Repartir lo que tenemos
Hace dos días, escribí en este blog un elogio de la bondad, como solución a la crisis económica que vivimos. Alguien me ha recordado que los teólogos no entendemos de economía. Lo cual es verdad. Pero, tan cierto como eso, es que, si los economistas no tienen en cuenta que las relaciones laborales, empresariales y económicas se limitan sólo a los datos que suministra la economía, con eso nada más no arreglamos los problemas económicos que nos agobian.
Al decir esto, estamos tocando un problema capital del momento que estamos viviendo. No hace mucho, Edgar Morin ha escrito con toda la razón del mundo: “Una de las tragedias del pensamiento actual es que nuestras universidades y nuestros centros de Educación Superior de alto nivel producen especialistas, cuyo pensamiento está totalmente compartimentado. El economista sólo verá la dimensión económica de las cosas, tanto como el religioso o el demógrafo verán las suyas, y todos chocarán con la dificultad de concebir las relaciones entre dos dimensiones.... Así pues, a medida que los problemas se vuelven planetarios, mayor es la dificultad en pensarlos; cuanto más progresa la crisis, más progresa la incapacidad de pensarla”.
¿A dónde voy con todo esto? Muy sencillo: quiero decir que sólo con políticos y economistas, no salimos de la crisis. Ellos son necesarios, nadie le duda. Pero ellos solos no se bastan. Hay situaciones en la vida en las que no queda más remedio que echar mano de otros mecanismos que hay en el ser humano. Y mi forme convicción es que uno de los mecanismos más decisivos, en este momento, es la bondad. Una bondad que se tiene que traducir en la firma y eficaz decisión de repartir lo que tenemos.
Quiero decir esto: ahora mismo hay en España bienes suficientes para que todos los españoles vivamos sin apuros económicos. El problema no está en la escasez. El problema está en lo mal repartida que está la riqueza que tenemos. Ayer mismo, un buen comentario de Giordano Bruno nos recordaba que, en este país nuestro, 1.400 personas acumulan y consumen el 80 % del PIB. Lo cual quiere decir, lógicamente, que más de 43 millones de españoles tenemos que vivir con sólo el 20 % de la riqueza que producimos. Hay familias que acumulan fortunas asombrosas. Hay otras familias que mes reciben dos o tres sueldos. Y hay familias en cuyas casas no entra un euro hace más de un año.
Una situación así, no tiene solución solamente con los datos que nos puede proporcionar la economía o con las soluciones que hoy, tal como están las cosas, nos pueden aportar los políticos. Todo eso es necesario. Pero a todo eso le falta algo que es decisivo en una situación como la actual. Estamos en una situación excepcional, que no tiene más solución que decisiones de emergencia. No basta con dar ropa usada, bolsas de comida o abrir comedores para indigentes en extrema necesidad. Ni tampoco Caritas tiene medios para sacar esto adelante. Es urgente un proyecto nacional de reparto equitativo de la riqueza que de que disponemos.
Propongo: ¿no sería la Iglesia, en colaboración con ONGs de prestigio y solvencia, las que pusieran en marcha un plan de redistribución de la riqueza de todas aquellas familias y ciudadanos que estuvieran dispuestos a acometer semejante proyecto? Pero, claro, para ponerse a hacer eso, lo primero, que tendrían que hacer todos los que disfrutan de situaciones de abundancia, sería renunciar a sus propios privilegios, empezando (naturalmente) por los privilegios y beneficios fiscales de los que goza la misma Iglesia.
¿Es esto un sueño? ¿No hay en esto, al menos, una propuesta que habría que tomar muy en serio, para aportar a la salida de la crisis un elemento - la bondad y la generosidad - que aún estamos muy lejos de aprovechar debidamente?
Al decir esto, estamos tocando un problema capital del momento que estamos viviendo. No hace mucho, Edgar Morin ha escrito con toda la razón del mundo: “Una de las tragedias del pensamiento actual es que nuestras universidades y nuestros centros de Educación Superior de alto nivel producen especialistas, cuyo pensamiento está totalmente compartimentado. El economista sólo verá la dimensión económica de las cosas, tanto como el religioso o el demógrafo verán las suyas, y todos chocarán con la dificultad de concebir las relaciones entre dos dimensiones.... Así pues, a medida que los problemas se vuelven planetarios, mayor es la dificultad en pensarlos; cuanto más progresa la crisis, más progresa la incapacidad de pensarla”.
¿A dónde voy con todo esto? Muy sencillo: quiero decir que sólo con políticos y economistas, no salimos de la crisis. Ellos son necesarios, nadie le duda. Pero ellos solos no se bastan. Hay situaciones en la vida en las que no queda más remedio que echar mano de otros mecanismos que hay en el ser humano. Y mi forme convicción es que uno de los mecanismos más decisivos, en este momento, es la bondad. Una bondad que se tiene que traducir en la firma y eficaz decisión de repartir lo que tenemos.
Quiero decir esto: ahora mismo hay en España bienes suficientes para que todos los españoles vivamos sin apuros económicos. El problema no está en la escasez. El problema está en lo mal repartida que está la riqueza que tenemos. Ayer mismo, un buen comentario de Giordano Bruno nos recordaba que, en este país nuestro, 1.400 personas acumulan y consumen el 80 % del PIB. Lo cual quiere decir, lógicamente, que más de 43 millones de españoles tenemos que vivir con sólo el 20 % de la riqueza que producimos. Hay familias que acumulan fortunas asombrosas. Hay otras familias que mes reciben dos o tres sueldos. Y hay familias en cuyas casas no entra un euro hace más de un año.
Una situación así, no tiene solución solamente con los datos que nos puede proporcionar la economía o con las soluciones que hoy, tal como están las cosas, nos pueden aportar los políticos. Todo eso es necesario. Pero a todo eso le falta algo que es decisivo en una situación como la actual. Estamos en una situación excepcional, que no tiene más solución que decisiones de emergencia. No basta con dar ropa usada, bolsas de comida o abrir comedores para indigentes en extrema necesidad. Ni tampoco Caritas tiene medios para sacar esto adelante. Es urgente un proyecto nacional de reparto equitativo de la riqueza que de que disponemos.
Propongo: ¿no sería la Iglesia, en colaboración con ONGs de prestigio y solvencia, las que pusieran en marcha un plan de redistribución de la riqueza de todas aquellas familias y ciudadanos que estuvieran dispuestos a acometer semejante proyecto? Pero, claro, para ponerse a hacer eso, lo primero, que tendrían que hacer todos los que disfrutan de situaciones de abundancia, sería renunciar a sus propios privilegios, empezando (naturalmente) por los privilegios y beneficios fiscales de los que goza la misma Iglesia.
¿Es esto un sueño? ¿No hay en esto, al menos, una propuesta que habría que tomar muy en serio, para aportar a la salida de la crisis un elemento - la bondad y la generosidad - que aún estamos muy lejos de aprovechar debidamente?