Preparar el cambio más urgente en la Iglesia
No voy a entrar en más detalles sobre este asunto, que es bastante delicado y merece un respeto cuidadoso. De todas formas, y venga lo que venga en los próximos años, tengo la fundada impresión de que, a partir del papa Bergoglio, el papado no será ejercido como lo ha sido hasta el día en que Benedicto XVI renunció a su cargo. ¿Será mejor? ¿Será peor? Será distinto. Esto, creo que es seguro.
Pero la forma de vivir y gobernar del Papa no es toda la Iglesia. Ni mucho menos. Hay asuntos urgentes y apremiantes, que no admiten espera. De momento, me limito a indicar algunos, que, por otra parte, están a la vista de todos. Es importante y urgente actualizar la Liturgia, el Derecho Canónico, la Vida Religiosa, la Teología, la participación del laicado en la gestión de las parroquias, las diócesis, la Curia Romana, y tantas otras cuestiones que ahí están, las vemos todos. Por más que haya quienes se resisten a ver lo que ya es imposible ocultar. No exagero. NI me invento nada.
En cualquier caso, el cambio más urgente – me parece a mí – se refiere a la renovación del clero. Cada día que pasa, hay menos sacerdotes. Y los pocos, que vamos quedando (yo no me he secularizado), somos lógicamente cada día más viejos. Los seminarios, los noviciados, están casi vacíos o se han cerrado. Son ya demasiadas las parroquias que no tienen párroco. O el que tienen, debe atender a varias parroquias más, que pueden estar distantes. A esto hay que darle – y pronto – alguna solución. ¿Se está preparando ese cambio? ¿En qué va a consistir? ¿No sería conveniente informar a la Iglesia de lo que se está haciendo para resolver este problema? Es un asunto que nos concierne a todos los creyentes en Jesús el Señor. Y a todos se nos debería dar la oportunidad de aportar nuestro punto de vista. ¿Por qué no se da ese paso? ¿Se está trabajando “bajo cuerda”? ¿Por qué se nos oculta lo que sería bueno darlo a conocer y ofrecer la oportunidad de saber lo que piensa, desea, necesita y espera quien necesita la solución?
Somos muchos los que nos hacemos estas preguntas. O quizá otras parecidas, pero relacionadas con el mismo problema de fondo. Un problema, que (en su ámbito) afecta al mundo entero, no puede depender de lo que piensan o les conviene a unos cuantos hombres en Roma y sus “cercanías”. ¿Tendremos pronto alguna respuesta? Y si es que parece indiscreto incluso preguntarse esto y decirlo a los demás, entonces habrá que pensar en soluciones que se me antojan mucho más graves.
No me refiero a que nos pongamos a buscar “Nuevos Paradigmas”. Que no sé a dónde lleva eso. Me refiero al “proyecto de vida”, que nos marcó Jesús, el que “renunció a su rango” y se hizo “esclavo de todos”, “como uno de tantos”, según lo que nos enseña el N.T.. Si no estamos dispuestos a esto, ¿para qué seguimos cavilando en lo que no sabemos a dónde nos lleva? Siempre he creído en que Jesús es la “encarnación de Dios”, la “revelación de Dios”, la “humanización de Dios”. Pero creer en eso es vivir de acuerdo con lo que eso representa y exige. Este es el camino que yo veo más claro.