Sor Consuelo encontró a la perrita en un contenedor, dentro de una vulgar bolsa de supermercado. Le habían dado una paliza y la abandonaron allí. La cachorrita canela sangraba por el hocico. Ni siquiera chillaba.
La monja sabía quién era el joven que lo había hecho, porque conocía al vecino que tuvo una camada así. Le perdonó, rezó por él y llevó la perrita al veterinario.
El cachorro tenía traumatismo cráneo encefálico, con pronóstico reservado.
Sor Consuelo dejó todas sus obras de piedad. Dedicó los próximos días y semanas a asistir y hablar con el veterinario, hasta que la perrita se recuperó.
Luego se quedó con ella, la adoptó. La cachorrita fue la mascota princesa del convento. Y la llamó Linda.