¿También existen tensiones y conflictos en la familia?

En principio habría que afirmar que en la familia, comunidad de amor, deben estar ausentes las tensiones y conflictos. Pero no es así. Cualquier tensión, personal y fuera de la casa, repercute en la vida familiar. Y además existen unas tensiones peculiares que se dan en la comunidad familiar, entre esposos, entre hermanos y entre padres e hijos. De las muchas tensiones elegimos las siguientes situaciones: el hijo” consentido” no comprende el sacrificio y desinterés de sus padres (amor-individualismo); los padres quieren educar a sus hijos como ellos fueron educados (autoridad-libertad); el machista esclaviza a la mujer sin escrúpulo alguno (machismo-dignidad); la esposa margina al marido e indispone a los hijos contra el padre (matriarcado-marginación); los padres católicos sufren por el agnosticismo de los hijos (fe-agnosticismo)


Amor-individualismo
Cuando el hijo” consentido” no comprende el sacrificio y desinterés de sus padres.
El amor materno es el más profundo, la respuesta permanente de quien se sacrifica para hacer felices a los demás aunque sean desagradecidos o antipáticos. Es el amor con mucha paciencia con los intransigentes, el que realiza el servicio que corresponde a otro, oculta sus problemas para no afligir a su familia y responde a la ofensa con un trato generoso. En muchas ocasiones, el amor del padre supera y en mucho a la madre.
Pero sucede en muchas familias que alguno de los hijos recibió mala educación. Es el clásico hijo mimado-consentido que no supera el egoísmo y cae en el individualismo. Como ególatra antepone el propio interés a los legítimos derechos de padres y hermanos. Como idólatra de su ego, no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir tributo. Como crítico de todo el mundo, es incapaz de escuchar algún juicio negativo sobre su persona. Y como independiente en el obrar, con ansias de dominación, desaprensivo e intolerante, será fácilmente un obstáculo para la convivencia en paz.

Autoridad-libertad. Rebeldía-disciplina
Cuando los padres quieren educar a sus hijos como ellos fueron educados
No faltan tensiones y graves conflictos en la convivencia familiar entre los padres autoritarios y los hijos que abusan de la libertad. Autoritarismo y libertinaje. Existe la tensión o conflicto entre la autoridad de los padres que mandan y los hijos que obedecen, entre la normativa familiar que impone una disciplina y la libertad hipotecada, entre el enfoque de una educación rígida y la mentalidad subjetivista del hijo rebelde. Muchos padres no sufrieron tal tensión por la autoridad respeto a sus padres. Pero no sucede lo mismo con sus hijos más sensibles a los valores de la libertad, respaldados por el ambiente de la calle y que reacciona contra las épocas pasadas.
Y surgen las reacciones inaceptables: el autoritarismo de quien anula prácticamente la libertad y la conciencia y contempla al hijo como un perpetuo niño inmaduro. Por otra parte brota el libertinaje del hijo que ejerce su libertad en detrimento de los valores éticos, niega la debida obediencia a la autoridad legítima de los padres.
A los padres habría que recordar que su autoridad es un servicio para la educación integral del hijo respetando su responsabilidad y sin un ejercicio despótico de su poder. Y a los hijos: que vivan su libertad de modo integral con la obligación de formarse continuamente hasta llegar a la madurez requerida; de obrar con sinceridad y no por ciego impulso; de cultivar la necesaria disciplina para conservar la misma libertad. Y de observar el cuarto mandamiento.

Machismo-dignidad. Las críticas de las esposas
Cuando el machista esclaviza a la mujer sin escrúpulo alguno.
Sin establecer un orden de importancia, ellas, las esposas, critican a sus esposos porque: su carácter “es insoportable”, tiene los defectos del machista, pisotea la dignidad de su esposa como mujer, se considera superior en derechos, impone arbitrariamente su voluntad en la vida sexual y se permite libertades fuera del hogar lo que no consiente a su mujer.
Igualmente son fuertes otras críticas contra el esposo: por el trato despótico, la manera de mandar, los gritos de protesta y los gestos frecuentes de malhumor. Y por el miedo para la familia cuando el padre viene borracho y con ademanes agresivos.
En el plano del honor, la queja de la mujer recae en el cónyuge porque fomenta intimidades “ofensivas” con otras mujeres. La humillación es máxima cuando existen pruebas palpables de que tiene una amante aunque él lo niegue con todo cinismo.
Y otras quejas más: salen solos para divertirse y según pasa el tiempo son menos galantes; “huyen” de casa con cualquier excusa y no sólo por motivo del trabajo. Y la educación de los hijos recae sobre la madre como si no tuvieran padre; son incapaces de ayudar en las tareas domésticas ni en el caso frecuente de la esposa que tiene “además” otro trabajo fuera de casa. Ellos se consideran como “el señor” a quien todos le tienen que servir. Su egoísmo también se manifiesta en la intimidad conyugal porque buscan solamente su placer y obligan a métodos contrarios a la salud o a la conciencia de la esposa. En cuanto al dinero: el esposo oculta lo que gana y tiene gastos que no manifiesta; trata a la esposa como menor de edad a la que da el dinero con “cuentagotas” y a la que cuestiona sus gastos. Y hasta la chantajea al decirle: “no te puedes divorciar porque no tienes ingresos propios; me tienes que aguantar sin más remedio”.

