¿Es posible amar al prójimo sin tener fe en Dios?
El cristiano, con la caridad teologal, enriquece todo amor, tiene a Dios como fuente y en Él encuentra el gran referente y la motivación suprema para darse al próximo. ¿Y el que no tiene fe en Dios? ¿Podrá amar al prójimo un ateo? Por el contrario ¿existen en muchos creyentes una esquizofrenia religiosa por la incoherencia entre su fe en Dios y su amor al prójimo? Ante las varias respuestas presentamos a Dios como la fuente, la motivación y el don del amor completo.
Algunas respuestas ante el amor y la fe
Es posible que se sientan ofendidas por la pregunta cuantas personas en el mundo posmoderno y secularista viven como si Dios no existiera. Porque aman al margen de cualquier motivación religiosa. Cierto: la experiencia nos dice que para el amor humano no es necesaria la fe en Dios. Innumerables personas no creyentes viven entregadas a su familia, trabajo, o ideología política. En ellas se dan los rasgos psicológicos y éticos del amor. Ahora bien, les guste o no, tales personas, quizás no sean conscientes, pero al amar con desinterés proyectan al Dios amor-don. Porque donde existe un auténtico amor, Dios se hace presente. Convendría también que supieran que con la fe, su amor queda potenciando al disponer de una motivación más fuerte, pues a la horizontal que empuja a darse está la vertical –Dios- que atrae y fortifica.
La misma experiencia constata cómo muchos creyentes, que dicen tener fe y amor a Dios, viven de espaldas al prójimo, incapaces de dar y darse. Mutilan sus creencias religiosas, pues la fe en Dios, si es coherente, tiene que motivar y empujar hacia el prójimo. Y en el extremo radicalizado de este grupo, se encuentra quienes se apoyan en la fe en Dios, en su dios, para hacer daño como es el caso de los terroristas que matan por razones religiosas.
Hay que reconocer cómo los creyentes auténticos son los que han descubierto a Dios-Amor como don. Y en Dios encuentran la mayor motivación para su entrega desinteresada al prójimo. Para ellos, el Dios-Amor es la fuerza extraordinaria que les motiva a vivir su donación tanto en las relaciones interpersonales como en el campo de la justicia y de la paz. Es el caso de Teresa de Calcuta, Oscar Romero como testigos cualificados, de los cooperantes en la organización católica de Caritas y en la generosidad anónima de muchos cristianos como miembros de una Iglesia, comunidad del amor creíble.
Dios como fuente Leemos en la Deus caritas est de Benedicto XVI: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (DCE 1).
En el mensaje completo del cristianismo, el amor de caridad ocupa el centro como gran don, participación del amor de Dios, energía divina, acción de Dios, fruto del Espíritu y de Cristo (Act 17,28; Rom 8,35). La caridad cristiana tiene unas medidas que superan al amor humano porque brota de la acción del Espíritu y de Cristo: "como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). Es, por lo tanto, un amor superior a todo otro don y resume cualquier precepto, a imitación del amor de Cristo que se entregó por todos. S. Agustín, que es el Doctor de la caridad., comentando la definición «Dios es amor» afirma tajante: «nos lo ha dicho todo; no busquemos más» (In Epist. lo 7,4: PL 35,2031).
Dios como don El amor de-en Dios es dinámico, es don. El texto de 1Jn 4,8.16 (Dios es amor) señala la cima de la revelación y caracteriza de modo definitivo la concepción cristiana de la vida, de la religión, de Dios que es amor, que se comunica a sí mismo. Dios es don total en sí mismo. Sólo existe dándose y el don es su vida. Dios no se da solamente en las comunicaciones internas de la vida trinitaria, se da en el misterio de la encarnación uniéndose a la humanidad de Cristo, y, gracias al Hijo se da a nosotros, nos rodea, nos hace entrar en su vida. De modo escueto lo afirma San Pablo: «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).
La caridad cristiana es un «amor divino», por el que el hombre participa del Bien y de la Vida divina. Se trata, por tanto, de un Don y, por lo mismo, se atribuye al Espíritu Santo.
Desde su perspectiva, Jesús nos habla de Dios, del Abbá, como el Padre bueno que da la lluvia para todos, el perdón al hijo pródigo o el Espíritu Santo a quien se lo pida. Y se fundamenta en una experiencia que todos comprenden: “pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mt 7, 7-12)
Dios como motivación El cristiano, partícipe de la caridad de Dios, tiene como impulso o razón de obrar el amor de Dios. Actúa en sus tareas ordinarias y extraordinarias movido-motivado por la caridad divina. Así lo expresa la Caritas in veritate “el amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (CIV 1). Años atrás, el mismo Benedicto XVI, en la Deus caritas est, concretó más al escribir: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. (DCE 1).
¿Qué imagen más motivadora de Dios podemos presentar? Si la figura de un Dios juez y castigador es rechazada por los críticos, no sucede lo mismo cuando se expone a su persona y su plan salvífico en clave de amor-don. Y mucho más es aceptada cuando el Dios amor-don es respaldada por los cristianos que por su amor y el amor a los hermanos no dudaron en entregar sus vidas. Es el caso de tantos cristianos en el pasado y en el presente, canonizados o no en quienes de manera explícita o implícita está presente el amor a Dios y a los hermanos: junto a la vertical del Dios-Amor se hizo presente la horizontal del amor al prójimo.
