¿Quien es el primer testigo del amor a Dios y al prójimo?

Para quienes buscan un testimonio convincente del amor, Cristo es la respuesta. Jesucristo, el Hijo de Dios, comunica al hombre la caridad como participación del mismo amor de Dios;
Cristo, el Ungido o Mesías, a lo largo de su vida fue testigo del amor cristiano,
Jesús, Dios salvador, es el maestro que enseña con autoridad cómo amar de modo radicalizado a Dios y a los hermanos.
El Maestro es quien más autoridad moral tiene para exigir una entrega sin límite a los cristianos, sus discípulos
Jesús, el carpintero de Nazaret es el referente primero para amar porque nos comunicó el amor de Dios, amó apasionadamente al Dios Padre y manifestó su servicio más radicalizado a sus semejantes

Cristo nos comunica el amor de Dios
La caridad o amor cristiano se distingue de cualquier otro amor humano o de la benevolencia de otras religiones. Su característica distintiva es la persona de Cristo con su mensaje.
Él es la fuente, el centro y el fin de la caridad.
A través de la fe en Cristo y de la comunión viviente con él, todo bautizado recibe la caridad y está en condiciones de amar a Dios y a los hombres con amor cristiano.
¿Cómo recibe el cristianismo la caridad? Benedicto XVI responde al afirmar de la caridad: ”su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros (CIV 5).
Gracias al Misterio Pascual, y precisamente en la cruz, es donde se puede definir bien lo que es el amor que comunica Cristo y que orienta el vivir y el amor de sus seguidores (DCE 12).
Posteriormente, en el sacramento de la Eucaristía, Cristo perpetúa su entrega dándose en el pan y en el vino como nuevo maná (cf. Jn 6, 31-33)(DCE 13).

Jesús profeta testimonió el amor radicalizado a Dios Padre Quien lea los evangelios descubrirá que el “secreto” de la vida de Jesús fue su amor radicalizado a Dios y a los hombres dentro del proyecto del reino de Dios.

Su amor apasionado por Dios Padre Toda la vida de Cristo es un relato de radicalidad vivida como respuesta de amor a la voluntad del Padre.
Como ejemplos: la radicalidad al ser tentado en el desierto, cuando lava los pies a sus discípulos o en Getsemaní cuando acepta la voluntad del Padre en los momentos anteriores a la pasión.
Toda su actividad es una manifestación del profundo amor que profesa al Padre: Jesús hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); busca la honra de su Padre, no la suya (Jn 8,49-54); «el mundo tiene que comprender que amo al Padre y que cumplo su encargo» (Jn 14,31).
Y de hecho, Jesús muere por el Padre (Mt 27,46-50). Jesús da la vida por sus ovejas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21).
Nuestro Señor amó apasionadamente a Dios al que experimentó como abbá (papá querido) y al que obedeció con fidelidad.
Con su padre Dios, Jesucristo vivió en intimidad, y con él se comunicó de manera permanente. Ante todo, sorprende su ternura al llamarle abbá (papá) con diversas expresiones: «Padre mío» (Mt 26,39); «Padre santo» (Jn 17,11); «Padre justo» (Jn 17,25)

Inseparable del amor a Dios, su amor radicalizado con el prójimo La condición esencial para amar consiste en ver al otro como algo propio. Más aún, en identificarse con los intereses y la misma felicidad del prójimo para establecer unas relaciones de comunión, antítesis del egoísmo. El amor verdadero radica en la capacidad de vibrar por el tú, por sus intereses y alegrías.
Estos rasgos del amor están presentes en la vida de Cristo, el hombre para los demás.
Así los afirman los Evangelios: nadie estuvo tan radicalmente unido a los hombres como Jesús. Con todos, pero especialmente con los pobres y los oprimidos. Encontramos en Jesús una innegable comunión con los habitualmente marginados por la sociedad como eran los miserables, los pecadores, las mujeres de la vida, los leprosos y los despreciados publicanos.
Y como sintonizaba con el prójimo, Jesús conocía su problemática y se manifestaba comprensivo. Junto a la comprensión, la persona que ama, identificada con el otro, que siente en propia carne el mal ajeno.
Así lo comprobamos en Jesús que se compadece de las turbas que están como ovejas sin pastor (Mt 9,36) y que le siguen sin tener qué comer (Mt 15, 32; 14, 16); de las hijas de Jerusalén que lloraban al verle camino del calvario (Lc 23, 27-28); y de los enfermos suplicando la curación (Mc 1,41).

Es servicial y ama a todos con desinterés Jesús se acercaba a los hombres para dar y darse con generosidad, desinteresadamente.
Está siempre dispuesto a prestar ayuda al necesitado porque su conducta estuvo regida por este criterio: “el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28; Mc 10,45).
Y así su vida pública fue un permanente servicio, tanto cuando evangelizaba con la buena nueva del Reino de Dios, como cuando sanaba a toda clase de enfermos o alimentaba a las masas o devolvía a la vida en casos especiales.
Entre los innumerables pasajes, tenemos presente a Jesús predicando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia (Mt 9,35).

Amor profundo: Jesús perdona y se sacrifica hasta dar su vida
El amor profundo es la respuesta de quien se sacrifica para hacer felices a los demás, ama a las personas desagradecidas, perdona al enemigo y practica otras exigencias tal y como pide la Palabra de Dios (Mt 5,35-48; Lc 6,27-38; 1Cor 13, 1-10).
Jesús predico y practicó el amor profundo. Son significativos estos testimonios de quien “amó hasta el extremo” (Jn 13,2), y afirmó “yo soy el buen pastor”. El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10,11); “esta es mi sangre de la Alianza, que por muchos es derramada para remisión de los pecados (Mt 26,28).
Amor profundo manifestó Jesús al perdonar a los que le crucificaban (Lc 23, 34), y cuando lava los pies a los discípulos, besaba y daba la paz a Judas (Mt 26, 50; Jn 13, 5.12).
Como veremos, Jesús testigo del amor profundo, tenía especial autoridad moral para exigir a los discípulos manifestaciones radicalizadas de entrega al prójimo.
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