¡Hambre!

El último informe de Cáritas afirma que en España hay ahora mismo dos millones y medio de ciudadanos “en riesgo de exclusión social”. Es decir, hay dos millones y medio de personas que pasan hambre. O se ven abocados a pasarla. Y lo peor de todo es que esta situación dramática se va agravando de día en día. Digan lo que digan los políticos, el crecimiento económico, que ellos anuncian a bombo y platillo, estará beneficiando a banqueros, empresarios importantes y propietarios de grandes fortunas. Pero, lo que es a la clase media y de ahí para abajo, realmente lo que está ocurriendo da miedo. Mucho miedo. Sobre todo, lo que están teniendo que soportar los que se ven más castigados por esta maldita crisis: las familias numerosas y las madres que solas, ellas solas, tienen que sacar una casa adelante. Así lo dice Cáritas, que sin duda sabe de esto más que el ministro de economía. Y bastante más que el de hacienda.

De hambre saben los que la padecen
. Los que nunca hemos vivido en la miseria, no tenemos ni idea de lo que es eso. Porque pasar hambre debe ser, tiene que ser, la crueldad más canalla que hay en la vida. El hambre es la fuerza apremiante que brota del instinto más básico que tenemos todos los vivientes en las entrañas mismas de la vida y para la vida. Pero el hambre no es sólo carencia. Además de eso, es también amenaza. El hambriento - sin necesidad de ponerse a pensarlo - se tiene que sentir amenazado. Amenazado por la falta de fuerzas, por la depresión y la tristeza, la desgana de todo lo que no sea quitarse el hambre. Amenazado por el peligro de las no pocas enfermedades que sobrevienen a quienes carecen de lo indispensable para seguir viviendo. Y amenazado, además, por la vergüenza. Es demasiado humillante no tener ni para comer o tener que vivir de limosna. Eso le roba la dignidad a cualquiera. Y el que se ve forzado a convivir en esas condiciones, pierde la poca autoridad que pueda tener hasta en su propia casa y ante su familia. Incluso llegará a ser un “don nadie”. O más simplemente, un “nadie”, como bien dijo Eduardo Galeano. Los incontables “hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. Los “que no son, aunque sean. Los que no son seres humanos, sino recursos humanos. Los que no tienen cara, sino brazos. Los que no tienen nombre, sino número”. Los que no figuran en ninguna parte, a no ser en la página de sucesos de la prensa local. “Los nadies, los que cuestan menos que la bala que los mata”. Y ahora también, los que representan menos que la patera en la que mueren ahogados, huyendo del hambre y de la muerte.

El hambre es un sufrimiento físico. Y además es también una humillación social. Hay familias que nunca pasaron hambre. Y ahora, por no decir que la están pasando, prefieren quedarse en casa, para que nadie se entere que se ven obligados a vivir de la caridad. Por eso yo estoy seguro de que el número de personas que pasan necesidad es, en este momento, bastante mayor del que nos dicen las estadísticas oficiales. Y es que, en los tiempos que corren, las cosas se han puesto de forma que, en las familias educadas en la “cultura del orden y de la religión”, la presión que ejerce en ellas la “cultura de la vergüenza” puede llegar a ser más determinante que la “cultura de la culpa”. Y prefieren morirse de hambre en un rincón de su casa, antes que ir a ponerse en la cola de Cáritas para que la ayuda de los necesitados les alcance.

Muchas veces he pensado que Jesús debió pasar hambre. Tuvo que pasarla y sufrirla. Y verse humillado, como uno más entre los muchos “lázaros” de todos los tiempos. Si no, ¿cómo se explica que el tema del hambre y la escasez esté tan presente en los evangelios (Lc 15, 14. 17; 4, 25; Mc 13, 8 par; Mt 24, 7; Lc 21, 11)?. ¿Por qué a Jesús se le conmovían las entrañas cuando veía a la gente hambrienta (Mc 8, 3 par; Mt 15, 32)? ¿A qué viene que el verbo griego peinaô, “sentir hambre”, se repita tantas veces en el Evangelio, hasta el extremo de que, para Jesús, saciar el hambre es más importante que cumplir con la religión (Mc 2, 25; Mt 12, 3; Lc 6, 3)? En la parábola del llamado “hijo pródigo, el muchacho aquél, que tiró una fortuna “viviendo como un perdido”, volvió a la casa de su padre porque se moría de hambre (Lc 15, 14 ss). Y en el juicio final, el criterio de Dios será premiar, no al que fue fiel observante de ritos sagrados y ceremonias santas, sino al que dio de comer a los que pasan hambre, dio de beber a los que tienen sed, se puso de parte de los que están enfermos, acogió a los extranjeros.... (Mt 25, 31-46).

En este momento tenemos en España, y en Europa entera, muchos problemas apremiantes. Los políticos tienen demasiadas cosas que les urgen antes de que se les echen encima las próximas elecciones (las que sean). Pero, ¡por lo que más quieran!, como dijo el Nobel de Economía, Paul Krugman, “Acabad ya con esta CRISIS”. Que se podría terminar, si es que hubiera voluntad política de acabar con ella. Cosa que se puede hacer. Sencillamente, repartiendo mejor lo que tenemos. Los derechos fundamentales son los mismos para todos. Y el derecho más fundamental de todos es el derecho a comer. Y comer con dignidad. Teniendo muy presente que cuando los gobernantes no gestionan las cosas de forma que este derecho quede garantizado y satisfecho, tales gobernantes no pueden tener derecho a gobernarnos, por muchas mayorías absolutas que les amparen. El derecho a vivir tiene que estar siempre por encima del derecho a mandar. La vida está antes que el poder. No sé cómo se puede resolver este dilema. Pero, al menos, que me dejen decir lo que siento cuando veo que el poder se ha superpuesto al hambre y a la dignidad. Y, por tanto, ya vemos como la cosa más natural del mundo que el derecho a mandar esté por encima del derecho a vivir como personas que merecen un respeto.
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