El vecino

Junto al convento María Auxiliadora de Albera, había un molesto vecino, que en plenas Navidades no paraba de chinchar a las monjas desde su cochera.



Y cuanto más se quejaban las monjas, más incordiaba el vecino con ruidos del tractor, la moto, el coche, el caballo, el gato y el perro. Lo había a conciencia y maldad, simulando que tanto jaleo era algo casual e involuntario.

El asunto empeoró cuando sor Amparo, la severa madre superiora, denunció al vecino ante la Guardia Civil. Entonces el vecino aprovechaba para sacar el tractor cada día aún de madrugada, metía el coche por las noches muy tarde y dejaba al perro ladrando todo el día.

Las monjas no sabían qué hacer. La policía decía que no podía hacer nada sin pruebas.

Entonces sor Consuelo fue a casa del vecino y le dijo:

-Te perdono. ¿En qué te puedo ayudar?

El ladino vecino cerró de un portazo sin decir palabra. Pero los ruidos cesaron y, meses después, vendió su cochera y se mudó a otra parte.
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