Resurrección
Sor Consuelo acudía a Madrid cuando algún paisano corría peligro, incluso si eso sucedía el Domingo de Resurrección. Santiago era un hombre con mala suerte. Tras perder su trabajo en Albera por la crisis, se fue a Madrid, aunque allí tampoco encontró gran cosa. Cansado de su situación, una noche empezó a beber. Recorrió varios bares nefastos y acabó en un pub de Sol. Una de las camareras le impactó nada más verla. Era una chica muy joven, delgada, alta, rubia, guapa, con un top blanco escotado. Le atendió simpática, luego no paró de hacer monerías tras la barra, de alternar, de entrar y salir. Lo tenía todo.
Hacía mucho que Santiago no sentía algo así. Si la vida era una continua miseria, lo aceptaba, pero ¿por qué entonces tenía que presentarse de repente tal rayo de luz? Santiago no pensaba dejarla escapar. Le cortó el paso, la sujetó, trató de hablar con ella. Le propuso llevarla a Albera o quedarse él allí para siempre.
La bella camarera, harta de moscones, lo encajó mal. Acudió el dueño, un tipo peligroso con rastas. Se pelearon. Hubo sangre. La policía detuvo a Santiago, quien durmió en el calabozo el Sábado Santo. Esa sería su ruina. Iría a la cárcel tras el juicio.
El Domingo de Resurrección, sor Consuelo intercedió por él. Atestiguó que Santiago sólo era un pobre hombre. Le costó convencer a las autoridades, a cambio de ciertas condiciones. Sor Consuelo se llevó a Santiago a Albera y le buscó un pequeño trabajo. Santiago no volvió nunca a Madrid, ni a ver a la bella camarera.