"El Dios glorioso Camina a tu lado sin que lo sepas" "El Mesías no es el 'deus ex machina' que con un gesto arregla el mundo"
"Juan es un 'testigo de la luz', capaz de decir que la luz existe, que brilla, que no se apaga. Que la oscuridad no es la condición normal, que no hay que acostumbrarse a ella, no"
"A Juan le acribillan a preguntas sobre su identidad porque elude toda definición. No es el Mesías, no es un profeta"
"El Dios glorioso, del que no podemos pensar lo más grande, está entre nosotros. Esto es lo que Juan nos anuncia: es inútil pensar en él distante y lejano; inútil proyectarlo sobre una nube de majestad"
"El Dios glorioso, del que no podemos pensar lo más grande, está entre nosotros. Esto es lo que Juan nos anuncia: es inútil pensar en él distante y lejano; inútil proyectarlo sobre una nube de majestad"
"Y vino un hombre...". Los hombres van y vienen. Pero éste es un hombre especial: es "enviado de Dios". Y tiene un nombre propio: Juan. Si es un emisario divino, debe tener superpoderes, ¿no? Tendrá que ser poderoso, el hombre fuerte que manda. Pero no es así como nos lo presenta el evangelista Juan (1.6-8.19-28). Por el contrario, es un "testigo de la luz", capaz de decir que la luz existe, que brilla, que no se apaga. Que la oscuridad no es la condición normal, que no hay que acostumbrarse a ella, no.
Cuidado, pues: él no es la luz. Algunos habían empezado a creer esto. Cuando, entonces, los judíos le envían sacerdotes y levitas de Jerusalén para interrogarle: "Tú, ¿quién eres?", él dice claramente: "Yo no soy el Cristo". ¿Cuántas veces el emisario de un poderoso se viste con las ropas del poderoso y se hace pasar por tal? Juan no es el Mesías. No es el esperado de las naciones. No es él, no.
Por eso los sacerdotes y levitas le interrogan: "¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?" "No lo soy", respondió. "¿Eres tú el profeta?" "No", respondió. Entonces le dijeron: "¿Quién eres tú? Para que podamos dar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?". A Juan le acribillan a preguntas sobre su identidad porque elude toda definición. No es el Mesías, no es un profeta. ¿Y qué? ¿Cómo enmarcarlo? ¿Cómo encuadrarlo? ¿En qué categoría de influencia y poder hay que situarlo?
Juan responde con sobriedad: "Soy la voz del que grita en el desierto". Él es pura voz. Su presencia es mero anuncio, es articulación sonora. Él en sí mismo no es nada, nadie. Él es voz prestada: trae voz, y clama en el desierto. Nadie escucha en el desierto porque no hay nadie. La arena la levanta el viento y el viento dispersa los acentos y las sílabas.
Pero, escuchando a Juan, parece que la voz perdura y se extiende por la extensión del desierto. ¿Y qué dice esta voz? ¿Cuál es su mensaje? Es un llamamiento: "Enderezad el camino del Señor". El esperado de las naciones está a punto de llegar. El Señor, el Mesías, está a las puertas: ¿cómo son los caminos que le permitirán llegar hasta nosotros? ¿Torcidos, sinuosos, impermeables? He aquí su mensaje sencillo, claro, elemental: hay que preparar el terreno, hacer posibles sus pasos, allanar su camino.
Pero los enviados de los judíos piensan en otra cosa. No entienden por qué bautiza Juan: no es el Mesías, no es el profeta... ¿qué sentido tiene su acto de sumergir a la gente en el río Jordán? Y sobre todo: ¿cuál es su autoridad? Intuyen que ese bautismo no es un simple rito de purificación. Quieren saber.
Y Juan responde desviando una vez más la atención de sí mismo: "en medio de vosotros está uno a quien no conocéis". ¿Quién es? ¿A quién se refiere? A un hombre entre otros, a uno que no destaca tanto como para que nadie le haya prestado atención hasta ahora.
El Mesías ya ha llegado, pues. Pero no se parece a lo que todos esperan. No es el "deus ex machina" que con un gesto arregla el mundo. Al contrario, es irreconocible, es uno de nosotros, uno que vale por uno. Ni siquiera es uno que juega al escondite para aparecer de repente glorioso: simplemente surca las calles de todos con los zapatos atados, como quien camina. Y Juan añade: "a él no soy digno de desatarle el cordón de la sandalia".
El Dios glorioso, del que no podemos pensar lo más grande, está entre nosotros. Esto es lo que Juan nos anuncia: es inútil pensar en él distante y lejano; inútil proyectarlo sobre una nube de majestad. Camina a tu lado sin que lo sepas. Así comienza a desplegarse su poder: estando a nuestro lado, discretamente.
Etiquetas