¿Qué respuestas fundamentales necesita el cristiano hoy día?
La opción por Dios, la estructuración más inteligible y la reconfiguración creíble de las relaciones del hombre con el Tú divino, quedarían incompletas si falta la praxis de radicalidad por parte de cada cristiano y la audacia evangelizadora por parte de la comunidad eclesial. Por ello proponemos como respuestas: como Cristo, la radicalidad en el amor a Dios y al prójimo; como Pablo, la creatividad y la audacia en la evangelización. Y como miembro de la Iglesia del Tercer milenio, la confianza en Dios con el esfuerzo por testimoniar la radicalidad, el espíritu creador y la audacia en la evangelización.
Como Cristo, radicalidad en el amor a Dios y al prójimo
Diversos son los elementos de la radicalidad según Cristo, concretados en el amor a Dios y al prójimo.
Los factores de la radicalidad y su protagonista.
Para relacionarse con Dios con toda radicalidad presentamos cuatro factores: el primero es el factor antropológico centrado en la amistad como máximo amor y como máxima relación interpersonal. El factor segundo está polarizado en Cristo, en la profunda relación de amor y fidelidad de Cristo hacia el Padre. El cristiano de hoy, como el de hace veinte siglos, está llamado a vivir en Cristo el amor a Dios como Padre y al prójimo como hermano. El tercer factor está constituido por el Reino de Dios que fundamentalmente es reino y reinado de amor. La radicalidad arranca del compromiso de vivir y difundir las perspectivas polarizadas en el amor, en la Buena Nueva del Reino de Dios predicado por Cristo. Y el último factor, el cuarto, consiste en la vivencia de la gracia-caridad en su más profundo sentido teológico como amistad, grado máximo en las relaciones entre el hombre y Dios sobre todo a la luz de Cristo y de la Buena Nueva.
¿A quién toca vivenciar los factores enumerados? Al hombre actual, al yo humano de siempre con su impulso de trascendencia y con el impulso religioso, y que, consciente o inconscientemente, busca amar y ser amado.
La oración para la intimidad.
¿Cuál es el motor de todo el dinamismo cristiano? La oración que actualiza la relación por excelencia, facilita el encuentro profundo y potencia la comunicación de «centro a centro» del hombre con Dios hasta llegar a la íntima comunión. Las relaciones con Dios no se reducen al simple cumplimiento de unos preceptos ni aún de los consejos evangélicos. No. Las relaciones interpersonales tienen la intimidad como meta sublime.
La radicalidad en el amor fraterno
¿Razón? Porque el amor al prójimo es inseparable del amor a Dios. Así consta con toda claridad en el testimonio y doctrina de Cristo que llevó hasta las últimas consecuencias el amor fraterno unido al amor a Dios Padre. Y un amor fraterno sin límites, incluido el enemigo. Para las múltiples manifestaciones del amor fraterno contamos con los innumerables pasajes del Nuevo Testamento que concretan el amor cristiano con preferencia a los pobres, a los más necesitados. Un amor que se manifiesta en el servicio responsable, solidario y corresponsable. A las manifestaciones del amor hacia el prójimo en particular, habrá que añadir otras tantas con el grupo humano. Así, por ejemplo, hoy día, el amor fraterno tiene como manifestaciones el servicio a la comunidad, el interés práctico por el bien común, el compromiso socio-político para liberar y humanizar a los más necesitados dentro de la dinámica del Reino de Dios.
Como Pablo, creatividad y audacia en la evangelización
Urge actualizar la respuesta de San Pablo ante los desafíos actuales de la evangelización
Pablo trazó el camino.
Aunque este Blog no estudió la figura de San Pablo, sin embargo su espíritu está presente en algunas de las conclusiones de los capítulos anteriores. Pablo, el hombre de las tres culturas y apóstol de los gentiles, supo dar respuestas nuevas a los nuevos problemas del cristianismo naciente. El Apóstol por excelencia afrontó la tarea de proclamar a Cristo a las nuevas situaciones culturales e influyó para que la Iglesia pudiera responder al mundo pagano «nuevo» con la «nueva» formulación del núcleo kerigmático. La tarea evangelizadora de Pablo ilumina el camino a seguir para cultivar la creatividad y la audacia en la Iglesia del Tercer milenio. Otros rasgos que Pablo cultivó, son la crítica y la apertura ante otras respuestas desfasadas respecto a la cultura de su tiempo.
Creatividad en la nueva evangelización.
¿Qué necesita hoy la Iglesia en esta tarea? Juan Pablo II respondió en la XIX Asamblea del Celam: «no (una tarea) de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión»: Esta evangelización «despliega con más vigor -como la de los orígenes- un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar, desde el seno de América Latina, un gran futuro de esperanza. Este tiene un nombre: la civilización del amor».
