¿Cuál es la mística del cristiano auténtico?

Sí, en toda la historia y todavía con más razón en nuestro tiempo se dan cristianos que viven la “mística de la fe” hasta las últimas consecuencias. No solamente son los santos canonizados o canonizables. Otros muchos, sin llegar a tanto, dan un testimonio heroico de la vida cristiana. En un tercer puesto, los que viven la coherencia del Evangelio con altibajos y de manera ocasional pero a quienes se les puede denominar cristianos coherentes. ¿Y qué es lo que hacen o hicieron? Todos son los que cultivaron la “mística” del seguidor de Jesús, orgullosos de su identidad cristiana, los que supieron aceptar el camino del Evangelio con los recursos espirituales individuales y comunitarios-litúrgicos. A tales discípulos, Jesús les asistió con la fuerza del Espíritu y les capacitó para afrontar y superar las dificultades externas y personales. De esta manera, unos en la vida laical, otros en la religiosa o sacerdotal, todos testimoniaron la eficacia del evangelio con obras de fe y amor, capaces de convencer a creyentes e incrédulos.

La mística de ser y sentirse cristiano
Para cualquier persona, el denominador común de la mística es la interiorización apasionada de un amor aceptado como valor absoluto y vivenciado como opción fundamental. De esta fuente brota el ideal de vida, muchas esperanzas, ilusiones, motivaciones y respuestas a los interrogantes como para qué vivir y sufrir. Así mismo, de ese amor al ideal o a la opción fundamental, surge la fuerza-energía para cumplir los compromisos, el valor para afrontar dificultades y la coherencia para poner en práctica los medios necesarios.
Cristo es el motor de arranque.
Los Apóstoles quedaron impresionados por la personalidad de Cristo que hablaba con toda sinceridad y autoridad. Era una persona de la que se podían fiar sobre el mensaje acerca de Dios, del prójimo y del futuro. Antes de dar el sí de la fe a una doctrina, lo dieron a la persona que les atraía y fascinaba. La fe del cristiano también debiera tener como arranque el encuentro impactante y no meramente doctrinal con el Señor. Desde Cristo y por Cristo se da la aceptación y adhesión a Dios y a toda la revelación cristiana. En la nueva relación con Dios, es Cristo quien llama y Dios quien capacita con el don de la fe.

El mensaje revolucionario del reino de Dios que entusiasma.
A los discípulos, en diversos momentos, Cristo presentó su mensaje revolucionario sobre el Reino de Dios. Y lo hizo de tal modo que entusiasmó a sus oyentes. Los Apóstoles aceptaron con fe la buena nueva que despertaba ilusión, porque merecía la pena entregar la vida al servicio del ideal que el Maestro les proponía. Ellos asumieron el cambio profundo de los valores preconizados por Jesús sobre el mundo con el Reino de Dios, sobre las relaciones con el amor, sobre los bienes económicos con la esperanza, y sobre el tiempo con la escatología.

La belleza de la fe.
Para un creyente, el valor más importante es la fe que no es una droga, sino la luz, la fuerza y el amor para caminar, relacionarse con el prójimo y realizar las tareas. También es la roca que sostiene en las dificultades y la energía para superar los problemas diarios.
En concreto, la fe cristiana es bella y atrayente. ¿Razón? Porque es la llave-clave que abre el tesoro cristiano. La fe revela quién es Cristo, la persona más fascinante de toda la historia; fundamenta una imagen de Dios como padre misericordioso, aplica las perspectivas del Reino para humanizar y salvar al mundo; abre nuevas perspectivas a los hombres con la esperanza; ofrece un sentido a la vida ante el dolor, la muerte y el más allá; presenta a la Iglesia como la comunidad elegida por Jesús para continuar la obra del Reino de Dios Y descubre el secreto de un Padre Damián, de un Hermano Rafael, de una Teresa de Calcuta o de un Juan XXIII que interiorizaron la fe amando al prójimo.

Desde Cristo, Dios Padre es la gran motivación para vivir y para morir
¿Razones? Porque se acepta a Dios como el Todo, el Absoluto, el Amo del mundo, el Providente, el Soberano a cuya voluntad se somete toda criatura, Creador y Ser supremo que vela y protege a sus hijos, Padre misericordioso, el único Señor y Liberador, el Dios encarnado que comparte la suerte con el hombre; el que entregó a su Hijo para que tengamos la vida eterna. Y la historia confirma las incontables personas consagradas a Dios. En el cristianismo, son incontables los cristianos que consagraron su vida a Dios en la vida religiosa o en la práctica del amor fraterno con los más necesitados. Otros, motivados por el amor a Dios sufrieron alegres la enfermedad o una vida de humillaciones. Muchos encontraron en la amistad con Dios, la motivación suprema para vivir esperar el más allá de la muerte.

Y el orgullo de ser católico.
No faltan católicos que manifiestan el orgullo de pertenecer a esta comunidad cristiana por lo que es: Pueblo de Dios, sacramento del encuentro con Cristo, prolongación del Verbo encarnado, y por lo que de ella han recibido: el bautismo, el perdón y la reconciliación con Dios y con los hermanos, la Palabra de Dios, la fe en Cristo y en todo el mensaje de la Buena nueva, la celebración del Misterio pascual, la intercesión de la Virgen María, el poder colaborar con Cristo y de enriquecer la esperanza de peregrino con la comunión.

