¿Qué recomienda la antropología para la paz personal?

Desde muchas perspectivas la paz es el sueño dorado, la cima a escalar, el clima interpersonal que anhelamos, la meta de muchos sacrificios o la mejor vivencia cristiana. Para conseguir tal don, innumerables son las sugerencias y recomendaciones. Como más importantes, el conocimiento de sí mismo aceptado de modo coherente; la autoestima equilibrada; la integración sin dramatismos de los límites e hipotecas personales; la respuesta elevada a la categoría de actitud firme, paciente y fuerte an te las dificultades; la práctica de la autoliberación progresiva y las técnicas de relajación sin olvidar el aprendizaje, tan difícil, de saber sufrir.

El conocimiento de sí, aceptado de modo coherente
Se impone como gran criterio para llegar a la meta de la paz personal el tomar conciencia de nuestro yo con sus valores, posibilidades y limitaciones a nivel global y en las principales facetas. Mucho ayudará el conocimiento lo más exacto posible de los valores temperamentales y caracterológicos con sus respectivos defectos.
¿Cuál será la reacción ante el conocimiento propio? Se requiere una respuesta en la que estén presentes la aceptación, la humildad, la responsabilidad, el valor y la esperanza. Humildad para aceptar las limitaciones; responsabilidad para ser fiel a la ilusión, esperanza y valor para comenzar a trabajar en el desarrollo de la personalidad.

Una autoestima equilibrada.
Nunca como hoy es actual la autoestima que no se confunde con el egoísmo ni con la soberbia. Se trata de buscar el bien para nuestra persona como expresión del impulso de la naturaleza. Recordemos el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a tí mismo”. .
Por supuesto, se debe evitar el odio a la propia persona, el desprecio de sí mismo o el no perdonarse hechos de la vida pasada.
Atenta contra la autoestima equilibrada los complejos de inferioridad fruto de un trato humillante que desvalorizó y creó la impresión de inutilidad.

La aceptación de la propia historia y de los contratiempos
La gran virtud de la aceptación comienza por la historia personal con sus éxitos y fracasos, con los defectos personales, los contratiempos en las relaciones familiares, el estado de la salud o la situación económica.
Urge aceptar con paz lo inevitable y luchar con valor para superar los problemas que se pueden resolver.
Se requiere también valorar más los males ajenos y no exaltar tanto los personales.
Y no considerarse como “una víctima” de todo los males creyendo que nada tiene que agradecer a la vida. Una buena máxima: asumir con paciencia los defectos en vez de criticarlos sin fundamento.

Actuar con firmeza y fortaleza Para superar las dificultades que obstaculizan la paz, la persona necesita firmeza de ánimo, esa energía de carácter que capacita a la voluntad para no desistir ante el peligro, la adversidad o las dificultades de cualquier nivel.
Y necesita también la fortaleza, mezcla de valor y prudencia, virtud con la que podrá moderar el miedo por una parte y frenar la temeridad-audacia por el otro extremo.
¿Su campo de acción? Los “ocho virus” integrados por el egoísmo y los 7 pecados capitales que provocan otros tantos conflictos internos y externos. Especial atención a la agresividad sabiendo controlar los “reflejos de ira” cuando los hechos contradicen nuestros deseos.

Responder con paciencia.
Gran mérito tiene quien soporta sin abatirse, gracias a la paciencia, los sufrimientos físicos y morales. Es muy necesaria esta expresión de la fortaleza para superar las adversidades de la vida sin dejarse llevar por el pesimismo, el desaliento o la tristeza.
El paciente no huye ni se despreocupa cómodamente de los peligros como el avestruz que mete la cabeza bajo las alas.
La persona paciente afronta de manera digna de alabanza todos los males que le acosan para mantener la jerarquía de valores y compromisos aceptados.
Es un ideal pasar de la simple resignación sin quejas a la paz en el sufrimiento, a esa respuesta tranquila de quien comparte la suerte adversa de quienes sufren más, de quienes lo pasan peor.

Motivar e integrar el sufrimiento. Aprender a sufrir es un arte difícil pero necesario. Es cierto que muchas personas sufren más de lo que pueden porque no sufren como deben. También es cierto que el dolor aceptado, es medio dolor, pero rechazado es doble dolor.
Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, que si no es rechazado, ayuda a madurar.
Urge también objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento.
Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Su razón tenía Buda al afirmar que para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se trata de esperanzas sin fundamento.

La práctica de la autoliberación.
Para quitar preocupaciones sirve el examen sereno sobre las causas, efectos y caminos "objetivos" de los problemas. Y, sobre todo, la aceptación valiente de los males inevitables de quien pone de su parte lo que puede y debe realizar.
Para obtener seguridad y contrarrestar los miedos, será prudente concretar los peligros sin exagerar ni disminuir las propias fuerzas; valorar lo bueno de lo malo; sembrar vivencias de serenidad, actos de confianza en sí mismo y ensayos progresivos de seguridad.
Siempre ayudará el pensar más en los éxitos pasados que en los posibles fracasos presentes o futuros.
Dos máximas para la conducta: saber “reirse” de las “depresiones” y desánimos, especialmente cuando son fruto del orgullo o de los deseos imposibles. Y superar el escepticismo de los que nada esperan para no sufrir por el desengaño.

Algunas técnicas.
En concreto, para conseguir la serenidad, se pueden utilizar las técnicas de "relajación". Conviene rechazar el activismo que impulsa a vivir fuera de uno mismo sin saborear la vida en las relaciones sociales y cristianas.
Mucho ayuda el cultivo de pensamientos tranquilos y guardar con orden el horario prefijado. También pueden considerarse como técnicas, una vida higiénica con distracciones, ejercicios físicos, sana alimentación, sueño suficiente. De manera especial, el Yoga.

Algo sobre el mundo del Yoga
Sobrepasa el objetivo de este artículo describir el yoga para para conseguir la paz. Para nuestro objetivo seleccionamos algunos criterios.
Yoga significa yugo, una disciplina espiritual que encauza las energías humanas hacia un fin determinado. Gracias al yoga la persona se libera de la materia y de la ignorancia para llegar al verdadero conocimiento.
La praxis del yoga crea un clima que permite al espíritu superar el engaño de su unión con el organismo psicofísico. El yoga incluye toda una práctica moral, mental, corporal (ascesis, posturas, respiración), meditativa y estática orientada a la liberación del hombre y a la unión con el Absoluto (Brahmán).
Para el creyente, gran mensaje de paz enciarre el Bhakti-yoga que indica el camino de la devoción amorosa Dios y el abandono confiado en él. Dios es personal, bueno y compasivo. Se puede llegar a un encuentro vital con Dios, experimentando su bondad.
Pero este camino pide varias condiciones: 1.ª Una vida moral intachable: no robar, no hacer mal a nadie, vivir austeramente, practicar la veracidad y desprenderse del afán de posesión. 2.ª La autodisciplina que consiste en la limpieza exterior e interior; en el sosiego que sólo se alcanza por la renuncia a los deseos, la continencia; en el estudio intenso de la doctrina tradicional y de los sistemas teístas; y en la humildad ante Dios o veneración de Dios. 3.ª El control de funciones corporales mediante ciertas actitudes del cuerpo.
No es fácil, no, el camino antropológico que conduce a la paz personal. Pero en él tiene que apoyarse el cristiano para la vivencia completa del seguimiento de Jesús.
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