Carnaval
| Manuel del Pino
En carnaval, sor Consuelo pasaba por la calle principal de Albera, camino de sus obras de piedad, cuando se encontró con una ruidosa murga, disfrazados de piratas. Movido por la vorágine fiestera y dionisíaca, el capitán de los piratas le dijo:
-¡Únase a la fiesta con nosotros! ¿O es que ya va disfrazada?
Ebrios de jarana, sus seguidores de comparsa prorrumpieron en carcajadas continuas, que sólo se apagaron cuando la alborotadora charanga se alejó por la calle.
Sor Consuelo calló, como hacía siempre en esos casos, y siguió adelante, pues siempre había necesitados tras el aparente brillo de las fiestas.
Las bandas y orquestinas continuaron de parranda por el pueblo hasta bien entrada la noche. Era a finales de invierno, con benignas temperaturas y nubecillas suaves.
Esa noche hubo una reyerta, con navajas y sangre, entre el capitán de los piratas y el de otra banda rival, que se tenían ganas desde hacía tiempo y aprovecharon los carnavales para explotar.
El pirata quedó herido en una calle oscura. Sus "amigos" huyeron y sus enemigos también. Sólo pasó por allí sor Consuelo, de vuelta aún de sus obras de piedad, y se detuvo para socorrer al joven y llamar a urgencias.
El joven pirata se quitó la careta y dijo a sor Consuelo:
-¡Máscaras nunca más!