EDWARD SCHILLEBEECKX

La víspera de Navidad falleció, en Nimega (Holanda), uno de los teólogos más grandes que produjo el s. XX. Tenía 95 años. Y era dominco. Quienes visitan este blog se manejan en Internet y no les será difícil encontrar un buen resumen biográfico de este hombre genial y de su enorme y valiosa producción teológica. Por eso, al recordar a este teólogo que "se atrevió a pensar" por sí mismo, quiero limitarme a indicar lo que nos viene a decir, en este momento, cuando nos deja este gran maestro, uno de los pensadores más serios y fecundos del siglos pasado.
Lo primero, lo más claro, es que la muerte de Schillebeeckx indica el final inminente de la generación de grandes teólogos que brillaron, con luz propia, en el s. XX. La generación de aquellos hombres geniales que fueron capaces de dar una orientación nueva al Cristianismo y a la Iglesia, los pensadores más fecundos que ha tenido la tradición cristiana después del s. XVI. Hablo de H. Urs von Balthasar, Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer, Rudolf Bultmann, M. D. Chenu, Yves Congar, Henri de Lubac, Karl Rahner, Paul Tillich y el propio E. Schillebeeckx. Se puede decir que de ellos, aún nos quedan hombres eminentes como, entre otros, el caso de Hans Küng o J. B. Metz. Pero es claro que éstos (al menos, por ahora) ya son los últimos testigos de una generación que se acaba. Porque es claro que, detrás de esos nombres, ya no vienen otros de la misma talla, con parecida creatividad y con la misma libertad para pensar por sí mismos.
Esto quiere decir que la teología se ha empobrecido. Precisamente cuando el mundo está cambiando más de prisa, cuando se nos plantean preguntas nuevas que no imaginábamos, cuando necesitamos hombres libres, que sean capaces de pensar, desde situaciones que no sospechábamos, el tema de Dios y de la Religión, el significado de Cristo, el papel de la Iglesia, las respuestas que exige la ética mundial..., ahora precisamente se van apagando las luces, nos vamos quedando sin las nuevas soluciones para los nuevos problemas; y nos vemos en la penosa situación de quienes tienen que soportar la palabrería clerical de antaño, los tópicos de sacristía de toda la vida, para dar respuesta a quienes buscan (quizá sin saberlo) caminos nuevos para salir de la parálisis mental y valorativa en que nos hemos atascado.
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué añoramos la libertad y la creatividad de hombres que se han muerto de viejos, al tiempo que nos produce tanto rechazo la petulancia autosuficiente de chicos jóvenes, de muchachos que aún están madurando, y van por la vida diciendo que ellos no tienen nada que aprender de quienes, en los pasados años 60, fueron capaces de darle un giro nuevo a la Iglesia y a la historia del cristianismo?
Es verdad que, en los años que siguieron al Vaticano II, hubo mucha gente desconcertada, gente que no supo (o no pudo) asumir los cambios a los que se tuvieron que enfrentar. Es verdad también que Pablo VI fue, a veces duvitativo, quizá tuvo miedos inconfesables, cosa que se traslucía en algunas de sus decisiones. Pero lo más claro que muchos vemos ahora es que el largo pontificado de Juan Pablo II ha sido decisivo para frenar los cambios más importantes del Concilio. Y, sobbre todo, hoy vemos con claridad que el proyecto de aquel Papa fue asumir y monopolizar, él solo, el pensamiento y la orientación que tiene que llevar la Iglesia en estos tiempos. Al decir esto, recuerdo lo que Y. Congar escribía en su Diario, cuando decía, refiriéndose a Pío XII, que aquel Papa había desarrollado hasta la obsesión el convencimiento de que el papel de los teólogos se reduce a comentar y argumentar lo que el Papa de turno dice en cada documento y cada vez que habla en público. Pero, entonces, lo que pasa es que el Papa se identifica con la Iglesia entera y pretende que él, y sólo él, posee la verdad de la fe y la respuesta para todos los problemas. ¿Qué decir de un hombre que llega a pensar así?
Por lo demás, cuando se nos va uno de estos grandes hombres, como es el caso de Schillebeeckx, resulta inevitable recordar que corren malos tiempos para el pensamiento, para la libertad y la creatividad en los ambientes intelectuales. No es ningún disparate afirmar que el "intelectual puro" es una figura que se va extinguiendo. Basta visitar cualquier librería. Por todas partes, novelas, relatos, historias... Pero cada día menos libros de pensamiento con entidad y peso. El ensayo, la investigación literaria, humanista, histórica, filosófica... están atravesando una crisis muy preocupante y muy grave. Hay toda una generación (o quizá más) que ya no lee. Internet, y la ténica barata del "cortar" y "pegar" ha suplantado a la creatividad intelectual. ¿Qué futuro nos espera por este camino, cuando vivimos asustados por el crecimiento de una tecnología que vive costeada y al servicio de los intereses de las empresas multinacionales? Es la gran pregunta que se me plantea al evocar la imagen gigantesca del Profesor Edward Schillebeeckx.
Teología sin censura
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