La perrita Cora ya podía correr otra vez. La noticia salió en los periódicos de Albera y de todo el país. Médicos especialistas en Madrid le habían implantado unas patas delanteras nuevas de alta tecnología.
Sin embargo, sor Consuelo no quedó contenta con eso y no paró hasta encontrar al culpable de las amputaciones. Resultó ser Rafael Mohedano, el hijo de una buena familia hacendada. El padre de Rafael quería olvidar el asunto a toda costa.
-No estuvo nada bien -dijo-, pero un perro es un perro, y un hijo es un hijo.
Sor Consuelo replicó:
-Esa perrita también es una criatura de Dios.
Y fue a denunciar el asunto a la Guardia Civil.
Se armó una buena. Tras un juicio, Rafael Mohedano fue el primer vecino de Albera en ir a la cárcel por maltrato animal.
Pero sor Consuelo tuvo otro juicio en sordina en el pueblo. Los Mohedano la acusaban de arruinar la vida del joven Rafael. Sor Amparo, la severa madre superiora del convento María Auxiliadora, llamó a sor Consuelo para reconvenirla.