En el escalón de una moderna tienda céntrica, Roque estaba sentado, junto a un viejo macuto. Parecía aún joven y sano, vestía humilde, aunque su gesto derrotado y su postura cabizbaja denotaban que no le fue nada bien en la vida.
¿De dónde venía? ¿Adónde iba? ¿Tenía familia? ¿Había estudiado o trabajado? ¿Qué le había ocurrido? ¿Cuál era su historia para llegar hasta allí?
A su alrededor, el tráfago de gente. Roque no le pedía dinero a nadie, ni nadie se preocupaba por él. Pero sor Consuelo sí lo hizo.
Le acompañó a Cáritas. Roque pudo ducharse, afeitarse, comer, beber agua y guardar una muda nueva de ropa en su viejo macuto.
La monjita no le preguntó nada. Y Roque siguió su camino.