La carta de los 13 cardenales (ya sólo 9) da que pensar
Sea o no cierto que los presuntos firmantes han suscrito efectivamente ese documento, lo que da más que pensar es el contenido central de tal carta. En efecto, lo que los firmantes le piden al Papa es que el método de trabajo sea más democrático. Por eso se quejan de que los Padres Sinodales no han sido elegidos, sino “nombrados”. De ahí, la petición de estos cardenales para que se modifique “una metodología a la que le falta la genuina colegialidad”.
Como es lógico, a cualquiera le tendría que sorprender el hecho de que estos eminentes purpurados se quejen ahora de la falta de democracia en los nombramientos y la escasa colegialidad en el gobierno de la Iglesia. ¿Por qué no expresaron estas quejas cuando a ellos los nombraron obispos, arzobispos, cardenales y hasta llegaron a los más altos cargos en el gobierno de la Iglesia?
Por otra parte, resulta difícil saber en virtud de qué argumentos se puede afirmar que este Sínodo no sigue la tradición de Sínodos anteriores. Yo fui invitado solamente a uno, ya lejano (es verdad), el de 1971. Estuve en aquel Sínodo como teólogo de los cardenales y obispos españoles que en él participaron (lo cardenales Tarancón y Quiroga Palacios, y los obispos Echarren, Benavent....). Recuerdo muy bien que el cardenal Tarancón había sido designado, por Pablo VI, “relator oficial” de las cuestiones prácticas que afectaban al clero. El Sínodo empezaba en los primeros días de Octubre, pero a Tarancón le pidieron que el texto de su informe y sus propuestas tenía que estar en Roma el 15 de Agosto. O sea, mes y medio antes de empezar los trabajos sinodales.
Le dijeron a Tarancón que se necesitaba tiempo para traducir su texto al latín, la lengua oficial del Sínodo. Pues bien, así las cosas, la víspera del comienzo de los trabajos sinodales, por la noche, llevaron del Vaticano al Colegio Español de Roma (donde nos reuníamos) los ejemplares de la intervención de Tarancón, traducida e impresa en un cuaderno elegante. Después de la cena, reunidos en la sala de trabajo, Tarancón se puso a leer el texto latino de su discurso. Pronto nos dimos cuenta de que al cardenal le palidecía la cara. Hasta que Tarancón pegó un puñetazo en la mesa y alzó la voz en una especie de grito: “¡Esto no lo aguanto!”. Y añadió: “Si me lo hubiera hecho el Papa, lo soportaría. Pero sé quién lo ha hecho. Ha sido un “monseñorito” (sic), que sé quién es”. ¿Qué había pasado? Sencillamente, que el texto del cardenal, no sólo había sido traducido al latín, sino que además había sido mutilado. Le habían quitado lo que en Roma no se quería oír. Recuerdo la queja chocante del cardenal: “Yo mandé aquí un toro con los pitones bien afilados. ¡Y me lo han afeitado!”.
Yo me pregunto si los firmantes de la carta, al pedir fidelidad a la tradición sinodal, demandan comportamientos de este tipo. Pero, sobre todo, no entiendo que se quejen de la importancia que se le da ahora al tema de los divorciados vueltos a casar. ¿Qué se pretende? ¿Que lo marginen, para que todo quede como está? Por lo demás - y en todo caso -, ¿no tienen estos cardenales otras propuestas de más calado, de más profundidad dogmática y de más actualidad pastoral que las que presentan en este extraño escrito? ¿Qué quieren de verdad estos hombres de cuyo amor a la Iglesia nadie tiene derecho a dudar? Por el amor y la fidelidad a la Iglesia, que los creyentes en Jesucristo hemos de tener siempre, que digan de verdad lo que de verdad desean y lo que de verdad proponen en un momento tan decisivo para el futuro de la humanidad.