Y si del Dios Padre universal pasamos a Cristo, el Hijo, encontramos radicalizados el mensaje y la vivencia de la caridad. Es él quien nos comunica el amor de Dios, el profeta que testimonió el amor en grado absoluto. Con la autoridad de su testimonio, Cristo el maestro enseña cómo amar a Dios y al prójimo
Algunas respuestas ante el amor y la fe
Es posible que se sientan ofendidas por la pregunta cuantas personas en el mundo posmoderno y secularista viven como si Dios no existiera. Porque aman al margen de cualquier motivación religiosa. Cierto: la experiencia nos dice que para el amor humano no es necesaria la fe en Dios. Innumerables personas no creyentes viven entregadas a su familia, trabajo, o ideología política. En ellas se dan los rasgos psicológicos y éticos del amor. Ahora bien, les guste o no, tales personas, quizás no sean conscientes, pero al amar con desinterés proyectan al Dios amor-don. Porque donde existe un auténtico amor, Dios se hace presente. Convendría también que supieran que con la fe, su amor queda potenciando al disponer de una motivación más fuerte, pues a la horizontal que empuja a darse está la vertical –Dios- que atrae y fortifica.
La misma experiencia constata cómo muchos creyentes, que dicen tener fe y amor a Dios, viven de espaldas al prójimo, incapaces de dar y darse. Mutilan sus creencias religiosas, pues la fe en Dios, si es coherente, tiene que motivar y empujar hacia el prójimo. Y en el extremo radicalizado de este grupo, se encuentra quienes se apoyan en la fe en Dios, en su dios, para hacer daño como es el caso de los terroristas que matan por razones religiosas.
Hay que reconocer cómo los creyentes auténticos son los que han descubierto a Dios-Amor como don. Y en Dios encuentran la mayor motivación para su entrega desinteresada al prójimo. Para ellos, el Dios-Amor es la fuerza extraordinaria que les motiva a vivir su donación tanto en las relaciones interpersonales como en el campo de la justicia y de la paz. Es el caso de Teresa de Calcuta, Oscar Romero como testigos cualificados, de los cooperantes en la organización católica de Caritas y en la generosidad anónima de muchos cristianos como miembros de una Iglesia, comunidad del amor creíble.
Dios como fuente Leemos en la Deus caritas est de Benedicto XVI: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (DCE 1).
En el mensaje completo del cristianismo, el amor de caridad ocupa el centro como gran don, participación del amor de Dios, energía divina, acción de Dios, fruto del Espíritu y de Cristo (Act 17,28; Rom 8,35). La caridad cristiana tiene unas medidas que superan al amor humano porque brota de la acción del Espíritu y de Cristo: "como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). Es, por lo tanto, un amor superior a todo otro don y resume cualquier precepto, a imitación del amor de Cristo que se entregó por todos. S. Agustín, que es el Doctor de la caridad., comentando la definición «Dios es amor» afirma tajante: «nos lo ha dicho todo; no busquemos más» (In Epist. lo 7,4: PL 35,2031).
Dios como don El amor de-en Dios es dinámico, es don. El texto de 1Jn 4,8.16 (Dios es amor) señala la cima de la revelación y caracteriza de modo definitivo la concepción cristiana de la vida, de la religión, de Dios que es amor, que se comunica a sí mismo. Dios es don total en sí mismo. Sólo existe dándose y el don es su vida. Dios no se da solamente en las comunicaciones internas de la vida trinitaria, se da en el misterio de la encarnación uniéndose a la humanidad de Cristo, y, gracias al Hijo se da a nosotros, nos rodea, nos hace entrar en su vida. De modo escueto lo afirma San Pablo: «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).
La caridad cristiana es un «amor divino», por el que el hombre participa del Bien y de la Vida divina. Se trata, por tanto, de un Don y, por lo mismo, se atribuye al Espíritu Santo.
Desde su perspectiva, Jesús nos habla de Dios, del Abbá, como el Padre bueno que da la lluvia para todos, el perdón al hijo pródigo o el Espíritu Santo a quien se lo pida. Y se fundamenta en una experiencia que todos comprenden: “pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mt 7, 7-12)
Dios como motivación El cristiano, partícipe de la caridad de Dios, tiene como impulso o razón de obrar el amor de Dios. Actúa en sus tareas ordinarias y extraordinarias movido-motivado por la caridad divina. Así lo expresa la Caritas in veritate “el amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (CIV 1). Años atrás, el mismo Benedicto XVI, en la Deus caritas est, concretó más al escribir: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. (DCE 1).
¿Qué imagen más motivadora de Dios podemos presentar? Si la figura de un Dios juez y castigador es rechazada por los críticos, no sucede lo mismo cuando se expone a su persona y su plan salvífico en clave de amor-don. Y mucho más es aceptada cuando el Dios amor-don es respaldada por los cristianos que por su amor y el amor a los hermanos no dudaron en entregar sus vidas. Es el caso de tantos cristianos en el pasado y en el presente, canonizados o no en quienes de manera explícita o implícita está presente el amor a Dios y a los hermanos: junto a la vertical del Dios-Amor se hizo presente la horizontal del amor al prójimo.
Y si del Dios Padre universal pasamos a Cristo, el Hijo, encontramos radicalizados el mensaje y la vivencia de la caridad. Es él quien nos comunica el amor de Dios, el profeta que testimonió el amor en grado absoluto. Con la autoridad de su testimonio, Cristo el maestro enseña cómo amar a Dios y al prójimo