Rouco, el quiasmo de la "roca" y el "escándalo"

Lo que más me ha llamado la atención del reciente libro de José Manuel Vidal (Rouco: una biografía no autorizada), sobre el cardenal Rouco Varela, ha sido la exacta reproducción de lo que, según el evangelio de Mateo, fue uno de los comportamientos más duros y chirriantes del apóstol Pedro. Me refiero a lo que sucedió precisamente el día en el que, según el evangelio de Mateo, Jesús mencionó la palabra “Iglesia” (Mt 16, 18). Si es que efectivamente esa palabra fue pronunciada por Jesús - cosa que discuten los expertos -, lo que sí parece cierto es que, aquel día, Jesús le dijo a Pedro dos palabras muy duras. Porque le llamó “Roca” (Mt 16, 18), que es la firmeza de la fe (Mt 7, 24). Y le llamó “Satanás” (Mt 16, 23), que es el “escándalo” que hace daño a la gente.

¿Por qué este contraste tan provocador y escandaloso? ¿A qué viene juntar, uno tras otro, estos dos relatos tan contradictorios? Es más, ¿cómo se explica que el mismo Pedro, que confesó sin titubeos la grandeza de Jesús como Mesías, a renglón seguido se enfrentó con el mismo Jesús hasta “increparlo” (Mt 16, 22) porque no iba a triunfar en el poder y la gloria de un trono, sino que iba a fracasar como un delincuente en la humillación de un patíbulo? ¿Qué estaba pasando allí, en el siglo primero, en “Cesarea de Filipo” (Mt 16, 13)?

Estaba pasando allí - curiosamente - algo muy parecido a lo que está pasando aquí, en la diócesis de Madrid. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver lo que le ocurrió a Pedro con lo que le está ocurriendo al cardenal Rouco Varela? En circunstancias muy distintas, por supuesto, el cardenal Rouco da la impresión de que está viviendo algo que, en el fondo, viene a ser lo mismo que vivió el apóstol Pedro cuando Jesús le dijo lo de la Iglesia y lo de la roca que da solidez y estabilidad a esta Iglesia. Pedro pensó seguramente que la firmeza de una roca es una forma de hablar de importancia y poder. Por eso a Pedro no le cabía en su cabeza que el Mesías tuviera que terminar sus días padeciendo y fracasando. Y eso, no porque lo iban a matar los malos, los pecadores, los enemigos de la religión, sino todo lo contrario. Jesús, el Mesías de Israel, tenía que ir a la capital, Jerusalén, la ciudad santa, y allí, se vería, no ya destituido de su cargo, sino algo mucho más grave y que nadie podía imaginar. Iban a ser los sumos sacerdotes y los dirigentes de la religión los que lo iban a humillar. Y en aquellas manos consagradas tendría que padecer mucho, sufrir y fracasar, perder su poder y su dignidad. Y así es como podría resucitar a la plenitud de la vida (Mt 16, 21).

Según la lógica humana, las cosas salen adelante cuando se tiene poder para realizarlas. ¿Qué se puede conseguir desde abajo, desde los últimos y los pequeños, desde la inconsistencia de los débiles? Así, según parece, pensaba el apóstol Pedro. Como pensaban los demás apóstoles cuando andaban discutiendo cuál de ellos era el primero, el más importante o quiénes debían ocupar los primeros puestos (Mc 9, 33-37; Mt 18, 1-5; Lc 9, 46-48; Mc 10, 35-45; Mt 20, 20-28; Lc 22, 24-27). Sabemos que Jesús cortó por lo sano y de forma tajante estas pretensiones infantiles y ridículas. Los que quieren ser importantes, trepar en la vida, mandar siempre sobre los demás, ¿por qué no se buscan todo eso en los ámbitos de la vida y de la sociedad donde eso, y nada más que eso, es lo que está juego? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar en la Iglesia a este modelo de “tipos grises”, que en la vida no habrían pintado nunca nada, de no ser porque se metieron a curas y, en los ambientes de curia y sacristía, fueron hábiles para trepar?

El evangelio de Mateo juntó, y puso yuxtapuestos, dos relatos aparentemente contradictorios: en el primero (16, 13-20), habla de Pedro como Roca; en el segundo (16, 21-28), le dice a Pedro que es Satanás. Esta proximidad de la “roca” y el “demonio” no puede ser una ocurrencia de Mateo. Los estudiosos dicen que hay en esto una “inversión quiástica”: dos palabras o expresiones en forma cruzada que mantienen una simetría, a fin de que la disparidad de sentidos resulte ser la clave para destacar la fuerza de una afirmación. Y la afirmación, en este caso, es que la lógica del Evangelio rompe y echa por tierra todas nuestras pretensiones infantiles de famas y poderes. No porque Jesús pretenda que seamos masoquistas o el Evangelio se tenga que vivir a contrapelo de nuestras aspiraciones al bienestar y la felicidad. No es eso. Lo que el Evangelio nos viene a decir es que no busquemos el bienestar y la felicidad mandando, dominando y siendo importantes. Todo lo contrario, a juicio de Jesús, este mundo se arregla y nosotros encontraremos la fuente de la bondad y la felicidad, cuando seamos capaces de vivir de forma que pasemos por la vida contagiando bienestar, respeto, bondad y cariño. La bondad que mostró Jesús, lo mismo cuando abrazó a los débiles que cuando denunció la hipocresía de los poderosos. Si el papa Francisco está dando tanto que hablar, es porque ha echado por este camino. Los que, a toda costa, quieren el triunfo de la Iglesia, terminan en el piso principal de su mansión, como ejemplo de lo que nunca se debe hacer.
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