Como sordo y un tanto miope actúa nuestro protagonista

El hombre del siglo XXI y desde la dimensión ético-moral y trascendental, aparece como persona muy segura, pues está arropada por toda una cultura que exalta al “ego” frente a cualquier autoridad. Pero no es de extrañar que sea deficiente su nivel en valores superiores por la sordera y miopía que padece. Atrapado por la sociedad del bienestar, con “barra libre” en el uso de la libertad, vive “feliz” con su indiferencia religiosa, con su actitud ante Dios a quien, frívolamente, utiliza, manipula o rechaza de acuerdo con sus intereses. Pero sería injusto olvidar a tantas minorías, culturalmente menos poderosas, que gozan de buenos oídos, buenos ojos y de conciencia coherente ante Dios y los hermanos.
En esta dimensión, con más razón que en las otras, no tengo presente a los cinco continentes ni a la diversidad de culturas y religiones. Me limito al denominado mundo occidental de Europa, al que posee raíces cristianas, y a otros países, especialmente americanos. En cuanto a la problemática ético-moral sirven muchos de los criterios enumerados en los niveles anteriores, el personal y el socio-político.

Respaldado por la secularización y la ética subjetivista
Por una parte, el subjetivismo de la ética de situación con los criterios relativistas y la plena autonomía para la conciencia y la libertad, y por otra, el secularismo que contempla desfasada, no actualizada, la fe católica con sus ritos y con su moral. Y reforzando al subjetivismo y al secularismo, la falta de fe en la cultura posmoderna que desplaza a Dios de la vida pública y relega a la intimidad las prácticas religiosas "oficiales". También influye el laicismo que, aunque no sea beligerante, presiona para relegar la fe al ámbito individual.

Padece la crisis de la trascendencia, como raíz profunda
Con las estructuras, disminuyen valores fundamentales como son el altruismo, el amor a la patria, la conducta responsable, el poder robar impunemente y no hacerlo. Y por su puesto, la fidelidad. Todo se relativiza y se ha llegado hasta el eclipse de Dios, a su muerte o a la indiferencia ante su existencia.

Sordo y miope
El ruido de la cultura actual y las luces fuertes de las ideologías producen en muchas personas una sordera y una miopía. Corto de alcances o de miras, poco perspicaz en el impulso de trascendencia con graves repercusiones en la fe cristiana. Muchos, antes creyentes, van perdiendo la capacidad de oír el mensaje cristiano. Su visión se limita a lo cercano pero no a los misterios de la fe. Y el problema aumenta por un convencimiento lamentable: no necesitan “ni ver ni oír” para ser feliz lo referente a Dios y a la práctica religiosa.

Está enfermo su sentimiento religioso
Infinidad de personas afirman: “yo ni robo ni mato”, mi conciencia siempre está tranquila, está justificada mi conducta que otros consideran inmoral”. En las relaciones con Dios, también podemos afirmar que al bautizado-adulto de hoy día le falta un elemento fundamental como es el sentimiento de culpa por las ofensas cometidas. Este sentimiento religioso de culpabilidad está enfermo, como dormido, aletargado. Sucede que en el mundo actual, muchos, en su miopía religiosa, se conforman con decir “yo no mato ni robo”. A lo sumo, tienen un sentimiento ético de culpa pero no religioso.

Atrapado por la sociedad del bienestar. La fábula de Esopo
No falta en la aldea global quien adore a tres diosas: la libertad sin prohibiciones, la comodidad sin sacrificio y la utilidad sin escrúpulos morales. Diosas presentes en el olimpo del mundo materialista ajeno a los valores de la trascendencia. Hoy día, con tantas preocupaciones familiares y económicas, se quiere una vida sin complicaciones. Por ello las exigencias de la moral cristiana y de los mandamientos de la Iglesia “complican todavía más la vida”. Algunos imitan a la protagonista de la fábula: “están verdes”. Leemos en Wikipedia sobre la fábula atribuida a Esopo: “en ella una zorra ve un racimo de uvas e intenta cogerlo. Al darse cuenta de que está demasiado alto las desprecia diciendo «¡No están maduras!». La moraleja de la historia es que a menudo los seres humanos fingimos despreciar aquello que secretamente anhelamos y que sabemos inalcanzable”. Pero una aplicación más lamentable: muchos, sí necesitan las uvas pero no las desean.

Con el virus de la indiferencia religiosa, fenómeno gravísimo
J. Sommet, en la revista Concilium afirma que la indiferencia religiosa «es una característica de la sociedad europea y, tal vez, de todo el mundo contemporáneo». Sobre este problema alertó el Vaticano II: “existen otros (que) ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque al parecer no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso" (GS 19.2). Efectivamente, el indiferente prescinde de Dios y de lo religioso. Con más claridad: Dios no interesa. No es un ateo que rechaza a Dios, ni un secularista que reafirma su autonomía negando la dependencia de la soberanía divina. El indiferente se limita a no tener presente a Dios en su vida por diversas razones y factores históricos. Tampoco se identifica con el creyente no-practicante para quien Dios es algo importante y necesario en algunas ocasiones de su vida. Sin embargo el indiferente, en ocasiones, no tendrá inconveniente en participar en actos religiosos aunque su motivación básica sea de tipo social o cultural, pero no por convicción. Dios también es manipulado.

Acomplejados los unos y los otros
Una mayoría muestra su complejo de superioridad en la defensa de su actitud ético-religiosa frente el agrupo minoritario que se siente también acomplejado. Muchos hijos educados en colegios religiosos, ahora cuarentones y sin práctica religiosa, no escuchan a sus padres que les hablan del precepto dominical. Afirman que es suficiente con creer en Dios. Los padres, con autoridad pero sin tanta formación, se lamentan sobre lo mal que habrán hecho en la educación religiosa de sus hijos. Dos complejos, el de superioridad de los hijos y el de inferioridad de los padres.

Pero no faltan los creyentes y coherentes
Aunque no pasen del 20 %, existen cristianos que viven la fe de modo coherente en la Iglesia católica. Son los que cultivan la “mística” del seguidor de Jesús, orgullosos de su identidad cristiana, los que aceptan el camino del Evangelio con los recursos espirituales, individuales y comunitarios-litúrgicos. ¡Dios quiera que aumente el porcentaje! Hablaremos de este “resto de Yahvé” al describir la cuarta planta de la pirámide que engloba a todo el mundo.
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