¿Quiénes son los enemigos de la vida humana?
Junto al elogio-defensa de la vida humana, encontramos la realidad denunciada por el Vaticano II: la violación de los derechos humanos referentes a la vida. El mundo se manifiesta sensible e insensible donde coexisten la culpabilidad personal y la estructural. En el siglo XX proliferaron los ataques masivos contra la vida en una auténtica conjura que propagaron los medios de comunicación social y en la que no faltó la colaboración de muchos médicos. Y junto a los ataques, la justificación de toda una cultura donde se considera hasta un derecho el poder matar a seres inocentes. Muchos deforman la verdad con el subjetivismo y justifican el aborto cuando proponen la libertad como derecho o con la convicción de que la vida se identifica con la comunicación verbal explícita. Según avanzaba el XXI, la situación empeora con el progreso científico-técnico y alguna que otra legislación contra la vida respaldada por el relativismo democrático. Con dolor: estamos ante un enfoque cultural favorable a la muerte donde luchan los poderosos contra los débiles. Ahora bien, ¿no hay nada positivo en nuestro mundo a favor de la vida?
Mundo actual: realidades y contradicciones respecto a la vida Junto a la proclamación de los derechos a la vida y a la salud, está la realidad histórica que nos habla de homicidios, abortos, eutanasia, suicidios deliberados, torturas morales o físicas, condiciones infrahumanas de vida que conducen a enfermedades irreversibles: “todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus victimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (GS 27).
Las contradicciones de un mundo sensibilizado a la hora de proclamar derechos pero insensible ante muchas violaciones, como sucede con el aborto. Un mundo que exalta los valores de la vida pero pretende ignorar la realidad humana del dolor, enfermedad, vejez y muerte.
Sigue la desigualdad afrentosa entre los enfermos bien atendidos y los desasistidos en lo mínimo; entre familias solidarias y sacrificadas para quienes no falta atención y cariño y familias que abandonan a sus enfermos.
Existe preocupación en muchas leyes y estructuras para los enfermos, pero unida a la deshumanización de la sociedad que afecta especialmente a la sanidad y al que necesita atenciones médicas. Así ocurre con la burocratización y masificación de la sanidad que convierte en un número o en un objeto a los “pacientes”.
Legislaciones que contrarían sus mismas Constituciones. Como afirmó Juan Pablo II: se da el hecho “de que las legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida” (EV 4).
Antes, delito, ahora decisión respetable y hasta un derecho. “Opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables” (EV 4). Más aún, atentar contra la vida se llega a considerar un derecho que abre las puertas al reconocimiento legal por parte del Estado (EV 11).
Del juramento hipocrático a la colaboración.
Es la respuesta de muchos médicos que por vocación deben defender la vida pero se prestan a realizar actos contra la vida humana degradando su dignidad (EV 4).
Convergen solidaridad y culpabilidad.
Junto a muchas acciones solidarias e instituciones que trabajan a favor de la vida, está la culpabilidad personal de quien comete la acción delictiva física o moral como el destruir la buena fama, la crítica humillante, dar disgustos que causan infartos.... Y también está la culpabilidad estructural-colectiva de quien despilfarra cuando millones de personas mueren víctimas del hambre o la desnutrición; cuando emite un voto que contribuye a la liberación del aborto. Contra la vida del presente y del futuro están los que de modo desproporcionado contaminan el ambiente; influyen para que siga la carrera de armamentos o consumen materias primas nutritivas que necesitan los del Tercer Mundo (EV 3,4 y 17).
¿Por qué se ataca a la vida?