Y nueva espiritualidad para la «nueva» Iglesia. Pareciera que una nueva evangelización pidiera una «nueva» Iglesia, comunidad eclesial apasionada por Dios y su gloria pero en comunión con la suerte del hombre; comunidad fraterna con relaciones interpersonales donde nadie sea extraño, donde exista la comunicación abierta y las decisiones compartidas, la comunión de bienes, la solidaridad y la reconciliación permanente. Esta comunidad eclesial será más creíble por su pobreza y solidaridad con los pobres y por las relaciones más de “circularidad” y no de verticalidad. Junto a la pobreza estará el carácter «diaconal» de sierva-servidora, ministerial; no señora sino sierva; no jerárquica-clerical sino ministerial.
Radicalismos ante la creatividad y audacia.
¿Creatividad sin reformas? Para conseguir una «espiritualidad de Iglesia nueva» ¿harán faltas reformas y nuevas estructuras? Actualmente no faltan quienes piden reformas y nuevas estructuras: unos en plan de condición “sine qua non” para responder a las nuevas situaciones, otros plantean interrogantes haciendo ver el pro y el contra de las propuestas que van más allá del Vaticano II. Y otros hacen sugerencias pero manteniendo la comunión eclesial. Sobre esta temática conflictiva existe división: en un extremo están los radicalizados por lo antiguo (conservadores) y en el otro extremo, los radicalizados por lo nuevo (progresistas).
Confianza en Dios como Iglesia del Tercer milenio. La Novo millenio ineunte (Beato Juan Pablo II).
La Iglesia, con la radicalidad en el amor y con la audacia en la evangelización, afronta un futuro incierto que plantea muchos interrogantes y problemas. ¿Nos encontramos en el ocaso de la Iglesia-institución incapaz de cambiar para solucionar los problemas más urgentes? Peor aún, ¿ha llegado el final de la “era religiosa”? No. La comunidad eclesial, lejos de adoptar actitudes de miedo, rutina o conformismo, está llamada a confiar en Dios y a seguir la tarea renovadora del Vaticano II. Así lo hizo Juan Pablo II con la Novo millenio ineunte (2001). En este documento encontramos algunos criterios que debe tener presente el miembro de la Iglesia en los comienzos del Nuevo milenio. La confianza es una idea predominante y propia de quien «rema mar adentro» y tiene como lema caminar con esperanza ante el océano del nuevo milenio (n.58).
Confianza fundamentada en la presencia de Cristo.
La primera actitud de los creyentes es la certeza de estar acompañados por el mismo Cristo que nació hace dos mil años: “he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Confianza enriquecida con la gracia de Cristo.
Sin Cristo no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Muchos proyectos pastorales fracasan por olvidar la prioridad de la gracia; como los apóstoles bregamos pero no pescamos nada. Por ello necesitamos como Pedro echar nuevamente las redes pero confiados en la palabra de Cristo (Lc 5,5) (n.38). La confianza está respaldada por la actualidad de Cristo y de su mensaje: este Hijo (es) Cristo nuestro Señor que sigue siendo tan actual como hace dos mil años (n.4).
Otros rasgos de la confianza
Esta respuesta crecerá a semejanza del Reino de Dios, alimentada con la oración para ser «hombres nuevos», orientada hacia adentro y no hacia atrás: es muy oportuno recordar la invitación que Jesús hizo a Pedro de remar mar adentro (Lc 5,4) (n.1). Es Cristo que una vez más nos avisa: en la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás y menos para dejarse llevar por la pereza (n.15).
Contagiada del ardor de Pablo.
Urge la nueva evangelización: reavivar el impulso de los orígenes, dejarse impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés sin esconder nunca las exigencias más radicales del mensaje evangélico (n.40). ¿Qué imitar de San Pablo? Su intrepidez de apóstol corriendo hacia la meta para alcanzar el premio al que Dios llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp 13,14) (n.59).
Confianza enriquecida con la fuerza del Espíritu.
Animados por las palabras de Cristo:«id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Este mandato invita a mantener en nuestro caminar el mismo entusiasmo de los primeros cristianos, apoyados con la fuerza del mismo Espíritu que fue enviado en Pentecostés (n.58).
Confianza enardecida por Cristo y los mártires.
La Iglesia ha encontrado siempre, en sus mártires, una semilla de vida. Hoy día abundan estos testigos que de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. Para los mártires, como para todos los bautizados, Cristo, con su ejemplo señala y casi «allana» el camino del futuro. ¡Sigamos sus huellas! (n.41).
Confianza interiorizada con el ejemplo de la Virgen María.
