Nuestro dedo hace clic o se desplaza. Obviamente, cuando toca la pantalla de un smartphone. Ya no hay páginas nuevas, ni medias páginas, ni páginas en blanco. Todo es plenitud, todo está escrito o ilustrado. Todo está lleno. Echamos de menos el vacío. Y no hay página que se doblegue a la presión de los dedos. Si presiono, de hecho, algo nuevo aparece, florece a la vista como de la nada, como floreciendo: una aplicación, una foto. Nuestros gestos desenrollan contenidos como antiguos papiros. El pulgar escarba desde abajo, haciendo aparecer números de teléfono, búsquedas en Google, artículos o correos electrónicos que descienden verticalmente: lo invisible emerge de un abismo del que no vemos el fondo. Hacemos el "scrolling", nos sacudimos las cosas que ya conocemos para que lo nuevo irrumpa como lava tranquila sin solución. Debemos entonces salvarnos de la continuidad, del flujo plano de las cosas ante nuestros ojos como si las lleváramos en una cinta de correr. Pasemos página en nuestras vidas.