El camino aceptado
Para escalar el Everest no es suficiente el entusiasmo, la decisión radical y la capacidad para superar obstáculos. Es preciso que el alpinista cuente con los medios, recursos y ayudas oportunas para superar las dificultades. Lo mismo se puede afirmar: para los seguidores de Jesús. El Maestro enseñó a los discípulos una serie de exigencias, consejos y medios espirituales para una vida coherente con la mística propuesta. Con el fundamento cristocéntrico, las diversas escuelas de espiritualidad han estructurado el camino cristiano según el momento histórico, la cultura reinante y el carisma de los fundadores.

¿Qué impide vivir la mística cristiana?
El obstáculo es una ley de vida y el esfuerzo una condición para el éxito. Quien desea alcanzar un objetivo importante necesita superar muchas dificultades y vencer cuantas contrariedades se opongan. En muchas ocasiones, son externas las contrariedades pero la fuente principal radica en la propia persona por su falta de motivaciones, dominada por la apatía-pereza, el desánimo, la timidez y la cobardía.
Tanto las dificultades como los obstáculos necesitan la respuesta adecuada. Una de ellas es el esfuerzo con el sacrificio que se manifiesta en la firmeza, fortaleza y paciencia. Tiene varios grados: la radicalidad o total donación y el sí profundo. Ahora bien, el secreto radica en las motivaciones (ilusiones, amor), fuente de energía para “aguantar” con perseverancia hasta el final.
Con esfuerzo y paciencia, la persona tiene que luchar contra las deficiencias de su personalidad, el descontrol de sus impulsos, ¡los virus psicológicos!, que descontrolan al yo humano, lo conducen a la prepotencia, el hedonismo, la envidia, la pasividad o a las respuestas agresivas. En definitiva, son los promotores del egoísmo para conseguir sus objetivos. Así, por ejemplo, para alcanzar la realización personal se impone superar muchos defectos presentes en la persona que merece el calificativo de egoísta, iracunda, agresiva, envidiosa, impaciente, orgullosa, hedonista o escalavizada por algún tipo de adicción.
El hombre con su esfuerzo personal no solamente tiene que luchar contra los obstáculos internos. También se encuentra con el muro exterior que le separa de sus objetivos. Nos referimos al ambiente2 sociopolítico adverso y a muchos criterios de la cultura actual que condicionan la psicología y las respuestas del hombre posmoderno. A estos tres factores hay que añadir la influencia negativa de las leyes, costumbres, medios de comunicación social y personas enemigas.

Recursos
Entre los elementos que integran el camino seleccionamos para adquirir la dimensión humana de la coherencia: la definición ante la vida según un proyecto concreto que refleje el autoconocimiento verdadero, la aceptación de sí mismo con las motivaciones personalizadas, la interiorización progresiva de los valores humanos. Todo ello requiere la práctica de las virtudes humanas y el proceso de autoliberación que ayudará a superar el sufrimiento.
Entre los muchos medios-elementos que integran el camino cristiano seleccionamos: la oración como el medio universal en las religiones; la unión con Cristo, nuestra vid; la respuesta de radicalidad a la vocación; la confianza ante los dones recibidos del Señor; la fortaleza para superar tentaciones y tribulaciones, la disciplina en el proceso de conversión muriendo al hombre viejo para que viva el hombre nuevo y la práctica de las virtudes teologales según los compromisos emitidos.
¿Y el miembro de la Iglesia? Dispone de la fundamentación del Nuevo testamento, los escritos de los santos, la estructuración de la espiritualidad católica, la participación en los actos litúrgicos, la digna recepción de cada sacramento, especialmente la participación en la Penitencia y en la Eucaristía. Sobre esta base giran la devoción a María y a los santos con las expresiones de la religiosidad popular y de la piedad popular...

Respuestas
Desde el principio, los Apóstoles escucharon con toda claridad las condiciones y exigencias del seguidor de Jesús: compartir la vida con radicalidad a la hora de pensar, sentir y actuar. El tercer paso de la fe en los Apóstoles consistió en la invitación de Cristo a seguirle con radicalidad, con la actitud coherente de quien lo deja todo, acepta la cruz, ama al enemigo, da la vida por el prójimo y vive el espíritu de las bienaventuranzas. El compromiso cristiano, hoy como siempre, pide la misma respuesta de radicalidad según la situación personal y el contexto socio-cultural.
¿Y qué pide a los cristianos una respuesta coherente? Actualizar la radicalidad de los Apóstoles, ser fieles al “sí” total del cristiano a Dios Padre y a Cristo su Hijo que instaura el Reino de Dios. Desde otra perspectiva: al cristiano coherente se le pide la santidad de vida que incluye la colaboración con Cristo en el reino de Dios. Así mismo, la integración del mensaje evangélico en el núcleo de intereses, ideales y vivencias de su persona. En resumen: el cristiano coherente aspira a ser “como otro Cristo” en el aquí y en el ahora de nuestro tiempo. No se trata de una utopía sino la vivencia de muchos bautizados que terminaron por ser discípulos y seguidores de Jesús.
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