Francisco, un Papa inteligente
Pero un papa inteligente no puede permitir eso. Y si lo permite, será responsable, ante Dios, ante la humanidad y ante la historia, de la marginación casi total de la Iglesia en la cultura y en el mundo actual, sobre todo en el mundo que se avecina. ¿Qué hacer, en una situación como ésta?
El problema es complicado. Porque un hombre, que se ve en la situación en que está Francisco, me figuro que se tendrá que ver forzado a mantener dos fidelidades, que no son fáciles de armonizar. Por una parte, la fidelidad a sus ideas teológicas tradicionales. Por otra, a la demanda apremiante de tantas gentes que, utilizando las palabras del Evangelio, “andan como ovejas descarriadas, que no tienen pastor”. Y aquí, es de suma importancia caer en la cuenta de que no se trata simplemente de un conflicto interior, que el obispo de Roma, tiene que vivir en su intimidad. Eso, por supuesto. Pero, además de eso, Francisco no está condicionado solamente por la teología de antaño (que eso es un asunto que se queda en el mundo interior de las creencias personales), sino que, sobre todo, el papa se ve condicionado por la Curia vaticana y por un número importante de obispos, además de los movimientos conservadores (cuyos nombres están en la cabeza de todos), que pueden tener la tentación de ser fieles al papa mientras el papa es fiel a los intereses que ellos posiblemente defienden.
Y es que ahora nos damos cuenta de que, lo mismo en la Curia que en los movimientos integristas, abundan quienes son literalmente más papistas que el papa. Me refiero a los que están con el papa mientras el papa dice y hace lo que a ellos les conviene.
Es verdad que, según las leyes de la Iglesia (canon 331), la potestad del papa es “suprema, plena, inmediata y universal”. Pero ¿quiere esto decir que el papa puede hacer, quitar y poner, lo que a él le parece o lo que ve más conveniente o necesario en cada momento? La respuesta aquí es más complicada de lo que imaginamos. Porque, según quedó definido en el concilio Vaticano I (1870), en la Constitución “Pastor aeternus” (cap. 3º. DH 3060), la razón de ser de por qué en la Iglesia tiene que haber una autoridad suprema, la del papa, es para mantener en la Iglesia universal “la comunión en la unidad de la misma fe”.
Por tanto, Francisco se tiene que ver en la difícil y delicada situación de poner la Iglesia al día, pero haciendo eso de forma que no se rompa la unidad y la comunión de tantos católicos, que piensan en sus creencias desde criterios de interpretación, no sólo distintos, sino incluso contradictorios, en asuntos que son de enorme importancia para la vida y la convivencia de la gente. De ahí que la potestad del papa está condicionada por lo que es su razón de ser y su finalidad: mantener a la Iglesia unida en la comunión de la fe. Sabiendo que tiene que hacer eso en la Iglesia actual y para la Iglesia actual, tan fragmentada, tan dividida (a veces) y hasta tan enfrentada en determinados casos.
Así las cosas, sabemos que, en el sínodo del pasado octubre, cinco cardenales intentaron plantarle cara a Francisco. Y hasta intentaron ganarse como aliado al ex-papa Benedicto XVI. Menos mal que Ratzinger se negó a colaborar en semejante estratagema. Por eso - según yo veo las cosas - Francisco, ha echado por el camino que, de momento al menos, se tendría que ver como algo indiscutible. Se trata del camino que consiste en humanizar el papado y acercalo, en cuanto eso es posible, a los problemas que más preocupan a la gente en este momento. Actuando así, Francisco no atenta contra la unidad y la comunión en la fe de la Iglesia. Por eso, lo que hay que preguntarse es que quienes no están dispuestos a que el papa siga por este camino, entonces, ¿qué pretenden? Y sobre todo, ¿qué es lo que los opositores “curiales” del papa quieren defender? ¿Lo que les preocupa es la comunión en la fe? ¿o lo que les quita el sueño es el protagonismo y el poder que temen perder? Que se aclaren, de una vez. Que es muy grave lo que nos estamos jugando.