Sor Consuelo sabía que Pedrillo el huerfanillo pasaría casi solo la Nochebuena, pues estaba interno en el colegio de los Maristas de Albera, y todos los niños se habían ido a sus casas y los padres maristas no podrían atender todo el día a Pedrillo.
Así que, tras sus obligaciones, sor Consuelo visitó a Pedrillo en el comedor, con el permiso del padre Rodrigo, que era quien más se ocupaba del niño.
Era ya tarde, las diez de la noche. Sentados a la sencilla mesa, sor Consuelo sacó una vieja pandereta y ambos cantaron villancicos. Luego la monjita puso la pandereta bocarriba sobre la mesa, sacó unas golosinas con forma de coloridas frutitas del bolsillo de su hábito, del que parecía que podría extraer cualquier cosa, y se las regaló al niño dentro de la vieja pandereta, mientras le contaba algunas anécdotas de Navidades anteriores.
Eso fue todo. Parco y humilde. Sor Consuelo tuvo que volver al convento María Auxiliadora. Pedrillo se fue al catre para dormir.
Y recordó para siempre esas Navidades como las mejores de su vida.