Qué se puede afirmar hoy sobre el más allá de la muerte

El final de la charla a los jóvenes de Lima fue un tanto dramático por las preguntas y respuestas agresivas: ¿Y qué haréis cuando os sorprenda una enfermedad grave como la leucemia? Fulgurante surgió una respuesta malhumorada: ¡pues nos moriremos!
Sin inmutarme les lancé la última pregunta: Y después de la muerte, ¿qué? Silencio total y disgusto en los rostros de mis alumnos. El profesor se había extralimitado.
Ahora no recuerdo mi respuesta a unos jóvenes que en los años setenta me pusieron mala cara por preguntarles lo que les sucedería después de la muerte. Pero cuarenta años después, a esos peruanos “sesentones” y a cuantos lean este artículo, les transmito mis convicciones, las mismas que el Alberto protagonista de mi novela, Peldaños hacia Dios expuso al doctor Jorge Álvarez, médico agnóstico. Transcribo parte del capítulo 19, Un médico agnóstico y un enfermo con esperanza.
“Alberto comenzó un trato confiado con el doctor Jorge Álvarez, católico de misa dominical pero que rechazaba toda existencia después de la muerte. Su amistad culminó en una polémica sobre el más allá de la muerte. Jorge expuso su posición agnóstica desde la razón y la historia. Como intelectual opinaba que el cielo quedaba reducido a una simple utopía. Por su parte, el teólogo Alberto prefirió comunicar sus experiencias y las razones que fundamentan el cielo y la esperanza cristiana”.

El médico rechaza el cielo desde la razón y desde la historia
“Bueno, Alberto, te contestaré de amigo a amigo pero no al sacerdote teólogo. Te ruego que no te molestes. En definitiva, lo que tú deseas es mi opinión sincera. Mira, no se trata de una razón sino de varias, que, desde los años de la Universidad, se han ido acumulando hasta llegar a lo que llamo tranquilidad ante la inevitable muerte, ante el punto final de la vida humana.
El cielo en el pasado y en el presente
-En cuanto al más allá, es un denominador común en muchas culturas una existencia para después de la muerte llena de paz y felicidad para los buenos y de eternos sufrimientos para los malos. Como ves, un fenómeno cultural sin nada de especial en la religión cristiana.
-Si dejamos el pasado, especialmente desde el siglo XIX, se ha impuesto la doctrina, que tu conoces y rechazas, y que yo conozco y acepto como valor fundamental en la vida: lo único que existe es lo que se puede experimentar, todo aquello que está bajo las leyes de la naturaleza y las categorías de materia, tiempo y espacio.
Una fuga gozosa. ¡Nadie regresó del cielo!
-Y te diré algo más. El cielo para los creyentes resulta ser una “gozosa” fuga del más acá, una ingenua proyección de los anhelos que conviene desmitificar. No pasa de ser el cielo un deseo que para muchos se convierte en un conjunto de personajes irreales fruto de su necesidad y de su imaginación.
-A estas razones de más peso, se añaden otras como la más popular ante la ausencia de los seres queridos, pues no falta quien afirme que nadie ha regresado del otro mundo, del cielo.
Influye poco, pues exige renunciar a la felicidad
-Personalmente, siempre protesté contra la espiritualidad del miedo, contra el concepto de la salvación como parte de una mentalidad negativa respecto del mundo, del placer y de la felicidad. Nos decían: “quien quiera salvarse tiene que renunciar a ser feliz en esta vida, a gozar de lo que Dios creó”. Un disparate.
-Como médico observé que en personas de cultura, lo referente al cielo poco influye en sus vidas. Sí he observado el fuerte impacto del cielo en personas de poca cultura y algún que otro intelectual. También en los que fueron educados en un temor al Dios Juez pronto a castigar al infierno. Parece que los sacerdotes y catequistas olvidaron lo más importante: el amor de Dios dispuesto a premiar a sus hijos con la bienaventuranza eterna.
Basta con la fe. La esperanza fomenta un comercio egoísta
-A mí me parece evidente que desde la mentalidad actual, el secularismo, la Iglesia debiera replantear la presentación de estos misterios del más allá. En el fondo, el cielo aparece como la salvación del individuo, carente de toda dimensión social. Viene a ser un fácil comercio de quien se porta bien y obtiene un premio. Relato infantil
-Y lo que yo pienso, Alberto, es la mentalidad de muchos, aun de creyentes y que van a Misa. Quizás pertenezcamos al grupo a los que se pueda denominar los de fe mutilada, los de fe sin esperanza
-Ese es mi pensamiento y mi actitud ante el cielo. Discúlpame, Alberto, si herí tu sensibilidad de creyente fervoroso.