Imitemos a María que después de Pentecostés volvió a su Nazaret meditando el misterio de su Hijo (cf. Lc 2,51) (n.59). Acompañados de María, Estrella de la nueva evangelización, aurora luminosa y guía segura del camino de quienes son sus hijos (Jn 19,26) (n.56). Y confortada con la experiencia de Cristo resucitado. Nosotros, como los de Emaús (Lc 24,30), estemos vigilantes llevando el anuncio de la Buena nueva y diciendo como los apóstoles: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)
Como Cristo, radicalidad en el amor a Dios y al prójimo
Diversos son los elementos de la radicalidad según Cristo, concretados en el amor a Dios y al prójimo.
Los factores de la radicalidad y su protagonista.
Para relacionarse con Dios con toda radicalidad presentamos cuatro factores: el primero es el factor antropológico centrado en la amistad como máximo amor y como máxima relación interpersonal. El factor segundo está polarizado en Cristo, en la profunda relación de amor y fidelidad de Cristo hacia el Padre. El cristiano de hoy, como el de hace veinte siglos, está llamado a vivir en Cristo el amor a Dios como Padre y al prójimo como hermano. El tercer factor está constituido por el Reino de Dios que fundamentalmente es reino y reinado de amor. La radicalidad arranca del compromiso de vivir y difundir las perspectivas polarizadas en el amor, en la Buena Nueva del Reino de Dios predicado por Cristo. Y el último factor, el cuarto, consiste en la vivencia de la gracia-caridad en su más profundo sentido teológico como amistad, grado máximo en las relaciones entre el hombre y Dios sobre todo a la luz de Cristo y de la Buena Nueva.
¿A quién toca vivenciar los factores enumerados? Al hombre actual, al yo humano de siempre con su impulso de trascendencia y con el impulso religioso, y que, consciente o inconscientemente, busca amar y ser amado.
La oración para la intimidad.
¿Cuál es el motor de todo el dinamismo cristiano? La oración que actualiza la relación por excelencia, facilita el encuentro profundo y potencia la comunicación de «centro a centro» del hombre con Dios hasta llegar a la íntima comunión. Las relaciones con Dios no se reducen al simple cumplimiento de unos preceptos ni aún de los consejos evangélicos. No. Las relaciones interpersonales tienen la intimidad como meta sublime.
La radicalidad en el amor fraterno
¿Razón? Porque el amor al prójimo es inseparable del amor a Dios. Así consta con toda claridad en el testimonio y doctrina de Cristo que llevó hasta las últimas consecuencias el amor fraterno unido al amor a Dios Padre. Y un amor fraterno sin límites, incluido el enemigo. Para las múltiples manifestaciones del amor fraterno contamos con los innumerables pasajes del Nuevo Testamento que concretan el amor cristiano con preferencia a los pobres, a los más necesitados. Un amor que se manifiesta en el servicio responsable, solidario y corresponsable. A las manifestaciones del amor hacia el prójimo en particular, habrá que añadir otras tantas con el grupo humano. Así, por ejemplo, hoy día, el amor fraterno tiene como manifestaciones el servicio a la comunidad, el interés práctico por el bien común, el compromiso socio-político para liberar y humanizar a los más necesitados dentro de la dinámica del Reino de Dios.
Como Pablo, creatividad y audacia en la evangelización
Urge actualizar la respuesta de San Pablo ante los desafíos actuales de la evangelización
Pablo trazó el camino.
Aunque este Blog no estudió la figura de San Pablo, sin embargo su espíritu está presente en algunas de las conclusiones de los capítulos anteriores. Pablo, el hombre de las tres culturas y apóstol de los gentiles, supo dar respuestas nuevas a los nuevos problemas del cristianismo naciente. El Apóstol por excelencia afrontó la tarea de proclamar a Cristo a las nuevas situaciones culturales e influyó para que la Iglesia pudiera responder al mundo pagano «nuevo» con la «nueva» formulación del núcleo kerigmático. La tarea evangelizadora de Pablo ilumina el camino a seguir para cultivar la creatividad y la audacia en la Iglesia del Tercer milenio. Otros rasgos que Pablo cultivó, son la crítica y la apertura ante otras respuestas desfasadas respecto a la cultura de su tiempo.
Creatividad en la nueva evangelización.
¿Qué necesita hoy la Iglesia en esta tarea? Juan Pablo II respondió en la XIX Asamblea del Celam: «no (una tarea) de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión»: Esta evangelización «despliega con más vigor -como la de los orígenes- un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar, desde el seno de América Latina, un gran futuro de esperanza. Este tiene un nombre: la civilización del amor».
