Y después ¿qué? Las metas en la vida

Mantuve en Lima, allá por los años setenta, un diálogo con unos 30 jóvenes que terminaban los estudios de secundaria, sobre lo que proyectaban realizar en su futuro. Les pregunté:
¿qué haréis en estas vacaciones? Todos felices respondieron con sus planes veraniegos.
¿Y después, como universitarios y profesionales? Solamente la mitad, pero con ilusión, hablaron de sus proyectos.
¿Y después, como esposos y padres de familia? Ni la cuarta parte se atrevió a responder sobre la futura realización familiar.
¿Y después, como personas maduras que logran triunfar en la vida? Solamente tres relataron un sueño a modo de respuesta.
Y después, ¿qué esperáis si os encontráis como jubilados, en declive, solos y sin salud? Tras un largo silencio, uno relató la situación de su abuelo un tanto lamentable.
¿Y cuándo os sorprenda una enfermedad grave como la leucemia? Fulgurante surgió una respuesta malhumorada: ¡pues nos moriremos!
Sin inmutarme les lancé la última pregunta: Y después de la muerte, ¿qué? Ahora, sí, silencio total y disgusto en los rostros de mis alumnos. El profesor se había extralimitado.
Formulé las preguntas hace cuarenta años, pero las reflexiones son actuales y giran en torno a las metas para cada edad. El denominador común es la mayor o menor atracción que el futuro ejerce sobre la persona. Seguiré un orden cronológico para presentar la felicidad del joven, la ilusión del profesional, la esperanza de los padres con la realización familiar, el ideal y entusiasmo de la persona que triunfó plenamente en la vida, el declive en la ancianidad y el silencio ante el más allá de la muerte.

La felicidad, meta para el joven
¿Qué haréis en estas vacaciones?
Aquellos jóvenes limeños defendían la felicidad como uno de los valores que sostenían sus vidas. Ellos, desde una perspectiva o desde otra, contemplaban la felicidad como el ideal de vida que se esconde en la lucha por conseguir metas absolutas o relativas, fines totales o parciales. De modo especial, para sus vacaciones, lo único que deseaban era la felicidad, liberarse del colegio, pasarlo "lo mejor posible", gozar de la vida, amar y ser amado sin cortapisas morales. En definitiva, expresaban uno de los valores fundamentales de la persona, ser feliz.
Y no les faltaban razones porque ¿no es acaso la felicidad la aspiración más profunda y universal de quienes tienen sed de una vida plena y de una vida libre? (cf. GS 9). Efectivamente, la vida feliz pide la realización de los deseos y la satisfacción de las aspiraciones; "feliz es aquel que tiene todo lo que quiere y nada malo quiere" (San Agustín). A los pre-universitarios de mi auditorio les dije: seréis felices en la medida en que se cumplan vuestra realización personal, vuestras ilusiones y esperanzas. Sin olvidar que para el creyente la absoluta felicidad se dará en el cielo cuando podamos contemplar comunicarnos y tratar a Dios con amor.

Etapa nueva, ilusión nueva
Y después, ¿qué haréis como universitarios y profesionales?
Les planteé la ilusión que anima la meta del joven y del adulto profesional. De hecho, la juventud y la madurez se caracterizan por la abundancia de trabajos que despiertan ilusión y compensaciones. También es frecuente que a mayor edad, disminuyan el número de “tareas” capaces de llenar una vida ilusionada y satisfecha.
La ilusión se puede definir como una esperanza vivida con entusiasmo. Efectivamente, para toda persona, la ilusión consiste en un valor futuro posible que se puede alcanzar con entusiasmo y con fuerza para superar las dificultades.
Tengamos presente: la ilusión es completa cuando la persona siente la atracción hacia una meta, proyecto, opción fundamental o ideal que da sentido a la vida; está volcada hacia unas tareas que le llenan de alegría y felicidad; desea ardientemente cosas, objetos o personas que no posee pero espera obtenerlas; tiene mucho ánimo y muchas ganas de trabajar con optimismo vital.
La persona ilusionada experimenta una gran satisfacción, una especie de compensación afectiva que se alimenta con pequeñas conquistas. Los jóvenes anhelan terminar la carrera y encontrar un trabajo, los padres esperan ver a sus hijos con una familia y una buena profesión. A los padres les ilusiona trabajar y sacrificarse para que sus hijos sean felices. Y este trabajo y sacrificio queda en buena parte compensado.
Urge vivir ilusionados sin ser unos ilusos, personas que actúan con error de los sentidos o del entendimiento o que toman las apariencias por realidades. En estas situaciones, la ilusión se convierte en una esperanza quimérica. El iluso es un engañado, un soñador. Relacionado con la ilusión está el buen ánimo, las ganas y los deseos de trabajar con optimismo vital; la fuente secreta que motiva a la persona, da energía para vivir y superar las dificultades.

La realización de toda la familia
¿Y después como esposos y padres de familia?
¡Qué difícil para un joven imaginar su vida como esposo y padre de familia! Sin embargo le conviene reflexionar sobre la realización personal y familiar. Y sobre todo, necesita cultivar, ya en el presente, las condiciones necesarias para llegar a la meta, como:
1ª La aceptación de las posibilidades y de la historia.
La realización como tarea requiere tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades. Y también aceptar con paz las limitaciones personales y la propia historia con éxitos y fracasos. Así mismo se impone la práctica de la humildad a la hora de concretar aspiraciones luchando contra el descontrol por la soberbia.
2ª Donación y esfuerzo.
Si todo el esfuerzo está centrado en la propia persona para conseguir sus aspiraciones, el sujeto caerá en el egoísmo. Porque la realización completa se armoniza con la de las personas que integran su comunidad. Se impone atender a las exigencias de quienes nos rodean. Y gran meta será el aceptar ser un “instrumento” para dar algo de bienestar (gotas de felicidad) al prójimo.
3ª Decisión y responsabilidad.
Urge fortificar la voluntad para potenciar la decisión ante los obstáculos y adversidades. Y así los futuros esposos y padres estarían capacitados para reaccionar con paz, perseverancia y paciencia, ante las dificultades persistentes. Pero la decisión pide la responsabilidad de quien es llamado a cumplir sus compromisos. Decisión y responsabilidad admiten en la praxis la calificación máxima, media o mínima.

PERO LA ANÉCDOTA NO ACABA AQUÍ. Tiene otro final, temática del próximo artículo.
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