El elemento extraño
Por eso, el hecho religioso no se basa en la evidencia, sino en la creencia. Y toda creencia es siempre un convencimiento o una convicción libremente asumida. De ahí que el factor libertad es decisivo en el ser y en la pervivencia del hecho religioso. Y esto es lo que explica por qué, a medida que la gente se siente más libre para pensar, para decir lo que piensa y para actuar en consecuencia, en esa misma medida el hecho religioso se debilita, se va quedado al margen de la vida y de la sociedad, de la convivencia. Y entonces, lo que pasa es que quedan manifestaciones del hecho religioso, pero la gente es cada día menos religiosa. La gente va a las iglesias, a las mezquitas, a las sinagogas o a las pagodas, pero la gente va a esos sitios, más por costumbre o por compromiso, que por convicción.
Entonces, ¿por qué sigue existiendo el hecho religioso? Porque la vida tiene unos límites y nos impone unas limitaciones, que no responden a nuestras aspiraciones. Por eso, como necesitamos comida, aire o cariño, también necesitamos religión. La que sea. Mucha gente se agarra a las religiones que ya existen. Y otros se las inventan, aunque los inventores no expliquen nunca en qué consiste su invento.
En cualquier caso, una advertencia capital: no confundamos la religión con Dios. La religión, sea la que sea, es un medio, un instrumento, para buscar y encontrar a Dios. Pero la religión no es Dios. En esa palabra, Dios, ponemos el logro de nuestras aspiraciones últimas y el sentido de nuestra vida. Si la religión nos sirve para sentirnos mejor y ser mejores, ¡bendita sea! Si lo que pasa es que la religión nos separa, nos divide, nos enfrenta, nos deshumaniza..., entonces, ¿para qué la queremos y por qué la costeamos?