"De sobra sabemos que la Religión no se ha llevado siempre bien con la Ciencia" La Iglesia, ¿puede hablar con autoridad sobre la homosexualidad?
De sobra sabemos que la Religión no se ha llevado siempre bien con la Ciencia. Desde Galileo hasta nuestros días, el malestar de la Religión frente al creciente progreso de la Ciencia ha sido patente
¿En virtud de qué principio o de qué criterio los monos, los perros o los gatos pueden tener una condición, una dignidad y unos privilegios de los que carecemos los seres humanos?
Hace algunos días, dije en Religión Digital que pensaba publicar algo sobre la homosexualidad. Es un tema que siempre es de actualidad. Porque son muchas las personas a las que les interesa vivamente este asunto. Y en no pocos casos, llega a constituirse en un auténtico tormento.
El conocido profesor de Genética de la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid, Juan Ramón Lacadena, se preguntaba: “¿el homosexual, nace o se hace”?” (en Javier Gafo (Ed.) La homosexualidad: un debate abierto, pg. 97). Con esta pregunta se plantea la cuestión capital: la homosexualidad, ¿es una “variedad natural” de la condición humana o es una “perversión moral” de seres humanos, que son, por eso mismo, seres degenerados y pervertidos?
Yo no he estudiado ni Genética ni Biología. No soy, por tanto, ni especialista, ni siquiera entendido, en esos ámbitos del saber, que son indispensables para hablar con autoridad del complicado tema de la homosexualidad. Entonces, ¿cómo me atrevo a explicar un asunto del que no tengo los conocimientos indispensables? Hablo de esto por la sencilla razón de que hay un hecho bien conocido y demostrado, que es determinante para lo que yo puedo y debo decir sobre este complicado asunto.
¿De qué hecho se trata? Muy sencillo: los científicos y especialistas, en esta materia, nos informan y explican que hay cientos de especies animales que viven y practican la homosexualidad. Insisto: no se trata de teorías o hipótesis expuestas por falsos científicos, que además son ateos o enemigos de la Religión. Nada de eso. De sobra sabemos que la Religión no se ha llevado siempre bien con la Ciencia. Desde Galileo hasta nuestros días, el malestar de la Religión frente al creciente progreso de la Ciencia ha sido patente. Y de sobra sabemos que la Religión se ha visto obligada, en no pocos asuntos (asuntos muy fundamentales), a decir lo contrario de lo que venía diciendo durante siglos.
Como es bien sabido, el apóstol Pablo, en la carta a los romanos, lanza una diatriba apasionada contra quienes se entregaban a prácticas homosexuales (Rom 1, 24-31). Lo cual es comprensible, si se tiene en cuenta que, en la cultura romana de aquel tiempo, la aceptación o el rechazo de las prácticas homosexuales era un problema no resuelto. Pero en general, “parece que los hombres corrientes estaban más comprometidos con el matrimonio” y más bien “se mostraban críticos con las prácticas homosexuales” (Robert C. Knapp, Los olvidados de Roma, Ariel 2015, pg. 42-43). Es comprensible, por tanto, que Pablo se mostrara radicalmente opuesto a lo que entonces era considerado como una degradación moral.
Pero el problema alcanzó más estabilidad y fuerza a lo largo de la Edad Media. Y se robusteció por el desprecio a la mujer y el poder ilimitado que se atribuyeron a sí mismos los obispos y los emperadores. Un ejemplo elocuente: en 1532, el emperador Carlos V, en el Ordenamiento jurídico penal, artículo 116, dispuso: “Siguiendo la costumbre común [a los homosexuales], hay que hacerlos pasar de la vida a la muerte mediante el fuego” (cf. Uta Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos, Madrid, Trotta, 1994, pg. 295).
Es evidente que todo esto, ni es humano ni es cristiano. ¿En virtud de qué principio o de qué criterio los monos, los perros o los gatos pueden tener una condición, una dignidad y unos privilegios de los que carecemos los seres humanos? Es evidente que en la sociedad se ha producido un cambio en cuanto a la consideración de la homosexualidad como delito o pecado y después como enfermedad o condición. Por eso, decía el Profesor G. Dorner (en 1991) que “se deberían aceptar la bisexualidad y la homosexualidad como variantes sexuales naturales, debiendo producirse, por tanto, su descriminalización, su despatologización y su desdiscriminización” (Juan-Ramón Lacadena, o. c. pg. 131).