Matriarcado-marginación. Las críticas de los esposos
Cuando la esposa margina al marido e indispone a los hijos contra el padre
En el matrimonio, los esposos con sus críticas a las esposas revelan la existencia de otras tensiones. Los esposos responsables critican muchos defectos de su pareja. Si las esposas protestan, también lo hacen los esposos.
Las quejas más graves son porque: abandona al esposo. Su esposa, la madre, vive solamente para los hijos a los que “superprotege” y concede lo que el padre ha negado. Y todo, para ganarse su cariño. El esposo queda afectivamente marginado ante la piña de la madre con los hijos. Otra crítica: la esposa cambió de carácter: ahora no es tan bondadosa y paciente como lo era de novia. Se manifiesta muy susceptible, áspera, dominante, rencorosa y hasta descuidada en su presencia; “se pasó” con la realización femenina. Del modelo “sumiso” del noviazgo ha llegado a posturas propias de la feminista.
Y no terminan las críticas porque la esposa exige las mismas libertades del hombre; es celosa y sin fundamento. Intenta controlar toda la conducta y todos los pasos de cónyuge; aun en los conflictos ordinarios plantea la separación o divorcio porque ella gana tanto o más que el esposo.
También manifiestan tensiones y conflictos otras quejas de los esposos: como habla “tanto y tanto”, no escucha las razones que se le dan; en las “peleas” recuerda las faltas del pasado: la infidelidad, el alcohol, el influjo de otras personas. Y que se siente “muy desgraciada” en el matrimonio, etc. Siempre con excusas a la hora de la intimidad conyugal. El esposo termina por no pedir lo que le corresponde; cuando regresa a casa le recibe con una larga lista de quejas y exigencias, precisamente cuando el esposo desea descansar. Además, miente a la hora de justificar gastos o de negar los defectos de los hijos; es una pésima administradora y gasta mucho. No se le puede dar todo el dinero ni decirle lo que se posee.

Fe-agnosticismo
Cuando los padres católicos sufren por el agnosticismo de los hijos
Todavía es frecuente la queja de padres mayores de sesenta años que se lamentan: “nosotros educamos la fe de nuestros hijos y juntos rezamos y participamos en el culto religioso. Pero todo fue entrar en la Universidad y ausentarse de la misa. Alguno de nuestros hijos afirma que cree en Dios y que reza a su manera; otro que rechaza a la iglesia actual; otro que perdió la fe, que es agnóstico. Total, que “forzamos” el matrimonio de ellos por la Iglesia pero después no aparecen más que por algún compromiso social. Ahora nos preguntamos si nuestra familia es una excepción o una más dentro del mundo actual”. Tensión: los mayores intentan hablar de la religión pero los hijos, muchos de ellos buenos, honrados pero agnósticos, no quieren oír hablar de prácticas religiosas.
Lamentablemente su caso no es único, ni mucho menos. A nivel europeo se puede constatar cómo un 80% de los bautizados son cristianos en la infancia y paganos en la edad adulta. No llega al 20% los católicos practicantes, especialmente en la última etapa de la vida. Ahora no falta quien dice con la autoridad de Obispo español encargado de la pastoral juvenil: el 50% de los jóvenes afirman no creer en Dios ni conocer a Jesucristo. También, y con autoridad de cardenal, el arzobispo de Madrd lamenta que asistimos a “una silenciosa apostasía del cristianismo”. Es el fenómeno gravísimo fenómeno del siglo XXI, la indiferencia religiosa con la fe perdida o dormida, con la sordera para lo religioso pues Dios no interesa. El hombre occidental vive como si el Tú divino no existiera. El problema de fondo: el sentimiento religioso está enfermo en quienes aseguran “yo ni robo ni mato”, pero les falta el sentimiento de culpa por las ofensas cometidas contra Dios. Este sentimiento religioso de culpabilidad está enfermo, como dormido, aletargado.
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