La eucaristía, fuerza total para superar el sufrimiento
El creyente que padece algún que otro sufrimiento o preocupación, puede experimentar cómo la participación eucarística coherente es la mejor ayuda para afrontar y superar sus dificultades, y, en ocasiones, que en la Misa bien participada encuentra la “fuerza total” para superar la cruz que le atormenta. Efectivamente: a las diversas manifestaciones negativas de su vida, la Eucaristía ofrece otros tantos mensajes que, bien aplicados, logran la paz deseada. Veamos, pues, situaciones, respuestas y aplicaciones.
Diversas situaciones
La persona que sufre necesita un valor superior que relativice su situación; sentirse perdonada por su posible culpabilidad, la comunicación con quien puede ayudarla, recordar criterios positivos que contrarresten, actualizar la riqueza de la fe completa, saber que su dolor tiene sentido, acudir a una amistad que consuele, contar con la ayuda de la familia o de una comunidad, disponer de los medios necesarios, y distraerse con una tarea agradable.
Las respuestas en la Misa
Pues bien: quien participa coherentemente en la Eucaristía: conecta su vida con Dios, el Absoluto en el que se sumerge; pide perdón por las ofensas en el acto penitencial; en las oraciones, se comunica con quien puede ayudarle; de la Palabra de Dios puede interiorizar algún que otro mensaje de luz y fuerza; renueva en el Credo la fe que fortalece su esperanza y su amor; da sentido a toda su vida con el ofrecimiento a Dios; une su cruz a la de Cristo y a la de cuantos sufren; recibe ayuda de la familia-comunidad-Iglesia; fortalece de diversas maneras su unión con Cristo; y sale alegre de la Misa dispuesto a realizar su misión apostólica.
Varias aplicaciones
¿Qué conclusiones deducimos de la participación coherente en la Misa? Que el católico encuentra la fuerza más completa, “fuerza total”, para afrontar y superar toda clase de sufrimientos o de cruces. En cada “momento” o parte de la Eucaristía encontramos una respuesta para las facetas del que sufre.
Para que el valor absoluto y trascendente relativice la situación dolorosa, la vida del creyente se sumerge desde el principio en la gracia de Cristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo que dan plenitud a toda la persona.
Ante la necesidad de sentirse perdonado por la posible culpabilidad, el acto penitencial reconcilia y da paz.
Porque el que sufre necesita una luz para una valoración positiva de su situación, el mensaje de la Palabra de Dios le proporciona luz y fuerza.
Si las motivaciones humanas son insuficientes, la renovación de la fe en la profesión del Credo fortalecerá su esperanza y amor.
Frente a la cruz sin sentido, las respuestas del tesoro que encierra el dolor ofrecido a Dios.
A la tristeza del dolor vivido en soledad, el sufrimiento compartido con Cristo y con cuantos padecen igual o más que la misma persona.
Y si la ayuda de una familia es imprescindible, mucho más la oración de la Iglesia, familia o comunidad universal.
Quien busca un referente para su dolor, Cristo es la mejor fuerza y amistad para lograr la paz y felicidad.
Y los obsesionados por la cruz, encontrarán óptima terapia con la responsabilidad de una misión apostólica.
Con estas reflexiones a modo de obertura podemos analizar las principales respuestas de la participación coherente en la Eucaristía, fuerza total para superar el sufrimiento.
Diversas situaciones
La persona que sufre necesita un valor superior que relativice su situación; sentirse perdonada por su posible culpabilidad, la comunicación con quien puede ayudarla, recordar criterios positivos que contrarresten, actualizar la riqueza de la fe completa, saber que su dolor tiene sentido, acudir a una amistad que consuele, contar con la ayuda de la familia o de una comunidad, disponer de los medios necesarios, y distraerse con una tarea agradable.
Las respuestas en la Misa
Pues bien: quien participa coherentemente en la Eucaristía: conecta su vida con Dios, el Absoluto en el que se sumerge; pide perdón por las ofensas en el acto penitencial; en las oraciones, se comunica con quien puede ayudarle; de la Palabra de Dios puede interiorizar algún que otro mensaje de luz y fuerza; renueva en el Credo la fe que fortalece su esperanza y su amor; da sentido a toda su vida con el ofrecimiento a Dios; une su cruz a la de Cristo y a la de cuantos sufren; recibe ayuda de la familia-comunidad-Iglesia; fortalece de diversas maneras su unión con Cristo; y sale alegre de la Misa dispuesto a realizar su misión apostólica.
Varias aplicaciones
¿Qué conclusiones deducimos de la participación coherente en la Misa? Que el católico encuentra la fuerza más completa, “fuerza total”, para afrontar y superar toda clase de sufrimientos o de cruces. En cada “momento” o parte de la Eucaristía encontramos una respuesta para las facetas del que sufre.
Para que el valor absoluto y trascendente relativice la situación dolorosa, la vida del creyente se sumerge desde el principio en la gracia de Cristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo que dan plenitud a toda la persona.
Ante la necesidad de sentirse perdonado por la posible culpabilidad, el acto penitencial reconcilia y da paz.
Porque el que sufre necesita una luz para una valoración positiva de su situación, el mensaje de la Palabra de Dios le proporciona luz y fuerza.
Si las motivaciones humanas son insuficientes, la renovación de la fe en la profesión del Credo fortalecerá su esperanza y amor.
Frente a la cruz sin sentido, las respuestas del tesoro que encierra el dolor ofrecido a Dios.
A la tristeza del dolor vivido en soledad, el sufrimiento compartido con Cristo y con cuantos padecen igual o más que la misma persona.
Y si la ayuda de una familia es imprescindible, mucho más la oración de la Iglesia, familia o comunidad universal.
Quien busca un referente para su dolor, Cristo es la mejor fuerza y amistad para lograr la paz y felicidad.
Y los obsesionados por la cruz, encontrarán óptima terapia con la responsabilidad de una misión apostólica.
Con estas reflexiones a modo de obertura podemos analizar las principales respuestas de la participación coherente en la Eucaristía, fuerza total para superar el sufrimiento.