¿Cómo interpreta la fe el binomio obstáculo-esfuerzo?

La fe cristiana asume el contenido antropológico sobre el esfuerzo y el obstáculo pero añade otros criterios que iluminan la vida del creyente cristiano. Como fundamento, presenta al hombre viejo con su sus limitaciones concupiscencia, llamado por Cristo a la santidad de vida. Y como tarea, este protagonista afronta los mismos obstáculos comunes a los que la ascética llama mundo, demonio y carne. ¿Y Cómo superar los obstáculos según la doctrina cristiana? Ante todo presenta el esfuerzo como un combate decidido contra los “enemigos” del hombre. Y para luchar y vencer el pecado, la misma doctrina cristiana contesta con el testimonio y la gracia de Cristo, con las motivaciones que justifican el esfuerzo y con otros medios como son la oración, el dominio propio, la decisión en el proceso de conversión, la huída de las ocasiones de pecar y el practicar con radicalidad el esfuerzo como la cruz a imitación de Cristo tal y como Él lo enseñó y vivió.

El hombre “viejo” llamado a revestirse del hombre nuevo En cualquier persona, y al margen de la fe, el esfuerzo para superar obstáculos adquiere sentido desde la justa valoración de la identidad del protagonista y del amor que tenga hacia la meta-ideal a la que aspira. Del mismo modo, hay que valorar desde la fe, la identidad del cristiano como el hombre viejo que aspira a la meta de hombre nuevo en Cristo a la que ha sido llamado, la santidad.

El hombre viejo Para comprender la respuesta de la doctrina cristiana, fundamentada en los misterios de la fe, hay que partir del “hombre viejo” sometido a la concupiscencia, redimido por Cristo y llamado a la santidad como hombre nuevo. Aunque está unido a Cristo y cuenta con su gracia, sufre el conflicto de la carne contraria al espíritu, del mundo de la concupiscencia frente a la gracia. En el conflicto, surgen las tentaciones y múltiples dificultades para poder seguir a Cristo, el hombre nuevo. Y de las tentaciones, puede surgir el pecado que se manifiesta en diversos virus contrarios a la vida de gracia y a la misma madurez humana.
El hombre viejo bajo la carne o concupiscencia se manifiesta en el amor desordenado al placer y, como consecuencia, en el horror al sufrimiento. Es un hecho: por efecto del llamado pecado original: el deseo del placer se levanta contra la razón y provoca la respuesta incoherente.
San Pablo expuso este dramatismo como el combate entre la carne y el espíritu para someter a nuestros instintos corporales al control y gobierno de la razón iluminada por la fe (cf. Rom 7, 14-25; 2Cor 12, 7-10.). El Apóstol de las gentes describe con precisión el conflicto: “realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí…” (Rom 7,15-19). ”Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios...;” (Rm 8, 8-9). Y a los Gálatas, el mismo Pablo apunta una solución con el Espíritu: “pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gal 5,17-18; Rom 7,22-25). Así mismo exhorta a una tarea permanente: “despojaos del hombre viejo con sus obras (Col 3,5-9). Como es permante el aguijón de la carne, Saulo convertido ruega a Dios que le quite tal dificultad pero escucha la respuesta del Señor: “mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2Cor 12,7-9).

LLamado a la santidad del hombre nuevo
La plenitud de la vida cristiana es la meta a la que llama el Vaticano II cuando recuerda la “universal vocación a la santidad en la Iglesia” (LG V, 11,3), pues “todos estamos llamados a la santidad”: esta ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1Tes 4,3; cf. Ef 1,4) (LG 29,1). El mismo Concilio repite con insistencia: todos los fieles de cualquier estado están “llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve aun en la sociedad terrena un nivel de vida más humano” (LG 40,2); todos “obligados a buscar la santidad y la perfección de su propio estado” (LG 42,5) (cf Mt 5,48; 22,37; 1Cor 12,31; Ef 1,4; 4,13; Col 1,28).
¿En qué consiste el proceso de santificación? En revestirse de Cristo del hombre nuevo despojándose del hombre viejo porque así en Cristo los hombres viejos se hacen nuevos (Gal 3,27; Ef 4,24; 4,22; Rm 6,69; Col 3,10 y Ef 2,15)

Los obstáculos, -los ”enemigos”-, del cristiano en el mundo actual
El bautizado encuentra los mismos obstáculos que puede interpretarse cualquier persona pero interpretados como mundo, demonio y carne. De la carne o concupiscencia, tratamos al describir los virus psicológicos. . Y del mundo mucho se habló en el artículo sobre “el muro que impide llegar a la meta” pero añadiremos algunas perspectivas que afectan a la fe y a la moral del cristiano. El creyente que desea vivir su vocación cristiana encuentra como dificultad externa en el siglo XXI, al mundo-enemigo en determinadas culturas que influyen en la mentalidad de las personas.

El mundo en crisis, obstáculo para la vocación cristiana
El contexto cultural de occidente dificulta la vivencia de la fe porque la crisis reinante de valores confunde por la tentación de abandonar criterios religiosos antiguos pero válidos.
¿Cuáles son las perspectivas de la crisis religiosa? Un ambiente cultural adverso, la ruptura del mundo con Dios, la exaltación del hombre o de la naturaleza; el secularismo que no niega pero se independiza de Dios, la “religión en el mundo” al margen de la fe cristiana, la religiosidad desacralizada y sin esperanza. En el ambiente secularista nace el sincretismo de la “Nueva era” con su religiosidad matriarcal y panteísta.. Hay que reconocer que junto a la crisis descrita se dan síntomas, un tanto ambiguas, del retorno religioso. De todas maneras hay que lamentar que en este ambiente se hace difícil el testimonio de la fe.

El demonio ¿un enemigo del hommbre?
Para muchas personas, el demonio no pasa de ser una personificación mítica del mal y del pecado que oprimen a la humanidad. Otras, estiman que ciertas representaciones del Diablo son ingenuas o ridículas. En definitiva, la fe en Satanas corresponde a un estadio religioso primitivo o infantil. Como no existe, el demonio no es enemigo del hombre.
Sin embargo, desde la doctrina cristiana, el demonio es uno de los tres “enemigos” del hombre. Es el que tienta a Jesús en el desierto (Mt 4,1-11); el tentador por excelencia, con astucia y mentira (Gn 3,1s; 1Cor 7,5 2Cor 2,11; Jn 8,44); peor enemigo que el mundo y la carne aunque se valga de ellos en las tentaciones. Como autoridad del magisterio, el Catecismo puntualiza la doctrina de la Iglesia: “Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios (CEC 414); “Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios, que, por envidia, los hace caer en la muerte. La escritura y la Tradición de la Iglesia ven en en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (CEC 391)
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