"La hipocresía ha deformado el hecho religioso" José M. Castillo: "Con limosna, oración y ayuno hemos conseguido que funcione el gran teatro de la religión"
"Si Dios está en lo secreto, escucha lo secreto y se fija sólo en lo secreto, porque “se hizo como uno de tantos” (Flp 2, 7), “Palabra” que “se hizo carne” (Jn 1, 14), el “Dios kenótico”, vaciado de sí mismo (Flp 2, 5-7), esclavo de todos (Mt 20, 28), si es que todo esto es así, ¿no apunta a un “cristianismo laico” en una “sociedad laica”?"
"Si todo esto es lo que creemos, ¿a qué viene el rector de la universidad católica de Murcia echando mano del demonio que nos amenaza?"
Una de las cosas más patentes, que nos ha dejado la pandemia del coronavirus, ha sido lo que nos gusta la teatralidad sagrada a quienes vamos por la vida diciendo que tenemos creencias religiosas. Porque es un hecho patente que hemos organizado nuestra religiosidad de forma que, sin darnos cuenta de lo que hacemos, en realidad practicamos el amor al prójimo (la limosna), la relación con Dios (la oración) y la austeridad de vida (el ayuno) de forma que, con esos argumentos y sus actores, hemos conseguido que funcione el gran teatro de la religión.
No estoy atacando el hecho religioso. Lo que estoy diciendo es que hemos deformado ese hecho hasta tal punto, que lo hemos convertido en un teatro. Así, ni más ni menos, lo dice el Evangelio: a los que dan limosna, a los que rezan y a los que ayunan, Jesús les dice que son “hipócritas”, si hacen esas presuntas bondades de forma que lo que pretenden es “llamar la atención” (Mt 6, 1-6. 16-18).
Téngase en cuenta que el término griego “hypokrités” designa literalmente al que es un “actor teatral”. De forma que los “hypokritai”, a los que se refiere Jesús, son personas que “no buscan el honor de Dios”, sino que en realidad lo que pretenden es lograr “su propio honor” (H. Giesen). Y de sobra sabemos que las prácticas religiosas son actuaciones adecuadas para que quien las practique sea considerado como persona generosa, piadosa y ejemplar.
Por desgracia, este tipo de personas abundan en los ambientes religiosos. Concretamente, en casi todos los ambientes de la Iglesia. En esta Iglesia que lee y dice que cree en el Evangelio, justamente en el texto que afirma “Dios ve lo secreto”, que “Dios está en lo secreto”, que “Dios se fija en lo secreto” (Mt 6, 4. 6. 18).
Ahora bien, si Dios está en lo secreto, escucha lo secreto y se fija sólo en lo secreto, porque “se hizo como uno de tantos” (Flp 2, 7), “Palabra” que “se hizo carne” (Jn 1, 14), el “Dios kenótico”, vaciado de sí mismo (Flp 2, 5-7), esclavo de todos (Mt 20, 28), si es que todo esto es así, ¿no apunta a un “cristianismo laico” en una “sociedad laica”?
Ahora bien, si todo esto es verdad, si todo esto es lo que creemos, ¿a qué viene el rector de la universidad católica de Murcia echando mano del demonio que nos amenaza? O ¿qué pretende el cardenal de Valencia al prevenir de los extravagantes y machistas peligros que puede entrañar la vacuna del virus? Las catedrales vacías, las parroquias cerradas, romerías suprimidas, tantas prácticas religiosas abandonadas, seminarios y conventos en los que no entra nadie…, todo esto, que nos parece una ruina y un fracaso, ¿no es, en realidad, el zarandeo y el reclamo, que tanto venía necesitado la Iglesia, para caer en la cuenta y tomar conciencia de que ha llegado la hora de tomar en serio el Evangelio?
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