A veces, por situaciones personales
Las opciones contra la vida proceden, en muchas ocasiones, de situaciones difíciles o incluso dramáticas, de profundo sufrimiento, soledad, falta total de perspectivas económicas, depresión y angustia por el futuro (EV 18). No faltan, además, situaciones de particular pobreza, angustia o desesperación que provocan decisiones de las que pronto se arrepienten. Muchas personas confiesan que ignoraban la malicia de lo que hacía, actuaban con irreflexión. Otras, confiesan el miedo a perder el cargo, su empleo, si no colaboran en tal acción abortiva. Desde otra perspectiva, no falta quien justifique sus respuestas por amor al progreso, a la ciencia que justifica experimentos que otros juzgan inmorales
Ninguna excusa tienen quienes se enriquecen con el beneficio que resulta de su acción abortiva o de eutanasia. Ni aquellos que de manera consciente o inconsciente responden con odio contra los defensores de la vida
En ocasiones, por criterios erróneos sobre el ser humano
En el tema del aborto, juega un papel decisivo la opinión que reduce el ser humano, no al comienzo de la fecundación, sino a un tiempo posterior. Algunos llegan a identificar “la dignidad personal con la capacidad de comunicación verbal y explícita y, en todo caso, experimentable (EV 19). Su posición es tajante, pues “sólo reconoce como titular de derechos a quien se presenta con plena o, al menos, incipiente autonomía y sale de situaciones de total dependencia de los demás ” (EV 19).
Por la deformación de la libertad.
Son muchos, y cada vez con más frecuencia, que interpretan los delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos (EV 18). Llegan a “un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro (EV 19). Sobre la vida, aplican los criterios del subjetivismo relativista que propugna la ética de situación. Dicen: “cuando corren peligro otros valores “superiores” y mi conciencia considera “justo” eliminar una vida, mi libertad puede tomar la decisión de muerte como mal menor”.
Por cierta cultura que favorece a los fuertes sobre los débiles
¿Quién está detrás de los ataque contra la vida? Un enfoque cultural al servicio de la muerte que “manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los « más fuertes » contra los débiles destinados a sucumbir” (EV 19). Al amparo de esta cultura, se justifican quienes actúan porque la “ley” lo permite, manda o no sanciona. Ellos son fieles a la ideología de su partido político que defiende tales opiniones y respuestas. Sin llegar a tanto, no falta quien defiende por mimetismo cultural determinados ataques que representan la respuesta de lo nuevo, lo progresista, frente a lo viejo, lo reaccionario.
Por la estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte» (EV 12). Crece en el XXI “una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera cultura de muerte” (EV 12)
Por la mentalidad pragmática.
Un elemento de la cultura a favor de la muerte es la mentalidad pragmática que tiene “una concepción de la sociedad basada en la eficiencia” (EV 12). Desde esta perspectiva, la vida que exige más acogida, amor y cuidado es valorada como inútil, como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. “Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar” (EV 12).
Mundo actual: realidades y contradicciones respecto a la vida Junto a la proclamación de los derechos a la vida y a la salud, está la realidad histórica que nos habla de homicidios, abortos, eutanasia, suicidios deliberados, torturas morales o físicas, condiciones infrahumanas de vida que conducen a enfermedades irreversibles: “todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus victimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (GS 27).
Las contradicciones de un mundo sensibilizado a la hora de proclamar derechos pero insensible ante muchas violaciones, como sucede con el aborto. Un mundo que exalta los valores de la vida pero pretende ignorar la realidad humana del dolor, enfermedad, vejez y muerte.
Sigue la desigualdad afrentosa entre los enfermos bien atendidos y los desasistidos en lo mínimo; entre familias solidarias y sacrificadas para quienes no falta atención y cariño y familias que abandonan a sus enfermos.
Existe preocupación en muchas leyes y estructuras para los enfermos, pero unida a la deshumanización de la sociedad que afecta especialmente a la sanidad y al que necesita atenciones médicas. Así ocurre con la burocratización y masificación de la sanidad que convierte en un número o en un objeto a los “pacientes”.
Legislaciones que contrarían sus mismas Constituciones. Como afirmó Juan Pablo II: se da el hecho “de que las legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida” (EV 4).
Antes, delito, ahora decisión respetable y hasta un derecho. “Opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables” (EV 4). Más aún, atentar contra la vida se llega a considerar un derecho que abre las puertas al reconocimiento legal por parte del Estado (EV 11).
