Más diálogo y más respeto

Quiero, ante todo, agradecer a todas las personas, que entran en este blog, su participación en él. Aportando, cada cual su punto de vista y sea cual sea ese punto de vista, tos nos ayudamos mutuamente, nos enriquecemos unos a otros y, en cualquier caso, aprendemos cosas que necesitamos aprender. Ya, por esto sólo, el blog es un buen servicio a cuantos participamos en él.
En los últimos días, algunas personas me piden que participe más, que dialogue más con los que comentan mis breves artículos. Sinceramente, me sentiría feliz si pudiera hacer eso. Pero me ocurre que ando con el tiempo demasiado justo. A mis 82 años, aunque mi salud es todavía suficientemente buena, me veo sobrecargado por trabajos que me piden, a los que creo que debo responder y que no admiten dilación: libros, artículos, conferencias, viajes. Así las cosas, le dedico al blog el tiempo que puedo. Pero, de verdad, ¡créanme!, el día tiene veinticuatro horas y no da más de sí. De todas formas, quiero repensar este asunto. Y ver si puedo sacar tiempo de donde sea, para atender mejor a quienes, con toda la razón del mundo, reclaman más atención.
Y otra cosa. No son pocos los que me indican - desde diversos puntos de vista y con distintos argumentos - que este blog insiste en destacar una posición de distanciamiento y hasta de ataque a la religión y, sobre todo, a la Iglesia. Yo agradezco, con toda la sinceridad de que soy capaz, esta observación, esta advertencia y, en ocasiones, esta reprimenda. Lo agradezco porque me hace bien. Porque lo necesito. Cuando hablamos de la religión y de la Iglesia, seguramente sin darnos cuenta, tenemos siempre el peligro de manifestar ocultos sentimientos o quizá frustraciones no bien integradas en nuestras vidas. Pero, con decir esto - según veo yo las cosas - no está todo dicho. Ni mucho menos. Nuestra relación con la religión y con la Iglesia es una de las manifestaciones más fuertes de nuestra relación con el poder. Y aquí, amigos míos, tocamos un tema muy delicado. Porque, cuando cada cual afronta su propia relación con el poder (sobre todo, si es el poder supremo, divino), se ve ante experiencias, sentimientos y situaciones que el propio sujeto no sabe interpretar o es motivo de comportamientos inexplicables.
Pero, sobre todo, cuando se trata de nuestra relación con la religión (y con la Iglesia), nunca deberíamos olvidar un punto que es clave para entender los evangelios. Si estos escritos se leen con atención, cualquiera se da cuenta de que, en definitiva, lo que cuentan es la historia de un conflicto. Un conflicto mortal, que acabó con la vida de Jesús de la forma más violenta y cruel que existía entonces. Ahora bien, este conflicto fue el resultado del enfrentamiento de Jesús precisamente con la religión, con los dirigentes de la religión, con el templo, con los sacerdotes, con los ritos y observancias, con el boato y la hipocresía de los dirigentes religiosos. Jesús no discutió ni una vez con los romanos, ni con Herodes, ni con Pilatos. Se enfrentó a los observantes fariseos, con los leguleyos de la Ley, con los que se servían de sus privilegios religiosos para oprimir al pueblo y cargarlo con yugos pesados. Esto es lo que yo leo en los evangelios. De tal manera que Jesús vinculó esta conducta conflictiva a su tarea por curar a los enfermos, por acoger a los pecadores, por estar cerca de los excluidos. Jesús pudo hacer las cosas de otra manera. Pero los evangelios es esto lo que nos han dejado como “recuerdo subversivo” que debe orientar nuestras vidas.
Yo sé que es molesto y desagradable decir estas cosas. Pero el Evangelio es como es. Y yo no tengo derecho a manipularlo. Ni a hacerme un “evangelio a la carta”, según me conviene. Si lo que quiero es explicar lo de Jesús y su Evangelio, tenemos que cargar con las consecuencias. Pero confieso que las siento de tal manera, que si me las callara, me sentiría cómplice de tantos males como está viviendo esta Iglesia a la que tanto debo y tanto quiero. Éste es mi punto de vista. Por lo demás, me alegra que disfruten el excelente blog de mi gran amigo Xavier Pukaza, un hombre de una pieza, de una enorme humanidad y un gran teólogo.
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