El sacerdote defiende la vida eterna, desde la experiencia y el sentimiento
Con humildad recibió Alberto el chaparrón de críticas que lanzó su amigo, creyente pero agnóstico sobre el más allá cristiano. El teólogo sufrió internamente y en varias ocasiones estuvo tentado de replicarle para completar la verdad. Pero guardó silencio y dulcificó su respuesta.
-Te agradezco tu sinceridad aunque me duele como creyente. Ahora no quiero entrar en polémica. Ni mucho menos intento convencerte o convertirte a la esperanza cristiana. Permíteme que te comunique, de amigo a amigo, olvidando que soy cura y teólogo, mis experiencias sobre el cielo o vida eterna y sobre la esperanza.
-Prescindo de la formación recibida y de lo que he predicado acerca de los Novísimos en años anteriores con sus más y sus menos. Me centro en las experiencias que motivaron mi esperanza cristiana, la que imprimió ilusión a mi vida entera.
Injusticia en la tierra, justicia en el cielo
-Lo que más me impresionó fue el descubrimiento de la pobreza y la injusticia institucional en el tercer mundo en quienes solamente les quedaba su esperanza en el “Diosito”. Y me preguntaba: ¿es que Dios pone en los corazones una aspiración que no se cumple en la tierra ni tampoco después de la muerte? ¿No existirá justicia más allá de esta vida ante las injusticias humanas?
¿Merece la pena vivir sin esperanza?
-En plan espiritual mucho me ayudó la doctrina de san Juan de la Cruz y las poesías de Santa Teresa de Jesús que reflejan la espiritualidad de millones de cristianos. Siempre me surgió el interrogante: ¿puede ser falso el mensaje de Cristo que alimentó durante siglos la vida de mártires, santos y cristianos de toda condición? Cuántas personas me han dicho: no merece la pena vivir sin esperanza en la otra vida.
-Últimamente, ha sido mi enfermedad y el trato con los enfermos que me ayudaron a interiorizar la cruz de Cristo que tiene sentido con la resurrección. Aunque sea sacerdote y teólogo, déjame que exprese mi convicción: ¿tiene explicación que yo, como tantos creyentes, agradezca a Dios mi enfermedad que me purifica y que espere encontrarme con él, si después de la muerte no hay nada?
Por la autoridad de Cristo creemos en el cielo
-Pero más que los acontecimientos, influyeron las experiencias que me condujeron a una esperanza coherente. La primera y la más importante ha sido mi amistad con Cristo, la persona más creíble como tú bien sabes, y la de mayor autoridad e influjo en mi vida. Sin esta relación tan íntima se derrumba el edificio de mi esperanza. Profundicé en la vida de Jesucristo y comprobé que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo.
-Y es lo que comprobé cuando Jesús predicaba la Buena nueva, curaba a los enfermos, compartía la alegría de la mesa familiar o de una boda. O cuando daba de comer a los hambrientos, pacificaba a los atribulados o instituía el sacramento de la eucaristía. Constaté en la vida de Jesús su deseo de procurar la felicidad en el mundo y de anticipar en la tierra lo que será la bienaventuranza eterna: una situación sin dolor, una vivencia plena de paz y amor gozando de la presencia de Dios.
Cristo no miente. Él promete la felicidad para el más allá.
-Y a la amistad con Cristo, se une mi ciega confianza en su promesa de una vida eterna con la felicidad total. Repetidas veces, el Maestro aseguró a sus seguidores una existencia feliz después de la muerte, llámese paraíso o reino de los cielos o felicidad eterna o visión de Dios.
-De su doctrina, la de Jesús, la que más me impresiona son las Bienaventuranzas. En ellas, Cristo habló del cielo como parte fundamental del Reino de Dios; reveló el estadio temporal y escatológico de la existencia humana; animó con la esperanza a los pobres, enfermos, humillados, perseguidos… etc. Para Jesús, las actitudes de pobreza, paciencia, sed de justicia, misericordia y limpieza de corazón, así como las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida en la felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión ultraterrena. Allí el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Ciertamente, Jesús revolucionó los valores del hombre porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo como es el dolor, la pobreza, la humillación, etc. Él ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
Sin la resurrección somos unos desgraciados
-Todavía puedo añadirte una tercera experiencia. Se trata de la admiración que profeso a los primeros cristianos que, como san Pablo, se fiaron de Cristo, colaboraron con él en la edificación del reino de Dios y no tuvieron miedo a la muerte porque esperaban el reencuentro glorioso con Dios Padre y con Cristo Salvador. Ellos lo tenían claro: la resurrección de Cristo cabeza fundamenta la de los cristianos. Y sin esta resurrección, parte esencial de la vida eterna, el cristiano es un infeliz, un desgraciado.
-Te resumo, Jorge: la fe coherente es incomprensible sin la esperanza en la resurrección. Es la esperanza que ha dado ilusión y sentido a toda mi vida”.
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