¿Qué hace la fe por la paz personal?

Una respuesta: la fe cristiana fortalece la paz de las personas y disminuye las preocupaciones. Muchos creyentes lo confirman: gracias a su fe superaron la pérdida de seres queridos, afrontaron la enfermedad o la pérdida de bienes económicos. De hecho, los cristianos coherentes no solamente resuelven mejor sus problemas sino que les ilusiona comunicar la paz unida al amor al prójimo.
¿Cual es el proceso completo? Como persona, el cristiano asume la paz con sus exigencias, dificultades y motivaciones; como discípulo de Jesús, integra la paz en el dinamismo del reino de Dios, del seguimiento cristiano y de la vida espiritual. Además, como miembro de la Iglesia, vive la paz en la comunidad que le ofrece la reconciliación sacramental y el testimonio de tantas personas que testimoniaron y difundieron la paz.

Jesús motiva a la paz La vida y obra de Cristo estuvieron orientadas a dar la paz al hombre de buena voluntad y como anticipo en la tierra de lo que será la vida eterna. De manera indirecta, el Benefactor sembró la paz con sus obras de amor, con los milagros sanó a muchos enfermos, con la doctrina sobre la providencia de Dios consoló a los atribulados, con el amor a los enemigos y el perdón mutuo fortaleció las relaciones pacíficas. Con toda razón se puede afirmar que el Salvador es el rey de paz.
Efectivamente, con su ejemplo y enseñanza, el Señor vino a restablecer la paz entre los hombres. ¿Cuál es su fuente última? La paz «nacida del amor al prójimo es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. El propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz», (reunió a todos en su pueblo, dio muerte al odio y ), «ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres» (GS 78) Es lógico que quien escucha al Maestro se fortalece ante las dificultades. Su paz queda enriquecida.
La paz fortalecida con la madurez cristiana
La fe profunda del creyente, la esperanza sólida y el amor radical a Dios, potencian la paz, fortalecen ante las dificultades y dan tranquilidad ante la muerte. La paz está presente en la vivencia cristocéntrica de quien corre hacia el varón perfecto cumpliendo la voluntad de Dios hasta formar el hombre nuevo (Gál 4,19; Ef 2,22-23; 4,13).
Por la fe el creyente amplía el horizonte de los valores y descubre la presencia de Dios, fuente inagotable de paz y amor para su corazón. Por la esperanza queda motivado porque corre al encuentro definitivode Dios en la visión beatífica, estímulo para superar los males temporales. Además, la esperanza tranquiliza y da seguridad a quien espera la ayuda del Señor en los conflictos. Y por la caridad en cuanto experiencia de la intimidad con Dios, (recordemos los testimonios de los místicos), el creyente se encuentra “revestido con la fortaleza de Dios” impasible ante cualquier desgracia temporal.
Quien llega a la madurez cristiana renuncia a los obstáculos contrarios a la paz; sabe que la violencia, como acción injusta, es un pecado que debe evitar. El llamamiento a la libertad y a la paz incluye la oposición a cuanto destruye física o psíquicamente. Urge, por lo tanto, encontrar la síntesis entre contestación y mansedumbre con la vivencia de la caridad al prójimo que impulsa al perdón, al trato sufrido con el enemigo y opresor. El espíritu cristiano se opone al deseo de venganza, al odio, rencor o desprecio hacia el enemigo. Pero el mismo espíritu condena el conformismo, la pasividad ante la injusticia o la cobardía.
Fortalece la paz el amor sin límites, núcleo de la «revolución» cristiana que tiene su raíz en el amor de Dios Padre que hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45). Este amor sin límites se manifiesta en el perdón y en la reconciliación. Ante la ofensa recibida, la venganza o represalia suele ser la respuesta ordinaria, pero Jesús exige perdonar como la condición para obtener el perdón de Dios: «si vosotros... no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15; cf. Mt 6,12; Rom 5,8ss). Es tan importante el perdón (darlo o pedirlo) que está presente como una de las peticiones en el Padrenuestro: «perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12; cf Lc 6,27-29; Ef 4,26; Mt 5, 23-26).
Perdonar y olvidar las ofensas. Quien se acuerda de las ofensas e ingratitudes, debe esforzarse por borrar de su mente los recuerdos negativos. Auténtico cáncer es el orgullo que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe. En el amor cristiano no hay límite, pues «nadie tiene mayor amor que éste: dar uno la propia vida por sus amigos» (Jn 15,13; cf. 1 Jn 3,16).

Ilusiona un mundo según el reino de Dios, reino de paz El comprometido con Cristo para implantar el reino de Dios, siente el impulso para colaborar no solamente para un mundo humanizado por la verdad, la justicia, la libertad, la vida, digna y el amor sin límites. También debe continuar la tarea del Príncipe de la paz y aplicar su mensaje al mundo de hoy.
Es la paz un estado esencial en el Reino de Dios (Rom 14,17; 1 Cor 7,15; 2 Tim 2,22; Ef 4,3; Sant 3,18). Dentro de este Reino, la paz es don y fruto del Espíritu, que vincula, consagra y da la unidad (Gál 5,22; Jn 20,19-23; Ef 4,3; Rom 14,17). En último término, la paz proviene del Dios de la paz, a quien se atribuye el todo de la acción salvífica, la victoria sobre Satán. Y así se funden paz con justicia, fe, vida y gracia (Rom 14,17; 15,13; 2 Cor 3,11). La paz es la vida eterna anticipada aquí abajo; este don brilla en nuestras relaciones hasta el día en el que Dios establezca todas las cosas en su integridad original (Rom 8,6; Flp 4,7; 1 Cor 7,15; Rom 12,18; Heb 13,20; Rom 16,20). Si la paz constituyó una tarea fundamental en la vida de Cristo, es comprensible que el seguidor se convierta en continuador de la misma
La Iglesia facilita las respuestas pacíficas
De manera especial con los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía
La penitencia es el sacramento del perdón y de la paz.
Si todo sacramento establece una comunión con Dios desde Cristo y en la Iglesia, el sacramento de la penitencia no sólo restablece la paz rota o deteriorada, sino que además reconcilia y enriquece la comunión del penitente con Dios, con los hermanos y consigo mismo. Como afirma el Catecismo de la Iglesia: "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual" (Concilio de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32)”.(CEC1468). “Se le llama sacramento del perdón y la paz porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia...” (CEC 1424).

La Eucaristía, vivencia de la paz
En la Santa Misa pedimos perdón de los pecados y el don de la paz “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.
Como don, la paz se desea para todo el mundo en el sacrificio eucarístico:“gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Gran ocasión ofrece la Eucaristía para suplicar la gracia de la paz unida a la libertad: ”líbranos de todos los males, Señor y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación”.
Quien exhortade modo especial en la Misa es Cristo, principe de la paz que conquistó, pidió y da la paz: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: 'La paz os dejo, mi paz os doy', no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad”.
La paz es una constante en la Eucaristía pero de modo especial en el rito de la comunión. Inconcebible salir de la celebración eucarística sin dar y recibir la paz fraterna:”la paz del Señor esté con vosotros. Daos fraternalmente la paz”
Quien ha celebrado al Príncipe de la paz sale, agradecido, a comunicar el don recibido “podéis ir en paz. Demos gracias a Dios
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