Y nueva espiritualidad para la «nueva» Iglesia. Pareciera que una nueva evangelización pidiera una «nueva» Iglesia, comunidad eclesial apasionada por Dios y su gloria pero en comunión con la suerte del hombre; comunidad fraterna con relaciones interpersonales donde nadie sea extraño, donde exista la comunicación abierta y las decisiones compartidas, la comunión de bienes, la solidaridad y la reconciliación permanente. Esta comunidad eclesial será más creíble por su pobreza y solidaridad con los pobres y por las relaciones más de “circularidad” y no de verticalidad. Junto a la pobreza estará el carácter «diaconal» de sierva-servidora, ministerial; no señora sino sierva; no jerárquica-clerical sino ministerial.
Radicalismos ante la creatividad y audacia.
¿Creatividad sin reformas? Para conseguir una «espiritualidad de Iglesia nueva» ¿harán faltas reformas y nuevas estructuras? Actualmente no faltan quienes piden reformas y nuevas estructuras: unos en plan de condición “sine qua non” para responder a las nuevas situaciones, otros plantean interrogantes haciendo ver el pro y el contra de las propuestas que van más allá del Vaticano II. Y otros hacen sugerencias pero manteniendo la comunión eclesial. Sobre esta temática conflictiva existe división: en un extremo están los radicalizados por lo antiguo (conservadores) y en el otro extremo, los radicalizados por lo nuevo (progresistas).
Confianza en Dios como Iglesia del Tercer milenio. La Novo millenio ineunte (Beato Juan Pablo II).
La Iglesia, con la radicalidad en el amor y con la audacia en la evangelización, afronta un futuro incierto que plantea muchos interrogantes y problemas. ¿Nos encontramos en el ocaso de la Iglesia-institución incapaz de cambiar para solucionar los problemas más urgentes? Peor aún, ¿ha llegado el final de la “era religiosa”? No. La comunidad eclesial, lejos de adoptar actitudes de miedo, rutina o conformismo, está llamada a confiar en Dios y a seguir la tarea renovadora del Vaticano II. Así lo hizo Juan Pablo II con la Novo millenio ineunte (2001). En este documento encontramos algunos criterios que debe tener presente el miembro de la Iglesia en los comienzos del Nuevo milenio. La confianza es una idea predominante y propia de quien «rema mar adentro» y tiene como lema caminar con esperanza ante el océano del nuevo milenio (n.58).
Confianza fundamentada en la presencia de Cristo.
La primera actitud de los creyentes es la certeza de estar acompañados por el mismo Cristo que nació hace dos mil años: “he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Confianza enriquecida con la gracia de Cristo.
Sin Cristo no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Muchos proyectos pastorales fracasan por olvidar la prioridad de la gracia; como los apóstoles bregamos pero no pescamos nada. Por ello necesitamos como Pedro echar nuevamente las redes pero confiados en la palabra de Cristo (Lc 5,5) (n.38). La confianza está respaldada por la actualidad de Cristo y de su mensaje: este Hijo (es) Cristo nuestro Señor que sigue siendo tan actual como hace dos mil años (n.4).
Otros rasgos de la confianza
Esta respuesta crecerá a semejanza del Reino de Dios, alimentada con la oración para ser «hombres nuevos», orientada hacia adentro y no hacia atrás: es muy oportuno recordar la invitación que Jesús hizo a Pedro de remar mar adentro (Lc 5,4) (n.1). Es Cristo que una vez más nos avisa: en la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás y menos para dejarse llevar por la pereza (n.15).
Contagiada del ardor de Pablo.
Urge la nueva evangelización: reavivar el impulso de los orígenes, dejarse impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés sin esconder nunca las exigencias más radicales del mensaje evangélico (n.40). ¿Qué imitar de San Pablo? Su intrepidez de apóstol corriendo hacia la meta para alcanzar el premio al que Dios llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp 13,14) (n.59).
Confianza enriquecida con la fuerza del Espíritu.
Animados por las palabras de Cristo:«id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Este mandato invita a mantener en nuestro caminar el mismo entusiasmo de los primeros cristianos, apoyados con la fuerza del mismo Espíritu que fue enviado en Pentecostés (n.58).
Confianza enardecida por Cristo y los mártires.
La Iglesia ha encontrado siempre, en sus mártires, una semilla de vida. Hoy día abundan estos testigos que de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. Para los mártires, como para todos los bautizados, Cristo, con su ejemplo señala y casi «allana» el camino del futuro. ¡Sigamos sus huellas! (n.41).
Confianza interiorizada con el ejemplo de la Virgen María.
Imitemos a María que después de Pentecostés volvió a su Nazaret meditando el misterio de su Hijo (cf. Lc 2,51) (n.59). Acompañados de María, Estrella de la nueva evangelización, aurora luminosa y guía segura del camino de quienes son sus hijos (Jn 19,26) (n.56). Y confortada con la experiencia de Cristo resucitado. Nosotros, como los de Emaús (Lc 24,30), estemos vigilantes llevando el anuncio de la Buena nueva y diciendo como los apóstoles: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)