¿Ha entendido la Iglesia el amor radicalizado de Jesús?

La respuesta afirmativa la encontramos en la Iglesia primitiva tal y como aparece en las Cartas y en los Hechos de los Apóstoles. A lo largo de la historia de la comunidad eclesial, la respuesta también es afirmativa en la vida familiar y profesional de innumerables cristianos “de a pié” o “santos anónimos”, y en la asociaciones de creyentes entregados a Dios y al servicio de los hermanos. Por supuesto que la radicalidad en el amor fue el factor que explica el sacrificio de los mártires, de sacerdotes, religiosos y religiosas.
A la hora de saber cómo se manifiesta en la actualidad el amor radicalizado, el cristiano cuenta con muchos documentos de la Iglesia. De los últimos años destacamos el Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia y las dos encíclicas de Benedicto XVI sobre el amor.

Cómo interpretó la Iglesia primitiva el precepto del amor Fieles a la doctrina de Jesús, los Apóstoles expresaron con toda radicalidad el mensaje general de la caridad, el amor a Dios y al prójimo.

Sobre la caridad en general El precepto supremo, el amor, fue presentado de manera estructurada y según el mensaje cristiano. Aconsejaba Pablo: imitad a Dios y vivir en el amor como Cristo “que nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5,1-2); sobresalid en generosidad como Cristo de rico a pobre “a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8,7-9); comprended el amor de Cristo “que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios” (Ef 3,18-19);

El amor a Dios Padre
Expresiones coherentes de la fe, esperanza y caridad, son otras respuestas que se convierten en medios para la santidad cristiana. En primer lugar, las expresiones relacionadas con Dios Padre y que se concretan en el obrar en todo para gloria de Dios agradando a todos: “por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios...lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven” (1Cor 10,31-33). También es tarea la de ofrecer el cuerpo a Dios como una “víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual” (Rom 12,1). Y como escribió San Mateo imitemos la bondad de Dios: “vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 6,48).

El amor fraterno La praxis de la caridad fraterna será siempre una prueba de la fe en Dios y un medio imprescindible para caminar hacia la plenitud cristiana. A las reflexiones y textos ya aducidos se pueden añadir otros más:

La radicalidad en Pablo
“Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda... Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos”(1Cor 9,19-23).
En la carta a los Romanos comunica otras manifestaciones del amor: compartiendo las necesitades de los santos; practicando la hospitalidad: “bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduria (Rom 12,12-15). Y en el mismo capítulo Pablo exhorta: “sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres...Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12, 17-21).
La radicalidad en la carta de Santiago
Ahí leemos que la Palabra sea oída y practicada (1,22); porque la religión auténtica consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo (1,16). Que no se dude: el amor cristiano no admite discriminación alguna porque “ si tenéis acepción de personas, cometéis pecado (2,8-9).
Está claro que la fe sin obras está muerta “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: tengo fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” . (2,14-17).
La segunda carta de San Pedro expone los peldaños de la escalera del amor: “poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad” (2Pe 1,5-7).

Himno al amor en 1Cor 13, 1-10 El himno paulino sobre el amor es llamado por su contenido el Cantar de los cantares de la nueva alianza. Viene a ser como una exhortación o alabanza válido para todo tiempo y que ilumina a los corintios sobre el carisma primero, el absoluto: el amor.
Que no es precisamente un amor pasional y egoísta sino el de la caridad, de benevolencia. Tal amor-agapé tiene como fuente a Dios, el primero en amar. En este texto se habla de la caridad que es de la misma naturaleza de Dios, presente igualmente en el Hijo que ama al Padre como es amado por él, y como él ama a los hombres por quienes se ha entregado. No olvidemos que este amor es el amor derramado por el Espíritu Santo (Rom 5,5) y que da la posibilidad de cumplir el gran precepto del amor a Dios y al prójimo, sea amigo o enemigo y siempre como prueba del amor de Dios. Este es el nuevo mandamiento que Jesús dio incansablemente a los discípulos.
Como tres estrofas apreciamos en el texto paulino. En la primera despliega la fuerza tan absoluta del amor que sin este carisma hasta las mejores cosas se reducen a nada: bien sean los otros carismas, el conocimiento más sublime, la fe o la limosna. La grandiosidad de la caridad se despliega hasta en quince manifestaciones o cualidades del verdadero amor. Más aún, por naturaleza este amor permanece para siempre, sin cambiar jamás. a diferencia de la fe y de la esperanza. Es un carisma superior a cualquier otro.

Del amor humano a la caridad estructurada Con los datos bíblicos, la Iglesia estructura y presenta la caridad como la virtud cristiana por excelencia (1Cor 13,13), el fin de la misma Ley (1Tim 1,5) y el vínculo de toda perfección (Col 3,14), el primero y el mayor de todos los mandamientos ya que de ella pende toda la Ley y los Profetas (Mt 22, 38. 40.

En el Catecismo ¿Qué entiende hoy la Iglesia por caridad, el amor propio del cristiano?
Como punto de partida la definición que ofrece el Catecismo de la Iglesia católica: “la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (CIC 1829).
El Compendio del Catecismo (posterior al Catecismo unos 15 años) asume el núcleo de la definición anterior pero prescinde de la motivación “por Él mismo”. Afirma: “la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios” (CCI 388).

En la Teología espiritual Con matices propiamente teológicos, los autores proponen la caridad como la virtud sobrenatural infusa por la que la persona puede amar a Dios sobre todas las cosas por El mismo, y amar al prójimo por amor a Dios. El padre Antonio Royo refleja toda una escuela cuando afirma: “la caridad es una realidad creada, un hábito sobrenatural infundido por Dios en el alma. Una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad, por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios”.
De lo mucho que se habla sobre la Teología de la caridad, subrayamos que la caridad es vínculo de la perfección, forma de las virtudes (Col 3,14); “es el corazón de la vida cristiana. Gracias a ella circula por las venas de todas las virtudes la sangre divina de la gracia, la vitalidad misma de Dios, que nutre y perfecciona la vida nueva de sus hijos» (M. Llamera); la caridad infunde a las otras virtudes una savia fecunda, las dinamiza, las vitaliza.
San Pablo habla de que los cristianos están «enraizados y fundados en la caridad.» (Eph 3,17), porque la caridad es como el fundamento y raíz en el que se sustentan y nutren todas las virtudes cristianas. Es, incluso, como la madre de todas. De una manera o de otra, la caridad es el distintivo y la vocación del cristiano. Así lo testifica: san Juan al transmitirnos el mensaje de Cristo que da fe de lo que vio y oyó (cfr. lo 21,24): «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad» (13,35).
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