginada, la primera planta acoge a toda persona. En la segunda están cuantos aspiran a la espiritualidad aunque sea difusa. Sitúo a los creyentes en Dios, sea cual fuere su religión, en la penúltima de las estancias. Sin discriminación, todo bautizado tiene un sitio en la cuarta planta pero el artículo analiza solamente las personas que no solamente profesan fe en Cristo sino que viven en la comunión eclesial, la que es propia del católico. Por mentalidad ecuménica, he reservado el “ático universal” de la pirámide para unas cuantas personas extraordinarias: unas, sin fe pero de vida heroica; otras dignas de toda admiración por la coherencia con su religión, cristiana o no, católica o no.
La fe en Cristo, raíz común
La fe como tal es la llave que abre el tesoro cristiano; centra su mensaje en la persona, obra y testimonio de Cristo, fundamenta una imagen de Dios como padre misericordioso y providente, cercano a los problemas de sus hijos; aplica al mundo las perspectivas del Reino de Dios, proyecto de Jesús para salvar a los hombres y para humanizar al mundo con la revolución que propone para la identidad personal, las relaciones, tareas, etc.
El cristiano contempla la fe como ” una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras” (CAT 176). “No debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo” (CAT 178).
La persona de Cristo
La fe cristiana descansa en el máximo valor de la Historia, Jesucristo, que despertó la admiración de creyentes y no creyentes por su personalidad genial, la doctrina revolucionaria del reino Dios, el testimonio coherente del hombre libre que dio su vida por el amor que tenía a Dios, su Padre, y a los hombres, sus hermanos. La figura de Jesús también suscita la simpatía universal por los interrogantes que encierra su vida y doctrina. Como Maestro, Cristo presentó el reino-reinado de Dios como eje de toda su doctrina y la gran meta que motivó sus relaciones y tareas. El proyecto de Cristo consistía en la salvación integral del hombre dentro de un mundo más humano.
Quien lea los evangelios descubrirá que el “secreto” de la vida de Jesús radica en sus valores religiosos, concretados en el amor apasionado por Dios al que experimentó como abbá y obedeció con fidelidad para redimir y dar la vida eterna a los hombres.
El mensaje sobre el reino de Dios
Dentro de la Buena Nueva de Jesús, destaca el reino de Dios como la gran meta que polarizó su existencia. El gran deseo y pretensión del Salvador consistía en que Dios estuviera presente en el corazón del hombre y en las relaciones interpersonales como reflejo del Padre bueno y universal. He ahí el objetivo de reino de un Dios que quiere “reinar”, (reino no de poder sino de amor), en cada persona y en las instituciones humanas con manifestaciones de verdad-sinceridad, justicia-respeto, paz-tolerancia, libertad sin esclavitudes, y de amor universal incluido el enemigo.
La doctrina revolucionaria: la caridad universal
Jesús el Maestro enseñó un amor universal y sin límites. Es la caridad que eleva el amor humano a cotas heroicas. Así lo confirma la fe: Dios es amor y por amor hace partícipe al hombre de su vida, le entrega a su Hijo, envía a su Espíritu y quiere estar presente en todos y en cada uno de los hombres para que sea efectivo su Reinado, que es fundamentalmente de amor. La respuesta del cristiano es, por lo tanto, de amor con unas exigencias mayores: ver a Dios en el prójimo y tratarle como lo haríamos con Dios. El amor tiene como preferencia al más pobre y se extiende a los enemigos “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 44-45).
La salvación en el más allá de la muerte
Cristo Salvador, muerto y resucitado, promete una vida inmortal con la victoria sobre la muerte. Cristianos o no, creyentes o ateos; todos, después de la muerte llegarán a la meta definitiva porque la muerte no es el final del ser humano. Muchos rechazan la salvación como meta última y definitiva. Sin embargo al cristiano, la fe y la esperanza le aseguran la salvación, la vida eterna, porque el tiempo histórico será superado; la vida plena se conseguirá con la resurrección futura que tendrá como fruto la salvación, meta última que consiste en la relación inmediata, afectuosa, cara a cara con Dios.
La vida de Cristo es un anticipo de lo que será el cielo. La pasión, muerte y resurrección del Salvador tienen como objetivo redimir a la humanidad del mal moral, el pecado; animar al hombre ante el dolor y la muerte con la esperanza del más allá de la vida humana y compartir el sufrimiento humano dándole un valor para después de la muerte. De manera extraordinaria, el Cristo Redentor abrió las puertas para que entrara el buen ladrón: “acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le responde: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 42. 43).
Cristo motiva con la esperanza: veremos a Dios cara a cara
Elegimos como textos que fundamentan la espera futura:”bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf en CEC 1722); “queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3,2; cf. en CEC 1023 y 1028).
¿Felicidad plena en la vida eterna? El mensaje cristiano tiene una respuesta afirmativa en un texto del Vaticano II: "la figura de este mundo afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano..."(GS 39; cf. 18 y 39). Y de manera más concreta el Catecismo afirma que “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (CEC 1024).
Junto a la fe en Cristo, la comunión eclesial del católico.
En el cristianismo de las diferentes confesiones, el yo creyente elegido de la cuarta planta es el bautizado que, en la iglesia católica pasa a ser el miembro en comunión de una determinada comunidad. El Tú divino en el cristianismo común, es el Dios único y trino que ahora es el mismo pero interpretado por el Magisterio de la Iglesia, celebrado en la liturgia propia y expresado en la moral católica.
El católico puede vivir las relaciones con Dios de manera personal, como sucede con cualquier creyente, pero junto a las expresiones individuales están las comunitarias, las que se viven en la Liturgia en general y en cada sacramento en particular. Para completar las relaciones con Dios en comunión eclesial hay que tener presente lo que piden los «mandamientos» propios de la comunidad católica y las enseñanzas de la Iglesia sobre los Mandamientos de la Ley de Dios.
¿Y qué opinar sobre los que residen en el “ático universal”?
Quedaría incompleta la pirámide del mundo sin mencionar a los que merecen estar en lo que denomino “ático universal y ecuménico”, pero aquí en la tierra. Me refiero a esas personas extraordinarias: unas, sin fe pero de vida heroica; otras dignas de toda admiración por la coherencia con su religión, cristiana o no, católica o no. Sobre tales personas tratarán los blog futuros sobre el amor y sobre los paradigmas. Tiempo al tiempo.
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