Del juramento hipocrático a la colaboración.
Es la respuesta de muchos médicos que por vocación deben defender la vida pero se prestan a realizar actos contra la vida humana degradando su dignidad (EV 4).
Convergen solidaridad y culpabilidad.
Junto a muchas acciones solidarias e instituciones que trabajan a favor de la vida, está la culpabilidad personal de quien comete la acción delictiva física o moral como el destruir la buena fama, la crítica humillante, dar disgustos que causan infartos.... Y también está la culpabilidad estructural-colectiva de quien despilfarra cuando millones de personas mueren víctimas del hambre o la desnutrición; cuando emite un voto que contribuye a la liberación del aborto. Contra la vida del presente y del futuro están los que de modo desproporcionado contaminan el ambiente; influyen para que siga la carrera de armamentos o consumen materias primas nutritivas que necesitan los del Tercer Mundo (EV 3,4 y 17).
¿Por qué se ataca a la vida?
A veces, por situaciones personales
Las opciones contra la vida proceden, en muchas ocasiones, de situaciones difíciles o incluso dramáticas, de profundo sufrimiento, soledad, falta total de perspectivas económicas, depresión y angustia por el futuro (EV 18). No faltan, además, situaciones de particular pobreza, angustia o desesperación que provocan decisiones de las que pronto se arrepienten. Muchas personas confiesan que ignoraban la malicia de lo que hacía, actuaban con irreflexión. Otras, confiesan el miedo a perder el cargo, su empleo, si no colaboran en tal acción abortiva. Desde otra perspectiva, no falta quien justifique sus respuestas por amor al progreso, a la ciencia que justifica experimentos que otros juzgan inmorales
Ninguna excusa tienen quienes se enriquecen con el beneficio que resulta de su acción abortiva o de eutanasia. Ni aquellos que de manera consciente o inconsciente responden con odio contra los defensores de la vida
En ocasiones, por criterios erróneos sobre el ser humano
En el tema del aborto, juega un papel decisivo la opinión que reduce el ser humano, no al comienzo de la fecundación, sino a un tiempo posterior. Algunos llegan a identificar “la dignidad personal con la capacidad de comunicación verbal y explícita y, en todo caso, experimentable (EV 19). Su posición es tajante, pues “sólo reconoce como titular de derechos a quien se presenta con plena o, al menos, incipiente autonomía y sale de situaciones de total dependencia de los demás ” (EV 19).
Por la deformación de la libertad.
Son muchos, y cada vez con más frecuencia, que interpretan los delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos (EV 18). Llegan a “un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro (EV 19). Sobre la vida, aplican los criterios del subjetivismo relativista que propugna la ética de situación. Dicen: “cuando corren peligro otros valores “superiores” y mi conciencia considera “justo” eliminar una vida, mi libertad puede tomar la decisión de muerte como mal menor”.
Por cierta cultura que favorece a los fuertes sobre los débiles
¿Quién está detrás de los ataque contra la vida? Un enfoque cultural al servicio de la muerte que “manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los « más fuertes » contra los débiles destinados a sucumbir” (EV 19). Al amparo de esta cultura, se justifican quienes actúan porque la “ley” lo permite, manda o no sanciona. Ellos son fieles a la ideología de su partido político que defiende tales opiniones y respuestas. Sin llegar a tanto, no falta quien defiende por mimetismo cultural determinados ataques que representan la respuesta de lo nuevo, lo progresista, frente a lo viejo, lo reaccionario.
Por la estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte» (EV 12). Crece en el XXI “una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera cultura de muerte” (EV 12)
Por la mentalidad pragmática.
Un elemento de la cultura a favor de la muerte es la mentalidad pragmática que tiene “una concepción de la sociedad basada en la eficiencia” (EV 12). Desde esta perspectiva, la vida que exige más acogida, amor y cuidado es valorada como inútil, como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. “Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar” (EV 12).